Tobia Imperato
Probablemente es cierto, incluso si su fotografía más famosa, tomada por el gran fotógrafo Nadar, lo muestra sosteniendo un elegante bastón, pero seguramente ese día no llovió. No obstante, llegamos a conocer la existencia de esta cubierta de lluvia misteriosa y mítica del libro autobiográfico de Jorge Semprún L'écriture ou la vie (La escritura o la vida, Guanda, Parma, 1996), en el capítulo titulado "El paraguas de Bakunin".
Estamos en 1945, el año en que el autor, que proviene del campo de concentración nazi de Buchenwald, busca refugio en un país no devastado por la guerra: Ticino, Suiza. Frecuenta a una chica local, Lorène, que un día de repente le pregunta: "¿Quieres que te muestre el paraguas de Mijail Aleksandrovic Bakunin? Lo tenemos en casa".
Probablemente es cierto, incluso si su fotografía más famosa, tomada por el gran fotógrafo Nadar, lo muestra sosteniendo un elegante bastón, pero seguramente ese día no llovió. No obstante, llegamos a conocer la existencia de esta cubierta de lluvia misteriosa y mítica del libro autobiográfico de Jorge Semprún L'écriture ou la vie (La escritura o la vida, Guanda, Parma, 1996), en el capítulo titulado "El paraguas de Bakunin".
Estamos en 1945, el año en que el autor, que proviene del campo de concentración nazi de Buchenwald, busca refugio en un país no devastado por la guerra: Ticino, Suiza. Frecuenta a una chica local, Lorène, que un día de repente le pregunta: "¿Quieres que te muestre el paraguas de Mijail Aleksandrovic Bakunin? Lo tenemos en casa".
Aquí comienza la historia (o anécdota). En el momento de la estancia en Locarno del revolucionario ruso, un primo de la casera en donde residía estaba al servicio de la casa del bisabuelo de Lorène. Encontrado en un día lluvioso en la pensión de su prima (que se llamaba, como ella, Teresa Pedrazzini), para guarecerse en el camino a casa encontró y llevó consigo un gran paraguas negro con un asa tallada. Cuando llegó a casa, lo depositó en el vestíbulo, ignorando que el propietario era Bakunin. "Era un paraguas olvidado, nada más", dice Semprún. "Estaba allí sin causar interés ni curiosidad. Hasta el día en que el propio Bakunin vino a reclamarlo ".
El propietario (y Teresa Pedrazzini) rechazaron la devolución del objeto con el pretexto de "moralmente fútil pero legalmente impecable" de que el ruso no había presentado ningún título para demostrar su propiedad. Entonces: "¿Cómo se atreve un adversario tan resuelto de la propiedad privada, conocido como anarquista y proscrito, invocar el derecho sagrado a la propiedad?, pregunta que expresa un razonamiento tan dudoso como mediocre?".
Estos argumentos pueriles le causaron a Bakunin una fuerte carcajada, después de lo cual salió de la casa, dejando su paraguas para siempre. ¿Historia real o inventada? El mismo Semprún dice que, dado que se trata de una historia familiar, podría haberse cambiado cada vez que se contaba y se transmitía. También podría ser que el paraguas todavía estuviera allí y Bakunin nunca se molestó en devolverlo.
O que incluso ese paraguas nunca le ha pertenecido y esta historia es solo una de las muchas leyendas que de él se ocupan: que comía los bocados de salami sin cortarlos, que fumaba cincuenta cigarros al día, que habló 24 horas sin interrupción, que bebía cantidades industriales de té, que compartía el dinero que tuviese en el bolsillo con todo compañero que lo solicitase hasta quedarse sin nada, y así sucesivamente. El mito ciertamente no es historia, pero también es cierto que no hay historia sin mitos.
Cualquiera que sea la verdad sobre el episodio narrado por Semprún, la moraleja que puede extraerse es que Bakunin, siempre en consonancia con sus ideas, fue un opositor radical y obstinado de la propiedad. Incluso a costa de perder el paraguas.
[Nota publicada originalmente en italiano en el Bollettino Archivio G. Pinelli # 52, Milán, 2018. Número completo accesible en https://centrostudilibertari.it/sites/default/files/materiali/bollettino_52.pdf. Traducida al castellano por la Redación de El Libertario.]
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