José R. Palacio
1. La máscara mortuoria del Estado moderno
El autoproclamado estado del bienestar que asegura ser el único regimen capaz de garantizar una supuesta vida feliz a la humanidad, en un arrebato de terror se ha decla-rado “en estado de guerra universal” contra el coronavirus.
Una rara guerra sin bandos opuestos entre los que optar, ni ejércitos enfrentados de los que desertar. De pronto, entre solemnes tics nerviosos, dirigentes de todos los paises nos han declarado a todos y todas enemigos potenciales unos contra otros: padres, madres, hijos, hijas, vecinos, amigos, abuelas, nietas.... y todos amenazados por un enemigo común invisible, infinitamente pequeño, pero cruel y despiadado, “el Covid 19”. Un bicho diminuto, perverso y cabrón, que como si fuera educado en colegios de pago, centra su mortífero ataque en la gente vieja y en los barrios pobres. Bicho del que dirigentes y expertos dicen saber casi todo: su mapa genético, su árbol genealógico, su parentesco con otros bichos gripales más comedidos, de donde viene y donde se esconde.... pero ni idea de como evitar que nos hiera o nos mate si nos agrede.
Hasta la fecha, nuestro estado mayor solo tiene dos curiosas medidas para evitar el avance enemigo: mantener un área de seguridad 4 m², o taparnos la boca o la nariz con una mascarilla.
Como el virus ataca camuflado en minúsculas gotitas de nuestra saliva, apenas salta mas de 1m. Por eso si hacemos a nuestro alrededor un círculo de 2m de radio no puede alcanzarnos. Como el área del círculo es m², un área de 4 m² sería nuestra superficie de salvación. Pero como somos mas de 7 mil millones de personas, no son posibles tantos círculos de 4 m² independientes, así que pongámonos las mascarillas para confundir al bicho y que no no reconozca.
Tenemos un científico Estado del Bienestar que “sabe latín”, dicen. Saben todo del Big Bang, los agujeros negros, como vive la gente en cualquier tiempo presente, pasado y futuro, que se cuentan los grillos una noche de verano, etc,. etc., pero rescatar a un niño caído en un pozo, o a dos trabajadores sepultados en un basurero, eso es harina de otro costal, se necesitan semanas, meses.... la hostia de tiempo. Y como ahora no lo tenemos, para defenderse de tan repe-lente virus, el Estado decide ocultar sus miserias tras una patética mascarilla, y de paso ocultar también el inevitable derrumbe de un régimen sumido en un mar de paradojas: el Capitalismo Tecnodemocrático.
Los “fachas de siempre” toman hoy las calles al grito de libertad, y si antes los anti-sistema eran los encapuchados, ahora lo somos quienes pretendemos vivir a cara descubierta. Lo políticamente correcto, y legal ahora, es andar enmascarados ¡Chúpate esa Esquilache!
Como en los orígenes del teatro, nuestra supuesta felicidad actual es un esperpento tan grotesco que precisamos usar una máscara para representar nuestro papel en el espectáculo en que el Estado moderno ha convertido la vida. La Máscara y sus derivados, difícil imaginar un símbolo mas representativo.
2. El nacimiento del Estado tecnocrático
Sea cual sea la causa de la pandemia del coronavirus, unos inocentes murciélagos u otra mafiosa conspiración del poder –no sería la primera ni la última desde la Torre de Babel a las Torres Gemelas-, cuando los perversos virus traspasan las mascarillas descubren que:
a) el todopoderoso Estado científico del Bienestar es un gigante con pies de barro dando palos de ciego tras lo imprevisto y desconocido, como cualquier otro tipo de estado.
b) el hacinamiento de las ciudades, el recorte de los servicios públicos, la contaminación de agua, tierra y aire, el abandono y urbanización de lo rural, y sobre todo la necesaria movilidad incesante de toda clase de cosas, incluidas personas y capitales, son sinsentidos indefendibles que facilitan su temible avance.
c) la capacidad de las redes y medios de comunicación para crear estados de pánico, con los que manipular pobla-ciones amenazadas de muerte, es su principal aliado.
El despliegue del invisible ejército de virus evidencia que el único y verdadero dios actual: El Dinero -¡ni Jehova, ni Alá, ni Dios es Cristo que valga!- exige obediencia a sus criaturas y cumplir los mandamientos de la “santa madre ciencia", principalmente la Economía o ciencia por excelencia, y su ley suprema: “todo acto susceptible de placer será convertido en negocio capaz de desarrollar una industria que genere beneficios”.
Así, el placer de la “carne”, o de los sentidos, se convirtió en el gran negocio del amor y el sexo; el placer del juego en el negocio del deporte, el placer de viajar en el negocio del turismo; el del ocio y el pensamiento en el negocio de la cultura, espectáculo y divertimento; el del estudio y el descubrimiento en el negocio del I+D+I; el placer de compartir en el vil negocio de la pobreza con sus multinacionales de la caridad u ONGs; hasta el más humilde placer de caminar se volvió negocio con el senderismo. Pero es la conversión del placer de hacer algo útil en trabajo asalariado la esencia misma del negocio y su razón de ser: la explotación. La institucionalización del robo es el “alma” del capitalismo.
La imposición de estos mandamientos empuja al Estado por el precipicio, -el desarrollo incesante del binomio producción/consumo agota los recursos- con la banca gritando su “rien ne va plus”.
La virulenta guerra actual pretende remediar la situación con la huida hacia adelante, como siempre. Intentar un nue-vo ciclo de progreso y desarrollo con la implantación del Estado Tecnocrático “La nueva normalidad” será su ensayo: Teletrabajo, Teleeducación, Telemedicina....Televida. Indivi-dualización, desconfianza, separación física y una nueva rea-lidad aún mas virtual que la realidad misma. Su oferta publi-citaria anuncia: “seguridad y comodidad suprema a cambio del Control Total". De nuevo un Regimen Absolutista, pero esta vez con gobiernos ni aristocráticos, ni hereditarios, ni golpistas, sino republicanos y demócratas. Cámaras en to-dos los rincones, incluidos los de ámbito privado -si alguno quedaba ya en el corazón o en el pensamiento- verificarán si sudas de fiebre, trabajas o te examinas (Si sentado en la taza del water aún imaginabas, leias o pensabas algo prohibido, ¡la has cagado!).
Contra tentativas similares en pasadas crisis, el Mayo68 o el 15M parecían haber descubierto el engaño. “El problema es el sistema”, denunciaban las paredes. “No nos representan”, era el grito del pueblo que desautorizaba el juego parlamentario. Entonces, ante la obviedad de que lo que es el problema no puede ser a la vez la solución, millones de corazones creyeron llegada la hora de emprender un mundo nuevo sobre el antipoder popular de las Asambleas, creando alternativas económicas autogestionarias que repartieran la riqueza y el trabajo, y nuevas relaciones igualitarias para armonizar todos los ámbitos de la vida, suprimir las relaciones de poder, preservar la diversidad y permitir la unión y el amor libre, única solución posible a la absurda división y confrontación de la humanidad en roles sexistas y clases sociales.
Pero los procesos creativos, de cambios verdaderos son periodos breves y no muy de la Historia. La Historia son miles de años de sumisión al poder. Por eso resurge la fe en los cielos, en lo de arriba, en las instituciones (el poder), y se pierde la confianza en lo de abajo, en lo común, en lo nuestro, en lo Pueblo –eso que pese a todo se rebela vivo y se resiste al poder, la anarquía- Y por eso, pronto se repitió el gran error de pedir soluciones a quienes son el problema: gobiernos, G7, G20, Conferencias del Clima...Y se olvidó que cuanto hay de verdadero y revolucionario en las luchas populares, se pierde cuando se institucionalizan, ya que el Poder necesita desvirtuarlas y pervertirlas para asimilarlas. Así el antimilitarismo fue asimilado por la abolición de la “mili” y los ejércitos profesionales; el ecologismo por el reciclaje y un imposible “capitalismo sostenible”; el sindicalismo revolucionario por los pactos interclasistas y las reformas laborales; el feminismo asimilado por la paridad en los cargos, los teléfonos de ayuda, y la denuncia oficial de la violencia machista reducida a un recuento minucioso de víctimas; los movimientos sociales asimilados por el voto y los gobiernos de izquierda.
Esta vez, el confinamiento forzoso nos recuerda que disponiendo de lo básico e imprescindible: salud, comida, bebida, cobijo y abrigo, solo necesitamos libertad para disfrutar y compartir tal riqueza, siendo capaces nosotros mismos de generar suficientes complementos de juego, arte, y diversión para alegrarnos la vida. Lo demás es la lujosa miseria, el consumo superfluo y prescindible, que paradójicamente se ha converido en distintivo de la felicidad –"cuanto más consumo estúpido más estúpida felicidad"-, y que una vez mostrada su inutilidad, el poder pugna por enderezar (deportes, turismo, coches, viajes, aviones, conciertos....)
Por tanto, si no retomamos la senda del mundo nuevo que tantos intentos jalonan, de la comuna de Paris al 15M, y no superamos el miedo a la muerte que nos secuestra la vida y el miedo a la libertad que nos esclaviza, repetiremos los errores del pasado. Si seguimos creyendo que hacer lo que nos está mandado hacer es ejercer la libertad, qué es la libre decisión de cada persona salir todos a aplaudir al balcón a las 20h, o que lo es huir todas a la vez de las ciudades, o cambiar las monedas y billetes por tarjetas de plástico y números en cuentas bancarias; o qué es libre decisión de cada uno conectarse a la red para ser mansamente atrapados, estaremos librando otra batalla perdida.
Amigas y amigos, por más que nos tapemos la boca y la nariz con una mascarilla, este Estado moderno huele a podrido, y uno ya se va hartando. Por favor, ¿pueden parar el mundo un momento? ¡Quiero bajarme!
[Tomado del boletín Bicel # 28, Madrid, septiembre 2020. Número completo accesible en https://fal.cnt.es/wp-content/uploads/2020/10/bicel-28-digital.pdf.]
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