Pelota de Trapo
Ese día extremo de hace nueve años se brotaba la piel escaldada del país y, simbólicamente, Fernando De la Rúa redactaba su renuncia en temible soledad. Mientras en el afuera de su autismo político el grito que ordenaba el destierro total de toda la dirigencia se parecía al apocalipsis del sistema, del Estado y de las joyas del capitalismo impiadoso y orgiástico que había reinado con fluidez y consenso en las últimas tres décadas.
La represión, la muerte, la oscuridad, el estallido de un programa económico - pac man que deglutió sueños, salarios, dignidad, aparato productivo y excluyó como para siempre a una porción impactante de los sectores populares desparramó muertos en los pavimentos de todo el país. La sangre otra vez derramada, la misma de siempre, más del 50% de la población desbarrancada a la pobreza y la indigencia, los hambrientos en las calles para hacerse visibles y la sensación amarga del no futuro bajo la presidencia interina y forzada del mismo hombre que hoy -justamente hoy- lanza su candidatura para intentar otra vez ser presidente legitimado por los votos populares.
Nueve años después, de todos los socialmente expulsados por el grito que unió apenas por un rato a la clase media y a los desarrapados, muy pocos son los que se fueron. La mayoría está ahí, firme y reciclada. Incluso el hombre que hoy se lanza en Costa Salguero, justamente hoy. Como una ironía gélidamente calculada.
Desde aquellos tiempos tronantes que sólo fueron una cáscara patética de la revolución sólo quedó una muerte política simbólica: la de Fernando De la Rúa. Una retracción lógica de la pauperización aluvional post-devaluación. Y la brutal marca del desencanto.
Entre el 2002 y el 2010 el PBI subió un 70%. El crecimiento económico fue exponencial. Pero no existió una debilitación proporcional de los niveles atroces de pobreza e indigencia. Algunos ejemplos: es inexpugnable -o al menos lo parece- el 35 % de trabajadores en negro, desterrados de las obras sociales, de los créditos bancarios, de los aportes jubilatorios, de las paritarias y del respaldo sindical. Desaparecidos laborales.
La inflación trepante sin pausa desde 2006 puso en marcha una fábrica de pobreza sin día de descanso, perversamente negada desde la Nación. Una falacia que cierra todas las puertas a la puesta en práctica de programas serios: si el problema no existe, no hay necesidad de distraer energías generando soluciones. Si la inflación oficial es del 11 % pero la real es de 25, la canasta básica total oficial es de 1244 pesos pero la real -al menos la que calculan las consultoras privadas como FIEL- llega a 2054. Pobreza oficial 12, real 25. No son goles. Son hombres, mujeres, niños -generalmente niños- con ojos, historias, piernas y barrigas deficitarias. Según un estudio del Cedlas-Universidad Nacional de La Plata, el 40 % de la población pobre son chicos menores de 15 años. Y más del 60, menores de 25. Es decir: la niñez y la juventud -con escaso acceso a la escuela y puertas selladas en el mercado laboral- en situación de hipoteca. Es decir: el futuro con la espada de Damocles a punto de partirle en dos la cabeza.
La concentración de la riqueza instala a la desigualdad social como el huevo de la serpiente. La injusticia estructural genera violencia, la violencia pare reacción social, cárceles, criminalización de la pobreza, gatillo fácil, exclusión violenta. Y en un círculo a distancia sideral de la virtud, una sociedad que desconfía de la otredad y de la diferencia y le manda a la policía.
Soldati y las decenas de ocupaciones que desataron los invisibles que de pronto tuvieron cara y palabra -y palos y balas en el costado y muerte también- en el diciembre de nueve años después, pueden soportar lecturas conspirativas. Al fin y al cabo los mismos monstruos están sueltos y se alimentan del caos y la sangre. Pero hay un elemento incontrastable: nada sería posible si no existieran millones de personas que no tienen techo bajo el que puedan descansar sus huesos, si no fuera real la subejecución vergonzosa del presupuesto para viviendas del gobierno macrista y la repartija clientelar, punteril y amiguista de los fondos para construir casas por parte del gobierno kirchnerista; si el negocio inmobiliario en las villas fuera cuento, si no se estafara vilmente a las familias migrantes y a los obreros que ganan 1500 pesos con alquileres de 700 por construcciones de una precariedad indigna.
Poco ha cambiado desde el espejismo de la expulsión social de los dirigentes políticos más descarados e insensibles.
Todos están ahí. Cuarenta millones de personas habitan la Argentina. Quince millones viven en la provincia de Buenos Aires. En capital y GBA, dos millones y medio habitan en viviendas precarias. En los alrededores de los barrios privados, en los márgenes de las autopistas. Frente a hoteles lujosos. La desigualdad procaz. El destierro de tantos que un día vuelven. Y toman aquello que, están convencidos, alguna vez se les quitó. ¿De qué orden judicial pueden hablarles a quienes los despojó la injusticia?
Poco y nada cambió en el país en las últimas décadas para los que no tuvieron ni tienen techo y piso donde caerse muertos. Si quienes viven en countries, se rodean de rejas y alarmas y rottweilers, hablan de inseguridad, ¿qué palabra será la que defina la falta del espacio propio donde pararse sin que se mueva a los pies, donde haya techo para que no llueva en las noches ni el sol escalde? ¿Será inseguridad o la herramienta del mismo capitalismo orgiástico e impiadoso que el espejismo de un minuto creyó expulsar hace nueve años?
Aunque la asignación por hijo -licuada poco a poco por la inflación que se niega- esbozó un mínimo sueño de inclusión, se mueren tobas, niños misioneros, niños de Salta y Formosa, por falta de alimentos. Y miles cada año por enfermedades parientes de la pobreza.
En la Argentina vive el 0,65% de las gentes del mundo. La Argentina produce el 1.61% de la carne y el 1.51% de los cereales que consumen las gentes del mundo. Pero no le alcanza para sostener la vida de los que se mueren por hambre.
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