Humberto
Decarli
Finalizando el año 2017 el mundo se ha
visto sorprendido con la noticia de la libertad de Alberto Fujimori. Fue
gracias a un acuerdo de impunidad hecho entre un sector del fujimorismo con el
presidente Pedro Pablo Kuczynski. Fue un avenimiento entre partes de la fuerza
seguidora del político de origen japonés con el Jefe del Estado peruano basada
en una votación en el parlamento que impidió su destitución a cambio del
indulto.
Kuczynski fue involucrado en el
escándalo de Odebrecht por haber recibido comisiones por la asignación de
contratos. La firma brasileña, aupada y promovida por el expresidente Lula Da
Silva, de izquierda, sobornó a la clase política de América Latina cualquiera
que fuera su origen y postura ideológica. Por esa razón un presidente de centro-derecha
fue favorecido por el poder de la transnacional del país de la samba.
El
peruano japonés y su emergencia como líder
Alberto Fujimori fue un candidato
presidencial intranscendente que irrumpió en la escena política y en la
elección del año 1990. Surgió por el desprestigio de los partidos políticos
tradicionales, el APRA y Acción Popular, fundado el primero por Víctor Raúl
Haya de la Torre a quien los militares impidieron desde siempre su acceso a la
presidencia; y el otro por Belaúnde Terry, un dirigente conservador. En la
elección mencionada tuvo como gran rival al escritor y posterior Premio Nobel
de Literatura Mario Vargas Llosa. El narrador tuvo un pasado izquierdista y en
un giro copernicano devino en liberal. Se dio el lujo de encabezar una marcha
para defender a los banqueros de su país, algo inédito en Lima, cuando un
intelectual se puso al servicio de los sectores poderosos.
Vargas Llosa se sobrestimó en la segunda
vuelta y ofreció una política de shock para desenmarañar el estancamiento económico
peruano. Lo dijo en forma directa y expresa porque se sentía seguro de triunfar
basado en su prestigio como escritor que trascendía su nación e incluso a
América Latina.El resultado electoral fue desastroso y el oscuro ingeniero
agrónomo de ascendencia nipona ganó en buena lid no habiendo ofrecido un
sacudón como el escritor. Sin embargo, una vez presidente aplicó sin medias
tintas el terrible programa asignando a las grandes mayorías el peso del
sacrificio, como recomiendan los organismos multilaterales. Se produjo un
crecimiento económico sin disminuir la pobreza.
El paquete económico dio estabilidad a
la maltrecha economía peruana y además, durante la gestión fujimorista fue
derrotada la insurgencia terrorista del grupo maoísta Sendero Luminoso y la del
castrismo representado por el movimiento TupacAmarú. Estas dos circunstancias
se juntaron para impactar a la gente de este país de América del Sur siempre
impregnado de autoritarismo. El apoyo popular no se hizo esperar y fue un
político apoyado por los sectores menos favorecidos encantados por su accionar
militarista.
La conducta fujimorista se basó en el
abuso de poder, la violación ingente de los derechos humanos y ante la ausencia
de control, incursionó en la corrupción y el narcotráfico. El general Bari
Hermosa y Vladimir Montesinos constituyeron la médula espinal de su gestión,
con un aparato represivo vehemente y eficaz.
Fue reelecto por segunda vez y en el año
2000 se produjo un autogolpe militar muy similar al de José María Bordaberry en
Uruguay en los años setenta del pasado siglo. Empero, se desgastó y los
factores de poder lo sacrificaron y hubo de huir a Japón. Regresó al continente
y estando en Chile fue extraditado a su país y condenado a muchos años de
presidio por todas las aberraciones cometidas incluyendo crímenes de lesa
humanidad.
El
Perú postfujimori
Alejandro Toledo ganó en la elección
inmediata a la defenestración del japonés y todavía está recogiendo los actos
de corrupción ocurridos durante su mandato pues tiene una orden de detención
internacional. Le sucedió Alan García con su populismo aprista y el militar Ollanta
Humala con un gobierno distanciado de su fuente de inspiración, el chavismo, y
pasó con más pena que gloria.
Así las cosas, en los comicios del año
2016, se lleva la victoria Pedro Pablo Kuczynski cuya postura es de centro
derecha. Ha sido un presidente muy activo internacionalmente en especial por su
accionar contrario al chavismo venezolano y su cercanía al líder del
espectáculo, el presidente Donald Trump.
Ahora se ve inmerso en un escándalo
financiero con la transnacional de origen brasileño Odebrecht y gracias a su
convenimiento con Alberto Fujimori se salva de ser destituido por el órgano
legislativo nacional. Es una alianza entre la derecha conservadora moderada con
el recalcitrante Fujimori y la resultante es el indulto donde se apaña el abuso
de poder y la transgresión de los derechos humanos. Es la impunidad legalizada
para sostenerse en la presidencia pero es una vergüenza connotada.
Es el espectáculo bufo propio de las
democracias representativas de Latinoamérica donde se hacen las maniobras más
abyectas con un maquiavelismo ultrapedestre sin importar el sentido de la
historia. Quienes critican a Lula y Cristina Fernández de Kirchner deben verse
en el espejo de la otra banda. Así como el totalitarismo puede ser de derecha o
de izquierda la corrupción colorea al ejercicio del poder haciendo abstracción
de quién lo ejerza.
La medida de libertad puede ser
entendida de manera amplia porque no habría razones para no dársela al Camarada
Gonzalo, a Víctor Polay o a Vladimir Montesinos, significantes del terrorismo y
la corrupción en el país incaico. Mas la razón es un intercambio de favores
entre un presidente y otro expresidente quien lo salvó de la caída. Es un acto
pragmático sin sustento ético de ninguna especie.
Conclusiones
El impacto de esta medida para favorecer
a un conspicuo delincuente como lo es Alberto Fujimori por la persistencia en
el poder del presidente Kuczynski es muestra de una gran inmoralidad. Genera
una idea de bellaquería sin otro fin que la retención del gobierno a toda
costa. Es una secuencia propia de la saga política latinoamericana actual la
cual navega en las aguas procelosas de la ruindad y la descomposición.
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