Viento Norte
El
Desierto de Atacama ha sido poblado, urbanizado e industrializado
históricamente en torno a la explotación minera [1]. En un primer momento el
salitre, luego el cobre y próximamente el litio. Todo esto con la consecuente
destrucción de los ecosistemas altiplánicos, pampinos y costeros, además del
desplazamiento colonial y altericida de las comunidades que ancestralmente
habitaron este territorio -entre ellas lickan antays, changos y aimaras [2]-, provocando
sequías en ríos, lagunas y salares, además de una contaminación en el agua y en
el aire que nos sitúa como una de las zonas más saturada con metales pesados o
“polvo de ciudad” en el mundo entero [3]. Situación que ha significado graves
problemas en la salud, expresados en el aumento de síndromes de asperger,
autismo, cánceres a la piel y pulmonares, entre otros, junto a la presencia de
plomo, arsénico y cadmio encontrada en la sangre de personas adultas y
pequeños/as en la costa antofagastina, producto de la instalación de un galpón
de concentrado en pleno centro de la ciudad [4].
Esta
cuestión ha sido denunciada públicamente por el Colegio Médico de Antofagasta,
el que actualmente lleva a cabo una demanda contra ATI buscando el retiro del
galpón, y durante algún tiempo por un movimiento social organizado bajo la
consigna “Este Polvo Te Mata”, el que finalmente decayó debido a la instrumentalización
política que hicieron de él algunos de sus caudillos, convertidos luego en
operadores políticos. En este sentido, una de las pocas expresiones de
resistencia que encontramos, al menos en el entorno más cercano, sería la experiencia
de las/os compañeras/os de Calama, organizados en la Coordinadora por la
Defensa del Río Loa y el Movimiento Calama Sin Plomo, en los cuales articulan
de manera autogestiva distintas individualidades, colectivos y organizaciones
desde hace años, logrando algunas “victorias” como la visibilización del
desastre ambiental que nos convierte en “territorio de sacrificio”, así como el
reciente retiro temporal del proyecto de ampliación de la fundidora de plomo RAM,
en una lucha que combina estrategias legalistas y de acción directa.
Ante este
escenario, las respuestas por parte del mundo minero empresarial han sido
multiformes y con una sola dirección: la cooptación de las comunidades mediante
recursos-migajas, ya sea la instalación de escuelas, museos, radios y otros, o
bien el pago de deudas domésticas, el mejoramiento de carreteras, plazas y
“espacios públicos”, el financiamiento de programas “interculturales de
integración”, la “creación de puestos de trabajo” y toda una demagogia discursiva
anclada últimamente en la falaz “minería sustentable”, que no es más que una
nueva careta de la devastación extractivista y sus nocivas consecuencias. A
continuación, revisaremos cómo opera en este sentido, y en este territorio, la
industria minera implicándose en la vida social de las comunidades, financiando
mega espectáculos y cooptando toda expresión genuina.
LA NUEVA
MINERÍA
Hoy en
día la mayoría de empresas mineras que operan en el Desierto de Atacama – o
región de Antofagasta para los efectos estatales/jurídico/administrativos-, son
transnacionales tales como BHP Billiton o Freeport McMoran, pero también está
la estatal Codelco y el consorcio Antofagasta PLC, propiedad del megamillonario
Grupo Luksic, dueños también del Puerto ATI (Antofagasta Terminal
Internacional), que contiene galpones de concentrado de cobre en pleno centro
de la ciudad, además de la Compañía Ferrocarriles Antofagasta Bolivia; o sea,
tienen el control de la cadena productiva completa: explotación, transporte, almacenamiento
y exportación. Habría que añadir que a
toda esta
maquinaria se suma la instalación de proyectos energéticos, representados en firmas como como Engie, AesGener Kelar, cuya generación
está estrechamente asociada a la minería. Todo esto en un contexto de cambios en
el sector, basados por un lado en la automatización de los procesos y la
transición de la minería “a rajo abierto” por una “minería subterránea” altamente
tecnificada, que ha significado despidos masivos, a su vez que en un cambio en
la matriz productiva que va desde la explotación del cobre hacia la explotación
de otros minerales como el litio y el molibdeno.
Procesos
acompañados por una retórica y demagogia de la “responsabilidad empresarial”,
“minería sustentable”, “minería amigable”, traducida en la creación de
Gerencias de Vinculación Medioambiental y Comunitaria, cuya finalidad no es
otra que la negociación mercenaria entre “especialistas sociales” y los pueblos
más afectados por la instalación de proyectos. Panorama que se ve intensificado
por la activación de tratados internacionales como el IIRSA y algunos TLC, que
avanzan en la concreción de un corredor bioceánico en esta zona y la
implementación de nueva infraestructura de saqueo, que les sean útiles al transporte
de sus mercancías entre los océanos Atlántico y Pacífico.
EL MITO
DE LA MINERÍA AMIGABLE
Todo esto
lo menciono con la intención de contextualizar el escenario en el que las
empresas mineras formulan, financian y ejecutan proyectos en el área de las
“políticas sociales”, algunas veces vinculándose con el rol del Estado en estas
materias, en otras sobreponiéndose y en algunos casos actuando cada cual por
sus propias (des)orientaciones e intereses. Así en Antofagasta las empresas
megamineras financian principalmente la realización de megaeventos "culturales"
y de espectáculo, con la intención de lavar su imagen mediática y al mismo
tiempo reducir impuestos, mediante la Ley de Donaciones Culturales o bien la
Franquicia Tributaria, hoy llamada Impulsa Personas. Labor en la que los medios
de comunicación y las grandes sumas de dinero invertidas en gigantografías y
publicidad, son sus mayores aliados en la construcción de esta imagen
benefactora. Entre estos eventos habría que mencionar: Filzic (feria del
libro), Fiis (feria de “innovación social”), Puerto de Ideas (charlas,
seminarios, etcétera), Zicosur (festival de teatro), Antofa a Mil (teatro, cine
y otros), Antofagasta en 100 palabras (mediático concurso de cuentos), entre otras.
Además de las fundaciones y museos culturales: Balmaceda Arte Joven, Museo
Ruinas de Huanchaca, Estación Cultural y Fundación Minera Escondida, las que se
encargan de dictar las pautas del quehacer “artístico” y “cultural” de esta
zona, superando con creces en recursos al presupuesto que el estado invierte en
esta área mediante fondos concursables, los que alineados a las “estrategias de
desarrollo regional” también tributan a esta industria.
Del mismo
modo, se podría añadir el rol que cumplen las fundaciones y agencias, entre
estas últimas CREO, que se dedica a temas de intervención urbana y barrial,
construyendo paseos públicos, áreas verdes y una normada "organización
vecinal", bajo la demagogia de la “conectividad interbarrial”. Entre sus
proyectos insignes: Paseo Cerro Mar, Borde Costero, Pinturas Participativas. Lo
llamativo de estas fundaciones, es que operan en la lógica de la “alianza
público-privada”, es decir, que todas sus iniciativas van con logos de la
tríada: gobierno, municipio y fundación, las que mediáticamente se desmarcan de
las mineras dada la “mala reputación” que tendría hacer cosas “ambientales”,
“benefactoras” desde sus imágenes corporativas. Así, inciden en la formulación, financiamiento y ejecución de algunas
políticas sociales, en las que los bolsillos y brazos del Estado parecieran
quedar cortos.
En
materia educativa, el aporte pareciera ser menos visible, pero no por esto de
menor impacto. La regla general es un mayor interés y financiamiento en la educación
técnico-profesional, sobre todo si se considera las necesidades de mano de
obra, “capital humano” le llaman los hipócritas, en las áreas de mecánica industrial,
electromecánica y operadores de maquinaria especializada. Para esto se sirven
de algunos liceos municipales – tales como el Industrial- o bien de algunos
subvencionados como el Colegio Don Bosco. En ellos “contribuyen” en la compra
de maquinaria, además de la realización de prácticas en modalidad dual, es
decir alternar una semana de estudio en el liceo y otra de trabajo en las
plantas mineras. Claro está que por un nulo o bajo salario. A esto se podría
sumar la realización de capacitaciones mediante la Franquicia Tributaria (ahora
llamada Impulsa Personas), la que permite a una empresa reducir impuestos si
acredita destinar recurso a la capacitación certificada de sus trabajadores.
Con todos los negociados, vacíos e irregularidades que esto pueda conllevar.
También es sabido de la compra de computadores, equipos radiales, bibliotecas e
incluso de la construcción de una escuela (Escuela Fundación Minera Escondida).
En un plano más especializado, podríamos mencionar el Centro de Educación
Industrial Minera (CEIM), destinado a la formación técnica de competencias en
trabajadores, sobre todo en maquinaria y mecánica, el cual cuenta con
simuladores y –al parecer- una de las mayores parafernalias tecnológicas
mineras en Latinoamérica. Ya a nivel académico, para supervisores y gerentes,
está la Escuela de Negocios Mineros, con sus programas de magíster y
doctorados. Aquí se dan los espacios de debate –seminarios, congresos,
charlas-, en los que discursivamente se renueva esta nefasta industria de la
devastación. Uno de sus voceros escritos: Revista
Norte Minero, en la que también puedes encontrar entrevistas e información
sobre los proyectos que financian. Todas éstas vendrían siendo algunas cabezas
visibles de este monstruo multiforme llamado Megaminería, cuyos tentáculos nos
golpean subterránea y cotidianamente de diversas maneras: apropiándose de nuestros
tiempos y espacios, precarizándonos laboralmente, despojándonos de todo vínculo
con la naturaleza y, sobre todo, enfermando y matando nuestros cuerpos. Ante
esto, debemos apostar por fortalecer una cultura crítica y autogestionada, que
no responde a más intereses que los de las mismas comunidades, potenciando
nuestras capacidades de organización, por un desierto en donde el arte, la
cultura y la sociedad toda sean libres.
Notas
[1] Óscar
Bermúdez. Historia del salitre: desde sus orígenes hasta la Guerra del
Pacífico. Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago, 1963.
[2] Megaminería
y migración forzada en un oasis del Desierto de Atacama. Entrevista a una
habitante de Quillagua. Publicada en Rebeldías,
N°3, Otoño 2018.
[3] Tapia JS, Valdés J, Orrego R,
Tchernitchin A, Dorador C, Bolados A, Harrod C. Geologic and anthropogenic
sources of contamination in settled dust of a historic mining port city in
northern Chile: health risk implications. PeerJ 6:e4699, 2018.
[4] Véase
los artículos: “Contaminación en el centro de Antofagasta II: una
profundización necesaria” (CIPER Chile, 2018): https://ciperchile.cl/2018/08/07/contaminacion-en-el-centro-de-antofagasta-ii-una-profundizacion-necesaria
y “Algunos conflictos en el norte árido de la región chilena. La devastación de
la megaminería en la Región de Antofagasta” (Revista Mingako #3, 2016): http://mingako.org/algunos-conflictos-del-norte-semiarido-la-devastacion-de-la-megamineria-en-la-region-de-antofagasta/
[Tomado
de revista Rebeldías # 4, Chile,
primavera 2018. Número completo accesible en https://revistarebeldias.files.wordpress.com/2018/11/rebeldicc81as-primavera-2018-1.pdf.]
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