Emilia Morena D.
La navidad, esa fiesta tan dada a la regocijo
y la familia, llama a nuestras puertas, y como cada año hace ya tiempo que todos nuestros sentidos son bombardeados por alborotos promocionales de productos sin los cuales, aseguran, nadie puede sentirse feliz.
La evolución de unas fiestas falsas e hipócritas como pocas ha ido llevando al paroxismo del consumo, devorando entre unos pocos muchos más recursos de los que, seguramente bien distribuidos, servirían para toda la población mundial, agotando, además, las riquezas del planeta que deberían heredar las siguientes generaciones.
Vivimos en un mundo globalizado, gestionado por un capitalismo financiero que ha perdido la capacidad de razonar y solo entiende y procura el lucro rápido e inmediato para una minoría sin detenerse a pensar las consecuencias o resultados que tienen sus actos para, no sólo el resto de la humanidad, ni siquiera para su descendencia, sino sobre sus propias personas o salud a medio o largo plazo.
Y es esta lógica suicida la que parece tomar impulso y emerger con todas sus mejores galas durante el último trimestre del año, preparándonos para la celebración de unas fiestas de las que, como de casi todo en esta sociedad occidental, se han apropiado las iglesias institucionalizadas, agudizando la sensación de hipocresía y desafuero.
Si vamos preguntando son pocas, muy pocas, las personas que dicen disfrutar o esperar con alegría que llegan estas fechas; casi todo el mundo siente indigestión solamente con pensar las comilonas absurdas que les esperan, pánico ante el dinero que se teme deben gastar, desgano ante las reuniones en que se ha de sonreir sin fin a los que no nos han dirigido la palabra en todo el año , y agotamiento ante la paliza de carreras, compras, preparación de cenas y otras fiestas que le espera.
Ante la amenaza de semejante panorama, la excusa que al menos las criaturas disfrutan no es sólo pobre, sino contraproducente, porque el pretender que la orgía del consumo es una celebración infantil es tanto como reconocer que es la primera etapa del aprendizaje necesario para consumismo. ¿Qué mejor manera de continuar el proceso de consumo que ir iniciando a las siguientes generaciones?
Y lo peor de todo es lo difícil que es desenmascarar todos y cada uno de los procesos que finalmente parecen piezas de un engranaje, pues cuando queremos pensar de forma autónoma se ponen en marcha todos los resortes para que no se nos ocurra salirnos del camino señalado, para evitar que descarrile el maravilloso tren del consumo. A ver quién se atreve a avisar que este año no vas a contribuir con los regalos que cada año se hacen a todas las criaturas de la familia? O que no vas a volver a romperte la cabeza para imaginar que regalar a padre, madre, hijas, hermanos... que ya lo tienen todo. Cómo vas a rechazar ese cena de 6 platos que con tanto cuidado e ilusión han preparado para 14 en la Noche de Navidad.
Además el capitalismo es astuto, versátil y escucha el
runrún del desagrado, es innegable que nuevos valores están arraigando en la
sociedad, que somos conscientes de que se agota el planeta y sus recursos, que
el plástico nos desborda y hemos descubierto que asfixia a las focas, que el
feminismo es un valor en alza y hay un sector de la sociedad al que también hay
que "dar servicio" y no se conforma con barbies, coches para niños y
cocinas para niñas, que quiere comer sano y productos de calidad y ecológicos.
No importa, si queremos comer sano, se arrasan las tierras ancestrales y se expulsa sus habitantes para plantar quinoa, si ya no queremos plástico se devastan los bosques para hacer juguetes de madera, por supuesto unisex, cualquier esfuerzo es poco para el consumo siga su carrera desbocada.
Sin el tamiz del espíritu crítico, sin la reflexión de cada uno de nuestros actos, sin la información necesaria para tomar nuestras propias decisiones de manera coherente, somos marionetas en manos de una maquinaria muy bien engrasada que siempre encuentra la vía para captar más seleccionados a sus filas.
Pero la verdad es que no necesitamos ninguna de sus montajes, incluso si queremos vivir la navidad por tradición, porque es un momento en que tienes la excusa de encontrarte con tu gente más fácilmente, porque te dan los días de vacaciones que te permiten hacer otras cosas, es posible vivir de otra manera.
Es posible reunirse a comer, con las personas que amas y estás a gusto, sin necesidad de excesos y atracones, una buena charla, el debate o las risas son mucho mejores compañeras de mesa y dejan un mejor recuerdo.
Dejemos de medir el amor por el precio de los regalos, no necesitamos más objetos en casa y son muchas las cosas que pueden hacernos sentir queridos y que además pueden contribuir a enseñar a nuestros hijos el valor de los pequeños detalles en lugar de los juguetes fastuosos. .
Y si la paga extra nos quema en el bolsillo hay multitud de proyectos autogestionados que aprovechan para cambiar su artesanía por un dinero que apoya iniciativas más que interesantes o ayuda a cubrir muchas necesidades de las personas migradas dentro y fuera de nuestro territorio, lugares donde echar una mano no nos van a faltar.
En esta feria de la simulación, es donde más los poderes opresores intentan ocultar su verdadera faz exaltando al egoísmo posesivo tras la hipócrita prédica de paz y amor. No creas su farsa y procura ser feliz de veras, disfruta y saborea lo que tienen tu y los tuyos, dejando a un lado el individualismo y la competencia que nos hacen olvidar que cualquier cosa compartida sabe más sabrosa.
[Texto
original en valenciano, publicado en el periódico Noticia Confederal, Valencia (Esp.), diciembre 2018. Número
completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/NC%20Desembre%20%202018.pdf.
Versión al castellano traducida por la Redacción de El Libertario.]
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