“Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación a que pertenece por casualidad.” — Arthur Schopenhauer.
En todo país del mundo, desde muy pequeños, se inculca a los ciudadanos —consciente e inconscientemente— el amor a la patria, se obliga a memorizar himnos nacionales, símbolos patrios, costumbres autóctonas y en general, se hace pensar que es un orgullo pertenecer a una nación, servirla, sacrificarse por ella y cuidarla. El patriotismo/nacionalismo es una sensación —e ideología— tan arraigada en la mayoría de individuos que son muy pocos los que se aventuran a cuestionar su origen. Siendo escéptico, me inclino a pensar que no es más que una herramienta de control social utilizada para separar a las personas, haciéndolas creer que son diferentes, únicas, especiales, o en el peor de los casos superiores, simplemente por haber nacido casualmente en un pedazo de tierra que tiene diferente ubicación geográfica.
El concepto de país, nación o patria ha variado considerablemente a lo largo del tiempo y del espacio. En la prehistoria, éste simplemente no existía, ya que por la naturaleza nómada de la organización social y la inestabilidad de los sistemas de producción —recolección y caza—, no se necesitaba un pedazo de tierra al que nuestros neolíticos ancestros pudieran llamar “hogar”, “patria” o “nación”. Asimismo, el concepto de propiedad tampoco estaba muy desarrollado, estando éste íntimamente relacionado con el de nacionalidad. En tiempos de las cavernas, los humanos simplemente no tenían la vital necesidad de apropiarse —restringir el acceso a terceros— de bienes materiales que les garantizaran el sustento económico,
ya que vivían en relativa abundancia; bastaba combinar el trabajo con el entorno por unas cuantas horas para abastecerse de alimento por días o semanas. Fue con la invención —o descubrimiento— de la agricultura que se dio un drástico cambio de paradigma: la sofisticación de los medios de producción. La revolución neolítica cambió por completo al ser humano y la forma en la que se relacionaba con los demás y con su entorno. La tierra ahora podía manipularse, trabajarse, cultivarse para producir alimentos, criar animales —en vez de cazarlos— y construir viviendas y templos. Esta variación del sistema socio-económico causó que los conceptos de país y propiedad comenzaran —aparejados— a desarrollarse y popularizarse, hasta al punto de que la nacionalidad y la propiedad se han convertido en un “derecho humano” según la legislación y teoría legal actual.
Junto con el sedentarismo y la consolidación de la propiedad como institución jurídico-económica, se empezaron a dar las primeras organizaciones sociales “civilizadas”: la polis, la ciudad. Estas aglomeraciones urbanas, por ser el lugar de interrelación, trabajo y culturización entre las personas, fueron objeto de una especie de “veneración” por parte de sus habitantes.
Paralelamente a las ciudades, se dio también la figura del Estado —gobierno o autoridad— cuya función teleológica en un inicio era establecer lineamientos mínimos —o excesivos— de convivencia entre las personas.
“El patriotismo es la virtud de los depravados.” – Oscar Wilde.
Las primeras grandes ciudades registradas históricamente se situaban en la Antigua Mesopotamia (hoy Irak), y el concepto de país se enmarcaba a los límites territoriales de la urbe. Ciudades como la famosa Babilonia exacerbaban el sentimiento de patria únicamente sobre las personas que nacían, crecían o habitaban dentro de sus murallas. Posteriormente, en la antigua Roma, la patria o nación no sólo era la ciudad, sino también las provincias que formaban parte del sacro imperio. Es por ello que en Roma existía el Ius Civile para ciudadanos romanos y el Ius Gentium para los extranjeros, esto como mecanismo de segregación poblacional y cultivo de patriotismo. En la edad media fueron los reinos, ducados, feudos, etc. En la edad moderna los burgos y las primeras ciudades-Estado (algunas todavía subsisten) fueron las que acapararon el sentimiento de amor y pertenencia de sus habitantes.
En la actualidad, la nación evolucionó al concepto de país. Pero, ¿exactamente qué es esta construcción abstracta y artificial que hemos ideado los humanos para dividir territorial, política, económica, cultural y socialmente nuestro planeta? Incluso el diccionario de la RAE es ambiguo e incapaz de proporcionar una definición concisa, indicando que país es “Nación, región, provincia o territorio”. Estúpidamente, la RAE define nación como “Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno; territorio de ese país”. (Nótense las negritas) ¡Vaya que se entiende claramente qué es un país o una nación! Estas definiciones circulares y tautológicamente falaces no tienen ningún fin útil para el análisis que se pretende realizar en la presente entrada, por lo que se hace pertinente evaluar otras fuentes.
“Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a todos los demás porque tú naciste en él.” – George Bernard Shaw.
Personalmente, considero que se puede encontrar un concepto más claro de lo que es un país al examinar la definición jurídica de lo que es el Estado: conjunto de personas asentadas en un territorio delimitado que se rigen bajo un ordenamiento jurídico común, emanado de un órgano que ostenta el poder público —gobierno— cuyo fin último es buscar el bien común. Esto es entonces un país: habitantes que comparten una ubicación geográfica, se rigen bajo las mismas leyes, y adoptan ciertas tradiciones, costumbres y valores comunes. Resumiendo, el canceroso patriotismo/nacionalismo no es más que adorar un pedazo de tierra porque se cree que de él se genera la fraternidad entre las personas, y creerlo especial por el simple hecho de haber nacido ahí.
Se comprende el hecho de que haya cierto aprecio, cariño o buenos recuerdos del lugar de crianza, pero de eso a morir por él hay una gran diferencia ¿Exactamente qué es lo que se está defendiendo tan fervientemente al morir por la patria? ¿Serán valores, costumbres o tradiciones? Pero éstos no dependen de la nacionalidad para ser adoptados, sino de la consciencia y educación de la gente. ¿Serán los habitantes? Pero los habitantes pueden vivir igualmente en otra locación geográfica, ya que no están inherentemente atados a una región. ¿Serán los bienes materiales o recursos naturales? Puede ser, aunque morir por objetos físicos no es muy honorable. En mi opinión no es nada. Realmente no se pelea por nada al defender a la patria.
Es por eso que esta construcción artificial que hemos creado: el “país” o “nación”, me parece contraproducente para que el ser humano asimile el hecho que es interdependiente, de que somos un solo planeta. Esta ficción es utilizada por los que ostentan el poder para manipular la consciencia de la gente y asegurarse así también el control de recursos estratégicos. Debemos alejarnos de todo aquello que genere segregación, y entender que —parafraseando a Carl Sagan— la Tierra es un sólo organismo, y un organsimo en guerra consigo mismo está condenado a la perdición.
¿Y cómo se puede controlar a la población con el patriotismo? Fácilmente. Un ejemplo claro fueron los ataques del 11 de septiembre en EEUU, evento que fue clave para lograr un enlistamiento masivo de personas que voluntariamente se unieron a las filas del ejército norteamericano para defender a su “amada patria”, atacada por despiadados, inescrupulosos y envidiosos terroristas. Otro ejemplo fue el Nacional Socialismo (Nazismo), que llamaba a los alemanes a servir a una nación que supuestamente estaba por encima de las otras, que merecía reinar sobre los demás, y ya se sabe como termina esa historia.
“El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”. – Albert Einstein.
Sin el patriotismo, no habría forma de que las autoridades y grupos de poder lograran convencer a los ciudadanos para que voluntariamente se ofrecieran a matar a otros y exponerse a sí mismos a la muerte, sólo para defender una idea abstracta que en realidad no significa nada. El patriotismo es entonces clave para las guerras, y las guerras son claves para los negocios. Hay dinero de por medio en el patriotismo, claro que sí.
Si los humanos lográramos borrar esa barrera artificial de la nacionalidad, eliminando las fronteras territoriales y nos apreciáramos por lo que somos, habitantes de la Tierra, unidos por un vínculo natural, conscientes de que somos interdependientes, no habría forma alguna de que pudiéramos ser manipulados para aplastar a nuestro prójimo por el simple hecho de ser originario de una locación distinta. No habría forma alguna de que nos tragáramos el cuento xenófobo de que los extranjeros representan un peligro para nuestro modo de vida y nuestras constumbres, y por lo tanto hay que combatirlos —hasta la muerte en muchos casos—.
Paul Valèry una vez dijo: “La guerra es una masacre entre personas que no se conocen para el beneficio de personas que sí se conocen pero no se masacran”. Otro francés, Jean Paul Sartre, mencionó que “cuando los ricos se declaran la guerra son los pobres los que mueren”. Ambos no podrían haber estado más acertados. Los pobres patriotas son los que derraman la sangre en los campos de batalla, mientras los ricos, más fieles al oro que a la bandera, se sientan cómodamente a observar desde una distancia segura todo lo que sucede, esperando que el conflicto termine para recolectar los frutos. Nathaniel Rothschild personificó lo anterior: el acaudalado indescrupuloso sin fronteras.
Pero las guerras sólo son un aspecto. La desunión también es un interés fundamental de los manipuladores si es que su fin último es la perpetuación del poder. Es rotundamente necesario que nos veamos los unos a los otros como alienígenas, sin objetivos en común, sin organización social para que la estructura de poder se pueda mantener. El statu quo dejaría de preservarse si repentínamente todos nos diéramos cuenta que somos iguales, que nuestras necesidades son las mismas y que cooperativamente podemos lograr más cosas que individualmente. No dejemos que nos dividan, no dejemos que nos venzan. El famoso divide y vencerás de Machiavelli. Los beneficios de la colaboración superan abrumadoramente a los de la competencia, de eso no hay duda.
Otra “aplicación” del patriotismo, es la consumista asociación de bienes y servicios comercializables con el lugar en donde se fabrican. Se nos trata de vender cerveza, comida, vehículos, electrodómesticos, cemento, hidrocarburos, servicios bancarios, educación, etc. etc. bajo el absurdo lema de ¡Orgullo nacional! Y lo más patético es que en efecto funciona. Ingenuos consumidores interactúan en el mercado ciegamente, en su mayoría basando decisiones no en el precio, calidad o cantidad, si no en el lugar de fabricación de un producto. Siendo el nacionalismo/patriotismo un as bajo la manga de los mercadólogos, se presenta como una herramienta perfecta del sistema capitalista actual, el cual sabe muy bien transformar casi cualquier cosa en lucro, y por ende en control económico. “No hay que ser malinchista, hay que comprar nacional” dice por ahí uno que otro perdido.
Complementariamente, es notorio que los eventos deportivos son extremadamente útiles para cultivar este abstracto sentimiento patriótico. Repetitivos campeonatos de mútiples disciplinas se realizan todo el año en todo el mundo, esperando que las masas idiotizadas apoyen ciegamente a participantes sólo por el simple hecho de provenir de una región similar —ni siquiera de una cultura en muchos casos—. Son acontecimientos tan irrelevantes como juegos de fútbol, carreras de carros, o cualquier otra insensatez las que hacen a las personas creer que deben agruparse las unas contra las otras. Se levantan barreras artificiales que resaltan nuestras diferencias y opacan nuestras similitudes. Asimismo, el desarrollo de simbología es vital para culminar el adoctrinamiento. Banderas, escudos, marchas, himnos, saludos y cualquier tipo de señal que artificialmente cree la sensación de “unión” entre las personas. La esvástica, el águila calva, la ceiba, el escudo de armas, La Marsellesa, la banda marcial, todos los anteriores son instrumentos de adormecimiento, de atrofiación, de supresión, de restricción del pensamiento crítico. Ese falso sentido de pertenencia emanado del nacionalismo y todos sus derivados es una ilusión, causa más desunión entre la humanidad.
Es por eso que me gustaría invitar a la gente a reflexionar, a liberarse de esta atadura mental que restringe nuestra calidad de humanos para hacernos creer que somos diferentes, cuando realidad somos mucho más parecidos de lo que creemos, al punto de que dependemos de los demás para tener una vida plena, feliz y próspera. Veámonos a todos como las personas que somos, no como guatemaltecos, estadounidenses, salvadoreños, italianos, africanos, asiáticos, negros, blancos, indígenas, ricos, pobres, de izquierda, de derecha, cristianos, musulmanes, creyentes, escépticos, jóvenes, viejos, mujeres, hombres, etc. Llamémonos humanos. Seamos humanistas.
“Nunca se tendrá un mundo tranquilo hasta que se extirpe el patriotismo en la raza humana.” – George Bernard Shaw.
[Tomado de https://filosofiantiautoritaria.wordpress.com/2017/09/09/el-patriotismo-como-herramienta-de-control-social/
En todo país del mundo, desde muy pequeños, se inculca a los ciudadanos —consciente e inconscientemente— el amor a la patria, se obliga a memorizar himnos nacionales, símbolos patrios, costumbres autóctonas y en general, se hace pensar que es un orgullo pertenecer a una nación, servirla, sacrificarse por ella y cuidarla. El patriotismo/nacionalismo es una sensación —e ideología— tan arraigada en la mayoría de individuos que son muy pocos los que se aventuran a cuestionar su origen. Siendo escéptico, me inclino a pensar que no es más que una herramienta de control social utilizada para separar a las personas, haciéndolas creer que son diferentes, únicas, especiales, o en el peor de los casos superiores, simplemente por haber nacido casualmente en un pedazo de tierra que tiene diferente ubicación geográfica.
El concepto de país, nación o patria ha variado considerablemente a lo largo del tiempo y del espacio. En la prehistoria, éste simplemente no existía, ya que por la naturaleza nómada de la organización social y la inestabilidad de los sistemas de producción —recolección y caza—, no se necesitaba un pedazo de tierra al que nuestros neolíticos ancestros pudieran llamar “hogar”, “patria” o “nación”. Asimismo, el concepto de propiedad tampoco estaba muy desarrollado, estando éste íntimamente relacionado con el de nacionalidad. En tiempos de las cavernas, los humanos simplemente no tenían la vital necesidad de apropiarse —restringir el acceso a terceros— de bienes materiales que les garantizaran el sustento económico,
ya que vivían en relativa abundancia; bastaba combinar el trabajo con el entorno por unas cuantas horas para abastecerse de alimento por días o semanas. Fue con la invención —o descubrimiento— de la agricultura que se dio un drástico cambio de paradigma: la sofisticación de los medios de producción. La revolución neolítica cambió por completo al ser humano y la forma en la que se relacionaba con los demás y con su entorno. La tierra ahora podía manipularse, trabajarse, cultivarse para producir alimentos, criar animales —en vez de cazarlos— y construir viviendas y templos. Esta variación del sistema socio-económico causó que los conceptos de país y propiedad comenzaran —aparejados— a desarrollarse y popularizarse, hasta al punto de que la nacionalidad y la propiedad se han convertido en un “derecho humano” según la legislación y teoría legal actual.
Junto con el sedentarismo y la consolidación de la propiedad como institución jurídico-económica, se empezaron a dar las primeras organizaciones sociales “civilizadas”: la polis, la ciudad. Estas aglomeraciones urbanas, por ser el lugar de interrelación, trabajo y culturización entre las personas, fueron objeto de una especie de “veneración” por parte de sus habitantes.
Paralelamente a las ciudades, se dio también la figura del Estado —gobierno o autoridad— cuya función teleológica en un inicio era establecer lineamientos mínimos —o excesivos— de convivencia entre las personas.
“El patriotismo es la virtud de los depravados.” – Oscar Wilde.
Las primeras grandes ciudades registradas históricamente se situaban en la Antigua Mesopotamia (hoy Irak), y el concepto de país se enmarcaba a los límites territoriales de la urbe. Ciudades como la famosa Babilonia exacerbaban el sentimiento de patria únicamente sobre las personas que nacían, crecían o habitaban dentro de sus murallas. Posteriormente, en la antigua Roma, la patria o nación no sólo era la ciudad, sino también las provincias que formaban parte del sacro imperio. Es por ello que en Roma existía el Ius Civile para ciudadanos romanos y el Ius Gentium para los extranjeros, esto como mecanismo de segregación poblacional y cultivo de patriotismo. En la edad media fueron los reinos, ducados, feudos, etc. En la edad moderna los burgos y las primeras ciudades-Estado (algunas todavía subsisten) fueron las que acapararon el sentimiento de amor y pertenencia de sus habitantes.
En la actualidad, la nación evolucionó al concepto de país. Pero, ¿exactamente qué es esta construcción abstracta y artificial que hemos ideado los humanos para dividir territorial, política, económica, cultural y socialmente nuestro planeta? Incluso el diccionario de la RAE es ambiguo e incapaz de proporcionar una definición concisa, indicando que país es “Nación, región, provincia o territorio”. Estúpidamente, la RAE define nación como “Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno; territorio de ese país”. (Nótense las negritas) ¡Vaya que se entiende claramente qué es un país o una nación! Estas definiciones circulares y tautológicamente falaces no tienen ningún fin útil para el análisis que se pretende realizar en la presente entrada, por lo que se hace pertinente evaluar otras fuentes.
“Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a todos los demás porque tú naciste en él.” – George Bernard Shaw.
Personalmente, considero que se puede encontrar un concepto más claro de lo que es un país al examinar la definición jurídica de lo que es el Estado: conjunto de personas asentadas en un territorio delimitado que se rigen bajo un ordenamiento jurídico común, emanado de un órgano que ostenta el poder público —gobierno— cuyo fin último es buscar el bien común. Esto es entonces un país: habitantes que comparten una ubicación geográfica, se rigen bajo las mismas leyes, y adoptan ciertas tradiciones, costumbres y valores comunes. Resumiendo, el canceroso patriotismo/nacionalismo no es más que adorar un pedazo de tierra porque se cree que de él se genera la fraternidad entre las personas, y creerlo especial por el simple hecho de haber nacido ahí.
Se comprende el hecho de que haya cierto aprecio, cariño o buenos recuerdos del lugar de crianza, pero de eso a morir por él hay una gran diferencia ¿Exactamente qué es lo que se está defendiendo tan fervientemente al morir por la patria? ¿Serán valores, costumbres o tradiciones? Pero éstos no dependen de la nacionalidad para ser adoptados, sino de la consciencia y educación de la gente. ¿Serán los habitantes? Pero los habitantes pueden vivir igualmente en otra locación geográfica, ya que no están inherentemente atados a una región. ¿Serán los bienes materiales o recursos naturales? Puede ser, aunque morir por objetos físicos no es muy honorable. En mi opinión no es nada. Realmente no se pelea por nada al defender a la patria.
Es por eso que esta construcción artificial que hemos creado: el “país” o “nación”, me parece contraproducente para que el ser humano asimile el hecho que es interdependiente, de que somos un solo planeta. Esta ficción es utilizada por los que ostentan el poder para manipular la consciencia de la gente y asegurarse así también el control de recursos estratégicos. Debemos alejarnos de todo aquello que genere segregación, y entender que —parafraseando a Carl Sagan— la Tierra es un sólo organismo, y un organsimo en guerra consigo mismo está condenado a la perdición.
¿Y cómo se puede controlar a la población con el patriotismo? Fácilmente. Un ejemplo claro fueron los ataques del 11 de septiembre en EEUU, evento que fue clave para lograr un enlistamiento masivo de personas que voluntariamente se unieron a las filas del ejército norteamericano para defender a su “amada patria”, atacada por despiadados, inescrupulosos y envidiosos terroristas. Otro ejemplo fue el Nacional Socialismo (Nazismo), que llamaba a los alemanes a servir a una nación que supuestamente estaba por encima de las otras, que merecía reinar sobre los demás, y ya se sabe como termina esa historia.
“El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”. – Albert Einstein.
Sin el patriotismo, no habría forma de que las autoridades y grupos de poder lograran convencer a los ciudadanos para que voluntariamente se ofrecieran a matar a otros y exponerse a sí mismos a la muerte, sólo para defender una idea abstracta que en realidad no significa nada. El patriotismo es entonces clave para las guerras, y las guerras son claves para los negocios. Hay dinero de por medio en el patriotismo, claro que sí.
Si los humanos lográramos borrar esa barrera artificial de la nacionalidad, eliminando las fronteras territoriales y nos apreciáramos por lo que somos, habitantes de la Tierra, unidos por un vínculo natural, conscientes de que somos interdependientes, no habría forma alguna de que pudiéramos ser manipulados para aplastar a nuestro prójimo por el simple hecho de ser originario de una locación distinta. No habría forma alguna de que nos tragáramos el cuento xenófobo de que los extranjeros representan un peligro para nuestro modo de vida y nuestras constumbres, y por lo tanto hay que combatirlos —hasta la muerte en muchos casos—.
Paul Valèry una vez dijo: “La guerra es una masacre entre personas que no se conocen para el beneficio de personas que sí se conocen pero no se masacran”. Otro francés, Jean Paul Sartre, mencionó que “cuando los ricos se declaran la guerra son los pobres los que mueren”. Ambos no podrían haber estado más acertados. Los pobres patriotas son los que derraman la sangre en los campos de batalla, mientras los ricos, más fieles al oro que a la bandera, se sientan cómodamente a observar desde una distancia segura todo lo que sucede, esperando que el conflicto termine para recolectar los frutos. Nathaniel Rothschild personificó lo anterior: el acaudalado indescrupuloso sin fronteras.
Pero las guerras sólo son un aspecto. La desunión también es un interés fundamental de los manipuladores si es que su fin último es la perpetuación del poder. Es rotundamente necesario que nos veamos los unos a los otros como alienígenas, sin objetivos en común, sin organización social para que la estructura de poder se pueda mantener. El statu quo dejaría de preservarse si repentínamente todos nos diéramos cuenta que somos iguales, que nuestras necesidades son las mismas y que cooperativamente podemos lograr más cosas que individualmente. No dejemos que nos dividan, no dejemos que nos venzan. El famoso divide y vencerás de Machiavelli. Los beneficios de la colaboración superan abrumadoramente a los de la competencia, de eso no hay duda.
Otra “aplicación” del patriotismo, es la consumista asociación de bienes y servicios comercializables con el lugar en donde se fabrican. Se nos trata de vender cerveza, comida, vehículos, electrodómesticos, cemento, hidrocarburos, servicios bancarios, educación, etc. etc. bajo el absurdo lema de ¡Orgullo nacional! Y lo más patético es que en efecto funciona. Ingenuos consumidores interactúan en el mercado ciegamente, en su mayoría basando decisiones no en el precio, calidad o cantidad, si no en el lugar de fabricación de un producto. Siendo el nacionalismo/patriotismo un as bajo la manga de los mercadólogos, se presenta como una herramienta perfecta del sistema capitalista actual, el cual sabe muy bien transformar casi cualquier cosa en lucro, y por ende en control económico. “No hay que ser malinchista, hay que comprar nacional” dice por ahí uno que otro perdido.
Complementariamente, es notorio que los eventos deportivos son extremadamente útiles para cultivar este abstracto sentimiento patriótico. Repetitivos campeonatos de mútiples disciplinas se realizan todo el año en todo el mundo, esperando que las masas idiotizadas apoyen ciegamente a participantes sólo por el simple hecho de provenir de una región similar —ni siquiera de una cultura en muchos casos—. Son acontecimientos tan irrelevantes como juegos de fútbol, carreras de carros, o cualquier otra insensatez las que hacen a las personas creer que deben agruparse las unas contra las otras. Se levantan barreras artificiales que resaltan nuestras diferencias y opacan nuestras similitudes. Asimismo, el desarrollo de simbología es vital para culminar el adoctrinamiento. Banderas, escudos, marchas, himnos, saludos y cualquier tipo de señal que artificialmente cree la sensación de “unión” entre las personas. La esvástica, el águila calva, la ceiba, el escudo de armas, La Marsellesa, la banda marcial, todos los anteriores son instrumentos de adormecimiento, de atrofiación, de supresión, de restricción del pensamiento crítico. Ese falso sentido de pertenencia emanado del nacionalismo y todos sus derivados es una ilusión, causa más desunión entre la humanidad.
Es por eso que me gustaría invitar a la gente a reflexionar, a liberarse de esta atadura mental que restringe nuestra calidad de humanos para hacernos creer que somos diferentes, cuando realidad somos mucho más parecidos de lo que creemos, al punto de que dependemos de los demás para tener una vida plena, feliz y próspera. Veámonos a todos como las personas que somos, no como guatemaltecos, estadounidenses, salvadoreños, italianos, africanos, asiáticos, negros, blancos, indígenas, ricos, pobres, de izquierda, de derecha, cristianos, musulmanes, creyentes, escépticos, jóvenes, viejos, mujeres, hombres, etc. Llamémonos humanos. Seamos humanistas.
“Nunca se tendrá un mundo tranquilo hasta que se extirpe el patriotismo en la raza humana.” – George Bernard Shaw.
[Tomado de https://filosofiantiautoritaria.wordpress.com/2017/09/09/el-patriotismo-como-herramienta-de-control-social/
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