José L. Carretero
“La autogestión, en la práctica, aprendiendo y rectificando, no es algo definitivamente logrado, ni un paraíso prometido, sino el comienzo de un proceso hacia la liberación” (Abraham Guillén)
La democracia en el trabajo, la posibilidad de una economía basada en la autogestión por parte de los propios productores, el control colectivo de la infraestructura material que permite solventar las necesidades vitales del pueblo, es una alternativa al sistema capitalista de producción que ha permeado todas las resistencias obreras y populares desde la emergencia misma de la sociedad del salario y la Ya fuera desde la memoria de grabada en la psiquis proletaria por los siglos de uso de los llamados bienes comunales, que en la sociedad precapitalista permitían el acceso de los campesinos a recursos imprescindibles para su subsistencia, sometidos a un régimen de gestión colectiva, y más o menos democrática según las zonas y los momentos. O ya fuera por la expansión en la naciente clase obrera de las “utopías” socialistas que veían como finalidad inmanente del propio desarrollo capitalista la conformación de la infraestructura material y social que permitiría construir un socialismo preñado de abundancia y riquezas, tanto materiales como culturales, para todos. En ambos casos, la posibilidad de construir o revivir el escenario del comunismo deseado, iba teñida de la idea de favorecer el autogobierno de los trabajadores, provocando la desaparición de la relación salarial y la progresiva (o inmediata, según las corrientes) pérdida de sentido del Estado, como mecanismo de gestión política de la fuerza de trabajo que desaparecería ante la emergente potencia de las relaciones directas y democráticas entre los propios productores.
“La autogestión, en la práctica, aprendiendo y rectificando, no es algo definitivamente logrado, ni un paraíso prometido, sino el comienzo de un proceso hacia la liberación” (Abraham Guillén)
La democracia en el trabajo, la posibilidad de una economía basada en la autogestión por parte de los propios productores, el control colectivo de la infraestructura material que permite solventar las necesidades vitales del pueblo, es una alternativa al sistema capitalista de producción que ha permeado todas las resistencias obreras y populares desde la emergencia misma de la sociedad del salario y la Ya fuera desde la memoria de grabada en la psiquis proletaria por los siglos de uso de los llamados bienes comunales, que en la sociedad precapitalista permitían el acceso de los campesinos a recursos imprescindibles para su subsistencia, sometidos a un régimen de gestión colectiva, y más o menos democrática según las zonas y los momentos. O ya fuera por la expansión en la naciente clase obrera de las “utopías” socialistas que veían como finalidad inmanente del propio desarrollo capitalista la conformación de la infraestructura material y social que permitiría construir un socialismo preñado de abundancia y riquezas, tanto materiales como culturales, para todos. En ambos casos, la posibilidad de construir o revivir el escenario del comunismo deseado, iba teñida de la idea de favorecer el autogobierno de los trabajadores, provocando la desaparición de la relación salarial y la progresiva (o inmediata, según las corrientes) pérdida de sentido del Estado, como mecanismo de gestión política de la fuerza de trabajo que desaparecería ante la emergente potencia de las relaciones directas y democráticas entre los propios productores.
Esta visión animó el proceso de desarrollo del movimiento obrero, así como la paralela generación de experimentos sociales que permitían iluminar aspectos de la realidad que la explotación capitalista dejaba en la penumbra, como la potencia económica de la cooperación productiva o la capacidad misma del trabajo asociado en pié de igualdad para resolver necesidades humanas básicas y para producir un avance en la conciencia política de la clase trabajadora. Así, el desarrollo de los sindicatos, las cooperativas, las redes de consumo o las comunas y establecimientos utópicos (como los falansterios de Fourier o la Nueva Icaria de Etienne Cabet) iban de la mano, generando un proceso de empoderamiento de la clase trabajadora, que no sólo defendía sus intereses inmediatos en el lugar de trabajo, reclamando mayores salarios, sino que también se presentaba como portadora de una alternativa de conjunto al sistema , así como de un proyecto económico capaz de resolver las contradicciones inherentes al proceso de desarrollo capitalista.
Todo ello explica que los procesos revolucionarios desatados por el movimiento obrero se vieran acompañados, casi invariablemente, por el ensayo de formas de organización autogestionaria de la producción como los soviets rusos o los consejos obreros alemanes, llegando a la tentativa global de construir la sociedad de la autogestión en las colectividades españolas, durante la guerra civil, o en la estructura económica (que no en la política) del socialismo yugoslavo a partir de la ruptura de Tito con el Kremlin en 1951.
Mucho ha llovido desde entonces. El fracaso de la experiencia del socialismo estatista y burocrático del Este de Europa, junto a la derrota de la gran oleada de luchas populares del 68 en todo el mundo, y a la transformación de las estructuras de la clase obrera misma en las ultimas décadas de globalización y neoliberalismo, han llevado a la descomposición de determinadas formas de resistencia proletaria, junto a la recomposición en nuevas áreas de experimentación de las luchas de la clase trabajadora.
Y en este nuevo escenario, la autogestión, lejos de desaparecer como horizonte de transformación, se ha diseminado en una miríada de propuestas, que tanto invitan a delinear las estructuras fundamentales de una hipotética sociedad post-capitalista (como en el caso de la Economía Participativa de Michael Albert o la Democracia Inclusiva de Takis Fotopoulos), como construyen alternativas reales para supervivencia de las clases populares desde ya en el seno del propio sistema, entrando en un conflicto irresoluble con él (como las empresas recuperadas argentinas, latinoamericanas y europeas o el creciente movimiento de la economía social y solidaria).
Los conceptos de autogestión, sustentabilidad ambiental y democracia económica se han convertido en una melodía recurrente que permea gran parte de las resistencias antisistémicas a nivel internacional, así como en una forma efectiva de ganarse la vida dignamente para miles de personas a través del globo. Desde el espacio del cooperativismo clásico, a los mercados sociales, las cooperativas integrales, la Economía de los Trabajadores (estrechamente vinculada a la experiencia de las fábricas recuperadas), las iniciativas de transición ecológica, al discurso de gran parte del sindicalismo combativo o de cada vez más numerosos estudiosos e intelectuales, la democracia en el trabajo, la autogestión, se está convirtiendo sin prisa pero sin pausa en la única alternativa global coherente a un sistema capitalista en crisis y en plena senilidad. Una alternativa construida desde la pluralidad de los registros, y no desde la imposición de un discurso único, monolítico y dogmático, que tantas veces ha llevado al fracaso a las tentativas obreras de emancipación.
Por supuesto, esta nueva potencia se expresa también en la Península Ibérica. Las Cooperativas Integrales; mercados sociales como el de Madrid; redes de redes de economía social como REAS (Red de Economía Alternativa y Solidaria); experimentos urbanos como La Canica, en Madrid, o rurales como las ocupaciones de tierras del sindicalismo jornalero en Somontes, en Andalucía; iniciativas de cooperativismo de consumo o, incluso de vivienda por medio de la cesión de uso como La Borda, en Barcelona; centros sociales, en casi todas las ciudades; huertos urbanos…con todas sus contradicciones y ambivalencias, dan fe de la vitalidad de un sector emergente de la economía que permite afirmar con solvencia que existen otras formas de producir y de vivir, más allá de la relación salarial y de la mercantilización de la vida impuesta por el proceso de valorización del Capital.
¿Cómo desarrollar y reforzar ese sector? ¿Cómo hacer crecer la alternativa y dar herramientas útiles para la lucha económica a quienes la sostienen en el día a día? Sin querer ser exhaustivos, vamos a delinear una serie de ideas fuerza o propuestas que permiten alimentar un debate necesario:
-Es preciso fomentar la integración y el desarrollo de las experiencias autogestionarias, favoreciendo lo que el movimiento cooperativista ha llamado siempre “intercooperación”. La generación de espacios y herramientas comunes, permitiría un aumento de escala de las iniciativas, favoreciendo la productividad en su seno y su capacidad de convertirse en referentes efectivos para la mayoría social. Se podría pensar en bancos de herramientas o de conocimientos, en redes amplias y cooperativismo de segundo y tercer grado, en mecanismos de colaboración mutua y de articulación de vías efectivas para generar sinergias, en instrumentos periodísticos (quizás desde la utilización de proyectos ya existentes) que se conviertan en una “prensa colectiva”, etc.
-Este proceso de integración y desarrollo debe plantearse como objetivo estratégico el control de la totalidad de las cadenas de valor. Las iniciativas autogestionarias, convertidas en simples subcontratistas de grandes gigantes económicos o de las administraciones públicas, pueden operar como un simple mecanismo de outsourcing, precarizando las condiciones de trabajo e impidiendo el poder efectivo de los trabajadores sobre sus empresas. Esto implica que se debe llevar a cabo una política ambiciosa para tomar el control de la producción, distribución y comercialización de los productos, favoreciendo la integración de las cadenas de valor desde la perspectiva autogestionaria. Algunas experiencias actuales de las empresas recuperadas argentinas, que favorecen la integración del trabajo textil con el de diseño y la comercialización, van en este sentido. Una novedosa propuesta de poner en marcha supermercados cooperativos, tampoco debería ser olvidada.
-La formación es un activo estratégico que las experiencias autogestionarias deben de impulsar todo lo posible. En una economía cada vez más centrada en los conocimientos y en la innovación, se hace imprescindible favorecer la más amplia formación para los trabajadores autogestionarios. La puesta en marcha de Escuelas de la Cooperación, físicas o virtuales, y un amplio Banco Común de Conocimientos, es cada vez más necesaria.
-Se debe experimentar en el ámbito de los cuidados, para generar formas económicas que, manteniendo y aumentando la productividad (lo que es imprescindible en un entorno económico hostil como el capitalista), puedan superar la limitada visión de la conciliación de la vida laboral y familiar, favoreciendo la integración de la vida con el trabajo y el placer, fomentando la feminización del trabajo autogestionario.
-Hay un fenómeno, paralelo a la aparición de los llamados “ayuntamientos del cambio”, de aumento de la dependencia de la economía social y solidaria de las subvenciones, ayudas y contratas públicas. Esto puede favorecer de manera temporal su desempeño, pero se ha de ser consciente de que un cambio de gobierno implicará una posible debacle económica para muchas cooperativas y asociaciones. Es imprescindible, entonces, que todo el tejido autogestionario y de la “otra economía” tenga claro que en momentos de beneficios es importante dedicar un alto porcentaje de los mismos a la reinversión en la empresa, para hacerla más competitiva, independiente de los ciclos políticos y económicos, y productiva, aun limitando el montante que se dedica al consumo inmediato de los socios.
-Las experiencias de financiación alternativa como Coop57 o la CASC son estratégicamente muy importantes. Además, debería tenderse a la constitución de un auténtico Banco Cooperativo, con todo tipo de servicios financieros, que diera servicio a todo el sector social de la economía, así como a los autónomos y pequeña empresa familiar. Es decir, a todo el magma económico en conflicto con el despliegue del neoliberalismo. La recuperación de la soberanía económica, alimentaria y ecológica impone la articulación creciente de las formas de producción disfuncionales para el proyecto neoliberal, que abarcan desde la pequeña explotación agraria familiar al cooperativismo de consumo, lo que se podría favorecer enormemente con el despliegue de una Banca de la Participación que derivase el crédito generado desde la otra economía a la integración y desarrollo de las cadenas de valor controladas por la misma.
-La recuperación de los bienes comunes es otro proyecto estratégico. Por recuperación de los bienes comunes entendemos también la conformación de un auténtico sector del común con los servicios públicos estatales. Para ello, dichos servicios tienen que ser defendidos de la privatización y organizados mediante nuevas formas de gestión comunal-cooperativa, que permitan la cogestión de los trabajadores junto a la participación directa de las comunidades concernidas. Se trata de inventar el nuevo Derecho del “no-Estado” del común. Las nuevas formas de propiedad y de gestión que superen la dicotomía capitalista entre propiedad pública y privada, reinventando una propiedad del común participativa y autogestionaria. Propuestas como la presentada por el Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión para la limpieza viaria de Madrid o la propuesta de los trabajadores de los autobuses de Zaragoza (AUZSA), deben de ser exploradas.
-El trabajo autogestionado debe vincularse estrechamente al resto de luchas sociales de las clases populares. Un cooperativismo apolítico es un contrasentido y sólo lleva a la pérdida de calidad democrática a nivel interno de las iniciativas. El sistema no va a caer solamente por la evolución económica de la sociedad o por la competitividad económica o vivencial de la propuesta autogestionaria. Habrá cuellos de botella, momentos de enormes contradicciones y auténticas batallas ciudadanas. La economía autogestionaria es una de las vertientes fundamentales del proyecto de cambio social, pero no la única. Y no puede vencer sola.
El proyecto de la economía autogestionaria, en definitiva, es un proyecto de cambio sistémico, que permite sentar las bases (junto a las luchas y la organización popular) para el inicio de la transición a otra forma de producir, de sentir y de vivir. A otro tipo de sociedad. Una sociedad del socialismo autogestionario que sólo se puede edificar desde la cooperación mutua de todos los sujetos sometidos.
[Tomado de http://kaosenlared.net/autogestion-y-cooperativismo-el-avance-sobre-la-produccion.]
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