Por Raúl Prada Alcoreza
Nacionalistas, izquierda nacional, izquierda colonial y
lumpen-burguesía comparten el imaginario desarrollista, todos son modernistas,
creen en la evolución, al estilo de Herbert Spencer, en la linealidad de la
historia y en la fatalidad del capitalismo. Consideran que la tarea es el
desarrollo, que un país es soberano si se desarrolla, olvidando que el
“desarrollo” del que se habla está articulado a la acumulación ampliada de
capital que dibuja una geopolítica en el sistema-mundo entre centros de
acumulación y periferias de transferencia de recursos naturales, que el
“desarrollo” del que hablaban produce “subdesarrollo”, que el mapa del mundo es
un tejido de centros y una malla de periferias, un mapa de espacios de
“desarrollo” y un mapa de espacios de “subdesarrollo”, ambos complementarios,
produciéndose mutuamente. Olvidan que ese “desarrollo” del que hablan produce
dependencia, fortalece las cadenas de la dependencia.
No se puede olvidar que los gobiernos nacionalistas de
América Latina intentaron salir en el siglo pasado de la dependencia orientando
la estrategia económica y las políticas económicas hacia la sustitución de las
importaciones. Soñaban con la industrialización así como los liberales del
siglo XIX soñaban con los ferrocarriles. Los gobiernos nacionalistas estuvieron
acompañados por apoyo popular, tomaron medidas que beneficiaron a cierta
redistribución de la riqueza, también optaron por las medidas de
nacionalización para recuperar el control de los recursos naturales,
principalmente mineros e hidrocarburíferos, por parte del Estado. Todo esto
ocasionó modificaciones en los términos de intercambio en la economía-mundial
capitalista, pero no afecto a la estructura de dominación, de explotación y de
control por parte de los grandes consorcios, oligopolios y monopolios trasnacionales.
En algunos casos las revoluciones nacionalistas promovieron
actos heroicos como los que se dieron durante el gobierno del General Lázaro
Cárdenas (1934-1940) en México, quién nacionalizó a las empresas petroleras que
residían en México y tuvo que enfrentar el boicot de estas empresas y su
influencia a nivel mundial. También se dieron acontecimientos transformadores
durante los primeros años de la Revolución Nacional de 1952-1964 en Bolivia;
incluso antes, en 1937 en Bolivia se incursionó en la experiencia de la
nacionalización del petróleo, con el gobierno del General David Toro, una vez
culminada la conflagración bélica del Chaco; más tarde en 1969 se produjo una
segunda nacionalización del petróleo bajo el gobierno del General Alfredo Ovando
Candía y con la firma del ministro Marcelo Quiroga Santa Cruz. La tercera
nacionalización de los hidrocarburos se produjo el 1 de mayo de 2006 durante la
primera gestión del gobierno de Evo Morales Ayma.
En Argentina, el primer gobierno de Juan Domingo Perón
(1946-1952) ahondó la política de sustitución de importaciones mediante el
desarrollo de la industria liviana. Perón también financió a la agricultura,
especialmente en lo que respecta a la siembra de trigo. Frente a la carencia de
recursos monetarios provenientes de la exportación, ocasionada por el
estancamiento del sector primario, con las que se importaban los bienes de
capital e insumos necesarios para el proceso de industrialización, se eligió la
ruta de la nacionalización del comercio exterior. En esta perspectiva, en 1948,
el gobierno peronista adquirió los ferrocarriles a los capitales extranjeros,
en su mayoría ingleses, creando la empresapública de Ferrocarriles Argentinos.
En esta tónica, en el diseño del Plan Quinquenal se buscó fortalecer las nuevas
industrias creadas, comenzando con la industria pesada de la siderurgia y la
generación de energía eléctrica enSan Nicolás y Jujuy.
También en Brasil se vivió la experiencia populista y
nacionalista, incursionando en proyectos modernizadores y de desarrollo. Este
panorama político es irradiante en América Latina, también en las geografías
periféricas el sistema-mundo de entonces, que algunos casos incluso terminaban
expresándose en tono antiimperialista. En Brasil, entre 1937 y 1945, durante el
Estado Novo, Getúlio Vargas dio un impulso fundamental a la reestructuración
del Estado y profesionalización del servicio público, creando el Departamento
Administrativo del Servicio Público (DASP) y el IBGE. Suprimió los impuestos en
las fronteras inter-estatales y creó el impuesto a la renta. Se orientó cada
vez hacia la intervención estatal en la economía y se concentró en impulsar la
industrialización.
Fueron creados el Consejo Nacional del Petróleo (CNP),
posteriormente llamada PETROBRÁS, y en 1951 la Compañía Siderúrgica
Nacional (CSN), la
Compañía Vale do Rio Doce, la Compañía Hidroeléctrica
de São Francisco y la
Fábrica Nacional de Motores (FNM). Promulgó, en 1941, el
Código Penal y el Código Procesal. Durante 1943, Getúlio Vargas logró la Consolidación de las
Leyes del Trabajo (CLT), garantizando la estabilidad del empleo después de diez
años de servicio, descanso semanal, la reglamentación del trabajo de menores,
de la mujer, del trabajo nocturno y fijando la jornada laboral en ocho horas de
servicio.
Como se puede ver vivimos periodos de efervescencia
nacionalista y populista en América Latina encaminados a la independencia
económica y a la consolidación de la soberanía por la ruta de la
nacionalización, las medidas sociales y las medidas del trabajo, persiguiendo
también la modernización de la administración estatal y de las leyes. El
nacionalismo es un movimiento democrático por la ampliación de la participación
popular, es un movimiento independentista por la lucha contra la dependencia
económica, busca la modernización del Estado y apunta al desarrollo nacional,
impulsado desde el Estado.
Estos fueron los periodos heroicos del nacionalismo; empero,
a pesar de los grandes esfuerzos, las medidas de nacionalización, los países
que incursionaron por estos horizontes no pudieron romper con la dependencia,
al contrario, como formando parte de un dramatismo histórico, terminaron de
ahondarla. De la dependencia de las manufacturas pasaron a la dependencia de
las transferencias tecnológicas y a las incursiones masivas del capital
financiero, comprendiendo sus redes de dominio en forma de mallas, abarcando
circuitos dúctiles, flexibles, rápidos, articulados a los mecanismos de los
sistemas de la informática.
Los nacionalistas de estos periodos lucharon denodadamente
contra la dependencia, pero no pudieron salir de ella, debido a que en la
medida que no podían escapar a los circuitos de los ciclos del capitalismo, a
las estructuras de dominación y reproducción de la dominación y de la
acumulación de capital, no pudieron romper con los condicionamientos de las
lógicas de la acumulación de capital del sistema-mundo, de la economía-mundo,
que dibuja una geopolítica condenatoria: centro periferia, norte-sur. En el
mejor de los casos, lo que pudieron hacer estas políticas de sustitución de
importaciones, estas políticas de nacionalización, es modificar los términos de
intercambio, pero no cambiar las estructuras de dominación mundial ni las
estructuras de acumulación de capital. Entonces terminaron recreando el mismo
sistema mundo, comprendiendo algunos desplazamientos.
Los neo-nacionalismo de comienzos del milenio intentan
repetir la misma historia, empero sin la heroicidad de aquellos nacionalismos,
lo hacen como en una comedia disminuida, sin convicción y renunciando a los
grandes alcances desde un principio, como ocurrió en Bolivia con el proceso de
nacionalización de los hidrocarburos iniciados el primero de mayo del 2006,
proceso inconcluso, que terminó paradójicamente desnacionalizando en el mismo
proceso de desnacionalización al acordar contratos de operaciones que
entregaban el control técnico a las empresas trasnacionales, reduciendo a
Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) a una mera administración y
a un control nominal, sin retener el gas y el petróleo en Bolivia para su
industrialización, como así manda la
Agenda de Octubre y el Referéndum sobre los hidrocarburos.
Hay que distinguir pues entre los actos heroicos de los
nacionalismo de la mitad del siglo XX y los nacionalismo del siglo XXI, que lo
único que hacen es apoderarse de la imágenes de estos procesos soberanos,
invistiéndose de su ropaje, empero sin llevar a cabo las medidas de expropiación
de las empresas trasnacionales. También es indispensable comprender que, a
pesar de los actos heroicos de aquellos nacionalistas sus esfuerzos chocaban
con la estructura geopolítica y la lógica de acumulación de capital. En tercer
lugar es indispensable no olvidar la gran enseñanza de la escuela de la Teoría de la Dependencia , quienes
lograron develar que el desarrollo que se busca produce subdesarrollo y
dependencia, como parte de una dialéctica perversa. Esta enseñanza nos lleva a
replantear los alcances de las políticas soberanas, de defensa nacionalista, en
contextos y horizontes complejos de los ciclos del capitalismo, en el panorama
de las nuevas luchas anticapitalistas y descolonizadoras, que llevan adelante
las naciones y pueblos indígenas originarios.
No se puede salir de la dependencia si es que se sigue por
los caminos de la ilusión desarrollista, no se puede salir de la dependencia si
es que no se sale de los horizontes de la modernidad y del prejuicio de
desarrollo. Para salir de la dependencia es menester un cambio civilizatorio.
La guerra anticapitalista es primordialmente una guerra anticolonial y
descolonizadora, es una guerra contra el modelo civilizatorio de la energía
fósil, de la desbastadora destrucción y depredadora de la naturaleza. Salir del
capitalismo significa construir una civilización libre de la compulsión del
dominio sobre la naturaleza.
Esa es también una enseñanza de la Escuela de Frankfurt; el
capitalismo y la modernidad se han construido sobre la base de dos mitos, el
mito de la dominación de la naturaleza y el mito del progreso. Recogiendo estas
enseñanzas, la de la teoría de la dependencia y la de la escuela de Frankfurt,
no se puede seguir ingenuamente u obsesivamente por las rutas consabidas del
desarrollismo; hay que salir de esta perspectiva linealista. Es indispensable
un mundo alternativo.
Ahora bien, así como no era posible el socialismo en un solo
país, el cambio civilizatorio también tiene que darse mundialmente. Esto no
quiere decir que haya que esperar a que las transformaciones radicales se den
mundialmente, sino que estas transformaciones hay que transitarlas en cada
país, en cada región, dependiendo de sus condiciones y sus contextos
histórico-políticos. Lo que significa que de lo que se trata es de orientar
transiciones transformadoras en múltiples niveles.
Algunos teóricos e historiadores de los ciclos de
capitalismo proponen la figura de la desconexión, no como aislacionismo, sino
como método de transición económica; esto significa escapar de los condicionamientos
del mercado externo y de la división internacional del mercado y del trabajo,
orientando la producción al mercado interno. Esta posición es sugerente pues
propone, sin renunciar a otras formas de industrialización, incorporando
tecnologías limpias, no agresivas y destructoras, armonizar y complementar la
producción con los equilibrios ecológicos. No hay que olvidar de ninguna
manera, olvido que corresponde a la amnesia desarrollista, que no se puede
transferir los costos del desarrollo a la naturaleza, que esta transferencia
tiene sus límites y su bumerang. La destrucción desarrollista termina
destruyendo el mismo desarrollo.
En lo que corresponde al balance de las rutas desarrollistas
contemporáneas, sobre todo en lo que respecta a las llamadas potencias
emergentes, es ilustrativo leer a Francisco de Oliveira cuando hace el análisis
de lo que ocurre con la potencia emergente de Brasil. (1) El autor de El
neo-atraso brasileño propone dos hipótesis interpretativas; una que por un lado
fueron las actividades rurales de subsistencia, el trabajo informal y la
precarización de los salarios los que subsidiaron el crecimiento de la
industria y los servicios. La segunda hipótesis se refiere a la emergencia de
una nueva burguesía compuesta por técnicos, economistas y banqueros, núcleo
duro del Partido de los Trabajadores (PT). Ambas condiciones determinan la
identidad paradójica que adquiere el capitalismo periférico en esta parte del
mundo, aquí el capitalismo se financia con la explotación de los trabajadores,
en tanto que el progreso sucede siempre en otro lugar, allí donde se produce la
ciencia y la tecnología de punta, en el centro del sistema-mundo capitalista.
Este balance es contundente, no hay desarrollo en las
potencias emergentes, por lo menos entendiendo a este fenómeno de una manera
integral, sino neo-atraso, repitiendo las condiciones perversas de este rezago.
El desarrollo de las fuerzas productivas deja en la ruina a una parte de la
humanidad, el subdesarrollo aparentemente deja de existir, no así sus
calamidades, el trabajo informal, el mismo que se transforma un indicador de la
desagregación social. Lo que se produce es una modernidad heterogéneas y de
contrastes. Por un lado centros urbanos que imitan el iluminismo edificado de
las urbes del norte, burguesías articuladas a las redes del capital financiero,
por lo tanto que forman parte de la misma burguesía globalizada; por otro lado,
incluso en las mismas ciudades, cordones, espacios, amplias zonas de
marginamiento y economía informal, incluso ilícita. Grandes mayorías
discriminadas.
En las potencias emergentes se ha dado lugar a la emergencia
industriales, que no es otra cosa que el desplazamiento de la
desindustrialización del centro del sistema-mundo capitalista, que ha optado
por tecnología de punta, transfiriendo tecnología obsoleta a las llamadas
potencias emergentes. En estos lugares se ha dado lugar a la formación de
nuevas burguesías, que no tendrían que nada que envidiar a las burguesías del
norte, sobré todo en lo que respecta a su opulencia; empero este esplendor se
construye sobre la base del marginamiento y la informalización de las grandes
mayorías explotadas y dominadas, que habitan las zonas y los espacios del
neo-atraso y la pobreza repetida descomunalmente. La emergencia de las
potencias se basa en la destrucción devastadora de la naturaleza, la ampliación
de la frontera agrícola, el uso de los transgénicos. De esta manera los costos
de este progreso son demasiado altos como para hacerlo sostenibles.
No hay pues destino con el desarrollismo, tampoco con el
neo-nacionalismo. Lo que hacen, en el mejor de los casos, en el caso de las
potencias emergentes, es volver a modificar los términos de intercambio en las
lógicas de acumulación del capital, modificar su participación en la estructura
mundial de dominación capitalista. Por eso, podemos volver a decir, que los
nacionalismo están mucho más cerca de las ilusiones liberales criollas y
gamonales que de los proyectos emancipatorios y libertarios de los movimientos
sociales, naciones y pueblos indígenas originarios. Están más cerca de repetir
las formas coloniales, las del colonialismo interno, también las reiteradas
cadenas de la dependencia, que de lograr construir las soberanías plurales que
requiere un mundo alternativo de autodeterminaciones, auto-convocatorias, de
participaciones sociales y ejercicios plurales de la democracia.
Si bien los nacionalismos heroicos forman parte de la
historia de las luchas, pretender repetirlos en los ciclos contemporáneos del
capitalismo es apostar e una repetición burda y cómplice da las formas de
acumulación mundial capitalista por despojamiento.
Nota:
1. Francisco de Oliveira: El neo-atraso brasilero. Siglo
XXI-CLACSO.
* Miembro de Comuna, http://horizontesnomadas.blogspot.com/
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