23 de Enero 1958/2018: 60 años de una experiencia frustrante

Humberto Decarli

El 23 de enero de 2018 se cumplen sesenta años de los acontecimientos dela misma fecha pero de 1958, concluidos con la huida del dictador Marcos Pérez Jiménez en el avión denominado la vaca sagrada con tanto efectivo que olvidó una maleta repleta de dinero. Mucho se ha discutido sobre el declive de la dictadura perezjimenista y las razones de su caída sobre todo acerca de las verdaderas causas de su defenestración. Se derrumbaba el penúltimo régimen bonapartista en Venezuela. Además, se habla mucho acerca de su alcance y si verdaderamente se logró un modelo democrático en toda la dimensión de la palabra. Las posturas tradicionales se solazan lanzando un panegírico del esquema de gobernabilidad sin apreciar los graves vicios inherentes al populismo, tan dañino a todos los países de Latinoamérica y el Caribe.

Turbulencias económicas a finales de la dictadura
 
Pérez Jiménez había transitado con equilibrio económico no obstante los relativamente bajos precios del barril. Empero, una crisis concluyendo el año 1957 determinó la dificultad de descuento de los bonos de la deuda venezolana en el exterior. Los grupos empresariales estaban afectados al no poder obtener beneficios de los papeles detentados. Asimismo, había un nivel represivo elevado contra los partidos políticos, los sindicatos y llegó al límite cuando alcanzó a las fuerzas armadas. La seguridad nacional, a cargo de Pedro Estrada, se había sobrepasado en el control de los uniformados lo cual había ocasionado un profundo malestar en la oficialidad. El dictador sintió la protesta de los militares y destituyó a Pedro Estrada y al ministro del interior Laureano Vallenilla hijo, pero su reacción fue tardía. Se produjeron alzamientos como el del coronel Hugo Trejo con su batallón de tanques moviéndose erróneamente hacia los Teques y la aviación bombardeando el palacio de Miraflores, ejecutado por Martín Parada.

Las organizaciones políticas habían constituido la Junta Patriótica, integrada por Silvestre Ortiz Bucarán, por A.D., Enrique AristiguietaGrancko en nombre de Copei, Guillermo García Ponce, en representación del P.C.V. y estaba presidida por el urredista Fabricio Ojeda. Era una estructura civil con movilización de calle culminada en una huelga general el 21 de enero de 1958. Las anteriores circunstancias se conjugaron para poner en jaque al régimen pero la decisión de las fuerzas armadas fue el factor determinante. Cuando el hombre de Michelena percibió la piel de zapa en los militares porque a cada conspiración develada sucedía otra reduciéndose su radio de acción, no le quedó otra opción que hacer mutis del país. Se recuerda la anécdota del presidente con otro alto cuadro castrense, Luis Felipe Llovera Páez, quien le instó a irse porque “pescuezos no retoñan”.

La junta de gobierno
 
Al egresar el dictador del país se formó una junta de gobierno presidida por el oficial de la armada Wolfgang Larrazábal, quien había sido director del I.N.D. y del Círculo Militar, e integrada por dos perezjimenistas, los militares Eduardo Casanova y Romero Villate. La presión popular logró la renuncia de estos dos conspicuos miembros del gobierno saliente y fueron reemplazados por el empresario Eugenio Mendoza y un directivo de sus compañías, Blas Lamberti. Estos dos personeros consiguieron el pago de las deudas del Estado para con sus empresas. Larrazábal hubo de renunciar al ser candidato presidencial, lo cual fue plausible, y en su reemplazo se designó a Edgard Sanabria.

El pacto de Nueva York

Los militares seguían conservando un rol estelar dentro del Estado y la mayor prueba fue la omisión de la Junta Patriótica de cualquier entidad. Llamaron a elecciones y el triunfador fue Rómulo Betancourt. El máximo dirigente de A.D. había diseñado un pacto de gobernabilidad en la ciudad de Nueva York, con Rafael Caldera de Copei y JóvitoVillalba de U.R.D. Luego se conoció como de Punto Fijo por haberse suscrito en la residencia del líder socialcristiano con ese cognomento. Instalado el nuevo gobierno se segregó a los comunistas debido a su posición ideológica partidaria de la dictadura del proletariado. La gobernanza había sido elaborada con cinco factores de poder: los empresarios, los sindicalistas, los militares, el alto clero y los partidos políticos. Esta pentarquía comenzó a regir los destinos de la nación en medio de un ostensible ruido de sables porque los administradores de la violencia del Estado seguían con inspiración y vocación golpista.

Conspiraciones fracasadas

En efecto, ocurrieron los alzamientos de la Planicie en el ministerio de la defensa en Caracas encabezada por el general Castro León, la de San Cristóbal por el mismo oficial y Moncada Vidal, el Barcelonazo y el atentado en los Próceres contra Betancourt, todos de corte derechistas. La insurrección de Mamo, el carupanazo y el porteñazo de tinte izquierdista. Todos los anteriores movimientos golpistas tuvieron un resultado idéntico, el fracaso, y la lucha armada decretada por el P.C.V., el M.I.R., sectores de U.R.D. y grupos radicales, concurrió en auxilio del líder guatireño. Ordenó el ataque a la manifestación de desempleados en la plaza Concordia de Caracas para empujar a los jóvenes a las montañas y lo alcanzó.

La lucha guerrillera
 
La izquierda cayó en la trampa betancourista por razones emocionales y carencia de análisis ante la realidad. Fue la crónica de una muerte anunciada porque no había condiciones para una lucha rural en un país eminentemente urbano. Aparte, sirvió para que el dirigente adeco les mostrara el anticomunismo a los militares, quienes habiendo sido formados en la Escuela de las Américas, pudieron nuclearse a su alrededor perdiendo la conducta conspirativa.

La democracia pierde simpatías

En el año de 1968 un partido seguidor de Pérez Jiménez, la Cruzada Cívica Nacionalista, recibió una votación de 400 mil electores siendo una enorme sorpresa. El apoyo recibido por tal organización se interpretaba como un afecto hacia la dictadura por parte del pueblo porque el orden representativo no daba un buen rostro y todo se debía a que siendo un esquema rentista, el valor del crudo estaba bajo, incidiendo en no disponer el Estado de recursos para confrontar los múltiples problemas atravesados. Adicionalmente la eficacia de la democracia populista era muy pobre en todos los planos lo cual motivó el rechazo y el recuerdo de un pasado terrible.
Sin embargo, el exdictador desde su exilio de Madrid no dio muestra de interés en retornar a la política nacional. Tenía una vida cómoda otorgada por los recursos sustraídos del país y además, lo enjuiciaron, apresaron y modificaron la constitución para impedir su candidatura y lo lograron. No quisieron correr el riesgo ocurrido con Rojas Pinilla en Colombia, a quien le hicieron fraude para impedir su victoria electoral.

La salvación de la democracia: la bonanza financiera

Siempre había en el ambiente la posibilidad de asonadas militares en Venezuela. La existencia de unas fuerzas armadas pretorianas sin formación democrática y las dificultades económicas derivadas del relativo bajo precio del barril petrolero, fueron circunstancias para pensar en un giro hacia el militarismo. Podría haberse repetido la experiencia del cono sur pero coyunturas del mercado petrolero lo impidieron. La guerra del YomKipur a finales de 1973 fue la razón del cambio de rumbo.
El embargo petrolero aplicado por el mundo árabe a occidente generó un alza desproporcionada por la contracción de la oferta de hidrocarburos. El Estado venezolano no apoyó esa clase de medidas porque siempre estuvo en consonancia con Estados Unidos pero esa alza desmedida del barril cambió la orientación de la economía del país.
El precio del oro negro casi se sextuplicó en pocos meses y las arcas nacionales se llenaron como nunca. Mas ocurrió una ebriedad propia de la enfermedad holandesa y nació la llamada Venezuela saudita, suerte de neorriquismo que infectó al Estado y ocasionó una dislocación del rumbo del país.

C.A. Pérez, quien venía de un pasado policial, se convirtió en el candidato ganador de las elecciones de diciembre de 1973 y fue beneficiado con este hecho azaroso. La Gran Venezuela, como se denominó a la hipertrofia financiera, fue una concepción espantosa de una grandeza inexistente y en vez de ser empleado ese ingreso descomunal para despegar hacia estadios diferentes, incrementó la corrupción, el despilfarro y se enterró en el rentismo como fórmula de conducción de la cosa pública. La mal conocida política de pleno empleo perecistaconsistió en crear ascensoristas en los edificios y aseadores de baño en los establecimientos mercantiles. Se condonó a los deudores de obligaciones agrícolas con el Estado y se aprobó la ley contra despidos injustificados para impedir futuros conflictos sociales acicateando la inercia de los trabajadores y generando una imagen de la tutela estatal sobre los trabajadores. La paz social se vio consolidada a pesar de la gran desigualdad existente desde siempre, atenuada por las medidas clientelares y reformistas del régimen gracias a los excedentes pecuniarios.

Como es del conocimiento general, las ingentes entradas se esfumaron por el clientelismo, el despilfarro y el faraonismo de la dinámica económica. Grandes proyectos sin resultados por inconclusos así como carencia de una visión sobre la permanencia en el tiempo, con predominio del cortoplacismo. Durante el gobierno de Luis Herrera Campins aconteció una guerra en el oriente próximo, la de Irak e Irán. Generó un nuevo incremento inusitado del petróleo y el país se vio envuelto en otra ingente entrada financiera que generó un nuevo modus operandi de dispendio, corrupción y gastos irresponsables.

Colapso puntofijista
 
El pacto de los tres grandes líderes y partidos del populismo se resquebrajó debido a la caída del valor del crudo y la falta de financiamiento para sostener el modelo. El viernes negro sucedido en 1984 con la primera devaluación considerable de la moneda, el caracazo ocurrido el 27 de febrero de 1989 expresando el descontento del pueblo por las medidas económicas implementadas por los organismos multilaterales y las dos tentativas golpistas de febrero y noviembre de 1992, delatadoras de ruidos de sables, dispararon las alarmas del fracaso de un esquema de gobernabilidad soportado en las oscilaciones del valor de los hidrocarburos. Ante el desprestigio de los partidos políticos debido a la pésima conducción del país, se apostó al carisma del populista Pérez aplicando un paquete de ejecuciones económicas, sociales y financieras diseñadas por el Fondo Monetario Internacional pero resultó infructuoso por la severidad de las decisiones, inaplicables en el contexto en el cual se pretendió llevar a cabo.

Emerge entonces un vacío llenado por una figura salida de las fuerzas armadas con la misión de poner orden en el caos en el cual los adecos y copeyanos sumieron a Venezuela. Fue el oficial de Sabaneta quien supo utilizar la imagen de su derrota de la asonada debido a la orfandad señalada. Una adversidad en el plano del teatro de operaciones la convirtió en un imán electoral. Sin embargo la fementida solución resultó peor a lo anterior como lo han demostrado los hechos hasta la saciedad. La democracia populista aunada al militarismo ha dado como resultado una aberración que alcanzó la ruina del país al tratar de mezclar la democracia representativa con un régimen fuerte, militarista y con todos los rasgos de la dictadura del proletariado. Fue la evocación de la simbiosis del golpe del 45, militares fascistoides con la demagogia clásica del clientelismo, antes entre A.D. y los uniformados y ahora con una maquinaria electoral pero con la mayor participación de los administradores de la violencia del Estado en gobierno alguno.

La llegada del mesías castrense

Agotado el esquema dominado por los adecos y los copeyanos, surge una candidatura a la presidencia encarnada por un anterior golpista con mucho carisma y la oportunidad se vio dibujada para el acceso de un milico a la jefatura del Estado. Hugo Chávez ganó las elecciones en 1998 en el contexto de una aureola de cambio estimulada por la frustración de sus predecesores. La antipolítica se hizo presente gracias a la debacle moral de los partidos y el simbolismo militar plasmó su participación en dirigir la cosa pública. La gestión militarista ha sido autoritaria, abusiva y exacerbada. Solo los años de la bonanza petrolera permitieron un tiempo de paz social debido a un excedente financiero como nunca en la historia nacional. La mentalidad cuartelaría se introdujo en la dinámica del sector público y la cada vez menor institucionalidad generó la fuente de la corrupción, la impunidad.

Se perdió una nueva bonanza petrolera y el Estado se orientó a someter a la sociedad venezolana a través de mecanismos clientelares y represivos según fuera el caso. Ha sido una experiencia terrible reflejada en los guarismos en todos los órdenes. El país ha sido hundido a más no poder y no hay rubro en el cual se pueda apreciar como un activo en el inventario de la historia política de los últimos tiempos.    

Balance de los fracasos del puntofijismo y el chavismo
 
A pesar de una entrada inconmensurable de petrodólares, tanto el pacto de Nueva York como los militares triunfadores en las elecciones luego del fracaso del 4 de febrero y 27 de noviembre, ambos de 1992, un balance de esas gestiones resulta impresionantemente terrible. Es una demostración que la sola entrada de dinero, aunque sea en inmensas proporciones como fue el caso venezolano, per se, no garantiza la posibilidad de un despegue hacia mejores niveles.Hay circunstancias imposibles de soslayar a la hora de un análisis de las consecuencias de una administración de grandes ingresos con la mentalidad del rastacuerismo del nuevo rico. Vamos a apreciar lo ocurrido.

En primer lugar, nunca se construyó una institucionalidad democrática, adeudada por la élite política venezolana desde la independencia. No ha sido posible superar el autoritarismo con el cual nacimos como nación. Los militares, sumados a las oligarquías valenciana y caraqueña, lideraron la Cosiata para separarnos de la República de Colombia. Cobraron en exceso sus actividades secesionistas y se adueñaron literalmente de Venezuela. El proceso de secesión de España fue muy cruento y configuró el perfil del próximo Estado. Una praxis propia de quienes no tuvieron contrapeso de ningún tipo, imponiendo su criterio, visión del mundo y autoridad. Así emergió el país el cual durante todo el siglo diecinueve fue testigo de montoneras, guerras intestinas y una gran destrucción del aparato económico gracias al enfrentamiento con la corona española y a la guerra federal.

El siglo veinte arranca conlos andinos en el poder al tomarlo Cipriano Castro y luego de su salida, Juan Vicente Gómez. Este hacendado convertido en dueño de la nación, creó las fuerzas armadas profesionales, un sistema impositivo y una concentración absoluta del poder. Es el fundador del Estado moderno, con todas sus deformaciones. Los regímenes postgomecistas, el de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita así como el de Pérez Jiménez (todos milicos con dos apellidos), salvando la experiencia efímera de Rómulo Gallegos, apuntalaron el autoritarismo hacia niveles inmensos. El puntofijismo fue también abusivo aunque conservaba algunas formalidades legales pero en esencia, a la hora de decisiones fundamentales saltaban los derechos. Los partidos políticos se repartían los cargos en el parlamento, el ganador de las elecciones lo hacía con el ejecutivo y los jueces eran nombrados de acuerdo a la militancia de las dos grandes organizaciones y algún remanente se lo concedían a los partidos comodines (FND, FDP, URD, MEP, MAS).

Con la llegada de Hugo Chávez el país se introdujo en una gestión absolutamente atrabiliaria. No hubo la intención de salvar mecanismos legales ni constitucionales porque ejercían un esquema dictatorial así hubiesen sido electos. El origen fue una suerte de legitimación de todas las barbaridades cometidas, por haber sido escogidos por la voluntad popular era suficiente para tener un cheque en blanco y disponer a sus anchas. Pero Chávez y sus acólitos jamás hubiesen podido realizar lo que hicieron si la institucionalidad democrática existiera. Fue esa carencia o precariedad el fundamento del autoritarismo. Ni los adecos, copeyanos y comodines de la etapa puntofijista, hicieron esfuerzos profundos y serios para construirla, simplemente se limitaron a dibujar algunas formas consensuadas entre los factores de poder sin fuerza ni consolidación. De allí partió el dique desbordado del militarismo simbolizado por los golpistas del 4 de febrero y el 27 de noviembre.

En segundo término, en el plano económico, ambas experiencias siguieron la saga iniciada por Juan Vicente Gómez. El extractivismo y el rentismo fueron los puntos cardinales de tales gestiones. Venezuela vivió y vive de los hidrocarburos en su etapa más primaria, el crudo. No se hizo ningún esfuerzo para industrializar el petróleo y ni siquiera se hizo el intento de diversificar la economía. La etapa vivida desde el 58 hasta el 98 fue monoproductora e importadora. Hubo algún intento de la Cepal con el programa de sustitución de importaciones pero no llegó a mucho. Con el chavismo se profundiza esa dependencia hasta el colmo de la actualidad cuando 97 de cada 100 dólares exportados provienen de los hidrocarburos. La bellaquería de Chávez llega a niveles ilimitados al hablar de soberanía.Hay que hacer notar la planificación chavista de convertir al país en un ente importador con los petrodólares, profundizando las sendas previas, para liquidar la industria y al agro. Ese diseño correspondió al criterio de hacer a las personas más dependientes del Estado como en Cuba, los países socialistas y nacionalistas tipo Torrijos, Velasco Alvarado, Perón y Nasser.

Las bonanzas acaecidas en 1973, 1978 y 2004, fueron desperdiciadas en gastos superfluos, erogaciones ordinarias en el presupuesto público, obras faraónicas, el clientelismo y la corrupción. Ese impresionante ingreso financiero se pudo haber empleado en diversificar la economía, generar industrialización, invertir en una educación de calidad orientada hacia el futuro, mejorar la calidad de la vida de la gente con vivienda, salud y servicios e incursionar en las industrias del futuro, pero nada se hizo. Esa es una gran frustración de la democracia populista, la cual nunca pudo superar la enfermedad holandesa. El rentismo petrolero fue tal que el puntofijismo llegó a hacer depender la economía de los hidrocarburos al promediar 88 dólares provenientes del excremento del diablo en las exportaciones, por cada 100. El chavomadurismo lo izó a niveles estratosféricos al promediar 97 dólares por cada 100, como antes ya lo mencionamos. Las empresas básicas no proveyeron mucho valor agregado a sus productos, solo materias primas, y en la actualidad el arco minero es un centro reiterativo de la corriente predominante en la concepción de la economía, el extractivismo.

Tercero, se democratizó la corrupción. El alma nacional se vio impregnada de un desaforado ánimo de lucro fácil y lo tramitó a través del peculado, el cohecho, la malversación de fondos, el cobro indebido de comisiones y los sobreprecios. Las prácticas sociales desembocaron en acoger como normal el camino de la descomposición. Este gran cometido se alcanzó porque la impunidad se consolidó ante la ausencia de un poder judicial y un ministerio público cumplidores de sus funciones.
Cuarto, no hubo una educación tras un cometido de futuro. Es cierto que la mal llamada cuarta república practicó la inclusión en materia estudiantil, no llevada a cabo por la dictadura que tuvo una gran omisión. El chavismo también lo hizo en forma por demás irregular y con una educación deficiente. Fuera del esfuerzo de incorporación al derecho al estudio no hubo más aspectos a cumplir. No se preocuparon para orientarla hacia áreas donde el país pusiera el énfasis para insertarse en estadios económicos-sociales óptimos. Se promovió la graduación de abogados, administradores, contadores, sicólogos, comunicadores sociales y otras profesiones no indispensables para el avance social. En general, los educadores no fueron bien remunerados, causa del poco interés del estudiante en la docencia. Asimismo, hubo poca erogación para la investigación. Las universidades, institutos especializados y demás centros educativos gastan poco en este ámbito pero sí hay un enorme egreso en el rubro operativo, el corriente, en los pasivos laborales y el funcionamiento. No existe en el país grandes invenciones ni patentes de creación científica lo cual delata la precariedad en este renglón.

Quinto, no se institucionalizó a los administradores de la violencia del Estado. Betancourt hubo de navegar en aguas procelosas porque la milicia seguía intacta de la formación de la dictadura y solo su accionar anticomunista en el combate a la insurrección guerrillera permitió ser apoyado por los uniformados. Después, vencida la lucha armada, se apeló a la comisión de defensa del senado para promover los ascensos desde coronel y capitán de navío hacia arriba por la vía del partidismo y la corrupción. No es casual que el coronel José Machillanda considere a Venezuela como un régimen cuasipretoriano porque a pesar de haber elecciones los militares estaban por encima de los civiles, tal y como lo preconiza en la obra Poder Político y Poder Militar, que le cortó abruptamente su carrera profesional por la censura propia de los cuarteles. Con el triunfo de Hugo Chávez se oficializa la captura global de los milicos al poder. Progresivamente el estamento castrense comenzó a ocupar los cuadros superiores del Estado, el manejo de las divisas, los alimentos, el petróleo, la minería, la salud y en general, la gerencia de las actividades públicas. No hay ministerio, instituto autónomo ni empresa oficial donde no se encuentre un oficial de la fuerza armada en su directiva o en la administración. Nunca antes había ocurrido una participación tan grande como en la actual. La gran falla de control de los militares generó, entre otras razones, el resurgimiento del gomecismo con el ascenso de Hugo Chávez al gobierno. Se revivió esa mentalidad prusiana de los venezolanos de aplaudir a los uniformados como símbolo de fuerza y ejecución. El culto a personalidad tuvo una nueva vigencia. Volvió a hablarse de la unión cívico-militar como una asociación para racionalizar al excesivo militarismo en nuestra sociedad.

Sexto, el ejercicio cotidiano del poder es antidemocrático y supuestamente la legitimidad de origen, esto es, las elecciones constituye la base de del cartabón político existente. Sin embargo, la trayectoria señala lo contrario porque siempre los actos comiciales han estado signados por turbulencias de mala fe. Cuando los procesos eran manuales la manipulación de las actas reemplazaba la voluntad popular pero ahora, automáticos, el control sobre el resultado es infinitamente mayor.

Es harto conocida la quema de papeletas de votación por parte de los uniformados para reducir la votación de Andrés Valásquez en la elección presidencial de 1993, las múltiples impugnaciones durante elecciones recientes y la más grave, la información dada por Smarmatic desde Londres donde anunciaba un incremento ficticio de más de un millón de votos en el referéndum de la constituyente en julio de 2017.

Séptimo, el respeto a los derechos humanos brilla por su ausencia. Todos los gobiernos posteriores a la dictadura han reincidido en la tortura, los desaparecidos y los asesinatos alevosos. Han cambiado los cognomentos de los cuerpos policiales y los parapoliciales pero su accionar es reiterativo en el desprecio hacia la vida y la integridad física y moral de las personas. Incluso, la lucha contra el delito es eminentemente represiva.

Octavo, el nivel de vida de nuestra población no ha mejorado a pesar de los inmensos recursos ingresados por la vía de los petrodólares. La vivienda, la salud, la educación y los servicios, no responden a las necesidades de los hombres y las mujeres de esta tierra.

Colofón
 
Los defensores de la democracia representativa nacional indican, entre sus argumentos, la existencia de un supuesto clima de libertad debido a efectuarse elecciones periódicamente. Como antes lo aseveramos, el nivel electoral deja mucho que desear dada la carencia de voluntad democrática en la competencia por los votos. Asimismo, es apodíctica la ausencia de institucionalidad democráticaen cada instancia del poder y en la conducta cotidiana del venezolano, habituado a prácticas autoritarias. El funcionario siempre está por encima de las normas.

Sentir nostalgia por el pasado, éramos felices y no lo sabíamos, es desatinado. De lo que se trata es superar el espantoso presente sin regresar a los períodos antes descritos para la búsqueda de un mejor país. Es la titánica tarea pendiente para una nación arrastrando el pesado fardo de la ausencia de libertad. 

El 23 de enero fue un espejismo de progreso porque los resultados a posteriori no expresan la elevación de la calidad de vida de los seres humanos ni de respeto a los derechos humanos sino un gran deterioro responsabilidad de los factores de poder que han dirigido y oprimido la sociedad venezolana desde la caída de la penúltima dictadura. El balance no es nada satisfactorio y es una utopía a cumplir.