Antonio
Galeote
«Las
grandes corporaciones han emprendido la lucha de clases; son auténticos
marxistas, pero con los valores invertidos. Los principios del libre mercado
son estupendos para aplicárselos a los pobres, pero a los muy ricos se les
protege».
NOAM
CHOMSKY
La globalización, es decir, la toma del control en
el capitalismo por los sectores más especulativos frente a los empresariales e
industriales, está teniendo obviamente importantes consecuencias de tipo
ideológico. Una de ellas consiste en que se está extendiendo de manera muy
amplia la tesis de que todas las ideologías y concepciones intelectuales más o
menos amplias sobre las dinámicas sociales han quedado desfasadas. Ya no
existen. De esta forma, se habría llegado a la apoteosis del pensamiento único.
El cuerpo doctrinal dominante indica que sólo existen la ideología economicista
y la lógica del crecimiento económico. Estos criterios se han convertido así en
los nuevos ejes de la sociedad, de su evolución y de sus eventuales conflictos.
Lo que está fuera de los balances económicos y financieros no existe, es pura marginación,
populismo, basura ideológica.
Naturalmente, la ofensiva del capitalismo financiero
y especulativo casi ha arrasado al modelo capitalista anterior, basado en la
producción empresarial. Sobre el terreno, es decir, en las empresas, en las
ciudades, en las calles y en los barrios, la victoria de la globalización también
ha implicado la casi total desaparición de estructuras, organizaciones y grupos
que hasta ahora eran considerados como la izquierda. En este sentido, la
derrota ha sido tremenda, con un retroceso muy considerable de los escasos
derechos laborales que se habían conseguido arrancar a los empresarios, y con una
conversión de los sindicatos en maquinarias burocráticas al servicio de las
necesidades del sistema. Los sindicatos, mediante su complicidad con el poder,
han completado el proceso de destrucción de los pocos derechos laborales que
mantenían vivos los trabajadores.
Este nuevo orden social, esta nueva situación, que
ha emergido ahora, pero se viene preparando desde hace tiempo, ha desarbolado
totalmente, con carácter casi definitivo, algunos sistemas ideológicos y
políticos que tenían hasta ahora una importante trascendencia social, como la
socialdemocracia o el capitalismo de estado, denominado comunismo por sus
funcionarios y dirigentes. Por tanto, es completamente cierto que el nuevo
esquema, basado en la especulación financiera como método básico de acumulación
de capital, ha ganado la pelea política, social, económica e ideológica.
La
autodenominada izquierda
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Una de las
razones ha sido el final de lo que hasta ahora se había denominado la
izquierda. Es decir, la socialdemocracia y el capitalismo de estado, este último
llamado comunismo. En este punto, es necesario recordar que los movimientos
libertarios y antiautoritarios ya habían previsto esta situación. Los
libertarios dijeron que los socialistas, la socialdemocracia, eran unos meros administradores
del capitalismo, que se dedicaban, entre otras cosas, a intentar hacer más
digerible la explotación de la gran mayoría de los ciudadanos a cargo de una minoría
de poderosos. Cuando llegó el momento más duro de la crisis, es decir, cuando
se agudizó el ataque del capitalismo financiero al industrial, la
socialdemocracia se diluyó como un azucarillo en agua, porque el capital ya no
la necesitaba. Los libertarios, por tanto, habían analizado la situación
correctamente.
El capitalismo de estado también ha sido considerado
por el movimiento libertario como una variante del capitalismo a secas. En esos
sistemas, como las antiguas Unión Soviética o China, los propietarios privados
son sustituidos por funcionarios públicos, que forman la minoría explotadora.
Es esta minoría la que dirige el proceso de acumulación de capital, se apropia de
los beneficios y mantiene el sistema mediante la represión. La estructura de
esta clase dominante se puede explicar aplicando su propio lenguaje: el
proletariado es sustituido por el partido; el partido, por el comité central;
el comité central, por el buró político; el buró político, por la comisión
permanente, y la comisión permanente por el secretario general. Otra vez, los
libertarios ya lo habían dicho.
La socialdemocracia se diluye en un sistema capitalista
más salvaje y agresivo que el anterior, y el capitalismo de estado, después de
la implosión política que se simbolizó con la caída del muro de Berlín, se
convierte en un capitalismo privado, aunque con magnates muy ligados al estado.
Es un capitalismo más autoritario que el llamado democrático. En el fondo,
Rusia y EEUU o Gran Bretaña son lo mismo, aunque haya algunas diferencias de
matiz político. El sistema chino mantiene el partido único, aunque los grupos
económicos y financieros controlados por los grandes oligarcas son los que
toman las decisiones importantes. Se ha producido una especie de convergencia
entre el capitalismo clásico –encarnado por su versión más financiera y
especulativa- el capitalismo ligth de
la socialdemocracia y el antiguo capitalismo de estado de territorios como
Rusia o China.
Hay otros países del grupo que antes formaban el
denominado Tercer Mundo (Cuba, Venezuela y otros estados de Latinoamérica,
Argelia, Vietnam, etc.) que, tras una etapa de descolonización política, pero
no económica, han pasado por sistemas de gestión similares de alguna forma al
capitalismo de estado, para ir degenerando de alguna forma hacia situaciones como
las de Rusia o China. Se trata de satrapías con fachadas más o menos de democracias parlamentarias,
pero controladas por minorías que explotan a sus poblaciones con la complicidad
de las grandes multinacionales, en el marco de un esquema político e institucional
seudototalitario marcado por una tremenda corrupción.
Reacción
antiglobalización
Es obvio que estas transformaciones del sistema
capitalista han producido reacciones desde dentro, porque han golpeado con
fuerza a algunos sectores sociales. La víctima principal de esta evolución no
ha sido sólo la capa inferior de la pirámide social, es decir, los más pobres,
los marginados, los que no tienen casi nada. Esta vez, el golpe ha ido dirigido
también contra amplios sectores de las clases medias, a las que la ofensiva
especulativa y financiera ha colocado en un acelerado proceso de proletarización.
Esta situación ha provocado una reactivación de los fenómenos identitarios y
ultranacionalistas, con un fuerte contenido xenófobo, racista y supremacista.
Algunos ejemplos ilustrativos son el auge del lepenismo en Francia, de los
partidarios del Brexit en Gran Bretaña, de la Liga en Italia, de la
ultraderecha en Alemania, de Donald Trump en EEUU, o el caso de Cataluña.
La reacción contra el naufragio social de las clases
medias ha provocado en Cataluña una vuelta a lo identitario, a los mitos casi
medievalistas, con un fortísimo componente xenófobo fomentado desde el
supremacismo catalán, que se ha mezclado con una sorprendente reactivación del
carlismo agrario y ultraconservador. A este estrafalario conjunto profundamente
reaccionario, sostenido mediante un patético y grotesco ultranacionalismo rural
y proteccionista del siglo XIX, se han unido después influyentes grupos de
elementos arribistas, que llevan cuarenta años repartiéndose el dinero público
en un fango de corrupción oculto por las banderas nacionalistas. En esto ha
consistido el proceso soberanista, que ya está en clara retirada después de
haber sido humillado por el nacionalismo español. También aquí habría que
recordar la constante denuncia y crítica de los libertarios hacia los fenómenos
nacionalistas, basados en la irracionalidad. El nacionalismo no es sólo un fenómeno reaccionario, sino que es una
manifestación más de las diversas formas ideológicas que adopta la dominación
capitalista.
En realidad, a pesar de todas esas evoluciones, la
esencia del sistema no ha cambiado, excepto en algunos aspectos políticos, es
decir, en su apariencia. Minorías con control sobre el aparato represivo
acumulan el capital y se reparten los beneficios explotando a la gran mayoría de
sus poblaciones. El aparato represivo y coactivo incluye, como siempre fue habitual,
el derecho, los medios de comunicación, los partidos, las ideologías llamadas
democráticas, los parlamentos, las votaciones... Varía el decorado, pero la
realidad es la misma. La esencia del sistema no ha cambiado, aunque ahora todo
está más claro, porque la socialdemocracia y el denominado comunismo están donde
siempre estuvieron: con el capital.
El estado
es la base del sistema
Sin embargo, es preciso destacar que hay un elemento
que aparece en todas estas versiones del sistema capitalista: el estado. Es el
instrumento común a todas las formas de opresión política, económica y social.
De hecho, se trata del eje sobre el que se monta todo el sistema. Este análisis
del concepto y la realidad de los estados ha estado siempre en la crítica radical
del movimiento libertario hacia cualquier estructura estatal. Este rechazo no
es sólo al propio estado, sino a cualquier vía de colaboración con sus
elementos organizativos. Participar es reforzar al estado, darle legitimidad, y
por tanto, beneficiar y legitimar al sistema. Ésa es la base del rechazo
libertario a los esquemas de partidos, a las elecciones y a los parlamentos. Es
ingenuo, infantil e inmaduro pensar que al estado se le puede destruir desde
dentro. Es al revés. Es el estado el que integra y utiliza en su beneficio a
los que quieren destruirlo utilizando sus propios cauces, los cauces estatales.
Y la situación actual demuestra que esta crítica libertaria a la estructura estatal
está hoy más vigente que nunca.
El propio capital ha generado unas seudo ideologías
que puedan servirle de recambio cuando ya no pueda mantener la coartada
política que le dan los actuales partidos políticos. Ha surgido así lo que se
ha denominado la nueva política. En Francia, el ejemplo es Macron, un ultraliberal
que ha tomado el relevo de la vieja guardia del sistema. En el caso de España y
de Cataluña se plantean alternativas como Podemos, Ciudadanos o el grupo de Ada
Colau. Es una farsa. Son el relevo de las viejas formas políticas del
capitalismo, un relevo adaptado a las nuevas tendencias de opinión y
protagonizado por políticos ambiciosos y oportunistas que buscan poder y el
reparto del dinero público entre sus amigos. Basta con ver lo que está sucediendo
en el Ayuntamiento de Barcelona, en manos de un grupo de arribistas que están
financiando con el presupuesto municipal a las entidades que utilizan como
tapaderas para vivir a costa del dinero del contribuyente.
¿Qué queda, por tanto, para oponerse a la avalancha
capitalista? Cuando la socialdemocracia y el capitalismo de estado se han integrado
ya sin fisuras en la ofensiva especulativa contra los sectores populares, es
evidente que es imprescindible un análisis crítico y sin trampas intelectuales
de lo que está ocurriendo. Si se prescinde de las muletas ideológicas y de las
hipotecas doctrinales de socialdemócratas, marxistas y nacionalistas, el único
análisis crítico solo puede partir de quienes se basan en conceptos racionales
y reales, no en ideas preconcebidas. De quienes asumen que la realidad solo
puede interpretarse y entenderse rompiendo totalmente los viejos esquemas que
ponen las conclusiones antes que los datos, antes que los hechos objetivos.
Herramienta
para la resistencia
La óptica libertaria aparece así como la única
herramienta adecuada. Porque parte de una negación radical de las estructuras
estatales, y porque rechaza cualquier método de resistencia colectiva que caiga
en el error de utilizar los mecanismos del sistema. El sistema basa su justificación
ideológica en una aparente democracia, fundamentada en votaciones de representantes
de partidos para formar unos parlamentos que, en realidad, son sólo instrumentos
de las grandes compañías multinacionales y de los bancos. Por tanto, es preciso
rechazar de forma contundente la afirmación de que se puede resistir la
agresión del sistema usando sus mecanismos y métodos. No tiene sentido
participar en elecciones, partidos o parlamentos, porque esta actitud sólo
sirve para reforzar y dar credibilidad a
quienes manejan el sistema.
Se trata de actuar desde fuera, siendo siempre
conscientes de que los fines no justifican los medios. La utilización de
métodos autoritarios producirá comportamientos y situaciones autoritarias y
dictatoriales. Los principios asamblearios y autogestionarios son la vía
imprescindible para crear formas organizativas y métodos de actuación que
permitan la construcción de una auténtica resistencia. En estos momentos, ante la
ofensiva salvaje del capitalismo más agresivo que se ha conocido nunca, no se
trata en absoluto de soñar con paraísos sociales del futuro. El problema, la
gran cuestión, es organizar la resistencia. Porque si no hay resistencia no habrá
futuro.
Está claro que un planteamiento objetivo y racional
de la resistencia contra la ofensiva ultraliberal y especulativa pasa por no
utilizar los instrumentos del sistema, actuar mediante métodos asamblearios y
autogestionarios y no caer en posiciones autoritarias. La racionalidad y la
justicia nunca pueden ir separadas de la libertad. Como puede comprobarse, se
trata de principios de actuación libertarios. Pero hay que ir con la verdad por
delante y prescindir de promesas, de paraísos y de proyectos de sociedades
supuestamente perfectas. Se trata, por ahora, de resistir. O al menos, de
intentarlo. En cualquier caso, la historia más reciente ha demostrado, y sigue
demostrando, algo que el movimiento libertario siempre sostuvo: si se utilizan
los cauces y los métodos del sistema, se acaba formando parte del sistema.
[Publicado originalmente en el periódico
Solidaridad Obrera # 370, Barcelona,
abril 2018.]
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