Alejandro
Lora Medina
La extensión de la lectura
en el siglo XX fue un proceso de carácter subversivo y generalizado que
revitalizó el mundo cultural del país con la socialización de las prácticas
letradas y orales. La importancia de la literatura entre los sectores revolucionarios
se convirtió en una de las herramientas principales en su lucha contra el
analfabetismo y el control del Estado de las estructuras educativas. Esta difusión
consciente y necesaria, iniciada ya desde finales del siglo anterior con el
nacimiento de los sistemas educativos nacionales y la expansión de la lectura,
permite pasar de una práctica silenciosa y personal a una "lectura
escuchando", estableciendo así las bases de una oralidad mixta (Martínez
Martin, 2005: 19, 20; Martínez Rus, 2005: 180, 181; Viñao Frago, 1989: 313-315;
Mainer, 1977; Guereña; Tiana Ferrer, 2001). Para las organizaciones obreristas,
especialmente ácratas y en menor medida socialistas, el proceso activo y
consciente de leer un libro era uno de los actos ideológicos más importantes que
podía realizar un militante, trascendiendo la concepción de ocio para
representar un ejercicio de consciencia intelectiva. El texto escrito se erige
en el instrumento perfecto para acabar con la ignorancia y el analfabetismo social,
diversificando la interpretación de la historia y permitiendo a los obreros en
erigirse sujetos activos de su propio discurso. Esta realidad, a pesar de ser
manifiestamente revolucionaria, venía propiciada por el régimen de nuevas libertades
instaurado en España desde principios de siglo, pero especialmente durante la
Segunda República, que llevaría al incremento sustancial de bibliotecas
públicas y centros educativos (Martínez Rus, 2003: 10, 23-28; De Luis Martín,
2004: 220-226; Bernalte Vega, 1991; Mainer, 1977) [1].
Este tipo de espacios de
difusión cultural iban a proliferar especialmente en el campo ácrata en forma
de ateneos libertarios que se erigían en auténticos espacios de sociabilidad
insertos en la tradición decimonónica anterior, ligada a la difusión del
racionalismo y el liberalismo político. Al igual que los clubes republicanos y
los centros de cultura, los ateneos se convierten en difusores de una enseñanza
básica y superior, fomento de la ciencia y de círculos literario-artísticos que
insertan al obrero en dinámicas antes exclusivas de la elite burguesa. Esta
labor alfabetizadora los convirtió de facto en alternativa a las escuelas
estatales, afianzando así su posición vertebradora como centros vivos del
mutualismo obrero. Frente a una educación más rígida y tradicional, estos
lugares permitían acceder libremente, no sólo a una educación más en
consonancia con las reivindicaciones de estos sectores, sino a un material
educativo que fuera de estas paredes era prohibitivo para muchos de sus
miembros dada la escasez económica existente (Villacorta Baños, 2003; Gutiérrez
Lloret, 2001; Morales Muñoz, 2001-2002; Solà, 1989: 394; Solà, 1995: 367, 368;
Ealham, 2005: 64-70, 151, 152; Navarro Navarro, 2002: 343-348; Navarro Navarro,
2008: 227-253; Bajatierra, 1930: 9-12) [2].
Una muestra de esta
realidad es el lema del Ateneo Libertario de la barriada del Clot en Barcelona
que refleja ese culto permanente al conocimiento como mecanismo esencial para
el mejoramiento intelectual humano: "Saber mucho para amar mejor” [3].
Dentro de los ateneos, las
secciones de cultura eran las más importantes ya que se dedicaban al
mantenimiento, organización y cuidado de las bibliotecas. Éstas solían
encontrarse decoradas con simbología ácrata como cuadros o retratos de figuras
del anarquismo como Mijaíl Bakunin, Anselmo Lorenzo, Ferrer y Guardia o Errico
Malatesta. En estos espacios no podían faltar las salas de lectura atestadas de
estanterías de madera con todo tipo de material lector, como libros y
periódicos, y una gran mesa de lectura. Ateneos como el del Clot contaba en
1931 con unos ochocientos ejemplares y disponía de un servicio de préstamo
denominado "biblioteca
circulante", que consistía en que cualquier miembro podía llevarse a su
casa el ejemplar que estuviera leyendo en ese momento. La intención era poner
las máximas facilidades posibles para aficionar a más y más afiliados y
simpatizantes a unas lecturas que, por falta de tiempo o por cuestiones laborales
no estaban incluidas en su vida diaria[4].
Toda esta infraestructura
facilitaba el desarrollo de una lectura consciente, convertida en un proceso
revolucionario y de catarsis interna que transformaba a sus practicantes en
individuos socialmente despiertos. Su utilidad y funcionalidad radicaban en ser
una herramienta que no necesitaba de acciones propagandísticas que gastasen
recursos a la organización, sino que su éxito o fracaso dependía sencillamente
de que el individuo quisiera aprender. José Fortea, militante de las JJ.LL.,
recuerda en sus memorias cómo se afilió a la CNT cuando aún militaba en la UGT
después de leer Entre campesinos de Malatesta (Fortea Gracia, 2005: 21).
En líneas generales, los gustos lectores estaban influidos por el cambio
generacional. Hasta los 35-40 años el interés se extendía a obras de cultura
general (astronomía, química, historia, pedagogía o sexualidad) que eran
preferidas por jóvenes militantes frente a los tradicionales tratados antiguos
sobre teoría anarquista. Los viejos militantes, sin embargo, estaban más
apegados a los libros clásicos comunistas y anarquistas, y centraban sus
intereses en asuntos relacionados con la cultura sindical y la lucha obrera.
Estos incluían por regla general "los libros de los barbudos" (García
Oliver, 1978: 30), con las obras de Bakunin, Marx, Pi y Margall, Anselmo Lorenzo
y Eliseo Reclus entre otros. La distancia generacional entre jóvenes y mayores era
paliada con lecturas colectivas con sus respectivos comentarios posteriores que
convertían a la "lectura pública" en una práctica habitual entre los colectivos
iletrados ya desde el siglo XIX. Con esta forma de aprender, aquellas personas
que no sabían leer, veían salvadas sus limitaciones con la práctica de la
solidaridad intergrupal, evitándose también las "malas lecturas" o interpretaciones
doctrinales incorrectas desde un punto de vista ortodoxo. La moralización de
esta práctica es evidente y permitía utilizarla como una herramienta capital en
el fortalecimiento de la cohesión interna a través de la socialización de las
ideas y los discursos (Ruipérez & Pérez Ledesma, 1980: 41; Carrasquer,
1986: 15; Vallina, 2000: 27; Viñao Frago, 1989: 314-317; Martínez Martin, 2005:
27) [5].
Estas tertulias, que
generalmente tenían un carácter más coloquial y menos formal que las
conferencias o los mítines, no solían anunciarse en la prensa libertaria debido
a que estaban más relacionadas con la autoformación interna que con la difusión
doctrinal. Su temática era variada y abarcaba desde prensa confederal hasta
cualquier libro o folleto que algún miembro del grupo estuviera leyendo y
quisiera compartir. Se trataba de actos en los que se potenciaba la apropiación
e interiorización de los contenidos y se criticaba, desde la experiencia
personal, la sociedad, además de servir para deliberar sobre ideas comunes,
vivencias y dudas doctrinales o formales. Era el medio perfecto para aprender
en grupo y la base de la formación posterior de grupos de afinidad, dada la
amistad que se generaba entre sus miembros:
"En la tertulia salían
cosas del trabajo, de la vida o que pasaban en ese momento, cómo se trabajaría
en colectividad y socialización, se hablaba del amor libre, allí pasaba todo,
con mejor o peor discurso" (Fortea Gracia, 2005: 21).
La relevancia de una
literatura moralizante superaba el ámbito libertario para extenderse a toda la
sociedad gracias, en buena medida, a la labor ejercida también por las
bibliotecas públicas del Estado. Por ejemplo, una parte de los libros
solicitados para la biblioteca de Bujalance (Córdoba) en 1933 fueron obras de
Kropotkin, Anselmo Lorenzo, Mauro Bajatierra o Max Nettlau. Esto explicaría que
los canales de acceso a la cultura eran variados y los libertarios no
utilizaban exclusivamente los ateneos libertarios para su formación, sino que
aprovecharían dichos centros para acceder a libros o autores que por otros medios
no podían (Martínez Rus, 2003: 20; Martínez Rus, 2005: 197; Albiñana &
Arancibia, 1978: 21; Miró, 1979: 28-31; Amorós, 2008: 11).
* * *
Conclusiones
El presente trabajo muestra
la importancia que adquirió en el anarquismo español, concretamente en la
década de los años treinta, la lectura como medio fundamental en la educación y
la formación de los militantes. Su importancia radica en ser una actividad que
trasciende su concepción de ocio para ser concebida como arma en el proceso de
creación de una conciencia colectiva, crítica y revolucionaria contraria al
aparato estatal. Su función principal era crear individuos emancipados de la
moral vigente y alineados éticamente con los postulados anarquistas en un
idealismo de corte materialista y pragmático que situaba lo cultural en el
centro del debate sobre la identidad ácrata. La "lectura escuchando"
y la "lectura interna" se consagran como instrumentos esenciales en
el proceso intelectivo del militante con la confluencia de viejos militantes con
jóvenes recién llegados a los círculos libertarios. Esto las convertía en dos
herramientas fundamentales para el fortalecimiento de la cohesión interna,
gracias a la socialización de los discursos teóricos y la prevención de interpretaciones
doctrinales incorrectas.
Los ateneos libertarios,
como centros de debate y crítica contra el poder, y sus bibliotecas se erigen
en espacios centrales de sociabilidad al promocionar la cultura y permitir a
sus militantes acceder al libro. Dichos centros se convirtieron en opción
educativa frente a las escuelas estatales, vertebrando desde la infancia a la
edad adulta una sociabilidad ácrata obrera fortalecida por la formación de
grupos anarquistas y de jóvenes. La figura del barrio adquiere una relevancia
especial al erigirse como espacio de cohesión grupal para la práctica, no sólo
de acciones revolucionarias a nivel nacional, sino para la mejora directa de la
vida cotidiana de sus habitantes. Es una sociabilidad que nace del debate y la
lectura común de todo tipo de obras, en una concepción totalizadora y
abiertamente moralista de la cultura para los ácratas. Esta labor, centralizada
en torno a las librerías de estos centros culturales pero también de las obras
vendidas a través de la prensa ácrata, estaba imbuida de cierto carácter mesiánico
y proselitista según la cual la sociedad, oprimida por el Estado burgués, el
sistema capitalista y la moral religiosa dominante debía ser liberada. Liberación
que estaba inexorablemente ligada al libro como recipiente del conocimiento
universal.
Entre los distintos fondos
temáticos divulgados, además de volúmenes centrados en la crítica del Estado,
la religión y la estructura económica capitalista, destacan temas relacionados
con la sexualidad, la higiene, la medicina, la ciencia y la mujer que, sin
embargo, ocupan un espacio reducido frente a la abundancia de esta literatura
de signo sociológico-moralista. Entre las que destacarían las novelas de corte
sociológico y claramente moralizantes que pretenden extender entre la
militancia la necesidad de modificar la conducta personal por medio de una
"revolución de las conciencias", como paso previo para la revolución
política. Son obras que, sustituyen el realismo por una visión ideologizada y
muy subjetiva de la realidad, todo desde una óptica ácrata, que lleva al lector
a deducir que el anarquismo es la solución a todos los males. Dentro de los
autores ácratas, destaca el hecho de que muchos de los principales propagandistas
de la época, a pesar de que el discurso redentor se dirige a la clase obrera, no
pertenecen a ésta por nacimiento, sino que tienen una educación de corte
"burgués" y universitaria.
La prensa también jugó un
papel importante en esta labor apologética de la lectura, ya que además de
secciones en las que se intentaban fomentar obras de denuncia social,
anticlericalismo, antimilitarismo o afirmación anarquista, se vendían y
editaban libros y folletos diversos. En total, se han contabilizado más de mil
doscientos volúmenes que demuestran el afán ácrata por fomentar a toda costa
entre sus seguidores una cultura heterogénea y diversa, a la par que
revolucionaria y subversiva. Sin embargo, la existencia de obras de unos autores
y no otros evidencia un claro proceso de selección consciente por parte de las
editoriales y los periódicos anarquistas. En el fondo, los libros puestos a la
venta acabarían representando las ideas o principios que defendían dichas publicaciones
aunque de forma indirecta, y enmascarado tras la defensa de la cultura y la
ciencia de forma totalmente ecléctica. Aunque la existencia de una literatura
profundamente ideologizada no es exclusiva del mundo libertario, en el
movimiento anarquista, dado su carácter antiestatista y opuesto a la existencia
de líderes, ésta cobraba una mayor importancia y poder.
Notas
[1] La promoción de la
cultura del libro como un factor de la democratización de la sociedad fue
asumido por el gobierno republicano que se ocuparía de la dotación,
organización y difusión de las bibliotecas públicas a través del Patronato de
Misiones Pedagógicas y de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros,
garantizando el acceso libre y gratuito de los ciudadanos a las bibliotecas
públicas (Huertas Vázquez, 1988; Escolano Benit, 1992).
[2) La Revista Blanca,
313, 18-01-1935.
[3] Solidaridad Obrera,
306, 13-11-1931. Por ejemplo, la escuela del Ateneo Cultural de Defensa
Obrera de Barcelona daba clases en abril de 1930 a un total de 400 niños de
la barriada y la Escuela Natura del barrio del Clot tenía 250 alumnos. La
Revista Blanca, 313, 18-01-1935; Bajatierra, 1930: 9-12.
[4] Acracia, 123,
16-12-1936; Pluma Libre, 11, 20-12-1936; Solidaridad Obrera, 306,
13-
11-1931.
[5] Pluma Libre, 11,
20-12-1936; Vía Libre, 60, 11-12-1937; Solidaridad Obrera, 1730,
12-11-1937.
[Para datos de la bibliografía
citada, ver el artículo original.]
[Primera parte y
Conclusiones del artículo “El poder de
la lectura como herramienta revolucionaria. El caso del anarquismo español de
los años treinta”, que en versión íntegra fue publicado por la revista Pasado y Memoria # 17, Alicante, 2018.
Número completo de la revista accesible en https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/80689/1/Pasado-y-Memoria_17.pdf.]
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