Jaime
Luis Brito
* Prólogo a Antología del pensamiento
anarquista, Cuernavaca, 2015.
En medio del Caos reinante producido por un sistema
económico que genera desigualdades que producen pobreza generalizada y mucha
riqueza concentrada en unas cuantas manos, surgen ideas discordantes que crean
nuevos paradigmas. Frente a los sistemas predominantes opresivos, los grupos
organizados oponen nuevos (algunos no tanto) sistemas de pensamiento que buscan
crear condiciones de libertad y equidad.
Estos sistemas de pensamiento se basan en conceptos
que pretenden organizar la realidad. Uno de ellos, quizá de los más cuestionados,
malinterpretados, descalificados y odiados, es el que conocemos como
anarquismo. Casi dos siglos después de su surgimiento, el anarquismo continúa
siendo amado con fanatismo por algunos grupos juveniles que se extienden por
todo el mundo; u odiado con frenesí por aquéllos que aman el “orden”, es decir,
el status quo
.
No es casual que en la cobertura de las
manifestaciones y protestas, la imagen favorita de los medios de comunicación –particularmente
los electrónicos concesionados por el Estado–, sea la del “anarquista loco” que
busca a como dé lugar subvertir el “orden” que “nos da la paz, la libertad”
(definida ésta como lo hacen los sajones) y acabar con todo resquicio del
Estado. Y esto último es cierto, el anarquismo parte del hecho de que los
individuos pueden hacer uso de su libertad a través de formas de organización
igualitarias. Hay dos grandes corrientes: la del individualismo y la
socialista. Sin embargo, ambas niegan la necesidad de autoridad, liderazgo y
gobierno, inherente al ser humano. No obstante, esta necesidad de autoridad
está tan arraigada en la mente del ciudadano promedio, que resulta impensable
una sociedad “sin gobierno”.
Por otra parte, en general, la mayoría de las
personas se quejan de leyes, reglamentos, regulaciones, impuestos y abusos de poder,
y sin embargo, se piensa que no hay más remedio que aguantar en silencio, dado
que la alternativa de “falta de poder, autoridad y todo mundo haciendo su
propia voluntad”, sería inaceptable, sería la anarquía.
Las alternativas de sociedades posibles sin Estado
son ilimitadas. De entrada, cualquier sociedad anarquista ahorraría al ciudadano
las distorsiones que produce el Estado, porque al final el Estado funciona,
porque responde a las necesidades de la clase que lo creó: la burguesa. No es
que el Estado esté mal cuando reprime a los ciudadanos en el más amplio sentido
de la palabra. En realidad, con ello sólo cumple con su objetivo histórico, que
es proteger los intereses de quienes lo conformaron.
El anarquismo parte del hecho de que existe una
sociedad libre y de libre cooperación. Hay varios tipos de anarquismo, aunque
todos parten de que el Estado debe ser sustituido por una sociedad sin clases y
sin la violencia restrictiva, la represión. No es una circunstancia que refiera
solamente a una utopía; ha habido un largo recorrido histórico. La anarquía no
surgió de teóricos encerrados en sus torres de marfil, sino directamente de la
lucha por la supervivencia de la población oprimida.
La idea central del anarquismo es que la sociedad
tome en sus manos su organización y acción de vida, sin la necesidad de que
alguien o algo la gobierne. Sin embargo, se habla de que en una sociedad como
ésa reinaría el caos. Pero actualmente reina el caos: millones de personas
están desempleadas mientras que otras viven para trabajar por la excesiva carga
de un empleo que implica sólo la repetición y la rutina. Millones mueren de hambre
mientras se tira comida al mar para mantener los precios. El aire está
contaminado a causa del humo de los vehículos, que se multiplican como parte
del status.
Aquellas partes del Estado que se supone son
benéficas, son en realidad engranes que nos hacen más dependientes de él. Por ejemplo,
el caso de la seguridad social, que no resuelve los problemas de salud de la
población, sino que sólo la hace más dependiente del Estado; al mismo tiempo, le
ha quitado la posibilidad de crear su propia iniciativa de sistemas
autogestionados de seguridad social.
Mientras la autoridad sólo puede imponer cosas, el
anarquismo plantea que sólo aquellas personas que viven en una determinada
zona, tienen derecho a decidir sobre su organización y sobre los asuntos que
conciernen a dicha zona. Sin clases dirigentes o gobernantes, y sin la
necesidad de un aparato para mantener el control y la esclavitud, no habría
necesidad de un Estado.
Sin el Estado las sociedades tendrían que encontrar
una forma de organización libre, de acuerdo con los propios fines de esa
sociedad. No podría haber una sociedad más caótica que la actual, dado que
busca el saqueo, la represión y el control de sus integrantes. Por ello el
anarquismo constituiría la edificación de una sociedad mucho más tranquila y
equilibrada.
Los gobernantes dicen proteger a la sociedad y, sin
embargo, sólo se protegen a sí mismos, y a sus propiedades, de la sociedad. Si
los bienes de la comunidad se socializan, sería absurdo robar. Al asumir la
propiedad colectiva, la comunidad decidiría la forma de organización de la
seguridad. Estas comunidades necesitarían organizar algún medio con qué tratar
a aquellos individuos que perjudicaran a los demás. En lugar de varios miles de
policías profesionales, todos se protegerían mutuamente.
Otro ejemplo de lo retorcida que es la actual
sociedad son las cárceles. El sistema penitenciario que produce el Estado ha
fracasado a la hora de mejorar o reformar a las personas que son llevadas a
prisión. El actual sistema penitenciario es una universidad del crimen.
Aquéllos que ingresan por un delito menor, salen convertidos en delincuentes
profesionales que vivieron procesos importantes de deshumanización.
Los presos que cumplen con una condena larga a
menudo se convierten en seres incapaces de sobrevivir fuera de una institución
que tome todas las decisiones por ellos. La mayoría de los presos reincide.
Frente a esto, el anarquismo, como las comunidades indígenas, propone que sea
la propia gente la que decida sobre las formas de reparación del delito y de
castigo en aquéllos que violenten las normas y la realidad de la sociedad.
El anarquismo constituye una forma de organización
distinta. No significa necesariamente el caos. Consiste en un pacto voluntario
entre individuos y grupos que, de manera soberana, coinciden en que cualquier
tipo de coerción, como el monopolio de la violencia legítima, es inaceptable.
El anarquismo puede entenderse como una forma de
vida individual en la que el sujeto es soberano de sí mismo y el único capacitado
para tomar las decisiones que le conciernen. En ese marco, las relaciones
sociales deben desarrollarse como pactos voluntarios entre hombres y mujeres
libres, que no son dependientes de terceros en el control de sus vidas. Con
ello, las personas tienen el derecho de autogobernarse y la responsabilidad sobre
sí mismo y los otros.
El anarquismo rechaza el principio de autoridad al
que se opone la autonomía o soberanía individual y el libre pacto. Cualquier
autoridad, sea impuesta o voluntariamente aceptada, es rechazada por los
anarquistas. Por norma general, pretenden sustituir las relaciones autoritarias
por relaciones de consenso; es la asamblea, en el espectro ácrata, el método
organizativo más común para la toma de decisiones.
El anarquismo entiende que el Estado, como
cualquier otra institución con poder, engendra violencia, dado que siempre será
una minoría quien ostente el poder y por lo tanto coarte la libertad de las
mayorías para mantener sus privilegios. Por lo tanto, cuando este corpus de
conocimiento teórico se pone en práctica, inevitablemente hay una confrontación
entre quienes piensan que los individuos deben gobernarse a sí mismos, y
aquéllos que consideran que deben existir instituciones que los gobiernen.
Esta confrontación deriva en una lucha, para la
cual existen al menos dos caminos: aquél que establece que la confrontación
debe ser violenta; y el que alude a la resistencia pacífica e incluso
noviolenta. Ejemplos del primero son aquéllos que asesinaron a los líderes
rusos (1881); en la República Francesa (1894); en Italia (1900), y en los
Estados Unidos (1901).
Algunas de las tendencias y actitudes anarquistas
identificadas como noviolentas son el cristianismo libertario y el anarcopacifismo;
movimientos que tienen una fuerte convicción de que el uso de la violencia
supone repetir patrones de poder y autoridad, lo cual los lleva a rechazar
cualquier acto de violencia y abogan por otros métodos de lucha, tales como la
desobediencia civil y el antimilitarismo. Sin embargo, hay corrientes como el anarcosindicalismo
en las que ambas posturas han convivido.
En la Guerra civil española y en la Revolución
makhnovista en Ucrania, el anarquismo también utilizó la violencia.
Senderos
del anarquismo
En América Latina el anarquismo tiene una amplia
historia, rica en luchas pacíficas y violentas, en manifestaciones individuales
o colectivas; en propaganda oral, escrita y práctica; en obras literarias, en
experimentos teatrales, pedagógicos, cooperativos, comunitarios, entre otros.
El presente documento es una recopilación de
algunos textos de anarquistas clásicos y mexicanos, que constituyen un corpus teórico y empírico del pensamiento anarquista
que impulsó luchas en Europa y México. En medio de la crisis civilizatoria que enfrenta
el planeta, el anarquismo constituye una alternativa al Estado, así como un
aliciente a la resistencia frente a toda autoridad surgida, no de la libertad
de los pueblos e individuos, sino de la imposición y la construcción de la
superestructura que domina y coarta.
Los rasgos centrales de su corpus de ideas, son el
rechazo a la autoridad, otorgar absoluta prioridad al juicio individual, por encima
de los mecanismos de coerción que crea la superestructura, entendida como el
entramado construido para imponer comportamientos, ideas, necesidades...
El anarquismo, como corriente socialista o
colectivista, nace casi al mismo tiempo con dos grandes autores: Proudhon y Bakunin,
aunque puede considerarse al segundo continuador de la obra del primero,
siguiendo un proceso de radicalización en muchos aspectos. En espera de la
visión de otros autores, Guerin establece la continuidad de las ideas con
Kropotkin, con quien surge el comunismo libertario y la sociedad anarquista
alcanza aspiraciones científicas; Malatesta y su activismo incansable, y que
incluso atribuye a Volin, con la experiencia de la Revolución rusa, una de las
obras más notables del anarquismo.
Algunos autores consideran que el anarquismo es una
tendencia de pensamiento y movimiento, es decir, una expresión de lucha con
programas de acción. Es una tendencia a la libertad individual y colectiva,
liberación de coerciones violentas del Estado y el patrón. Es al mismo tiempo
una actitud, una postura y un programa de lucha. Es, dicen algunos autores, una
tendencia innata a la búsqueda de la libertad.
En el terreno de lo religioso es una rebelión
contra las tradiciones dogmáticas y los prejuicios; construir, más que la fe en
lo etéreo, una confianza en la voluntad humana y un mundo más justo aquí en la
Tierra, y no necesariamente en el cielo.
En el campo de lo político, los individuos y los
grupos organizan su propia vida al margen del Estado, eliminando su injerencia
y combatiendo sus pretensiones. En el ámbito económico, el fin es que los
trabajadores se emancipen de toda explotación, del trabajo asalariado que los
obliga a someterse o a pasar necesidad. Esta lucha en pos de la libertad se da
de múltiples formas en todos los ámbitos de la actividad humana; aunque es
incondicional en sus convicciones libertarias, no está sometida a fines ni
intereses determinados.
Para el militante anarquista italiano, escritor y
educador, Luigi Fabbri, el anarquismo no subordina su actividad revolucionaria
a ninguna condición ni dogma; resulta incansable en su tarea diaria de
propulsar y educar, sin renunciar nunca a los pequeños detalles. No hay
sometimiento ni espera de tiempos adecuados para la transformación social, pues
se conoce que sólo la acción posibilita la evolución y la llegada de tiempos mejores.
Por supuesto, existe una adecuación entre medios y fines. Pero sólo mediante la
libertad puede educarse a los hombres. Sin embargo, esto no se reduce
únicamente a la lucha personal, sino que apunta también a comprender que sólo
acabando con el privilegio político y económico a nivel social es posible caminar
hacia una sociedad libertaria.
El movimiento libertario convivirá por largo tiempo
con todo tipo de fuerzas autoritarias, y su fuerza reside precisamente en su
coherencia transformadora entre medios y fines. La vieja concepción anarquista
no dista mucho de la solución actual: utilizar la propaganda, el movimiento y
la acción para estimular el desenvolvimiento de las tendencias humanas a la
libertad y la igualdad. El objetivo es combatir todas las corrientes, fuerzas e
instituciones autoritarias, con el fin de establecer una sociedad en la que
toda coerción violenta y toda explotación se hayan desterrado. Fabbri describe
la palabra “anarquía” como una organización social basada en el consentimiento
voluntario, el apoyo mutuo y la cooperación libre.
El anarquista es, en primer lugar, un individuo que
se ha rebelado, dice Agustin Hamon. Un hombre y una mujer que se han emancipado
de todo lo que se considera sagrado. Es una persona que no busca verdades
irrefutables, que se eleva por encima de todo tradicionalismo y es capaz de
derribar a todos los ídolos. El primero de ellos, el Estado.
Bakunin califica al Estado como “una abstracción
que devora a la vida popular”, mientras Malatesta afirma de su administrador,
el gobierno, que “con sus métodos de acción, lejos de crear energía, dilapida,
paraliza y destruye enormes fuerzas”. Al final, los totalitarismos del siglo XX
sólo confirmaron lo que los anarquistas del siglo anterior ya apuntaban:
nacieron del aumento de las atribuciones del Estado y de su burocracia.
El Estado burgués es una creación de la democracia,
la cual, si bien terminó con los privilegios de la monarquía (aunque no en
todos los casos), lo hizo a favor de una clase, la burguesa, y no a favor de
los individuos (llamados ciudadanos) y los pueblos. Ya lo afirmaba Proudhon, la
democracia mediante el voto es la delegación de la soberanía en el Estado, que
luego construyó una clase de “profesionales” –los políticos– quienes expropian
al individuo y a los pueblos la capacidad de decisión sobre sus propias vidas.
El voto, pues, representaría la renuncia al poder propio para dárselo a un
individuo o, peor aún, a una superestructura que gobierne a todos.
El Estado perdería su razón de ser si los pueblos
ejercieran plenamente su soberanía, puesto que quedaría diluido en la sociedad.
No habría entonces gobierno ni gobernados. La democracia burguesa, la llamada
“representativa”, en realidad es un mecanismo que encubre el poder económico y
político, lo protege, lo garantiza a unos cuantos, a quienes conocemos como la
clase gobernante, es decir, un grupo de iluminados que se dedican de manera
“profesional” a gobernar, a tomar decisiones sobre los otros. Para ello,
utilizan el voto como mecanismo para legalizar la expropiación del poder de los
otros.
Lo interesante es que el pensamiento anarquista
actual, trata de conciliar las posturas individualistas con las socialistas. Elanarquismo
se opone también al egoísmo burgués, pero rescata la concepción de que cada
individuo es “único”. Es decir, no pone al individuo contra la sociedad, más
bien concibe, con Max Stirner, la necesaria relación social en aras del propio
interés individual. Según este autor alemán, la fuente de energía es el
individuo. Así, la asociación humana sólo resulta provechosa si no destruye al
individuo y fomenta su energía creadora, por lo que resulta también útil para
la colectividad.
Hoy mismo, la psicología social demuestra que el
individualismo como hecho aislado es una abstracción. Somos gregarios. Al
final, toda la obra anarquista busca encontrar el equilibrio entre el individuo
y la sociedad. En esa lógica, tanto Proudhon como Bakunin consideran que ninguna
revolución puede ser organizada y provocada desde arriba, desde el status quo.
Pero al final el anarquismo no es una religión, más bien es una especie de
optimismo basado en consideraciones antropológicas, sociológicas, e incluso
psicológicas, que permite comprender los prejuicios que parecen verdades
incuestionables, como aquél en el que se cree que es necesario siempre un
líder, un gobernante, un jefe, un iluminado.
El prejuicio de la necesidad de un gobierno, del
famoso principio de autoridad, tan arraigado y aceptado hoy en día, genera que una
mayoría sustente un régimen autoritario y de injusticia social, y que al final
se convierta en un obstáculo para el desarrollo de la llamada energía popular. Por
eso es fundamental la pluralidad y el derecho a la disidencia. Una minoría,
consciente y preparada, puede servir de ejemplo para el resto de la sociedad,
pero dejando claro la adecuación de los medios afines al anarquismo; es decir,
sin que se conviertan éstos, los integrantes de la minoría activa, en la
vanguardia que dirige la acción anarquista.
En un mundo en el que parece haber “consenso”
respecto a la necesidad de los liderazgos, en donde la historia parece haber sido
superada, dado que “ha terminado” la lucha de clases; un mundo en el que parece
que lo único que queda es confiar en que el Mercado realice la “justa”
distribución de los recursos y donde la “libre competencia, el libre comercio”
son los mecanismos para la justicia, el anarquismo se convierte en una postura
de pensamiento que cuestiona y quiebra cualquier argumento que valide la
realidad actual.
No sólo es una postura para cuestionar, sino es
también una manera de impulsar la resistencia, la construcción de formas de lucha
que busquen revertir el status quo con la acción directa. Hoy afirma que los
seres humanos deben renunciar a su poder individual y social –relación dialéctica–
a favor de una clase dirigente o gobernante, que decide sobre las vidas de
todos, sobre el planeta, sobre el futuro. Parece utópico, pero por eso es necesario
recordar las palabras de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos
más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
[Texto que antecede a una Antología
del Pensamiento Anarquista que en versión original completa es accesible en
https://www.uaem.mx/difusion-y-medios/publicaciones/clasicos-de-la-resistencia-civil/files/pensamiento_anarquista.pdf.]
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