Michael
Onfray
La violencia es tan vieja como el mundo y nos
equivocaríamos si la creyéramos más extendida hoy que ayer o anteayer. Desde el
inventor del garrote paleolítico hasta el ingeniero que pone a punto una bomba de
rarefacción de oxígeno, la brutalidad no
cesa, se metamorfosea. Se la llama legítima cuando pretende hacer respetar el orden
republicano -de hecho, cuando se contenta
con permitir y garantizar el buen funcionamiento de la máquina liberal-. Por el
contrario, se la considera ilegítima cada vez que proviene de individuos que actúan por su cuenta
-de la ratería al asesinato político pasando
por las agresiones, crímenes y delitos inscritos en el Código Civil...-.
Opino que la delincuencia de los individuos funciona
como contrapunto de la delincuencia de los gobiernos. En todas partes del planeta
los Estados contaminan, avasallan a las minorías, declaran guerras, aplacan las
sublevaciones, reprimen las manifestaciones,
encarcelan a los opositores, practican la
tortura, las detenciones arbitrarias, ahorcan, arrestan, en todas partes compran
silencios y complicidades, desvían fondos en cantidades faraónicas y otras preciosidades
reportadas parcialmente por la prensa cotidiana. Esa violencia no encuentra nada por encima de ella, y es eso lo que la hace
llamarse legítima.
Paralelamente, los delincuentes privados hacen gritar
como descosidos a los practicantes de las violencias públicas. Como si fuera un
solo hombre, el personal político se excita ante estas cuestiones cruciales para
Los demagogos: la inseguridad, la delincuencia, la criminalidad,
las incivilidades; a esto se limita el debate político contemporáneo. ¿Represión o prevención? Ahora hasta se rechaza esta
alternativa, antaño operativa, para responder de una solamanera: represión. En
Nuestras sociedades despolitizadas, las diferencias residen en las formas y ya no
en el fondo.
Los depredadores que activan el liberalismo actúan
más allá del bien y del mal, acumulan considerables riquezas que se reparten entre
ellos dejando a la mayor parte de la humanidad
pudrirse en la miseria. El dinero, el
poder, los honores, el goce, la fuerza, la dominación, la propiedad lo es todo para
ellos, un puñado, una elite; para los otros, el pueblo, los humildes, los simples,
bastan la pobreza, la obediencia, la renunciación, la impotencia, la sumisión, el
malestar... Villas Señoriales en los barrios elegantes de los países ricos contra
chozas derrumbadas en las zonas devastadas; fortunas concentradas en el hemisferio
Norte, Pobreza en el hemisferio Sur; Ricos del centro y desheredados de los suburbios;
perros y gatos hartos de Europa, niños africanos
que mueren de hambre; prosperidad económica
de los pudientes contra suspiro de las víctimas exangües. Violencia legítima de
los poderosos contra violencia ilegítima de los mendigos, el viejo motor de la historia...
Nos equivocaríamos si apuntáramos los proyectores sólo sobre las violencias individuales cuando todos
los días la violencia de los actores del sistema liberal fabrica situaciones deletéreas
en las que se hunden aquellos que, perdidos, sacrificados, sin fe ni ley, sin ética,
sin valores, expuestos a las asperezas de una máquina social que los tritura, se
contentan con reproducir a su nivel, en su mundo, las exacciones de aquellos que
(los) gobiernan y permanecen en la impunidad. Si Las violencias llamadas legítimas
cesaran, se podría finalmente considerar la reducción de las violencias llamadas
ilegítimas...
[Tomado del libro La filosofía feroz, que en
versión completa es accesible en https://anarkobiblioteka2.files.wordpress.com/2016/08/la_filosofc3ada_feroz_-_michel_onfray.pdf.]
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