Nelson Méndez
* A mi hijo, al cumplir sus quince años
Estás comenzando tu adolescencia y lo haces en tiempos difíciles para ello, pues ahora a los de tu edad los tienta el omnipresente espectro del "juvenilismo", que sustentado en la fuerza de la estupidez reinante busca convencer a ti y a tus contemporáneos de la obligación de ser por siempre los jóvenes que quiere el poder, es decir: inútiles, ignorantes y resignados ante lo que existe.
Después de la alborotada década de 1960, los que mandan encontraron y han venido perfeccionando un recurso valiosísimo contra la rebeldía juvenil que los enfrentaba: separar a la rebelión de los jóvenes, halagando a la juventud como valor supremo en sí mismo, donde lo importante es el frívolo _ser_ y no el transformador _hacer_ de quienes están en esa edad. Los recursos del poder se volcaron a construir ese supremo ideal de la adolescencia estática, valor impuesto no sólo a ese particular grupo de edad sino a toda la colectividad, pues la farsa sólo funciona si tanto la gran mayoría de la sociedad como la gran mayoría de los jóvenes son convencidos de este adormecedor juvenilismo conservador.
La clave para esa maniobra ha estado en potenciar al máximo una mentirosa identificación entre juventud y afán consumista, queriendo convertirte en comprador embelesado de marcas, poses y espacios. Con las diferencias artificiales que ese consumo establece, imponen a millones de adolescentes la aterradora uniformidad de la mediocridad espiritual, vendida como "identidad juvenil" y sólo accesible al disciplinado cliente de McDonald´s, MTV, Pepsi, Tommy Hillfinger y los demás parásitos que, a cuenta de vender esa imagen, extraen de la nueva generación enormes beneficios económicos, a cambio de inyectarle conformismo y pasividad. No solo te quieren imponer ese molde a la hora de satisfacer necesidades físicas como comer, vestirte o movilizarte; ponen particular empeño en que no quede en tu tiempo posibilidad de escapar de su control, para lo cual cuentan con la artillería pesada de los medios de difusión masiva, que tan exitosos han sido en restringir cualquier actividad juvenil que no se someta a lo que ellos promueven como tal, hasta el punto que para demasiada gente la TV es el patrón indudable donde aprender a ser joven.
Entre los peores efectos de tal situación, está la domesticación de los jóvenes con aptitudes creadoras, quienes son cortejados, halagados y comprados para que su talento se hunda en el hediondo pantano de la valoración comercial, donde la inteligencia rebelde y de aliento transformador se ahoga entre la competencia por becas, la sumisión al marketing y los agasajos de premiación. Esto sucede en todos los campos, pero es particularmente notable entre músicos, artistas y escritores jóvenes, que aceptan sin mayor escrúpulo dedicarse a ser proveedores de "jingles" publicitarios, de obras para exhibiciones a la mayor gloria de Benetton o de Coca Cola, o de libretos para telenovelas; en contraste con la actitud que ante similares tentaciones tuvieron sus equivalentes de otros tiempos no tan alejados. Que con todo existan hoy algunos creadores jóvenes que asuman con talento y valor su rebeldía, hace más triste que tantos hayan cedido sin vergüenza al papel que el poder les impone, no menos lastimoso por ser a veces bien pagado.
La mitificación de la "apariencia juvenil" - según la modela y vende el poder - lleva a otro resultado patético: el culto al cuidado del propio cuerpo, llevado a sus extremos por multitud de trotadores, ciclistas, gimnastas y similares que se empeñan en construir su figura corporal en proporción inversa al cultivo de su inteligencia, como si con el ejercicio se sudaran al mismo tiempo la grasa y las neuronas. Ciertamente no es malo tener apariencia agradable, pero cuando su conservación y exhibición se convierte en el objetivo casi único durante el "tiempo libre" que nos permite el capitalismo, se cae en un círculo vicioso de acomplejamiento, narcisismo y (¡como es de esperarse!) rituales consumistas que no por llenar las horas hacen menos vacía la vida que se les dedica.
A pesar de todo, confío en que disfrutarás esta fase de tu existencia, pero hazlo con rebeldía, que es la forma de vivir plenamente la juventud (¡y, además, es el modo más divertido!). Agota la copa de experiencias que debes vivir en estos años, y hazlo con alegría, generosidad, solidaridad y esperanza. Haciéndolo así, le estarás dando la gran patada a quienes quieren controlarte por la vía de domesticarte. Contra todo poder autoritario (económico, político, cultural, moral) pórtate mal... ¡y avísame, para anotarme contigo en esa joda!
[Publicado originalmente en El Libertario, # 21, febrero/marzo 2001]
* A mi hijo, al cumplir sus quince años
Estás comenzando tu adolescencia y lo haces en tiempos difíciles para ello, pues ahora a los de tu edad los tienta el omnipresente espectro del "juvenilismo", que sustentado en la fuerza de la estupidez reinante busca convencer a ti y a tus contemporáneos de la obligación de ser por siempre los jóvenes que quiere el poder, es decir: inútiles, ignorantes y resignados ante lo que existe.
Después de la alborotada década de 1960, los que mandan encontraron y han venido perfeccionando un recurso valiosísimo contra la rebeldía juvenil que los enfrentaba: separar a la rebelión de los jóvenes, halagando a la juventud como valor supremo en sí mismo, donde lo importante es el frívolo _ser_ y no el transformador _hacer_ de quienes están en esa edad. Los recursos del poder se volcaron a construir ese supremo ideal de la adolescencia estática, valor impuesto no sólo a ese particular grupo de edad sino a toda la colectividad, pues la farsa sólo funciona si tanto la gran mayoría de la sociedad como la gran mayoría de los jóvenes son convencidos de este adormecedor juvenilismo conservador.
La clave para esa maniobra ha estado en potenciar al máximo una mentirosa identificación entre juventud y afán consumista, queriendo convertirte en comprador embelesado de marcas, poses y espacios. Con las diferencias artificiales que ese consumo establece, imponen a millones de adolescentes la aterradora uniformidad de la mediocridad espiritual, vendida como "identidad juvenil" y sólo accesible al disciplinado cliente de McDonald´s, MTV, Pepsi, Tommy Hillfinger y los demás parásitos que, a cuenta de vender esa imagen, extraen de la nueva generación enormes beneficios económicos, a cambio de inyectarle conformismo y pasividad. No solo te quieren imponer ese molde a la hora de satisfacer necesidades físicas como comer, vestirte o movilizarte; ponen particular empeño en que no quede en tu tiempo posibilidad de escapar de su control, para lo cual cuentan con la artillería pesada de los medios de difusión masiva, que tan exitosos han sido en restringir cualquier actividad juvenil que no se someta a lo que ellos promueven como tal, hasta el punto que para demasiada gente la TV es el patrón indudable donde aprender a ser joven.
Entre los peores efectos de tal situación, está la domesticación de los jóvenes con aptitudes creadoras, quienes son cortejados, halagados y comprados para que su talento se hunda en el hediondo pantano de la valoración comercial, donde la inteligencia rebelde y de aliento transformador se ahoga entre la competencia por becas, la sumisión al marketing y los agasajos de premiación. Esto sucede en todos los campos, pero es particularmente notable entre músicos, artistas y escritores jóvenes, que aceptan sin mayor escrúpulo dedicarse a ser proveedores de "jingles" publicitarios, de obras para exhibiciones a la mayor gloria de Benetton o de Coca Cola, o de libretos para telenovelas; en contraste con la actitud que ante similares tentaciones tuvieron sus equivalentes de otros tiempos no tan alejados. Que con todo existan hoy algunos creadores jóvenes que asuman con talento y valor su rebeldía, hace más triste que tantos hayan cedido sin vergüenza al papel que el poder les impone, no menos lastimoso por ser a veces bien pagado.
La mitificación de la "apariencia juvenil" - según la modela y vende el poder - lleva a otro resultado patético: el culto al cuidado del propio cuerpo, llevado a sus extremos por multitud de trotadores, ciclistas, gimnastas y similares que se empeñan en construir su figura corporal en proporción inversa al cultivo de su inteligencia, como si con el ejercicio se sudaran al mismo tiempo la grasa y las neuronas. Ciertamente no es malo tener apariencia agradable, pero cuando su conservación y exhibición se convierte en el objetivo casi único durante el "tiempo libre" que nos permite el capitalismo, se cae en un círculo vicioso de acomplejamiento, narcisismo y (¡como es de esperarse!) rituales consumistas que no por llenar las horas hacen menos vacía la vida que se les dedica.
A pesar de todo, confío en que disfrutarás esta fase de tu existencia, pero hazlo con rebeldía, que es la forma de vivir plenamente la juventud (¡y, además, es el modo más divertido!). Agota la copa de experiencias que debes vivir en estos años, y hazlo con alegría, generosidad, solidaridad y esperanza. Haciéndolo así, le estarás dando la gran patada a quienes quieren controlarte por la vía de domesticarte. Contra todo poder autoritario (económico, político, cultural, moral) pórtate mal... ¡y avísame, para anotarme contigo en esa joda!
[Publicado originalmente en El Libertario, # 21, febrero/marzo 2001]
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