Melissa Sepúlveda
La tragedia de la emancipación de la mujer emerge
como un camino insoslayable, no sólo para la liberación de la humanidad, sino
como una alternativa para la sobrevivencia de la vida en el planeta Tierra…
Podríamos afirmar, entonces, que la emancipación de la humanidad estaría dada
por la reconciliación de las y los seres humanos con el planeta que habitamos, antes
que por el desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de la clase
trabajadora, como hasta ahora nos han planteado los proyectos emancipatorios
revolucionarios.
La negación de los objetivos del hombre implica
también negar su afán por dominar la naturaleza. Dentro de la lucha feminista, la
defensa del territorio, lejos de cualquier interés de soberanía imperial, se
inscribe en la defensa de la capacidad de reconocernos en otro, otra, u otre.
Implica la defensa del desarrollo de la vida, las relaciones sociales, la
relación con animales y plantas, así como también sus más diversas
interpretaciones. Son los Ngen que corren por los ríos, las montañas guardianas
que estructuran nuestra América, nuestras ancestras que desde las alturas guían
la noche.
La asociación entre el territorio y el cuerpo de
las mujeres no es ninguna novedad. La violación y asesinato de mujeres y niñas
por los guerreros vencedores nos muestra cómo en la civilización occidental la
unidad mujer-tierra ha sido objeto de conquista a través de los más horrorosos
métodos que escasamente cuentan los registros patriarcales de la historia. En
este contexto, no ha sido sorpresa el asesinato de mujeres que luchan contra
los intereses de las grandes empresas transnacionales que buscan extraer de la
tierra hasta el último suspiro de vitalidad. Berta Cáceres en Honduras, la persecución
a autoridades ancestrales como la machi Francisca Linconao y el asesinato de
Macarena Valdés en Wallmapu nos recuerdan la urgencia de la lucha por la
recuperación del territorio: nuestro Cuerpo y nuestra Mapu. El hombre
conquistador tiene libre acceso al cuerpo de la mujer en el espacio público, en
el espacio privado, sin guerra mediante, y con el resguardo de instituciones
patriarcales como la Iglesia, la Familia y recientemente el Estado. El problema
del acceso al territorio corporal de las mujeres, por lo tanto, es una lucha
por soberanía sobre nuestros propios cuerpos.
La autodefensa de nuestra corporalidad está
directamente relacionada con la posibilidad de construir una subjetividad
emancipadora del ser mujer. En ese proceso un paso importante es la negación de
la concepción capitalista del cuerpo: el cuerpo como máquina de reproducción.
En los márgenes del capitalismo, el cuerpo de la mujer es considerado un medio
de producción a través del cual se reproduce la clase trabajadora. El capitalismo,
para asegurar su subsistencia, se aprovecha de la estructura patriarcal para
resolver su contradicción intrínseca más debilitante: la necesidad de aumentar
las fuerzas productivas, es decir, aumentar la natalidad de la clase
trabajadora versus la destrucción de ésta a través del trabajo forzado y la
explotación.
Es así como, a lo largo de la ignorada historia de
las mujeres, el control sobre sus cuerpos ha tomado las más variadas formas para
asegurar la reproducción humana. Penalizó con la muerte los métodos
anticonceptivos, persiguió a las brujas – mujeres con conocimientos – a través
de la Inquisición, ha construido todo un aparataje moral que ronda y delimita
la sexualidad, como también las leyes patriarcales que hoy en Chile prohíben el
aborto en toda situación. El desconocimiento, el miedo, incluso el pudor sobre
nuestros propios cuerpos, son herramientas de dominación fundamentales para
cumplir estos propósitos. Podemos afirmar que el control de la reproducción,
por ende la sexualidad, constituye un aspecto central de la lucha contra el patriarcado,
incluso en su especificidad capitalista. A través del conocimiento-control del
cuerpo y sus ciclos podemos recuperar soberanía y a la vez desafiar otro
aspecto subjetivo clave del capitalismo: la linealidad del tiempo en función
del desarrollo de las fuerzas productivas. En nuestro cuerpo está la
posibilidad de reconocer los ciclos de la naturaleza, de los cultivos, de la luna,
para nuestros fines.
Sabemos que el patriarcado es muchísimo anterior
que las relaciones capitalistas de producción. Intuimos, entonces, que la
autodefensa feminista es más que luchar contra las estructuras de explotación
del cuerpo de las mujeres en función del capital. Nuestros anteojos violetas
deben permitirnos observar mucho más que los últimos 400 años de historia y
enfrentar todo lo que nos impide habitarnos. ¿Qué mecanismos de reproducción
han surgido en 5000 años de existencia del patriarcado?
Esclavitud y vasallaje, colonización y
neoliberalismo, han sido fuente de alimentación para la dominación patriarcal,
potenciadores interseccionales de discriminación y violencia contra las mujeres.
Desde muy temprano nos hacen creer que somos incapaces de defender nuestros
cuerpos. Hemos sido debilitadas física y mentalmente: por una parte, nuestros
brazos desactivados para la lucha nos hacen vulnerables al ataque del agresor,
pues las artes de la guerra han sido reducidas a fines exclusivamente
masculinos; por otra, la asociación entre feminidad y debilidad se constituye como
un aprendizaje transgeneracional que amenaza nuestros propósitos
revolucionarios constantemente. El boicot está alojado en las estructuras más
profundas de nuestra psique y en nuestra autopercepción. Negar los objetivos
del hombre implica separarnos radicalmente de sus medios y fines, para construir
los propios que nos encaminen hacia la defensa irrestricta del territorio antes
escrito. Es por esto que desde el feminismo se ha planteado el separatismo como
estrategia fundamental. Necesitamos separarnos para desarrollar nuestra
capacidad creativa y reconstruir nuestra subjetividad.
Ahora bien, es importante definir a quiénes
comprendemos por mujeres, es decir, a quiénes estamos pensando como “sujetas transformadoras”.
La unidad del histórico movimiento de mujeres con la disidencia sexual nos
presenta un gran desafío a la hora de considerar el separatismo como una
estrategia feminista central y nos introduce en el problema de las
corporalidades: ¿qué es lo que define a las sujetas revolucionarias? La
biología no parece ser la respuesta a nuestras interrogantes: la diferenciación
por medio de la genitalidad no nos entrega luces para desenmarañar el problema
de la sujeta. El cuerpo puede tomar muchas formas y cada una de ellas, incluso
en cada una de nuestras biografías, ha sufrido agresiones específicas, no por ello
desconectadas entre sí. Todo lo asociado a la feminidad, es decir, lo no
masculino, es objeto del amplio repertorio de violencia patriarcal: desde la
burla hasta el feminicidio. Es cosa de observar cómo en los cuerpos transfemeninos,
el tránsito desde la hegemonía masculina hacia la sujeta marginada acentúa
la tensión. La interrogante se transforma en
violencia cruda: ¿cómo puedes desear ser mujer?
Lo que hoy identificamos como propio de las mujeres
lo construimos desde la resistencia, incluso haciendo de nuestro enclaustramiento
en el “espacio privado” un territorio de resistencia, traspasándonos
conocimientos alojados en nuestro linaje femenino: cantos, danzas, ritos, y
cuidados. En esta civilización occidental patriarcal que se estructura de forma
binaria, son los hombres quienes constituyen el poder hegemónico y todo lo que
queda fuera de esa identidad es oprimido, negado y se experimenta como
inferior. El hombre blanco occidental heterosexual y, por otro lado, las sombras.
Tal vez lo único que podemos afirmar en la civilización heteropatriarcal y que
nos permite aproximarnos al problema de las corporalidades-identidades es que
somos las no-hombres. Desde aquí me atrevo a reforzar la idea de que el hombre
nuevo no existe, pues esta categoría resitúa al sujeto opresor –con los valores
que lo constituyen– nuevamente como conquistador, en este caso de la libertad.
Y no: no es posible resolver esta contradicción a
posteriori como tantas veces se nos afirmó desde la utopía socialista. Negar
los objetivos del hombre incluye también negar los objetivos del hombre nuevo
y, entendernos como sujetas revolucionarias − nosotras las no-hombres −, nos
permite poner el foco en los orígenes de la dominación y, por ende, en la
transformación revolucionaria feminista.
Todo lo que está en el territorio de las no-hombres,
todo lo que podemos ser las no-hombres y las posibilidades que le podemos
ofrecer al futuro de esta humanidad – que bajo el régimen del pater ha derivado
en crecimiento y destrucción de las fuerzas productivas – es el desarrollo de
las fuerzas creativas y la reconciliación de la humanidad con el planeta
Tierra.
¡Salud y libertad!
* Este texto corresponde al prólogo del libro Escupamos
sobre
Hegel, de Carla Lonzi, editado recientemente por la
Editorial
Pensamiento y Batalla, en Santiago de Chile
[Tomado de la publicación anarquista Ekinaren Ekinaz # 46, Euzkadi, octubre
2017. Número completo accesible en https://ekinarenekinaz.files.wordpress.com/2017/10/ekinaren-ekinaz-46zbk-pub.pdf.]
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