Mariana
[Tomado de El Libertario, # 71, noviembre-diciembre 2013]
Venezuela se retiró de la Corte de Derechos Humanos de la OEA. En el arroz con mango ideológico que es el chavismo maduro (el de Chávez era verde y tenía algunos aciertos que se están corrigiendo) esta actitud tiene fundamentos que, más allá de los aspectos prácticos que la medida conlleva, vale la pena señalar.
Los Derechos Humanos son una propuesta de la modernidad europea por lo que, atendiendo al relativismo cultural, no podrían tener una significación universal como lo establecía la Revolución Francesa, como tampoco la tendrían la libertad, la igualdad o el progreso que son propuestas particulares de la civilización occidental. Si otros pueblos pretenden tener servicios sanitarios, medicinas y alimentos disponibles para todos, se trata de una aspiración eurocéntrica que no hay por qué aceptar en otras culturas. Así, como nosotros somos soberanos y no debemos compararnos con nadie, el gobierno nos propone ser felices andando con hambre, desnudos y sin papel tualé porque nos basta con tener Patria.
Un poco de historia nunca es malo
Si volvemos a los años 50, la fuente de inspiración, cuando no de ideas y directivas, de la mayoría de los intelectuales de izquierda del mundo era la URSS con su Gran Jefe Stalin, al que cantaron hasta poetas de otras culturas, como Neruda, Guillen, Alberti y sobre el que volcaron elogios los franceses con Sartre a la cabeza. Nada importaban las claras evidencias de los crímenes del Padre de los Pueblos ni su pacto con el nazismo antes de la guerra, el aparato de propaganda soviético todo lo emparejaba.
Pero en los años 60, luego de las denuncias surgidas desde la misma URSS, era imposible negar el carácter totalitario y criminal del comunismo soviético. Los jóvenes se apartaron e hicieron sus propuestas, principalmente en Francia, y a los pensadores no les quedó sino reconocer lo innegable, (excepto en buena parte de América Latina donde la influencia de Fidel Castro era dominante y la crítica era políticamente incorrecta para todo marxista aunque esto implicara sacrificar al Che Guevara en Bolivia). Pero los intelectuales no aceptaron haberse equivocado sino que era la historia misma la que se equivocaba. Más aún, la historia era una cosa sin sentido, no había una historia sino muchas historias, muchos relatos para los diferentes pueblos, tradiciones y culturas, todas igualmente respetables. Surgieron así sucesivos mitos particulares sustitutivos de las grandes ideas como el maoísmo, el tercermundismo, el guevarismo, el indigenismo, el peronismo, el panarabismo. Para sostenerlos estaba disponible la antropología estructuralista, con su exaltación del pensamiento salvaje, la idealización de los pueblos primitivos, su rechazo a la unidad de la historia y a la universalidad del hombre, encumbrando el relativismo cultural que, según la sentencia de Foucault, culminaba con “la muerte del hombre”. Dominaban las culturas, los lenguajes, los sistemas, las civilizaciones, las etnias mientras que el individuo estaba destinado a perecer tragado por estas estructuras.
Relativismo cultural
El espíritu de aquellos años, que con retraso se refleja en algunos aspectos de esta “revolución bolivariana”, se caracterizaba por el abandono de la sociedad occidental y sus aspectos distintivos: la exaltación del individuo, el racionalismo, el apoyo a la ciencia y la técnica, el énfasis en la educación, la persecución de valores objetivos universales, el laicismo, la búsqueda del bienestar material, la esperanza en el progreso, la igualdad humana. En pocas palabras, se abandonaba el humanismo moderno y sus pilares: sujeto, hombre, persona, conciencia, libertad que había culminado, entre otras cosas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, como declaró el mismo Maduro siendo Canciller, “necesitaban revisarse a la luz de las tradiciones venezolanas”. Se entraba en el territorio del relativismo cultural que ha sido y es muy útil para tantos gobernantes.
Esta corriente antihumanista y localista que agrupó a buena parte del intelectualismo de izquierda, y todavía lo hace, en su afán de ir contra la modernidad no dudó en abrazar los mismos ideales de la vieja y tradicional derecha alemana. A comienzos del siglo XIX, cuando los valores modernos se instalaron luego de la Revolución Francesa, Alemania era un país dividido, atrasado en sus estructuras socio-políticas, económicamente muy desvalido, medieval en su mentalidad, reacio como Rusia y España a incorporarse al movimiento ilustrado dominante en Francia e Inglaterra. Para colmo, estás ideas cabalgaban con los ejércitos napoleónicos que los había derrotado. Se generó un movimiento nacionalista, xenófobo, romántico que rechazaba los logros de la racionalidad, de la ciencia y al humanismo universalista moderno. Dichas ideas, heredadas por Nietzsche a finales de siglo y por Heidegger a comienzos del siguiente nutrieron al nazismo alemán, aunque no fueron los únicos.
Nuevos aires
Grande fue la indigestión de los pensadores alemanes de la segunda posguerra cuando, en medio del esfuerzo para librarse del pensamiento de Nietzsche y Heidegger que los habían llevado a los desastres del nazismo, veían ahora escritos en francés que esos mismos autores eran inspiradores de movimientos de izquierda, y hasta revolucionarios, defendiendo los mismos ideales del nazismo de la singularidad de la raza y de la cultura. Habermas fue uno de los pensadores alemanes que reaccionó frente a esto.
El clímax de esa exaltación de lo particular frente a lo universal, de lo local frente a los logros ecuménicos del hombre, fue la Revolución Cultural china de Mao con sus decenas de millones de muertos. Con su fracaso se inició la decadencia de este relativismo cultural y con ella la derrota de la izquierda que la había hecho suya. Los socialistas autoritarios, habiendo abrazado movimientos que iban en contra de sus propios principios y aupando al bando equivocado, perdieron la batalla que les correspondía dar en defensa de la racionalidad, del bienestar, del ser humano frenando los excesos del capitalismo.
La expansión del comercio, la globalización financiera, el ingreso de los países de Oriente al concierto internacional, los grandes cambios en las comunicaciones planetarias, la multiplicación de los intercambios de ideas y de personas, hicieron obsoleta las pretensiones de afincarse en prejuicios locales, costumbres anacrónicas y supuestas pautas culturales particulares muy difíciles de identificar y hasta de localizar. Basta citar que, si el capitalismo es el modo económico que impulsó la cultura moderna eurocéntrica, entonces Sudáfrica y la India serían más occidentales que Cubazuela.
Cubazuela
Pero esas ideas fracasadas reverdecen en esta incongruente revolución castro-bolivariana. Retomando tremendistas vaticinios de la decadencia de Occidente como los de Spengler, posiciones nacional-socialistas como las de Hitler, enalteciendo prejuicios como los de la generación del 98 en España que hacían de la miseria de los campesinos españoles un valor metafísico que resumió Unamuno cuando dijo: “Qué inventen ellos…nosotros a lo nuestro”, exaltando ese mundo mágico e irracional de los románticos que alimentó a la derecha del siglo XX, el chavismo maduro ha focalizado su enemigo en el individuo, en su libertad, en su posible superación mediante la educación y el bienestar material, para ensalzar supuestos valores culturales locales, la ignorancia, el pueblo, las culturas originarias, los líderes iluminados, la xenofobia, la religiosidad a cuanta divinidad se cruce. Ante este cuadro, los derechos universales del hombre pierden todo sentido, son un fastidio y es coherente que el gobierno que decretó un “poder comunal” como el vigente y se rige por una legalidad como la impuesta en tiempos recientes, se retire de las instituciones que los defienden.
Final
Lo que no es tan coherente es la hermandad con los chiitas iraníes, los sirios que no son chiitas, los coreanos del norte, la identidad que se proclama entre yukpas y quechuas, mientras hay aspavientos de conflicto con Colombia y media Latinoamérica. En estas alianzas nada hay que podamos sostener como resultado de una convergencia de culturas. No es coherente que defendiendo los valores locales para ir contra los derechos universales del hombre se gasten millones en giras propagandísticas de una orquesta sinfónica de música occidental, se patrocine a una escudería de Fórmula Uno, y se llore el fracaso por no ir a un mundial de fútbol. Y tampoco tiene coherencia que los dirigentes cubazolanos que desdeñan los derechos humanos a cuenta de su compromiso con los pobres sean de izquierda y multimillonarios. Pero la coherencia es un valor de esa cultura moderna, racional y humanista de la que se nos obliga a apartarnos.
[Tomado de El Libertario, # 71, noviembre-diciembre 2013]
Venezuela se retiró de la Corte de Derechos Humanos de la OEA. En el arroz con mango ideológico que es el chavismo maduro (el de Chávez era verde y tenía algunos aciertos que se están corrigiendo) esta actitud tiene fundamentos que, más allá de los aspectos prácticos que la medida conlleva, vale la pena señalar.
Los Derechos Humanos son una propuesta de la modernidad europea por lo que, atendiendo al relativismo cultural, no podrían tener una significación universal como lo establecía la Revolución Francesa, como tampoco la tendrían la libertad, la igualdad o el progreso que son propuestas particulares de la civilización occidental. Si otros pueblos pretenden tener servicios sanitarios, medicinas y alimentos disponibles para todos, se trata de una aspiración eurocéntrica que no hay por qué aceptar en otras culturas. Así, como nosotros somos soberanos y no debemos compararnos con nadie, el gobierno nos propone ser felices andando con hambre, desnudos y sin papel tualé porque nos basta con tener Patria.
Un poco de historia nunca es malo
Si volvemos a los años 50, la fuente de inspiración, cuando no de ideas y directivas, de la mayoría de los intelectuales de izquierda del mundo era la URSS con su Gran Jefe Stalin, al que cantaron hasta poetas de otras culturas, como Neruda, Guillen, Alberti y sobre el que volcaron elogios los franceses con Sartre a la cabeza. Nada importaban las claras evidencias de los crímenes del Padre de los Pueblos ni su pacto con el nazismo antes de la guerra, el aparato de propaganda soviético todo lo emparejaba.
Pero en los años 60, luego de las denuncias surgidas desde la misma URSS, era imposible negar el carácter totalitario y criminal del comunismo soviético. Los jóvenes se apartaron e hicieron sus propuestas, principalmente en Francia, y a los pensadores no les quedó sino reconocer lo innegable, (excepto en buena parte de América Latina donde la influencia de Fidel Castro era dominante y la crítica era políticamente incorrecta para todo marxista aunque esto implicara sacrificar al Che Guevara en Bolivia). Pero los intelectuales no aceptaron haberse equivocado sino que era la historia misma la que se equivocaba. Más aún, la historia era una cosa sin sentido, no había una historia sino muchas historias, muchos relatos para los diferentes pueblos, tradiciones y culturas, todas igualmente respetables. Surgieron así sucesivos mitos particulares sustitutivos de las grandes ideas como el maoísmo, el tercermundismo, el guevarismo, el indigenismo, el peronismo, el panarabismo. Para sostenerlos estaba disponible la antropología estructuralista, con su exaltación del pensamiento salvaje, la idealización de los pueblos primitivos, su rechazo a la unidad de la historia y a la universalidad del hombre, encumbrando el relativismo cultural que, según la sentencia de Foucault, culminaba con “la muerte del hombre”. Dominaban las culturas, los lenguajes, los sistemas, las civilizaciones, las etnias mientras que el individuo estaba destinado a perecer tragado por estas estructuras.
Relativismo cultural
El espíritu de aquellos años, que con retraso se refleja en algunos aspectos de esta “revolución bolivariana”, se caracterizaba por el abandono de la sociedad occidental y sus aspectos distintivos: la exaltación del individuo, el racionalismo, el apoyo a la ciencia y la técnica, el énfasis en la educación, la persecución de valores objetivos universales, el laicismo, la búsqueda del bienestar material, la esperanza en el progreso, la igualdad humana. En pocas palabras, se abandonaba el humanismo moderno y sus pilares: sujeto, hombre, persona, conciencia, libertad que había culminado, entre otras cosas, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, como declaró el mismo Maduro siendo Canciller, “necesitaban revisarse a la luz de las tradiciones venezolanas”. Se entraba en el territorio del relativismo cultural que ha sido y es muy útil para tantos gobernantes.
Esta corriente antihumanista y localista que agrupó a buena parte del intelectualismo de izquierda, y todavía lo hace, en su afán de ir contra la modernidad no dudó en abrazar los mismos ideales de la vieja y tradicional derecha alemana. A comienzos del siglo XIX, cuando los valores modernos se instalaron luego de la Revolución Francesa, Alemania era un país dividido, atrasado en sus estructuras socio-políticas, económicamente muy desvalido, medieval en su mentalidad, reacio como Rusia y España a incorporarse al movimiento ilustrado dominante en Francia e Inglaterra. Para colmo, estás ideas cabalgaban con los ejércitos napoleónicos que los había derrotado. Se generó un movimiento nacionalista, xenófobo, romántico que rechazaba los logros de la racionalidad, de la ciencia y al humanismo universalista moderno. Dichas ideas, heredadas por Nietzsche a finales de siglo y por Heidegger a comienzos del siguiente nutrieron al nazismo alemán, aunque no fueron los únicos.
Nuevos aires
Grande fue la indigestión de los pensadores alemanes de la segunda posguerra cuando, en medio del esfuerzo para librarse del pensamiento de Nietzsche y Heidegger que los habían llevado a los desastres del nazismo, veían ahora escritos en francés que esos mismos autores eran inspiradores de movimientos de izquierda, y hasta revolucionarios, defendiendo los mismos ideales del nazismo de la singularidad de la raza y de la cultura. Habermas fue uno de los pensadores alemanes que reaccionó frente a esto.
El clímax de esa exaltación de lo particular frente a lo universal, de lo local frente a los logros ecuménicos del hombre, fue la Revolución Cultural china de Mao con sus decenas de millones de muertos. Con su fracaso se inició la decadencia de este relativismo cultural y con ella la derrota de la izquierda que la había hecho suya. Los socialistas autoritarios, habiendo abrazado movimientos que iban en contra de sus propios principios y aupando al bando equivocado, perdieron la batalla que les correspondía dar en defensa de la racionalidad, del bienestar, del ser humano frenando los excesos del capitalismo.
La expansión del comercio, la globalización financiera, el ingreso de los países de Oriente al concierto internacional, los grandes cambios en las comunicaciones planetarias, la multiplicación de los intercambios de ideas y de personas, hicieron obsoleta las pretensiones de afincarse en prejuicios locales, costumbres anacrónicas y supuestas pautas culturales particulares muy difíciles de identificar y hasta de localizar. Basta citar que, si el capitalismo es el modo económico que impulsó la cultura moderna eurocéntrica, entonces Sudáfrica y la India serían más occidentales que Cubazuela.
Cubazuela
Pero esas ideas fracasadas reverdecen en esta incongruente revolución castro-bolivariana. Retomando tremendistas vaticinios de la decadencia de Occidente como los de Spengler, posiciones nacional-socialistas como las de Hitler, enalteciendo prejuicios como los de la generación del 98 en España que hacían de la miseria de los campesinos españoles un valor metafísico que resumió Unamuno cuando dijo: “Qué inventen ellos…nosotros a lo nuestro”, exaltando ese mundo mágico e irracional de los románticos que alimentó a la derecha del siglo XX, el chavismo maduro ha focalizado su enemigo en el individuo, en su libertad, en su posible superación mediante la educación y el bienestar material, para ensalzar supuestos valores culturales locales, la ignorancia, el pueblo, las culturas originarias, los líderes iluminados, la xenofobia, la religiosidad a cuanta divinidad se cruce. Ante este cuadro, los derechos universales del hombre pierden todo sentido, son un fastidio y es coherente que el gobierno que decretó un “poder comunal” como el vigente y se rige por una legalidad como la impuesta en tiempos recientes, se retire de las instituciones que los defienden.
Final
Lo que no es tan coherente es la hermandad con los chiitas iraníes, los sirios que no son chiitas, los coreanos del norte, la identidad que se proclama entre yukpas y quechuas, mientras hay aspavientos de conflicto con Colombia y media Latinoamérica. En estas alianzas nada hay que podamos sostener como resultado de una convergencia de culturas. No es coherente que defendiendo los valores locales para ir contra los derechos universales del hombre se gasten millones en giras propagandísticas de una orquesta sinfónica de música occidental, se patrocine a una escudería de Fórmula Uno, y se llore el fracaso por no ir a un mundial de fútbol. Y tampoco tiene coherencia que los dirigentes cubazolanos que desdeñan los derechos humanos a cuenta de su compromiso con los pobres sean de izquierda y multimillonarios. Pero la coherencia es un valor de esa cultura moderna, racional y humanista de la que se nos obliga a apartarnos.
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