Carmen Godino
Hace poco leí un artículo sobre flacofobia. Voy a ser sincera: me enfadé mucho. Sentí como si alguien me hubiera pegado con el puño cerrado en medio del estómago. ¿Flacofobia? ¿Really? “¡Con lo que cuesta que nos crean a las personas gordas cuando hablamos de gordofobia!”, me dije a mi misma. Incluso comenté en un hilo de conversación de FB donde participaba la mujer que había escrito dicho artículo. La autora, habla de sus experiencias personales, de como la gente le ha señalado por ser excesivamente delgada (ella hace diferencia entre “delgada” y “flaca” entendiendo que ser lo primero es positivo pero lo segundo no). No puedo deslegitimar dichas vivencias compartidas por muchas otras personas que tienen que oír como les llaman anoréxicas o les acusan de consumir algún tipo de sustancia. Me parece injusto y muy doloroso lo que cuentan y soy consciente al 100% que esto ocurre diariamente en una sociedad que nos impone su criterio particular respecto a nuestros cuerpos. Ahora bien, ¿eso es igual a que exista flacofobia?
La cultura de la delgadez es tan real como la cultura de la violación, de hecho encuentro muchas similitudes entre ambas formas de opresión (como todas las opresiones que al final interseccionan en algún punto). La cultura de la delgadez se traduce a la imposición de un peso marcado por el IMC (índice de masa corporal) como normativo, correcto y objetivo a perseguir por todas las personas, especialmente las mujeres. Se entiende por lo tanto, que nosotras somos objeto de deseo consumible para la mirada masculina esa que nos quiere manejables, eternamente jóvenes, eternamente vulnerables. El control sobre nuestros cuerpos es una de las violencias más potentes (y eficaces) del patriarcado. El peso que se nos exige no es más que una representación clara de lo que se espera de nosotras: lo mínimo posible para no molestar, presentes pero secundarias.
Hace poco leí un artículo sobre flacofobia. Voy a ser sincera: me enfadé mucho. Sentí como si alguien me hubiera pegado con el puño cerrado en medio del estómago. ¿Flacofobia? ¿Really? “¡Con lo que cuesta que nos crean a las personas gordas cuando hablamos de gordofobia!”, me dije a mi misma. Incluso comenté en un hilo de conversación de FB donde participaba la mujer que había escrito dicho artículo. La autora, habla de sus experiencias personales, de como la gente le ha señalado por ser excesivamente delgada (ella hace diferencia entre “delgada” y “flaca” entendiendo que ser lo primero es positivo pero lo segundo no). No puedo deslegitimar dichas vivencias compartidas por muchas otras personas que tienen que oír como les llaman anoréxicas o les acusan de consumir algún tipo de sustancia. Me parece injusto y muy doloroso lo que cuentan y soy consciente al 100% que esto ocurre diariamente en una sociedad que nos impone su criterio particular respecto a nuestros cuerpos. Ahora bien, ¿eso es igual a que exista flacofobia?
La cultura de la delgadez es tan real como la cultura de la violación, de hecho encuentro muchas similitudes entre ambas formas de opresión (como todas las opresiones que al final interseccionan en algún punto). La cultura de la delgadez se traduce a la imposición de un peso marcado por el IMC (índice de masa corporal) como normativo, correcto y objetivo a perseguir por todas las personas, especialmente las mujeres. Se entiende por lo tanto, que nosotras somos objeto de deseo consumible para la mirada masculina esa que nos quiere manejables, eternamente jóvenes, eternamente vulnerables. El control sobre nuestros cuerpos es una de las violencias más potentes (y eficaces) del patriarcado. El peso que se nos exige no es más que una representación clara de lo que se espera de nosotras: lo mínimo posible para no molestar, presentes pero secundarias.
La cultura de la delgadez impregna todo desde que me levanto y un anuncio me dice que tengo que alimentarme a base de unos cereales bajos en calorías para mantener la línea. El anuncio, protagonizado por mujeres, nos revela lo que ya sabíamos: vamos a ser valoradas por nuestro cuerpo, nuestro atractivo y sí, nuestro peso, un peso que jamás debe excederse, jamás de los jamases hemos de ser gordas.
La cultura de la delgadez me persigue también en el almuerzo, cuando las mujeres que tengo en la mesa de al lado se dedican a analizar sus dietas más de 20 minutos, sigue cuando al cruzarme con un conocido me señala que quizá debería volver a perder peso y finaliza cuando en una discoteca el tipo que tengo al lado le dice a sus colegas que no me tocaría ni con un palo porque soy una gorda de mierda. Porque si algo nos deja claro la cultura de la delgadez, es que todo el mundo puede invadir mi espacio, dar su opinión, valorar mi cuerpo, hacer comparativas, piropear o menospreciar.
Normalizamos la cultura de la delgadez como lo hacemos con la cultura de la violación. La publicidad de un perfume con un hombre atacando a una mujer en la marquesina del autobús es violación pero violación “cuqui”, violación disfrazada de supuesto glamour, erotismo, poder y seducción, una violación que para el heteropatriarcado todas deseamos en nuestro fondo. Por eso un “no” siempre puede ser un “sí” para una sociedad sexista y machista. ¿Y cómo es esa mujer sometida? Delgada, delgada hasta la extenuación. Siempre delgada. Porque la delgadez es glamour, erostimo, poder y seducción. Y todas tenemos que aspirar a ser delgadas y esforzarnos mucho por serlo. Y si alguien nos insulta o nos hace un comentario, sencillamente nos está haciendo un favor, una llamada de atención para que cambiemos y eso, nos recuerdan, siempre está bien.
Es cierto, no todos los cuerpos delgados son considerados iguales. Este sistema está cargado de jerarquías y pirámides de poder por ello siempre existe una persona más oprimida que nosotras o una persona con más poder que nosotras. En consecuencia, jamás estamos bien del todo y siempre tenemos que intentar perfeccionar lo que somos. Pero esto no es flacofobia es gordofobia. La misma gordofobia que me oprime a mi porque mi IMC me señala sobrepeso, gordofobia porque esas personas a las que llaman anoréxicas y a las que se vigila sin cesar no están respondiendo al tipo de delgadez aceptada.
Pongamos un ejemplo práctico. No podemos negar que los hombres en un sistema heteropatriarcal también sufren la opresión de una masculinidad tóxica que no les deja ser libremente, ahora bien es eso, qué se yo, ¿hembrismo? No, es machismo. Un machismo que en cualquier caso otorga a los hombres unos privilegios al construir su género como el género dominante. Cuando una compañera delgada se queja de todos los insultos recibidos por ser demasiado flaca se está quejando de lo mismo que me quejo yo: de la gordofobia y de una cultura de la delgadez asfixiante que nos exige unas medidas para tener un valor y ser visibles. Pero no podemos olvidar, como pasara con el ejemplo citado, que es ella la que tiene más privilegios que yo en un sistema que acepta su peso pero niega el mío. Recordemos el anuncio de cereales: jamás de los jamases hemos de ser gordas.
[Tomado de http://www.pikaramagazine.com/2018/01/flacofobia.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.