Nicolas Walter (1934-2000)
Para el
propósito presente, el anarquismo se define como la ideología política y social
que señala que los grupos humanos pueden y han de existir sin autoridad
instituida, y especialmente como el movimiento anarquista histórico de los
últimos doscientos años; y la religión se define como la creencia en la
existencia e importancia de seres sobrenaturales, y especialmente como el
sistema prevaleciente judeocristiano de los últimos doscientos años. Mi tema es
la pregunta: ¿Hay una conexión necesaria entre los dos, y de ser así, cuál es?
Las respuestas posibles son las siguientes: puede que no haya conexión alguna,
si es que las creencias sobre la sociedad humana y la naturaleza del universo
son más bien independientes; puede que haya una conexión, si es que tales
creencias son interdependientes; y, si hay una conexión, puede ser positiva, si
es que el anarquismo y la religión se refuerzan el uno al otro, o negativa, si
es que el anarquismo y la religión se contradicen el uno al otro. La suposición
general es que hay una conexión negativa lógica, porque la autoridad divina y
humana se reflejan la una a la otra; y psicológica, porque el rechazo a la
autoridad humana y divina, de la ortodoxia política y religiosa, se reflejan la
una a la otra.
De este
modo, la Encyclopedie Anarchiste francesa (1932) incluye un artículo
sobre el Ateísmo de Gustave Brocher: «Un anarquista, que no quiere a ningún amo
todopoderoso sobre la tierra, ningún gobierno autoritario, debe necesariamente
rechazar la idea de un poder omnipotente al cual todo debe estar sujeto; si es
consistente, debe declararse ateo.» Y el número centenario del periódico
anarquista británico Freedom (Octubre
de 1986) contiene un artículo de Barbara Smoker (presidente de la National
Secular Society) titulado, «Anarquismo implica Ateísmo». A decir verdad,
históricamente, la conexión negativa ha sido ciertamente la norma que los
anarquistas sean en general no-religiosos y con frecuencia antireligiosos, y el
lema estándar anarquista es la frase acuñada por el socialista (no-anarquista)
Auguste Blanqui: «¡Ni dieu ni maitre!»
(¡Ni Dios ni amo!). Pero la respuesta completa no es tan simple.
Por eso es
razonable señalar que no hay conexión necesaria. Las creencias sobre la
naturaleza del universo, de la vida en este planeta, de esta especie, del
propósito y los valores y la moral, y así, pueden ser independientes de las
creencias sobre lo deseable y lo posible de la libertad en la sociedad humana.
Es muy posible creer a la vez que hay una autoridad espiritual y que no debiese
haber una autoridad política. Pero es también razonable argumentar que hay una
conexión necesaria, sea positiva o negativa.
El argumento
por una conexión positiva es que la religión tiene efectos libertarios, aún si
las iglesias establecidas raramente los tienen. La religión puede refrenar a la
política, la iglesia puede equilibrar al Estado, la sanción divina puede
proteger a los oprimidos. En la Grecia clásica, Antígona (en el mito de Edipo)
apela a la ley divina en su rebelión individual contra la ley humana del rey
Creonte. Sócrates (la máxima figura en el pensamiento griego) apeló al demonio
divino dentro suyo para inspirar su juicio individual. Zenón (el fundador de la
escuela Estoica) apeló a una autoridad superior al Estado. En el Judaísmo, los
Profetas del Antiguo Testamento desafiaron a los Reyes y proclamaron lo que se
conoce como el «Evangelio Social». Uno de los textos más elocuentes en la
Biblia es la oración de Ana cuando concibe a Samuel, de la que se hace eco en
la oración de María cuando concibe a Jesús, el Magnificat: «Proclama mi alma la
grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador... Él hizo
proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a
los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió vacíos.»
En el
Cristianismo, Jesús vino por los pobres y débiles, y los primeros cristianos
resistieron al Estado Romano. Cuando el Cristianismo se volvió la ideología
establecida, los herejes religiosos desafiaron tanto a la Iglesia como al
Estado. Las herejías medievales ayudaron a destruir el antiguo sistema: los Albigenses
y los Valdenses, los Hermanos del Libre Espíritu y los Taboritas en Bohemia,
los Anabaptistas en Alemania y Suiza.
Este patrón
puede verse en Gran Bretaña. John Ball, el ideólogo de la Revuelta de los
Campesinos de 1381, fue un sacerdote que proclamó en un sermón a los rebeldes:
«Las cosas no irán bien hasta que no haya ni amo ni esclavo.» Más adelante, el
disentimiento religioso condujo al disentimiento político, y los extremos
Puritanos en la Revolución Inglesa de 1649–1659 fueron los pioneros en la tradición
nativa del anarquismo. Gerard Winstanley, el ideólogo de los Diggers o True
Levellers, que se acercaron más al anarquismo que nadie antes de la Revolución
Francesa, pasaron en pocos años de citar la Biblia a invocar a «el gran
Creador, la Razón». La tradición continuó con los Ranters y los Seekers, los
Cuáqueros y los Shakers, y más tarde con los Universalistas y Unitarios, y
puede verse en el movimiento moderno por la paz.
El argumento
por una conexión negativa es que la religión respalda a la política, la Iglesia
respalda al Estado, los oponentes a la autoridad política también se oponen a
la autoridad religiosa. En la Grecia y Roma clásicas, los escépticos de la
religión: Protágoras, Diógenes, Epicuro, Lucrecio, Sexto Empírico, fueron los
reales liberadores (y lo mismo cierto en la India Antigua y China). En el
Judaísmo, Dios es la figura arquetípica de la autoridad (masculina), el Estado
Judío era una teocracia gobernada por sacerdotes, y los pocos buenos Profetas
(y los buenos Rabbis que les seguían) han de ser vistos como disidentes. En el
Cristianismo, Pablo dijo a sus seguidores que «los poderosos son ordenados por
Dios», la Iglesia y el Estado representan juntos las «dos espadas» del
Evangelio de Lucas, y los buenos cristianos han sido rebeldes contra lo
eclesiástico tanto como contra el poder secular los herejes y escépticos, esprits forts, y libertinos, los
librepensadores y filósofos, Jean Meslier y Denis Diderot (ambos deseaban ver
«al último rey estrangulado con las tripas del último sacerdote») y Voltaire
(cuyo lema era «Ecrasez l’infeme!»),
Thomas Paine (el pionero del librepensamiento y también de la sociedad libre,
el oponente al sacerdocio como también a los reyes) y Richard Carlile (quien
cambio hacia el ateísmo y el anarquismo), y muchos más en el movimiento
histórico del librepensamiento.
En el
movimiento anarquista histórico, estas dos actitudes existen juntas. El
anarquismo revolucionario, como el socialismo revolucionario, tiene rasgos
cuasireligiosos expresados en el irracionalismo, el utopismo, el milenarismo,
el fanatismo, el fundamentalismo, el sectarismo. Pero el anarquismo, como el
socialismo y el liberalismo, también tiene rasgos antireligiosos, todas
ideologías políticas modernas que tienden a asumir el rechazo a toda creencia y
autoridad ortodoxa, y es el ejemplo supremo de disentimiento, descreencia, y
desobediencia. Todo pensamiento progresivo, culminando en el humanismo, depende
del supuesto de que cada uno de los seres humanos tiene el derecho a pensar por
sí mismo; y toda política progresiva, culminando en el anarquismo, depende del
supuesto de que cada uno de los seres humanos tiene el derecho a actuar por sí
mismo. (Algo valioso de mencionar es la conexión del anarquismo, como del
liberalismo y el socialismo, con la religión alternativa de la francmasonería,
a la cual han pertenecido varios anarquistas como Proudhon, Bakunin, Louise
Michel, Ferrer, Volin, y demás). No hay duda de que la vena prevaleciente
dentro de la tradición anarquista es la oposición a la religión.
William
Godwin, autor de Enquiry Concerning Political Justice (1793), el primer
texto sistemático de política libertaria, fue un minis- tro Calvinista que
comenzó por rechazar el Cristianismo, y pasó por el deísmo al ateísmo y luego a
lo que más adelante se llamó agnosticismo. Max Stirner, autor de El Único y
su Propiedad (1845), el texto más extremo de política libertaria, comenzó
como un ateo Hegeliano de izquierda, post-Feuerbachiano, rechazando los
«fantasmas» de la religión como así también la política incluyendo el fantasma
de la «humanidad». Proudhon, la primera persona en llamarse a sí mismo
anarquista, quien fue conocido por decir, «La Propiedad es un robo», dijo
también, «Dios es el mal». Bakunin, el principal fundador del movimiento
anarquista, atacó a la Iglesia tanto como al Estado, y escribió un ensayo que
más tarde publicarán sus seguidores como Dios y el Estado (1882), en el
que invierte el famoso dicho de Voltaire y proclama: «Si Dios realmente
existiera, tendría que ser abolido.» Kropotkin, el más conocido escritor
anarquista, fue un hijo de la Ilustración y la Revolución Científica, y asumió
que la religión sería reemplazada por la ciencia y que tanto la Iglesia como el
Estado serían abolidos; se preocupó en particular del desarrollo de un sistema
secular de ética que reemplazara a la teología sobrenatural con la biología
natural. Élisée y Élie Reclus, los más amados anarquistas franceses, eran hijos
de un ministro Calvinista, y comenzaron por rechazar la religión antes de
moverse hacia el anarquismo. Sébastien Faure, el más activo orador y escritor del
movimiento francés por medio siglo, iba a pertenecer a la Iglesia y comenzó por
rechazar el Catolicismo y pasar del anticlericalismo y el socialismo hacia el
anarquismo. Andre Lourot, un importante individualista francés anterior a la
Primera Guerra Mundial, fue entonces un importante librepensador por medio
siglo. Johann Most, el más conocido anarquista alemán por un cuarto de siglo,
que escribió feroces panfletos sobre la necesidad de la violencia para destruir
la sociedad existente, también escribió un panfleto, sobre la necesidad de
destruir la religión, llamado La Peste Religiosa (1883). Multatuli
(Eduard Douwes Dekker), el gran escritor holandés, fue un importante ateo como
también anarquista. Ferdinand Domela Nieuwenhuis, el más conocido anarquista holandés,
fue un ministro Calvinista que comenzó por rechazar la religión antes de pasar
por el socialismo en vías al anarquismo. Anton Constandse fue un importante
anarquista y librepensador holandés. Emma Goldman y Alexander Berkman, los más
conocidos anarquistas judíos norteamericanos, comenzaron por rechazar el Judaísmo
y pasaron por el populismo hacia el anarquismo. Rudolf Rocker, el líder alemán
de los anarquistas judíos en Gran Bretaña, fue otro hijo de la Ilustración y
habló y escribió de temas tanto seculares como políticos. En España, el más
grande movimiento anarquista del mundo, que ha sido con frecuencia descrito
como un fenómeno cuasi religioso, fue de hecho profundamente naturalista y
secularista y anti-Cristiano como anticlerical. Francisco Ferrer, el famoso
anarquista español asesinado judicialmente en 1909, fue mejor conocido por
fundar la Escuela Moderna, que intentó dar educación secular en un país
católico. Los líderes de los movimientos anarquistas en Latinoamérica casi
todos comenzaron rebelándose contra la Iglesia antes de rebelarse contra el
Estado. Los fundadores de los movimientos anarquistas en India y China todos
tuvieron que comenzar por descartar las religiones tradicionales de sus
comunidades. En los Estados Unidos, Voltairine de Cleyre fue (como sugiere su
nombre) hija de librepensadores, y escribió y habló sobre temas seculares tanto
como políticos. Los dos anarquistas norteamericanos más conocidos hoy (ambos de
origen judío) son Murray Bookchin, quien se autodenomina humanista ecológico, y
Noam Chomsky, quien se autodenomina racionalista científico. Dos figuras
prominentes de una generación más joven, Fred Woodworth y Chaz Bufe, son ateos
militantes y anarquistas. Y así.
Este patrón
prevalece en Gran Bretaña. No solo William Godwin sino casi todos los libertarios
se han opuesto a la religión ortodoxa y a la política ortodoxa. William Morris, Oscar Wilde, Charlotte
Wilson, Joseph Lane, Henry Seymour (quien fue activo en la National Secular
Society
antes de ayudar a fundar el movimiento anarquista británico), James Tochatti
(quien fue activo en la British Secular Union antes de volcarse al socialismo
el anarquismo), Alfred Marsh (el hijo del yerno de G. J. Holyoake, quien fundó
el movimiento secularista), Guy Aldred (quien rápidamente pasó del Cristianismo
evangélico al secularismo y el socialismo, hacia el anarco-sindicalismo), A. S.
Neill (cuya obra educativa se opuso a la ortodoxia religiosa y ética tanto como
a la ortodoxia política y social), y así. Y por supuesto Shelley es el poeta
laureado de ateos y anarquistas.
Ha habido
pocos estudios serios sobre psicología anarquista, pero aquellos que existen
concuerdan en que el primer paso hacia el anarquismo es con frecuencia el
rechazo a la religión. No obstante, hay bastantes excepciones a esta regla. En
Gran Bretaña, por ejemplo, Edward Carpenter fue un místico, Herbert Read veía
al anarquismo como una filosofía religiosa, Alex Comfort pasó del humanismo
científico al cuasireligioso, Colin MacInnes veía al anarquismo como una especie
de religión; en los Estados Unidos, Paul Goodman rechazó el Judaísmo pero
retuvo una especie de religión, y el absurdo del New Age ha infectado a
anarquistas tanto como a otros radicales. Pero la gran excepción es el fenómeno
del anarquismo Cristiano y el anarco-pacifismo religioso. Por sobre todo, León
Tolstoi, quien rechazó todas las ortodoxias, tanto de la religión como de la
política hizo su versión idiosincrática del anarquismo tanto como empujó a los
anarquistas hacia su versión idiosincrática del Cristianismo. Influyó a los
movimientos occidentales por la paz (incluyendo a figuras como Bart De Ligt y
Aldous Huxley, Danilo Dolci y Ronald Sampson), y también a movimientos del
Tercer Mundo (especialmente India, incluyendo a figuras como M. K. Gandhi y J.
P. Narayan). Un desarrollo similar en los Estados Unidos es el movimiento del
trabajador católico (incluyendo figuras como Dorothy Day y Ammon Hennacy).
La
conclusión entonces es que hay por cierto una fuerte correlación entre
anarquismo y ateísmo, pero que no es completa, y no es necesaria. La mayoría de
los anarquistas son no-religiosos o anti-religiosos, y la mayoría toma su
ateísmo por hecho, pero algunos anarquistas son religiosos. Hay por lo tanto
varias perspectivas libertarias válidas sobre la religión. Tal vez la más
persuasiva y productiva es aquella expresada por Karl Marx (antes que se
hiciera «marxista») en el famoso pasaje de su ensayo Hacia la Crítica de la
filosofía del derecho de Hegel: «La miseria religiosa es, a la vez, la
expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el
sollozo de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el
espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo. La abolición
de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es necesaria para su real
felicidad. La demanda por renunciar a las ilusiones sobre su condición es la
demanda por renunciar a una condición que requiere de ilusiones. La crítica de
la religión es por lo tanto un embrión de la crítica del valle de lágrimas cuyo
halo es la religión.»
La verdadera
actitud anarquista hacia la religión es por seguro atacar no tanto a la fe o a
la Iglesia como a qué es lo que hay en tantas personas que requieren de la fe y
la Iglesia, tal como la verdadera actitud anarquista hacia la política es por
seguro atacar no tanto a la obediencia o al Estado como a qué es lo que hay en
tantas personas que requieren de la obediencia y del Estado, la voluntad de
creer y la voluntad de obedecer. Y la última esperanza anarquista sobre la
religión y la política es que, tal como la Iglesia alguna vez pareció ser
necesaria para la existencia humana pero ahora se marchita, así el Estado aún
parece necesario para la existencia humana pero también se marchitará, hasta
que ambas instituciones desaparezcan finalmente. Puede que aún terminemos ¡Sin
Dios Ni Amo!
[Tomado de http://grupopensamientocritico2014.blogspot.com.]
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