Lorcon
Los tiroteos en las escuelas americanas, así como los homicidios, están en constante aumento desde hace treinta años, e incluso se han convertido en tema de debate y de campañas políticas.
Tras la masacre de Parkland, en Florida, nuevamente se ha desencadenado el debate sobre por qué y cómo suceden estos hechos. Se han planteado propuestas de leyes, tanto estatales como federales, que tratan de imponer guardias y policías, nacionales o privados, dentro de los institutos, que impongan el blindado de los edificios, que impidan poseer armas a los menores de 21 años –menos, claro está, si se enrolan en el ejército– o bien se ha puesto el foco en la cuestión de la salud mental. Pero vayamos por partes.
Los tiroteos en las escuelas americanas, así como los homicidios, están en constante aumento desde hace treinta años, e incluso se han convertido en tema de debate y de campañas políticas.
Tras la masacre de Parkland, en Florida, nuevamente se ha desencadenado el debate sobre por qué y cómo suceden estos hechos. Se han planteado propuestas de leyes, tanto estatales como federales, que tratan de imponer guardias y policías, nacionales o privados, dentro de los institutos, que impongan el blindado de los edificios, que impidan poseer armas a los menores de 21 años –menos, claro está, si se enrolan en el ejército– o bien se ha puesto el foco en la cuestión de la salud mental. Pero vayamos por partes.
En los Estados Unidos existe un floreciente mercado de seguridad privada que surte, además de a los policías privados propiamente dichos, de materiales, medios, cursos de adiestramiento y equipos. Propuestas como la de permitir proteger las escuelas con puertas y ventanas blindadas en todas las aulas, además de poderlas vigilar de lejos, supone un volumen de negocio de cientos de miles de dólares. Adiestrar al personal para reaccionar contra un tirador significa gastar miles de dólares en cada miembro del claustro al que se designe esa tarea. Introducir policía privada significa otro montón de millones para pagarles a ellos o a las empresas que los contratan. Son medidas exquisitamente keynesianas, porque estimulan mediante el gasto público el mercado, y permiten reabsorber en parte el paro galopante entre los veteranos de las recientes guerras, un problema endémico en Estados Unidos, reciclándolos como vigilantes en las escuelas.
Esta propuesta encaja sobre todo en la tendencia general a la militarización de la sociedad, tendencia que vemos por todas partes. En una fase en la que aumenta enormemente la masa de gente destinada al paro o al empleo precario crónico a causa del cambio de paradigma en los sistemas de producción –manufactureros y cognitivos– es necesario aumentar el control social. La militarización no es más que la otra cara de la moneda respecto a sistemas de gestión de la miseria como la renta básica universal. Se deberá gestionar de alguna manera la creciente masa de excluidos, de pobres y de semipobres, ¿no? Palo y zanahoria son siempre buenos métodos.
Resulta por tanto necesario transformar aún más las escuelas en cuarteles, para prevenir movimientos sociales y para habituar a los individuos desde jóvenes a la militarización de la sociedad. En los Estados Unidos la situación no es tan agobiante, a pesar de que a menudo se la presente como tal. La revuelta de Ferguson, el movimiento BLM, han llevado a un primer plano el tema de la intersección entre dominio de clase y dominio racial. Han provocado miedo porque el año pasado demostraron no ser recuperables ni institucionalizables, desertando en masa de las urnas a pesar de los esfuerzos del Partido Demócrata. De la misma manera, en estos días se produce una vasta movilización de los enseñantes, en huelga salvaje en Virginia occidental y en pie de guerra en otros estados, para obtener seguros sanitarios decentes y aumentos salariales, con muchos estudiantes de su parte. Las movilizaciones medioambientales contra el fracking y la intención de retomar la extracción de carbón son cada vez más grandes, la elección de Trump se ha visto marcada por una huelga general, por manifestaciones en muchas ciudades y por imponentes movilizaciones sobre la cuestión de género.
Junto a todo esto se han dado las habituales y variadas propuestas de restricción de la posibilidad de acceso a las armas de fuego, que obviamente buena parte de nuestra izquierda apoya, decidiendo así fiarse de la opinión del Partido Demócrata estadounidense antes que escuchar qué tienen que decir las organizaciones militantes y los movimientos sociales de los Estados Unidos. Por otra parte, la hegemonía es el mecanismo por el que la ideología propia de la clase dominante penetra incuso entre quienes quisieron oponerse a ella, por lo que no nos asombra el hecho de que parte de la izquierda radical europea vaya tras el Partido Demócrata e ignore olímpicamente a Redneck Revolt, Rosa Negra/Black Rose y otros compañeros, y cito solo dos nombres por no extenderme.
El ogro de la izquierda liberal –la flamante NRA, Asociación Nacional del Rifle– es favorable a estas medidas de militarización, así como también lo es a ciertas formas de control de armas compartidas con la mismísima administración Trump, porque representa los intereses de una parte de la clase media-alta blanca. Sabe muy bien que medidas tales como mayores puestos de control o la prohibición de armas a los menores de 21 años no influirían sobre sus propios socios. Al contrario; no olvidemos que en el pasado ha apoyado medidas restrictivas para el acceso a las armas siempre que no se refirieran a las personas de color –fue emblemático el caso californiano de los años sesenta en donde se limitó llevar armas en público como respuesta a las manifestaciones del partido de los Panteras Negras– y les trajeron sin cuidado homicidios injustificables como el de Phileando Castile, un negro con permiso de armas para la defensa personal que fue asesinado a sangre fría por un policía durante un control, todo ello inmortalizado en vídeo.
La NRA ha demostrado mirar con buenos ojos cualquier medida tendente a apartar las armas de las miradas de los pobres y de las minorías, y no estar interesada en tutelar a los propietarios de armas que no formen parte de su estadística de referencia en todo lo que represente los intereses de esos miles de pequeñas empresas semi-individuales que funcionan gracias a la militarización cada vez mayor de la sociedad, y que son favorables a cualquier política que vaya en esa dirección. No creemos que los grandes productores de armas de guerra, el complejo militar industrial, tengan necesidad de la NRA para preservar sus propios intereses, que residen en las guerras propiamente dichas. ¿O sí?
Por otra parte, hemos de destacar que los libros escritos por personas ligadas a la NRA, que afrontan el tema mediante manuales (como los de tipo operativo de Massad Ayob, punto de referencia internacional incluso para muchos tiradores deportivos), cuando realmente deberían utilizar textos puramente técnicos e imparciales, difunden un texto subliminal profundamente influido por la ideología de la clase media-alta norteamericana, rebosante de justificaciones para los homicidios cometidos por la policía y de elogios desproporcionados a las fuerzas del orden. No es casualidad que desde hace algunos años se hable específicamente de gun culture, y que existan incluso cursos dedicados al estudio de estos fenómenos (señalo para quien esté interesados el sitio fundamental Gun culture 2.0 del sociólogo y tirador deportivo David Yamane).
La administración Trump ha hecho de todo para alejar el debate sobre la variable de la salud mental. Entendámonos: traducido a vil metal esto significa simplemente medicalización de la incomodidad psíquica, incomodidad que no puede dejar de estar presente en una sociedad alienada, y un posible retorno a métodos todavía más autoritarios. La cuestión de la salud mental es real, no solo en los Estados Unidos, y hay que afrontarla; pero llevamos un siglo de desastres y tragedias causados por la gestión puramente medicalizada, lo que nos indica que ese no es el modo correcto de proceder, aunque sea el único planteable en el paradigma de una sociedad alienada. Por otro lado, debemos subrayar que quien realiza ataques como el de Parkland en ningún caso lo hace porque sea clínicamente inestable. En realidad, quien comete actos similares actúa de manera perfectamente coherente y dentro de los parámetros de nuestra sociedad, del mismo modo que no se pueden transformar los homicidios de género en cuestiones médicas –el famoso rapto de locura con el que nos ablandan en ocasiones los periódicos– tampoco se puede pretender reducir una cuestión social con múltiples implicaciones a una cuestión de gestión del desarreglo psíquico.
Por otro lado, aflora siempre el problema sobre quién determina quién está loco. Hasta no hace muchas décadas, un homosexual era clínicamente considerado enfermo, y los transexuales experimentan todavía en ocasiones un tratamiento similar. Según este razonamiento habría habido que impedir a homosexuales y transgénero acceder a la posibilidad de defenderse de posibles agresiones. Como puede apreciarse, no es precisamente una cuestión sencilla, a pesar de lo mucho que insistan los Trump, que han declarado ser favorables al secuestro de armas a personas “peligrosas” –de nuevo ¿definidas por quién?– sin pasar por un proceso justo, base del derecho liberal, como los diferentes liberales del tipo Clinton.
La estadística de quien comete masacres en las escuelas dice más de lo que pueda decir el resto. Mientras la prensa europea se alinea tras el Washington Post y el New York Times, se sabe que en el caso de Parkland, por enésima vez, el asesino es un supremacista blanco que encaja perfectamente en la estadística de los responsables de matanzas por tiroteo: blanco, de menos de treinta años y de familia pequeñoburguesa.
En otras palabras, se trata de esa franja demográfica pequeñoburguesa, suburbana y blanca, que ha visto atacada su oposición relativamente privilegiada –extremadamente privilegiada respecto a otros componentes sociales– y que está entre los principales apoyos del presidente Trump (que ha obtenido, recordémoslo, más votos de los blancos urbanos que de los blancos rurales a pesar de lo dicho por la vulgata clasista de los liberales) y que desorientada en la niebla de la confusión delira contra el mundo moderno.
El origen de estos sucesos hay que buscarlo en la clase media blanca y en su forma de pensar: darwinismo social, individualismo en sentido negativo, misoginia –el autor del tiroteo de Parkland era activo en foros misóginos que son parte orgánica de la ultraderecha– y supremacismo blanco. Una acción de este género recuerda muy de cerca las modalidades de acción del nazismo y del fascismo, sobre todo de lo espontáneo: desprecio absoluto hacia los demás individuos que de alguna manera no han tenido acceso a un cierto nivel de iluminación y no están iniciados en la visión justa, eterna e inmutable del mundo, y da igual que esta iniciativa llegue a través de un rito iniciático cualquiera como en las diferentes sociedades secretas que constituyeron después el círculo interior del Partido Nazi o que llegue a través de la frecuentación activa de foros en la Red.
El atentador se abstrae de la masa sobre la que descarga sus armas en un rito de purificación, y logra autoafirmarse. Nos encontramos ante el eterno retorno de la cultura de derechas. El atentador en este caso ha escogido atacar a quienes son miembros de la misma comunidad –comunidad de la que con sus palabras los nazis se erigen en paladines– y no ha atacado a miembros de una comunidad identificada como “otra” –como por el contrario sucedió, siempre a manos de un joven supremacista blanco, en Charleston en 2015– pero no hay que asombrarse. El “soldado político” de la cultura de derechas se considera superior, haciendo suya una mente depredadora incluso, y sobre todo, hacia aquellos que dice querer defender. Las páginas de los escritos de Evola, y el mismo Mi lucha de Hitler o El mito del siglo XX de Rosenberg están llenos de pasajes que explican esta visión. Nada nuevo bajo el sol.
La única respuesta sensata a todo esto es la autoorganización. Como dice el 27 de febrero la web de Redneck Revolt:
“En los días siguientes a la masacre de Parkland, el debate público se ha trasladado al tema de la prevención. Este es el mismo debate que se produce en tragedias similares, y es comprensible. Cuando una persona decide descargar su rabia sobre sus semejantes, sus vecinos o colegas, la inclinación natural lleva a buscar un medio de evitar que eso vuelva a suceder. Para mucha gente, la solución más obvia es una estricta legislación sobre las armas: si quitamos las armas, no podrán caer en manos de los asesinos en serie.
Dado que podemos encontrar comprensible ese afán de actuar inmediatamente con los medios más sencillos en apariencia, debemos recordar que los problemas sistémicos solo pueden resolverse yendo a las raíces: en este caso, supremacismo blanco, misoginia y alienación social. Cuestiones de este calibre requieren una respuesta colectiva y comunitaria, y no pueden resolverse con procedimientos legislativos que no tienen ningún efecto sobre la cultura de la nación o sobre la vida cotidiana de las personas normales. Es importante reconocer dos cuestiones fundamentales:
1.- Prohibir un arma de fuego en particular [se refiere al debate sobre los fusiles automáticos, especialmente el AR15] no detendrá a quien quiera cometer violencia masiva ni mitigará cuanto pueda hacer. Una persona decidida puede obtener los mismos resultados con un fusil AR15 que con un fusil de caza, y las sustancias para fabricar bombas se pueden encontrar bajo el fregadero de la cocina.
2.- Las armas de fuego no son una cuestión exclusiva de la NRA, de los fascistas o de los asesinos antisociales. Son a menudo un disuasorio o la última línea de defensa de los pobres y los pertenecientes a minorías discriminadas. La historia está llena de ejemplos de víctimas de injusticias institucionalizadas y estructurales en las que se ha podido preservar la propia vida y la de los seres queridos gracias a la voluntad y a la posibilidad de usar un fusil. Desde la insurrección de Oka en los territorios mohawk ocupados, hasta Robert F. Williams y las organizaciones locales del NAACP (Asociación Nacional para el Mejoramiento de la Gente de Color) que se armaron y se defendieron contra el Ku-Klux-Klan. El acceso a las arma ha preservado la vida de personas que la sociedad no tenía interés en defender.
Debemos cuestionarnos realmente si la voluntad de resolver el problema de los homicidios en masa mediante una legislación de emergencia y no con un profundo cambio cultural, no acabará con la imposibilidad de defenderse sin resolver ningún problema. Esta tradición [de defensa armada de la comunidad y de los individuos marginados] todavía sigue viva, y atraviesa una primavera. Están surgiendo rápidamente nuevos y emancipadores clubes de tiradores y grupos de defensa, muchos de ellos dedicados específicamente a defender a los oprimidos”.
[Publicado originalmente en el periódico Tierra y Libertad # 358, Madrid, mayo 2018. Numero completo accesible en https://www.nodo50.org/tierraylibertad.]
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