Laura Vicente
« (…) los movimientos no se reducen a pedir cosas, sino que son también instancias creadoras de nueva realidad, nuevos valores, nuevas relaciones sociales, nueva humanidad (…)»
Amador Fernández-Savater, Habitar y gobernar, p. 95
Resistir no es solo oponerse a algo, sino crear otros modos de vida y otras relaciones sociales. A la lucha convencional le da miedo la protesta mestiza, mezclada, frágil, confusa, desequilibrada, sin estrategia predeterminada. Le gusta que haya un programa, una estrategia en la que las tácticas se van acoplando en el camino marcado que nos conducirá al final a la sociedad soñada.
Esta es una reflexión que quiere plantear un esbozo de otras maneras de entender la lucha, la protesta, la resistencia, partiendo de la propia potencia de la lucha cuando estalle. Potencia que no nacerá libertaria, ni armoniosa, ni mucho menos coherente. Pese a ello, debemos estar ahí, en ese espacio de creación de posibilidades, sin estar seguras de cómo se desarrollará, interviniendo desde la incertidumbre de los acontecimientos, desde «la potencia de las situaciones, aquí y ahora»[1]
Aquí y ahora (breves pinceladas)
Estamos en un momento de cambio cultural o de paradigma, en un momento de transición entre la modernidad (industrialización, mercantilización, racionalización de la economía y la sociedad, democracia) y la postmodernidad (tecnologías de la inteligencia y sus consecuencias en la producción, la dispersión de las unidades de producción, la fragmentación del proceso de producción y la gestión de manera descentralizada de enormes conglomerados de producción y de distribución). Este cambio de paradigma que se viene produciendo desde mediados del s. XX tiene efectos sobre la industrialización, sobre el sindicalismo, sobre la relación con el conocimiento, sobre el trabajo como factor de rentabilidad económica, etc.[2].
La pandemia del Covid lo está acelerando y está haciendo más fácil su aceptación entre la población condicionada por el miedo: precarización galopante, teletrabajo, biopolítica[3] con sus mecanismos reguladores y sus dispositivos de seguridad[4], sus restricciones de libertades, etc.
El panorama económico-social, aquí y ahora, es desolador allí donde miremos, sin embargo los responsables políticos hablan poco de estos temas, les interesan otros. La realidad y los problemas que viven quienes gobiernan y quienes somos gobernados/as es abismal, la desafección de la gente de la calle es palpable y ellos/ellas parecen no darse cuenta de nada. Trágico.
El problema social tiene también una dimensión psicológica desconocida y cuyas dimensiones son difíciles de valorar. Las personas que ya estaban en tratamiento antes del inicio de la pandemia están sufriendo un impacto importante que lleva a que los tratamientos que antes funcionaban ahora no lo hagan. Me pregunto también por el impacto en personas que no estaban en tratamiento y, según grupos de edad y sexo, ¿cómo les está afectando? Un campo por explorar que se me escapa por completo. Sí que veo a mi alrededor pesimismo, cansancio, desesperanza…, la edad, y con ella la vulnerabilidad, influye mucho. Noto en la gente que me rodea, que esta segunda ola nos pilla cansadas respecto a la primera, decepcionadas o directamente enfadadas con quienes llevan los mandos de la pandemia (los gobiernos), con menos miedo e inocencia puesto que nos ha dado tiempo a evaluar lo sucedido y lo que están haciendo.
En la cabecera de mi blog, «pensar en el margen»[5], hay unas palabras de G. Orwell que siempre tengo en cuenta: «Ver lo que se tiene delante exige una lucha constante». Es difícil ver lo que tenemos delante porque nos cuesta mucho cuestionar lo que nos parece «natural» y «evidente» dando por sentado que es así y no puede ser de otra manera. Estamos educados/as para vivir dentro de la normatividad, apenas somos capaces de concebir pensamientos y acciones que desmonten el discurso dominante. Y todo esto sin olvidar la labor de zapa de los «comisarios políticos del pensamiento» de nuestro propio campo.
La protesta (pensando posibilidades)
Escribía el pasado 23 de octubre, en mi blog,[6] un texto titulado «La disputa de la calle» en el que planteaba que había que pelear la calle, el espacio público, a la extrema derecha y añadía que:
«Las calles no sirven solo para canalizar el descontento y la indignación, las movilizaciones sociales son momentos de reinvención de estrategias y prácticas políticas para discutir la centralidad del poder y tensar los límites de la política representativa, horadando y ampliando el imaginario de lo político».
Una semana después de publicar ese texto, se produjeron diversos actos de protesta en numerosas ciudades (30/31 Octubre 2020). No soy muy optimista respecto a la posibilidad de que se produzca un estallido social, pero que algo haya emergido ya me parece relevante.
Sobre el contenido y los/las protagonistas de estas protestas se han producido muchas interpretaciones entre las que destaca la opinión de Pablo Iglesias y otras personas del entorno político (por ejemplo, Xavier Domenech) que rápidamente las han catalogado como protestas de la extrema derecha.
Efectivamente, Podemos (y sus diversas variantes por comunidades autónomas) se ha puesto nervioso, debe ser difícil aceptar que haya protesta fuera del sistema porque eso evidencia dónde se ubica esta formación política y cuál es su contribución al Gobierno. Instalarse en el Gobierno les ha hecho recaer en una vieja terminología (¡que poco recuerdan del 15 M!) con el uso de adjetivos descriptivos para caracterizar movimientos que consideran amenazadores para la sociedad y la nación. Esta adjetivación es crucial en su planteamiento populista: la homogeneización de movimientos de protesta apunta a la mentalidad maniquea entre amigo y enemigo, derecha e izquierda (deberían recordar aquel lema del 15 M que la cuestionaba y que debieron corear: «no hay derecha e izquierda sino arriba y abajo»). Quizás se han desubicado al ascender hacia arriba…
Me parece que las protestas del siglo XXI son, y serán, mestizas, es decir, no estarán claramente definidas ideológicamente (algo de esto ya hubo en los movimientos de 2011, en el movimiento de los «chalecos amarillos» en Francia, en las movilizaciones en Hong Kong, etc.). Actuar en alianza, dice J. Butler[7], no significa actuar en perfecta conformidad, habrá personas que se expresen en sentidos diferentes e incluso contrapuestos.
Las protestas serán explosivas, espontáneas, convocadas vía internet por grupos informales, habrá que ganarlas en la calle, exponiendo el cuerpo porque su base será la precariedad de los cuerpos (comida, vivienda, sanidad, control y vigilancia, etc.).
Ganarlas en la calle significa encaminar la protesta hacia objetivos de justicia social, de cuestionamiento de la precariedad de los cuerpos para vivir una vida que sea vivible, de defensa de la libertad cuestionando los dispositivos de control y vigilancia. Cuando se construya un «nosotros/as» estará representado en la reunión de cuerpos, en sus gestos y movimientos, en sus manifestaciones y en sus formas de actuar conjuntamente.
Más que pensar estrategias de lucha, creo que hay que estar abiertas a reconocer la potencia de lucha cuando estalle y estar allí con nuestra manera de entender las cosas y sin dirigir nada sino sumándonos a esa potencia de lucha. Podemos aportar nuestra manera de hacer las cosas sin dirigismos, siempre defendiendo la horizontalidad organizativa. Debemos acostumbrarnos a ese sube y baja de la potencia: hoy no hay nada y mañana, sí, vuelve a bajar la ola y vuelve a subir.
Las gentes del entorno libertario, los anarquismos, deben preguntarse ¿cómo organizarse? Y la respuesta es que, para saber cómo organizarse, hay que saber ¿para qué se quieren organizar? No podemos estar ajenas a las protesta espontaneas que se puedan producir.
Dice T. Ibáñez que allí donde hay poder, hay resistencia[8]. Pero esos resquicios, esas grietas, esos puntos débiles, esa resistencia, no están afuera, están dentro del entramado del poder porque este hay que entenderlo como una relación de fuerzas, como la relación entre una acción y otra acción. Una acción actuante y una acción que responde. Por eso la potencia de la lucha es mestiza, lo ha sido siempre aunque en el pasado se construyeran relatos emancipadores sin fisuras, forma parte de un entramado en el que poder y resistencia se mezclan, se responden, se contestan con un resultado incierto.
¿Hay colectivos, grupos de afinidad, sindicatos, grupos feministas, etc. dispuestos a construir líneas de resistencia a medida que se van levantando líneas de intervención de poder
Notas:
[1] Amador Fernández-Savater (2020): Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política. Ned Ediciones, p. 107.
[2] Tomás Ibañez (2001): Municiones, pp. 98-101. En este libro se puede encontrar la explicación de este proceso de cambio de paradigma.
[3] Me gusta esta forma de entender la biopolítica: «(…) poderes que organizan la vida, o que incluso disponen de las vidas exponiéndolas de manera diferenciada a la precariedad , lo cual forma parte de una gestión más amplia de las poblaciones a través de medios gubernamentales y no gubernamentales, y que establece medidas destinadas a una valoración diferenciada de la vida». En Judith Butler (2017): Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Barcelona, Espasa, p. 198.
[4] Para este tema de la biopolítica resulta interesante el libro de Laura Bazzicalupo (2016): Biopolítica. Un mapa conceptual. España, Melusina.
[5] http://pensarenelmargen.blogspot.com
[6] http://pensarenelmargen.blogspot.com/2020/10/la-disputa-de-la-calle.html
[7] Judith Butler, Cuerpos aliados y lucha política, p. 160.
[8] Tomás Ibañez (2001): Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política. Barcelona, Gedisa, p. 135.
[Tomado de http://pensarenelmargen.blogspot.com/2020/11/la-resistencia-como-espacio-de-creacion.html.]
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