Periódico Rojo y Negro (Madrid)
Nuestro
reto como sociedad avanzada es no escuchar más el silencio cuando la violencia
machista nos arrebata otra compañera a través de un feminicidio. La violencia
transversaliza nuestras vidas. Nos empobrece y cosifica, sometiendo nuestros
cuerpos a deseos ajenos. Nos hipersexualiza, agrede, viola, prostituye y
despoja de derechos para que la maternidad y la sexualidad sean una obligación
con yugo.
Las
violencias patriarcales alienan mentes, coaccionan, prohíben, silencian, asfixian
económicamente para que la necesidad sea un factor más de sumisión. La
violencia machista utiliza como arma a nuestras hijas e hijos, a la opinión que
los demás tienen sobre nuestra moral y comportamientos. La violencia nos veja, vilipendia,
lacra, humilla y vulnera.
La
violencia habita en la jefatura de Estado, en la judicatura, en los cuerpos represivos
del Estado, convirtiendo a los supuestos protectores de nuestras garantías en
verdugos. La autoridad presumiblemente cuidadora se vuelve perversa y solo lo
es para ejercer opresión hacía las personas más débiles. ¿A qué tienen miedo
las fuerzas represoras? ¿A que el feminismo traiga la equidad? No se cumple
deliberadamente el Convenio de Estambul y se pisotean los derechos humanos del
50% de la población para satisfacer la necesidad de privilegios del otro 50%.
La
violencia estructural es ejercida por nuestros padres y compañeros con beneplácito
social, como un juego macabro de poder y privilegios que aún muchos niegan y
pocos repudian. El patriarcado tiene aliadas que por tal de ser consideradas
cercanas a las elites del poder masculino, perpetúan las violencias contra sus
compañeras por acción u omisión.
Las
violencias nunca suman, siempre multiplican. Son estratificadas, estableciendo
clases, tipos, razas, géneros. Y son ejercidas desde el plano sexual, afectivo psicológico,
económico, familiar, obstétrico, médico, judicial, gubernamental, reproductivo,
laboral, político, emocional, cultural.
Es necesario
y urgente un cambio de sensibilidad social que nos haga reconocernos no solo
como oprimidas, sino que nos haga empatizar con las otras y sus transversalidades.
Entendiendo que la injusticia, la falta de igualdad, la pobreza y la violencia
transversalizada en otras de manera ineludible nos pertenecen y nos empequeñecen
en un plano social y humano que nos corresponde asumir y atajar a todos y a
todas.
“La no
violencia es un propósito más personal que el de la paz: una sola persona no
puede declarar la guerra, ni la paz. Lo que sí puedes hacer en tu vida es optar
por evitar la violencia en tu día a día” (Gandhi).
[Editorial
del periódico Rojo y Negro # 328, Madrid,
noviembre 2018. Número completo accesible en http://www.rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20328%20noviembre.pdf.]
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