Alfredo
Errandonea (1912-1995)
* Sección final de un texto más extenso titulado “Anarquismo
para el Siglo XXI”, que en versión completa es accesible en http://cienciassociales.edu.uy/wp-content/uploads/sites/3/2013/archivos/Anarquismo%20para%20el%20Siglo%20XXI.pdf.
Dentro de
un panorama general de disminución de la participación social y política que
afecta hoy a toda la vida social contemporánea, y el cual involucra por igual a
todas las tendencias y organizaciones que actúan en el campo de la izquierda; existe
además una pérdida de centralidad en el conflicto social global de las
organizaciones y movimientos sociales que constituyen escenarios de participación,
tanto de los tradicionales como de los nuevos, incluido por supuesto el clásico
movimiento sindical que llegó a ser el campo más propicio de la actuación anarquista
en otra época. Contra esta tendencia hay que luchar decididamente; como si
volviéramos a estar en los tiempos de su primera construcción. Lucha que debe
volver a incluir su elaboración y organización o reorganización; así como su involucramiento
en la vida social y política de la sociedad, en la gestión de las actividades,
decisión es e intereses sociales y públicos; ya sea en el sector público como
en el social no público. Incluso ganar espacios para tales movimientos y
protagonismos arrancados al sector privado, allí donde sea posible la
confluencia de actividad colectiva popular, en cualquier segmento de la vida
social. En realidad, no hay alternativa para cualquier forma de acción militante.
En esa
presencia, lucha y participación, no vamos a estar solos. Ni es bueno que lo estemos.
Dada nuestra magnitud actual, nuestra presencia solitaria sería indicador de
casi seguro marginamiento; que acentuaría negativamente nuestro aislamiento,
salvo probables excepcionales y muy breves situaciones, en que pudiéramos jugar
un papel de iniciativa. En todo caso nuestra actitud y orientación debe ser la
de la mayor apertura posible, sin discriminación alguna y en función integrativa;
y su reivindicación radical cuando otros la nieguen. Es decir que nuestra
actuación en la organización popular, en primer lugar, debe propugnar su
naturaleza pluralista.
Nuestra
presencia y acción debe estar orientada a la asunción colectiva constructiva de
responsabilidades y capacidades de decisión, a la incidencia de tales organizaciones
en la vida social y solidaria. Y la concepción de esa participación tiene que estar
dirigida hacia una inteligente combinación de descentralización y
participación, que erradique las “delegaciones de competencias”, las pérdidas
de protagonismos de la generalidad, la conformación de elites o capas dirigentes.
El logro de la participación y el compromiso de los más, de la generalidad, es
una meta esencial y totalmente prioritaria para un tipo de ámbitos que se
pretenden como unidades de la organización social futura. Y, por supuesto, la reivindicación
de esas formas de democracia directa para la organización de la vida social en
general. Este tipo de orientación y el combate a su desvirtuación, es la que
debe signar ideológicamente nuestra actuación.
Ya se ha
dicho: la idea de la Revolución Social como acto insurreccional apocalíptico y
abrupto, solo es una imagen romántica de la historia del siglo XIX. La revolución
del siglo XXI será un proceso complejo, seguramente de acaecer plural, con mayores
y desiguales tiempos de realización. Que puede o no vivir instancias de
violencia insurreccional; lo que dependerá de las resistencias que en las
diversas circunstancias el sistema oponga a la asunción de capacidades y responsabilidades
decisorias. Pero en todos los casos tendrán que ser culminaciones de procesos
de alto consenso, que depongan ostensibles obstáculos a sus naturales desarrollos.
Casi meros derribes de endebles tabiques de muy visible absurda obstrucción. Dadas
las tendencias del mundo actual, es inevitable que aparezcan y se multiplique
los escenarios para esas actuaciones revolucionarias en los más diversos
lugares, en las más distintas situaciones. Sobre todo cuando y donde los
procesos movimientistas populares de participación logren la integración y
participación generalizada, y la madurez que los conduzca naturalmente a ello.
Y allí será vital nuestra presencia y la defensa más radical de su carácter de
pluralistas y de participación democrática directa, de los principios antes aludidos.
Históricamente,
el anarquismo como movimiento tuvo importantes períodos de presencia gravitante
en el movimiento popular de muchas sociedades. En general, en ellos existió o
un predominio tal que el movimiento popular que integraba se confundía con el movimiento
específico como organización ideológica definida; o coexistió con la existencia
de una organización específica de quienes se definían ideológicamente como
tales, además de su importante y generalmente hegemónica presencia en
organizaciones populares de vocación general. En estos casos, la organización
específica y la popular de vocación general tendieron a tener relaciones recíprocas
fuertes; incluso hasta orgánicas de semifusión (como la CNT-FAI española). Este
hecho tuvo considerable incidencia en la existencia de movimientos sociales (casi
siempre, sindicales) divididos, paralelos a la existencia de otras organizaciones
populares con otras hegemonías ideológicas. Lo que se constituyó en factor
negativo en la medida de que la correlación de fuerzas entre las corrientes ideológicas
en el movimiento popular comenzaron a sernos desfavorables.
El punto
de partida de esta reflexión final es que prácticamente no existe casi
presencia del anarquismo en los movimientos populares de las diferentes
sociedades; y que son pequeños, sin gravitación general y ghetizados, los
movimientos anarquistas específicos hoy subsistentes. Algo que debe quedar muy
claro en cualquier análisis autocrítico, es que las organizaciones populares
(especialmente los sindicatos) donde el anarquismo resistió su definición
pluralista, terminaron por desaparecer como tales; y que hoy no son viables esos
grados de definiciones ideológicas para las organizaciones populares. No sólo
por la pequeñez del volumen de los militantes anarquistas y su entorno de fuerte
simpatía; sino porque las condiciones sociales de la militancia popular son muy
adversas para los clásicos requerimientos de definición ideológica, y porque
está lógicamente impuesta la perspectiva de integración pluralista de cualquier
organización popular, aún aquellas en que son ostensiblemente hegemonizadas por
algún partido político. Este hecho, de por sí, se convierte en poderoso motivo de
rechazo hacia ella, de estigma de sectarización; y, en fin, de motivo de su
frustración como organización popular. Y, además, es bueno que así sea si lo
que queremos es constituir organizaciones populares capaces de asumir la
gestión social en una sociedad lo más libertaria posible. Porque no es pensable
este tipo de organizaciones con vocación general dominadas por ninguna forma de
segmento social; y ello nos incluye como corriente ideológica. Este de la
definición ideológica de las organizaciones populares con vocación general, es
un sentido definitivamente descartable en la orientación a asumir, para la organización de
cualquier movimiento popular que quieran inspirar a los anarquistas.
Desde
luego, por definición, este no es el caso de la existencia de organizaciones
específicas que, al igual que los partidos políticos, se organicen para mejor
administrar la orientación definidamente anarquista. En este caso, la pregunta
que cabe hacerse es si tales tipos de organizaciones son necesarias.
Si es que
se pretende dotar al anarquismo de una capacidad dinámica, si se quiere
afrontar la problemática de su aggiornamiento, si es que se siente necesario
actualizar y profundizar el análisis de su posicionamiento frente a los tiempos
que corren y en los diferentes lugares, si se cree importante coordinar la
actuación de sus militantes en las diversas organizaciones populares, si se
siente la necesidad de realizar actividades de reflexión y elaboración
colectiva como el presente Encuentro, si es que se comprende que toda esta
actividad requiere de organización y financiación, necesariamente debe concluirse
en una respuesta afirmativa.
Como lo
dije al principio, el actual momento, la situación de nuestros días, impone
como prioritaria una tarea de revisión y de reubicación teórica y doctrinaria,
de análisis de las sociedades de nuestro tiempo. Es una hora de reflexión; por
lo tanto de fuerte inclinación a la labor intelectual. Pero aún para ella, es
muy importante recomponer la existencia ‘movimientista’ en lo específico.
Pero aún
en estas circunstancias, para no caer en desviantes ghetizaciones, para
experimentar la vivencia de esa realidad social en la que pretendemos
restablecer nuestra presencia, y porque en definitiva es en ese campo que
debemos encarar nuestra actuación; también es importante comenzar a ensanchar
nuestra muy debilitada presencia en el movimiento popular de vocación general.
Aunque en muchos casos ello implique comenzar desde la nada.
Simplemente,
debemos asumir la responsabilidad de esa presencia allí donde nuestra inserción
y ubicación social nos lo indique y habilite. Y comenzar a desarrollar con esa
participación, una capacidad reproductiva de nuestra militancia, un reclutamiento
y socialización de quienes están predispuestos a participar de nuestra
sensibilidad ideológica.
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