Mariángela Gatta
gatta.mariagela@gmail.com / @mariangatta
Más allá de la figura alargada y enjuta que se asemejaba a
la de Don Quijote, Francisco “El Flaco” Prada compartía con el ingenioso
hidalgo de La Mancha la afición por emprender gestas heroicas. No le pareció
suficiente con que el Día de la Raza hubiese sido renombrado como el Día de la
Resistencia Indígena, pues aspiraba a verdaderas reivindicaciones: que los
territorios ancestralmente pertenecientes a los aborígenes les fuesen
devueltos. Esa fue una de las utopías de El Flaco, una bandera que izó por décadas
en nombre de la justicia. Sus conocimientos de antropología y sociología,
validados por la Universidad Central de Venezuela, se fortalecieron con su
caminar por los terrenos indígenas. Denunció entuertos, encabezó
manifestaciones, enfrentó a los ganaderos y luchó consecuentemente por los
derechos de los moradores originarios de esta tierra.
Francisco Prada cobijó en su casa a los Yukpas que siguieron
el litigio del líder Sabino Romero, Alexander y Olegario Romero. En el hogar de
El Flaco y su compañera, la también antropóloga Laura Pérez Carmona, ellos se
sentían como en su natal Sierra de Perijá: lavaban la ropa en el riachuelo que
corre por la casa y dormían entre las flores y árboles del lugar. Prada siguió
la querella judicial hasta sus últimas consecuencias, y cuando el cacique
Sabino fue liberado – pues no había pruebas en su contra – lo celebró, pero
asimismo alertó el peligro que lo acechaba. Cuando finalmente fue asesinado, su
reclamo se convirtió en un llanto de
impotencia.
Ahora El Flaco quijotea en el infinito, convertido en polvo
de estrellas. El último Quijote trujillano ya no está, pero con nosotros quedan
sus sueños de libertad. Su legado nos conmina a luchar. Nos insta a no
conformarnos con las arbitrariedades y a ser un pecho de coraje que se abra al
cambio y a las transformaciones. Cuando nos sentamos en torno a su cadáver
insepulto sentimos que nos mira, que nos ve cuando ejecutamos las honras
fúnebres.
En su sepelio, con música de Alí Primera, colocaron sobre su
urna el rifle que él y Argimiro Gabaldón empuñaron en los tiempos de guerrillas
y cantos de barro. Allí llegan, uno tras
otro, políticos, artistas populares, defensores de los derechos humanos…Se dan
cita hombres y mujeres de bien que se declaran siempre alertas, siempre de pie
contra las injusticias.
Los actos en su honor comenzaron en la Universidad de los
Andes (Núcleo Trujillo), sede del Museo de Arte Popular Salvador Valero, una
hermosa herencia que él nos deja. Siguieron en la plaza Bolívar de Trujillo, en
un acto eminentemente político que congregó la solidaridad, pero también las
diferencias. Finalmente, El Flaco Prada retornó a Escuque, su primera y última
morada. Allí quedó para siempre ese Quijote que aún resuena, y resonará, aunque
físicamente ya no esté entre nosotros.
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