Samuel
Martín S.
Hace unos cuantos años, la sensación de que el
cambio climático era algo del futuro estaba bastante extendida. No es que se
dudara mayoritariamente de la evidencia científica, a pesar de que esta se ha
ido en cualquier caso fortaleciendo con el paso del tiempo; los informes del Grupo
de Expertos para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) hablan de
impactos cada vez más contundentes, y los últimos informes científicos de los
mayores expertos en la materia elevan hasta un 97% el consenso científico en
relación al origen antropogénico de estos fenómenos. Hace ya mucho que la
sociedad es consciente de esta gran amenaza y de nuestra responsabilidad en el
asunto. Sin embargo, la sensación social de urgencia hasta hace poco no era
grande; los efectos no se palpaban en lo inmediato, y si ocurrían, ocurrían en
otra parte (en los polos, en África, en Asia,....)
Sin embargo esto está cambiando últimamente. Asistimos
con cada vez mayor frecuencia a cambios climáticos que observamos en nuestro
entorno cercano. Observamos con preocupación variaciones en los patrones
meteorológicos que ya no son la excepción y comienzan a ser la regla, y que
modifican lo esperable, nuestra referencia; en definitiva, lo que hemos
conocido a lo largo de nuestras vidas. Vemos arboles que florecen antes de “lo
normal”, aves que no migran, sabemos o presentimos que las olas de calor ya no
son una excepción... Empezamos a entender ahora realmente que las temperaturas
elevadas forman parte de lo que los científicos denominan los “nuevos
normales”.
Observamos con preocupación variaciones en los patrones
meteorológicos que ya no son la excepción y comienzan a ser la regla
La ciencia nos alerta del peligro de relacionar alegremente
los fenómenos meteorológicos extremos con el cambio climático. El clima es un
sistema complejo en el que las dinámicas se interrelacionan y en el que no conviene
mirar solo a un parámetro ni un período de tiempo corto, sino a una perspectiva
de períodos largos para confirmar la existencia de cambios en marcha. Sin embargo
la ciencia también nos dice ya sin ambages que, a pesar de la imposibilidad de
establecer de forma unívoca y exclusiva una relación causa-efecto, la huella
del cambio climático es cada vez más innegable en muchos eventos
meteorológicos.
Dos de los eventos más característicos y que más han
preocupado al mundo rico occidental en los últimos meses son las olas de calor
y los huracanes. Las olas de calor que sufrió Europa en el mes de junio de 2017
tuvieron un amplio eco en los medios de comunicación. La población escolar en
nuestro país se vio afectada llegando a producirse algunos desmayos puntuales,
y eso produjo cierta inquietud social y la sensación de que no estamos
preparados para “lo que viene”. Estudios científicos posteriores han confirmado
que la ola de calor, que afectó a una superficie de unos ocho millones de km2 causando
temperaturas record de 45°C en la Península Ibérica o de 35°C en Reino Unido,
estuvo en gran medida provocada por el cambio climático. Hoy sabemos que este
fenómeno multiplica por cuatro la probabilidad de olas de calor intensas en
Francia o Inglaterra y por diez en el caso de España y Portugal. Estos períodos
de calor intenso alimentaron además, recordemos, algunos de los incendios
forestales más trágicos que hemos conocido en nuestro entorno.
El cambio climático multiplica por cuatro la
probabilidad de olas de calor intensas en Francia o Inglaterra y por diez en el
caso de España y Portugal.
Con los huracanes, la relación causa-efecto es más
difícil de establecer, dada su baja frecuencia. Sin embargo hoy se apunta a que
las temperaturas oceánicas excepcionalmente elevadas alimentaron los huracanes
del Atlántico que como Harvey azotaron las costas de Estados Unidos y el Caribe
en otoño de 2017, y en general hay indicios claros de una relación entre cambio
climático e intensidad de estos eventos.
El Consejo Asesor de las Academias Europeas de las Ciencias
(EASAC) alerta en un estudio reciente de que nuevos datos muestran como los
eventos meteorológicos extremos en Europa se han hecho más frecuentes en los últimos
36 años, con un aumento particularmente significativo los últimos cinco años de
las inundaciones y otros eventos hidrológicos. La contribución del cambio
climático a esta situación es innegable.
En definitiva, ya estamos “tocando” el cambio
climático con la punta de los dedos. Lo estamos sintiendo llamar a nuestra
puerta y esta realidad local es acorde con el diagnóstico científico global.
La foto
global
Las grandes tendencias en materia climática no
dejan lugar a dudas: dieciséis de los diecisiete años más calurosos desde que
existen registros instrumentales se han producido en este siglo -a excepción de
1998-, es decir, son en su mayoría los años que preceden al actual. 2016 fue el
año más caluroso desde 1880. Asistimos además a una creciente preocupación de
los científicos por la situación del Ártico. La capa de hielo del Ártico
alcanza su mínimo cada temporada en septiembre y a partir de ese momento el
hielo va recuperándose hasta alcanzar el máximo de hielo de la temporada en
marzo. Desde la década de los 80 la temporada de deshielo se ha ido alargando
unos cinco días por década. Las temperaturas de enero y febrero de 2018 en el
Ártico han sido extraordinariamente elevadas, alcanzando más de siete grados por
encima de lo normal. La extensión del hielo se reduce cada año y esto está
provocando un auténtica alarma entre la comunidad científica que ha llegado a
calificar el hecho de “auténticamente asombroso”. Hay diversos estudios
científicos que pronostican que veremos un Ártico totalmente libre de hielo en
algún momento en torno a la mitad del siglo. Pero en vista de que los hechos se
aceleran más de lo previsto, bien podría ser que ese desastre ocurra más pronto
que tarde.
Dieciséis de los diecisiete años más calurosos
desde que existen registros instrumentales han ocurrido en este siglo
Los pronósticos científicos se ven superados continuamente
y tienen que ser revisados al alza en cada nueva evaluación. O dicho de otra
forma, con carácter general en materia de cambio climático se vienen cumpliendo
las peores expectativas. En ocasiones los hechos dan un giro inesperado (y
desagradable) como ocurre en el caso de la Antártida. Este continente helado
que circunda el polo sur, y que acumula entre el 80% y el 90% del agua dulce
que hay en el planeta, contrariamente a lo que le ocurre al Ártico venía
engrosando su capa de hielo desde que comenzaron las observaciones por satélite
a finales de los 70. En 2013 alcanzó su mayor extensión. Sin embargo, la Antártida
ahora también está perdiendo hielo. La acción de los vientos cálidos (que barre
la nieve y hace perder reflectividad a la capa de hielo), del agua más caliente
que va horadando el hielo que se encuentra bajo el agua, y la alteración de la
dinámica de los glaciares, está provocando que se invierta la tendencia
observada hasta hace unos años y que se pierda por tanto masa de hielo a mayor
velocidad de la que había sido capaz de predecir la ciencia. Este hecho es muy
preocupante en la medida en la que la Antártida contiene suficiente hielo como
para elevar el nivel del mar varias decenas de metros en caso de fundirse.
Umbrales
de no retorno
El impacto de estos fenómenos no se circunscribe
por tanto al ámbito geográfico en el que se producen. El sistema climático está
en equilibrio, pero hay toda una serie de “puntos de inflexión” o “umbrales de
no retorno” que, una vez cruzados, provocarían la desestabilización de todo el sistema,
que entraría en un proceso incierto de cambio climático “desbocado” (runaway
climate change, como es conocido en inglés) hasta que lograra entrar en un
nuevo equilibrio desconocido. Así, un sobrepasamiento de ese umbral, por
pequeño que sea, conduciría a una situación climática totalmente diferente. Por
ejemplo, uno de estos puntos sobre los que la ciencia ha debatido extensamente es
la hipotética fusión de Groenlandia. Se ha establecido que si la temperatura
local de esa zona aumentase por encima de 3ºC respecto a la era preindustrial,
Groenlandia se fundiría prácticamente en su totalidad, aunque la temperatura
volviera posteriormente a disminuir. La consecuencia de esta situación sería un
incremento de 7 metros en el nivel del mar.
Existen umbrales de no retorno que, una vez cruzados,
provocarían la desestabilización de todo el sistema climático
Otro punto de inflexión es el debilitamiento o
paralización de la cinta oceánica (también llamada corriente termohalina), que
está muy relacionada con el mencionado derretimiento de los polos. Las
corrientes marinas tienen una gran influencia sobre la climatología. Una de
estas corrientes es la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico (AMOC,
por sus siglas en ingles), que funciona de la siguiente forma: el agua fría y
salada en el polo norte se hunde por su mayor densidad y su espacio es ocupado
por aguas menos densas y templadas procedentes del Caribe. En el trayecto esta
masa de agua va perdiendo calor, y al llegar a los polos esta agua ya fría de
nuevo vuelve a hundirse. Estas corrientes funcionan como la cinta de equipaje
de un aeropuerto, repartiendo a su paso nutrientes y gases, además de calor.
Muy recientes investigaciones han hecho sonar la alarma en relación a AMOC.
Muestran que la corriente se ha debilitado en los últimos 150 años hasta
niveles nunca registrados en más de un milenio. El agua en el polo norte ya no
está tan fría y además el agua dulce procedente de la fusión del hielo hace
disminuir la densidad, lo que ralentiza la corriente. El flujo se ha reducido
en un 15-20%. Algo que los científicos sin embargo pronosticaban para dentro de
muchísimos años. Los acontecimientos una vez más se están adelantando.
El calentamiento del Ártico, por tanto, puede
modificar el clima en Europa tal como lo conocemos a día de hoy. El aumento de
temperatura en el polo norte y la consecuente disminución de la diferencia
térmica entre el Atlántico y el polo, debilita también la corriente de chorro,
unos rápidos y fuertes vientos que en condiciones normales mantienen el frío
confinado en la región ártica. Al debilitarse esta corriente, se facilita el
descenso de masas de aire frío a nuestras latitudes de forma que las recientes olas
de frio como las que dejaron atrapados a cientos de conductores en la AP6 a principios
de año, o las que azotaron nuevamente la costa oeste estadounidense, podrían hacerse
cada vez más frecuentes.
El relato del diagnóstico climático ya no está en
entredicho. Lo que está en disputa es el relato de las soluciones
En definitiva, el relato del diagnóstico climático
ya no está en entredicho, muy a pesar de Donald Trump. La información es clara
y aplastante. Además, como hemos visto, la realidad la estamos ya sufriendo
directamente de una forma que no deja mucho lugar a dudas. Este “sentirnos
interpelados” de forma directa por el cambio climático, ofrece una oportunidad
de oro para la reacción social, en la medida en que no solemos reaccionar hasta
el mismo momento en que le vemos las orejas al lobo. Y esto es muy importante,
porque si el relato del diagnóstico no está en disputa, lo que obviamente si lo
está es el relato de las soluciones. Y en vista de la inacción climática y de la
lentitud de los cambios observados, esta disputa la van ganando los de siempre.
[Publicado originalmente en la revista Libre Pensamiento # 94, Madrid,
primavera 2018. Número completo accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2018/09/LP-94_web.pdf#new_tab.]
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