Por Pablo Stefanoni
Los
latinoamericanos somos en general ciclotímicos. O pensamos que estamos en la
peor crisis o, por el contrario, que tenemos recetas para la humanidad. Esa
sensación se ha activado en este contexto de crisis económica. El hecho de que
Sudamérica crezca y apenas se vea afectada –al menos por ahora- o parezca
completamente fuera de la crisis alienta esas expectativas de estar
desarrollando un modelo en el cual los europeos –e incluso los estadounidenses-
podrían encontrar salida frente al “anarco-capitalismo”, en palabras de la
reelecta presidenta argentina Cristina Fernández.
También la cuestión surgió en una reciente
entrevista a un grupo de intelectuales posmarxistas europeos (incluido el
italiano Tony Negri) invitados a Buenos Aires por Ernesto Laclau (o Laklau),
que desde hace un tiempo se ha vuelto una especie de propagandista
internacional del modelo K. En esa entrevista colectiva Giacomo Marramao
plantea que “el modelo de sociedad está dividido entre dos opciones globales.
La opción norteamericana, que tiene en una prisión simbólica a Obama mismo, es
un modelo de competencia individualista”. El otro sería “el modelo
antiindividualista, comunitario, hiperproductivista asiático y jerárquico de
China”. Y en ese contexto el intelectual italiano considera que Europa y
América Latina tienen la posibilidad de producir un modelo diferente.
Al mismo tiempo Judith Revel anota que “La
gravedad de la crisis en Europa también parte de la incapacidad de la izquierda
europea para proporcionar soluciones, un discurso que no sea un retorno a lo
mismo: se piensa en retornar al proteccionismo, a una definición dura de la
ciudadanía, se prefiere el retorno a un ‘buen’ capitalismo, ‘volvamos a las
fábricas’, porque la fábrica nos salva de la Bolsa”. Y ahí yace un buen punto
para discutir la cuestión: ¿Acaso en América Latina estamos construyendo algo
diferente a un “buen capitalismo”. La socialdemocracia europea hace tiempo que
abandonó un horizonte poscapitalista como producto de las reformas sociales;
sin embargo, en América Latina no es muy diferente. La diferencia, en todo
caso, es que llamamos “poscapitalismo” o “anticapitalismo” a ese “buen
capitalismo”.
Hay mucho de formalismo en la discusión. Yo
encontré a gente en Argentina que consideraba a García Linera el ala derecha
del proceso de cambio boliviano porque hablaba de capitalismo andino, pero
bastaba con llamarlo socialismo comunitario para que las mismas propuestas –sí,
las mismas- se transformaran por arte de magia en un nuevo horizonte
emancipatorio y hasta civilizatorio. Si simplemente llamamos neoliberalismo al
capitalismo la operación resulta muy fácil: apuntamos todos los cañones contra
los 90 y proponemos un keynesianismo a menudo moderado y si alguien pregunta
decimos que el socialismo es un horizonte (que como tal nunca llegará) -siempre
que alguien dice que su propuesta está "en contrucción" debería
establecerse una buena dosis de sospecha de que en realidad no sabe bien qué
contestar.
Además, si hay un lugar en el que se opone
a la fábrica con la Bolsa es en nuestro continente. En efecto, existe un
imaginario industrialista muy arraigado. El gobierno de Lula se propuso entre
otras medidas el Plan de Aceleración del Desarrollo –y otros planes
desarrollistas por el estilo-. En Argentina “La fuerza de la ciencia” fue unos
de los ejes de la campaña de Cristina, y de hecho se ha aumentado notoriamente
el número de becados (y también los acuerdos de universidades con empresas
privadas, notablemente las mineras). Oponer la producción a la especulación es
un eje de todos los discursos de las izquierdas en el poder. Por otro lado, si
los europeos siguieran el modelo argentino como quiere el programa 678 deberían
comenzar por reemplazar sus cultivos por soya, incluso talando los bosques que
le quedan.
En ese sentido, el incipiente debate sobre
el socialismo del siglo XXI se acabó apenas comenzar. Hoy solo hablan de
socialismo algunos intelectuales cercanos a algunos de los gobiernos
progresistas –especialmente en Venezuela, Ecuador o Bolivia- incluso algunos
que no pueden disimular su añoranza al socialismo real autoritario del siglo
XX. En general con niveles de abstracción muy elevados, y como casi siempre el
término socialismo es aceptado en los documentos –como una especie de nueva
langue de bois, como dicen los franceses- siempre eso da la sensación de que
“hay debate”, “estamos avanzando”, etc.
Todo esto, sin embargo, no debería ser
motivo de pesimismo, ya habrá tiempo de pensar un socialismo diferente al del
siglo XX. Como suele pasar, es necesario que existan manifestaciones
embrionarias para que la construcción teórica no sea pura utopía.
Obviamente, si creemos que el capitalismo
se está cayendo a pedazos esto parece reformismo perezoso, pero si lo que va a
venir después de la crisis es un capitalismo más o menos parecido –como
posiblemente va a suceder- quizás sí tenga sentido cómo seguir pensando las
transformaciones en nuestro continente, como una utopía reflexiva, para que no
se nos pinche, a falta de burbuja financiera la burbuja ideológica.
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