Sheila Jeffreys
* Introducción al libro de igual título, cuya autora es una feminista inglesa radicada en Australia.
Del proxenetismo al mercado rentable
La prostitución no decayó. En contra de la convicción del feminismo anterior a los años ochenta de que la prostitución era un signo y un ejemplo de la subordinación femenina y que por lo tanto dejaría de existir cuando las mujeres adquirieran mayores derechos igualitarios, a fines del siglo xx la prostitución se ha transformado en un sector del mercado global floreciente e inmensamente rentable. Esta transformación es sorprendente si consideramos los modos en que la prostitución ha sido pensada por el feminismo durante dos siglos como el modelo mismo de la subordinación femenina (Jeffreys, 1985a).
Kate Millett escribió en 1970 que la prostitución era “paradigmática de la base misma de la condición femenina” que reducía a la mujer a la “concha” (Millett, 1975: 56). Las feministas de los años sesenta y setenta pensaron la prostitución como un resabio de las sociedades tradicionalmente dominadas por los hombres, que desaparecería con el avance de la igualdad femenina. Era, como lo propuso Millett, un “fósil viviente”, una antigua forma de relaciones esclavistas que sobrevivía en el presente (ibíd,). Sin embargo, a fines del siglo xx varias fuerzas sé reunieron para darle vida a esta “práctica cultural nociva” (Jeffreys,2004). Lo más importante es la nueva ideología y práctica económica de estos tiempos neoliberales en los que la tolerancia de la “libertad sexual” converge con la ideología del libre mercado para reconstruir a la prostitución como “trabajo” legítimo que funciona como base de las industrias del sexo, tanto a nivel nacional como internacional. Este libro analiza el proceso por el cual la prostitución se industrializó y globalizó a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, y sostiene que este creciente sector del mercado requiere ser entendido como la comercialización de la subordinación femenina. Así se sugiere el modo en que puede comenzar el retroceso de la industria global del sexo.
Hasta la década del setenta, había consenso entre los gobiernos nacionales y la ley internacional acerca de que la prostitución no debía ser legalizada ni organizada por el Estado. Este consenso fue el resultado de una exitosa campaña internacional llevada adelante por grupos de mujeres y otros individuos contra la regulación estatal de la prostitución desde el siglo xix en adelante (Jeffreys, 1997). Se intensificó a través del Comité de las Naciones Unidas dedicado a la cuestión del tráfico de personas entre las dos guerras mundiales y finalizó con la Convención para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, de 1949. En su preámbulo, esta Convención identificó la prostitución como incompatible con la dignidad y el valor de la persona humana, y también señaló como ilegal el regenteo de prostíbulos. En respuesta a la Convención y al espíritu de la época que representaba, se determinó que el proxenetismo, la obtención de beneficios económicos y la facilitación de la prostitución eran ilegales tanto en aquellos Estados que habían adherido a la Convención como en aquellos que no lo habían hecho.
Este carácter de condena universal cambió con el neoliberalismo de los años ochenta y comenzó un proceso por el cual los proxenetas se transformaron en empresarios respetables que podían formar parte del Rotary Club. El negocio prostibulario fue legalizado y convertido en un “sector del mercado” en países como Australia, Holanda, Alemania y Nueva Zelanda; el strip-tease se convirtió en moneda corriente dentro de la industria del “ocio” o del “entretenimiento”, y la pornografía se volvió lo suficientemente respetable como para que corporaciones como la General Motors incluyera los canales porno entre sus negocios. Mientras una sección de la industria de la prostitución se volvió un sector legal, respetable y rentable del mercado en 'este período, la vasta mayoría de la prostitución, tanto en los países occidentales que la habían legalizado como a lo largo del mundo, siguió siendo ilegal y uno de los sectores más rentables para el crimen organizado.
Este libro considera prácticas en las que se intercambia efectivo o mercancías con el objeto de que los hombres obtengan acceso sexual al cuerpo de las mujeres y las niñas. Incluyo aquellas prácticas generalmente reconocidas como prostitución en las que los hombres, a través de la remuneración o la oferta de alguna otra ventaja, adquieren el derecho a poner sus manos, penes, bocas u otros objetos sobre o en el cuerpo de las mujeres. Aunque la prostitución de niños y muchachos para el uso sexual de otros hombres es una pequeña parte de esta industria, no será considerada en detalle aquí (véase Jeffreys, 1997). Se incluyen en esta definición las formas de práctica matrimonial en las que las familias patriarcales intercambian muchachas y mujeres por dinero o favores, el matrimonio de niñas y el matrimonio forzado, así como también aquel en el que se le paga a una agencia, como en el caso de la industria de las esposas encargadas por correo. La pornografía se incluye porque la única diferencia que tiene con otras formas de prostitución es que es filmada. Involucra el pago para obtener acceso sexual a muchachas y mujeres. El strip-tease también se incluye, no porque la prostitución y el lap dancing tengan lugar en clubes, sino porque involucran el uso de las mujeres incluso cuando no se las toque. Estas prácticas mencionadas aquí se ajustan al concepto de “explotación sexual”, que es el tema del borrador de 1991 elaborado en la Convención contra la Explotación Sexual en la ONU: “La explotación sexual es una práctica por la cual una persona o varias reciben gratificación sexual, o ganancia financiera o mejoras a través del abuso de la sexualidad de una persona y a través de la revocación de sus derechos humanos a la dignidad, igualdad, autonomía y bienestar mental y físico” (para un desarrollo del borrador de la Convención, véase Defeis, 2000). La “explotación sexual” incluye prácticas no pecuniarias como la violación, aunque este libro considera que el económico es el principal medio de poder utilizado para obtener acceso sexual a las muchachas y mujeres, más allá de que otras formas como la fuerza bruta, el secuestro y el engaño también pueden estar involucradas.
Este libro mostrará que, en las últimas décadas, la prostitución ha sido industrializada y globalizada. Por industrialización, me refiero a los modos en que las formas tradicionales de organizar la prostitución se han visto modificadas por las fuerzas sociales y económicas con el objetivo de adquirir una mayor escala, concentración, normalización e integración en la esfera corporativa. La prostitución ha dejado de ser una forma de abuso de las mujeres, ilegal, ejercida a pequeña escala, sobre todo local y socialmente despreciada, para convertirse en una industria en extremo rentable y legal, o al menos tolerada en distintos países del mundo. En Estados que han legalizado la industria de la prostitución a gran escala, los prostíbulos industriales emplean a cientos de mujeres, supervisadas y reguladas por agencias gubernamentales (M. Sullivan, 2007). En algunas partes de Asia, la industrialización de la prostitución ha tomado lugar a partir de la creación de áreas de prostitución masiva dentro de las ciudades. En Daulatdia, una ciudad portuaria en Bangladesh creada hace veinte años, 1.600 mujeres son usadas sexualmente por 3.000 hombres por día (Hammond, 2008). Este libro abordará la globalización de la prostitución también al examinar las formas en las que la industria global del sexo ha sido integrada a la economía política internacional. Kathleen Barry explica que desde 1970 “los cambios más dramáticos en la prostitución han sido su industrialización, normalización y difusión global” (Barry, 1995: 122). El resultado de la industrialización es “un mercado global multimillonario, local y extranjero, que incluye tanto una trata altamente organizada como con los arreglos más informales y difusos” (ibíd.). El informe de la Organización Internacional del Trabajo del año 1998 aporta poderosas pruebas que sugieren que la prostitución ha sido organizada en una nueva escala y significativamente integrada a las economías durante los años noventa. Como comenta Lin Leam Lim:
«La prostitución ha cambiado recientemente en algunos países dei sudeste asiático. La escala de la prostitución ha aumentado en tal medida que podemos hablar justificadamente de un sector del sexo comercial que está integrado a la vida económica, social y política de estos países. El negocio del sexo ha asumido la dimensión de una industria y ha contribuido directa o indirectamente en gran medida al empleo, elingreso nacional y el crecimiento económico» (Lira, 1998: vi).
El informe es fundamentalmente positivo en relación con este desarrollo como un beneficio para las economías de estos países y argumenta que la prostitución debería ser reconocida como legítima por los gobiernos debido a su rentabilidad, incluso si estos no quieren ir tan lejos como para legalizarla.
La prostitución es ahora un sector significativo del mercado en el contexto de las economías nacionales, aunque el valor de las industrias domésticas del sexo es difícil dado el tamaño de la industria ilegal y la general falta de transparencia que la rodea. La industria de la prostitución está más desarrollada y establecida en aquellos países en los que el ejército sostuvo el sistema prostibulario a gran escala, como los Estados Unidos y Japón en las décadas del treinta y del cuarenta, y tiene precisión industrial en Corea, Filipinas y Tailandia (Moon, 1997; Tanaka, 2002). El informe de la Organización Internacional del Trabajo estimó que la industria del sexo constituye entre el 2% y el 14% de Filipinas, Malasia, Tailandia e Indonesia (ibíd.). El gobierno coreano estimó en 2002 que un millón de mujeres estuvieron involucradas en la prostitución en un momento dado en el país (Hurt, 2005). Se estima que la industria representa el 4,4% del producto bruto interno (PBI), más que la forestación, la pesca y la agricultura combinadas (4,1%). Se dijo que esta era una estimación conservadora ya que muchas formas de prostitución no pueden rastrearse. Se estimó que entre el 1 y el 6% y el 1 y el 10% de las mujeres en el país habían trabajado en la prostitución de algún modo (ibíd.). Se había estimado que la industria del sexo en Holanda, que legalizó la prostitución en los prostíbulos en 2001, representaba un 5% del PBI (Daley, 2001). En China, el auge de la industria de la prostitución desde que se dirigió a la economía de mercado a partir de 1978 ha sido particularmente notable ya que se desarrolló desde una base muy estrecha porque durante el maoísmo la prostitución estaba prohibida. Se estima que hay entre 200.000 y 300.000 prostitutas solamente en Beijing, y entre 10 y 20 millones de prostitutas en toda China (Zhou, 2006). Se estima que la industria de la prostitución constituye un 8% de la economía china y está valuada en 700 mil millones de dólares aproximadamente (ibíd.).
La globalización de la industria del sexo sostiene la prostitución en la economía internacional de muchísimas maneras. El tráfico de mujeres se ha convertido en algo valuable para las economías nacionales, por ejemplo, debido al dinero que estas mujeres envían a sus países de origen. Gobiernos como el filipino han fomentado el tráfico al capacitar a estas mujeres antes de que dejen el país. En 2004, las filipinas que estaban en Japón enviaron 258 millones de dólares a su país. El envío de todos los filipinos que trabajan en el extranjero es de 8.500 millones de dólares y constituye el 10% del ingreso nacional (McCurry, 2005: 15). Ochenta mil filipinas ingresaron a Japón en 2004 con visas por seis meses y destinadas al sector del entretenimiento; el 90% trabajaba en la industria del sexo. La globalización permite que la pornografía norteamericana y las compañías de clubes de sírippers como Spearmint Rhino y la cadena Hustler -y el crimen organizado que en general está unido a ellas- obtengan ganancias en muchos países. Spearmint Rhino era un club en Melboume. La cadena norteamericana Hustler, de Larry Flynt, también adquirió uno y lo puso en manos de Maxine Fensom, un proxeneta local de Melbourne. Un artículo celebratorio de The Sunday Age explica que Fensom está trabajando junto con las figuras norteamericanas de la industria “adulta” para crear una industria local en Australia, con centro en Melbourne, capaz de producir “pomo gonzo” -que es el más degradante y abusivo- para el mercado norteamericano, comenzando con el “Aussie f... fest” (Halliday, 2007).
La industria del sexo no produce ganancias simplemente para los burdeles y los dueños de clubes de strippers y novedosas y respetables empresas de pornografía. Muchos actores se benefician económicamente, lo cual ayuda a afianzar la prostitución dentro de las economías nacionales (Poulin, 2005). Los hoteles y las aerolíneas se benefician con el turismo sexual y el turismo sexual de negocios. A los taxistas que llevan a los clientes a los prostíbulos y a los clubes de strip-tease, la industria del sexo les da una propina. Entre otros beneficiarios, está incluido el personal de seguridad y la gerencia de los clubes de strip-tease, así como los vestuaristas y maquilladores de las strippers. Se suman las empresas que pubücitan bebidas alcohólicas que se consumen en los clubes. Dos compañías de whisky, Chivas Regal y Johnnie Walker, han sido identificadas como compañías que obtienen ganancias de la actividad prostibularia en Tailandia, por ejemplo, y promoviendo así -de acuerdo con el periódico escocés Daily Record- la prostitución infantil y a los barones del crimen, esenciales para la industria tailandesa (Lironi, 2005). El aumento del 12% en las ganancias de Chivas Regal producido en 2004 fue atribuido, en un informe, a su asociación con los prostíbulos tailandeses. Todas estas ganancias surgieron de la venta de cuerpos femeninos en el mercado, aunque las mujeres, como veremos, recibieron solo un pequeño porcentaje.
La globalización de la industria del sexo implica que los cuerpos femeninos ya no están confinados en los límites de la nación. El tráfico, el turismo sexual y el negocio de las esposas que se compran por correo han asegurado que la severa desigualdad de las mujeres pueda ser transferida más allá de las fronteras nacionales de manera tal que las mujeres de los países pobres puedan ser compradas con fines sexuales por hombres de los países ricos (Belleau, 2003). El siglo xx vio el hecho de que los países ricos prostituyan a las mujeres de los países pobres como una nueva forma de colonialismo sexual. Esto tiene lugar en la industria de la compra de esposas por correo, en la que las mujeres de Latinoamérica son importadas a los Estados Unidos, por ejemplo, o las mujeres de Filipinas a Australia. Esto también ocurre a través de la industria del turismo sexual. Como parte de los tours organizados por los países ricos o por “turistas” particulares, los compradores adinerados buscan o trafican mujeres en los lugares de turismo sexual. Así, los hombres pueden compensar la pérdida de sus lugares sociales en países donde las mujeres han abierto ciertos canales hacia la igualdad, obteniendo subordinación femenina como algo que puede ser consumido en los países pobres o importado de ellos. La cadena de abastecimiento se ha internacionalizado a través de la trata de mujeres a gran escala, desde países pobres de los distintos continentes hacia destinos que incluyen a los países vecinos ricos, por ejemplo, desde Corea del Norte a China y a destinos de turismo sexual como Alemania y Holanda. Internet ofrece a los compradores norteamericanos espacios de chat erótico que los conecta con Estados empobrecidos (Lañe, 2001). Esta integración de la industria del sexo al capitalismo global no ha sido suficientemente remarcada o estudiada, y las transformaciones que esto produce en el estatus de las mujeres y en cuestiones que atañen a la gobernanza han sido apenas esbozadas.
Las nuevas tecnologías, como el viaje aéreo, han facilitado el movimiento tanto de prostitutas adultas y jóvenes como de los clientes y, por lo tanto, han alimentado la escala y el carácter internacional de la industria. Del mismo modo que Internet ha colaborado con el turismo sexual, el negocio de la compra de esposas por correo y otras formas de prostitución se han expandido e interrela- cionado. Las nuevas tecnologías electrónicas (videos, Internet) han posibilitado el desarrollo de una industria profundamente rentable con alcance global en la que las mujeres de países pobres pueden realizar actos sexuales, en películas o en tiempo real, para hombres occidentales (Hughes, 1999). Aunque las tecnologías que hacen posible entregar un cuerpo femenino a un comprador hayan cambiado y se hayan desarrollado, la vagina y otras partes del cuerpo femenino que forman el material en bruto de la prostitución permanecen como “vieja tecnología” imperturbable al cambio. La vagina se convierte en el centro de un negocio organizado a escala industrial, aunque siga ligada a una serie de problemas inevitablemente asociados con este uso particular del interior del cuerpo femenino: el dolor, el sangrado, la abrasión, el embarazo, las enfermedades de trasmisión sexual y los daños psicológicos que resultan del uso del cuerpo de la mujer como instrumento para el placer del hombre.La prostitución se ha globalizado también a través del proceso de desarrollo económico en países previamente organizados alrededor de la subsistencia. La prostitución, o a veces ciertas formas particulares de prostitución, se exportan a los lugares de desarrollo industrial dentro de los países “pobres” como Nueva Guinea y las islas Salomón (Wardlow, 2007; UNESCAP, 2007). Mientras las compañías extranjeras de minería y alojamiento inauguran nuevas áreas para nuevas formas de explotación colonial, también ponen a la industria de la prostitución al servicio de los trabajadores. Esta industria ha tenido un profundo impacto en las culturas locales y en las relaciones entre hombres y mujeres. Esta práctica tuvo lugar, por ejemplo, en el “desarrollo” de Australia en el siglo xix, cuando las mujeres nativas o las traídas de Japón se pusieron al servicio de los hombres involucrados en expropiar tierras indígenas y entregarlas a las explotaciones minera y ganadera (Francés, 2007).
La prostitución se ha globalizado también a través del proceso de desarrollo económico en países previamente organizados alrededor de la subsistencia. La prostitución, o a veces ciertas formas particulares de prostitución, se exportan a los lugares de desarrollo industrial dentro de los países “pobres” como Nueva Guinea y las islas Salomón (Wardlow, 2007; UNESCAP, 2007). Mientras las compañías extranjeras de minería y alojamiento inauguran nuevas áreas para nuevas formas de explotación colonial, también ponen a la industria de la prostitución al servicio de los trabajadores. Esta industria ha tenido un profundo impacto en las culturas locales y en las relaciones entre hombres y mujeres. Esta práctica tuvo lugar, por ejemplo, en el “desarrollo” de Australia en el siglo XIX, cuando las mujeres nativas o las traídas de Japón se pusieron al servicio de los hombres involucrados en expropiar tierras indígenas y entregarlas a las explotaciones minera y ganadera (Francés, 2007).
Las políticas internacionales tradicionales no incluyen a la industria del sexo como parte de sus preocupaciones, del mismo modo que tampoco consideran otros asuntos que afectan a mujeres y niñas. Las teóricas del feminismo han avanzado considerablemente en los últimos diez años en su esfuerzo por instalar la cuestión del género en la política internacional y en particular en las relaciones internacionales. A través de su trabajo sobre el militarismo y la prostitución militar en los años ochenta, Cynthia Enloe fue pionera en identificar la prostitución como una preocupación de la política feminista internacional (Enloe, 1983, 1989). Textos feministas sobre política internacional publicados más recientemente han abordado las cuestiones de la trata de mujeres y el turismo sexual, tal como lo ha hecho notablemente Jan Pettman (Pettman, 1996). Sin embargo, el trabajo feminista en el terreno de la economía política internacional generalmente ha omitido el tema de la prostitución o lo ha incluido de manera problemática, por ejemplo, como una forma de trabajo reproductivo y “socialmente necesario” (Peterson, 2003). La trata de mujeres ha sido tema de una gran cantidad de trabajos de investigación que se publicaron en la última década (Farr, 2004; Monzini,2005), pero otros aspectos de la industria, como la pornografía, no han sido considerados desde una perspectiva internacional. El único libro que aborda la industria global del sexo como una totalidad y desde la perspectiva de la economía política es el provechoso trabajo de Richard Poulin, La mondialisation des industries du sexe (2005).
Cuestiones de lenguaje
En las últimas dos décadas, el lenguaje utilizado en la escritura académica y en la normativa política ha cambiado considerablemente en la medida en que la prostitución se ha normalizado. Incluso las investigadoras y las activistas feministas emplean ahora en general un nuevo lenguaje compuesto de eufemismos, de manera tal que hasta el uso del término “prostitución” se ha vuelto inusual. En consonancia con cierto acuerdo promovido por algunos grupos que en los años ochenta abogaban por el sexo como trabajo, la prostitución es habitualmente mencionada como “trabajo sexual”, lo cual sugiere que debería ser vista como una forma laboral legítima 0eflreys, 1997; Jeness, 1993). Me referiré a aquellos que promueven la idea de que la prostitución debería ser vista al igual que cualquier trabajo como el “lobby del sexo como trabajo” y a las ideas que sub- yacen a este enfoque de la “posición del sexo como trabajo”. Esta posición es el fundamento de las demandas por la normalización y legalización de la prostitución. Como corolario de esta posición, se define a los hombres que compran mujeres como “clientes”, lo que normaliza sus prácticas del mismo modo que si fueran simplemente cualquier otra forma de consumo. Aquellos que regentean espacios y obtienen ganancias de la industria son identificados comúnmente, al menos en mi Estado -Victoria, Australia-, donde los prostíbulos son regulados por la más alta autoridad que le da licencias a los negocios, como “proveedores de servicios” (M. Sullivan, 2007).
En los años noventa, el lenguaje vinculado a la trata de mujeres con fines prostábularios ha sido alterado por aquellos que consideran la prostitución un sector ordinario del mercado. Así, la trata es ahora llamada por muchos activistas del sexo como “trabajo” y por quienes trabajan en estudios migratorios, “migración laboral” (Agustín, 2006a). El lenguaje es importante. El uso de la lengua comercial en relación con la prostitución eclipsa el carácter dañino de esta práctica y facilita el desarrollo mercantil de la industria global. Para hacer algún progreso en el dominio de la industria global, es necesario retener o desarrollar el lenguaje que muestre ese daño. En este libro utilizo un lenguaje llamativo para referirme al daño que significa la prostitución para las mujeres. Por eso, hablo sobre “las mujeres prostituidas” en lugar de hablar sobre “las trabajadoras del sexo”, porque esto sugiere que se las perjudica de alguna manera y además hace referencia al perpetrador. Llamo a los compradores masculinos “prostituidores” en lugar de “clientes”, en referencia a la palabra en español que denomina al hombre que prostituye a la mujer, en una formulación que sugiere una desaprobación que no se da en el término en inglés. Me refiero a los terceros que obtienen ganancias como “proxenetas” y “entregadores”, términos que tal vez parecen fuera de moda pero que exhiben un razonable desprecio por la práctica de obtener rédito del sufrimiento de la mujer. Me refiero a los Estados que legalizan sus industrias prostibularias como “Estados proxenetas”. Y usaré la frase “trata de mujeres” para referirme a la práctica de transportar mujeres de un lugar a otro y hacerlas trabajar bajo el régimen de servidumbre.
La prostitución como una práctica cultural nociva
Muchos de los trabajos académicos feministas sobre la prostitución que se refieren al sexo como área laboral están basados en la premisa de que es posible o incluso deseable hacer diferencias entre varias formas dentro de la industria del sexo; entre prostitución adulta e infantil, entre trata y prostitución, entre prostitución libre y forzada, entre sectores legales e ilegales de la industria, entre prostitución occidental y no occidental. La producción de diferencias legitima algunas formas de prostitución al criticar algunas y no otras. Este libro es diferente porque busca conexiones e inte- rrelaciones en lugar de diferencias y considera los modos en que todos estos aspectos de la explotación sexual son interdependientes, y cada uno atañe a otro. Los que buscan hacer distinciones generalmente suscriben a la idea de que hay un tipo de prostitución libre y respetable, que involucra a adultos, y que puede ser vista como trabajo común y por lo tanto legalizada, una forma de prostitución que apela al individuo racional y capaz de elegir y que está basada en contratos e igualdad. Si bien la mayor parte de la prostitución no encaja muy bien en esta imagen, esta es una ficción necesaria que subyace a la normalización y legalización de la industria.Este libro utiliza un radical enfoque feminista que considera a la prostitución como una práctica cultural nociva originada en la subordinación de las mujeres (Jeffreys, 2004) y que constituye una forma de violencia contra la mujer (Jeffreys, 1997). Se inspira en el trabajo sobre prostitución de otras teóricas radicales feministas como Kathleen Barry (1979, 1995) y Andrea Dworkin (1983), y busca ampliarlo al abordar el tema de la industria global y la variedad de sus formas. En la medida en que este libro sostiene la idea de que la prostitución es nociva para las mujeres, no adopta una aproximación normalizadora. Por lo tanto, este libro finaliza con una consideración de los modos en que la industria globalizada de la prostitución podría retroceder, de manera tal que la esperanza tradicional del feminismo de que la prostitución termine alguna vez se vuelve un objetivo imaginable y razonable para las políticas públicas del feminismo.
La industria de la vagina comienza con el sobrentendido de que la prostitución es una práctica cultural nociva. Es una práctica que se desarrolla fundamentalmente a través del cuerpo de las mujeres y para el beneficio de los hombres. Desde los años setenta ha habido un considerable desarrollo en el reconocimiento de lo que los documentos de las Naciones Unidas llaman “prácticas culturales/ tradicionales nocivas” 0efEreys, 2005). Las palabras “cultural” y “tradicional” se usan de manera intercambiable en las publicaciones de la ONU sobre este tema. Este desarrollo es el resultado de una campaña feminista cuyo motor son las preocupaciones sobre la mutilación de los genitales femeninos, que puede ser considerada la “práctica cultural nociva” más paradigmática. Esta preocupación se inscribió en la Convención de las Naciones Unidas de 1979 sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. El artículo 2(1) dice que los Estados partes se comprometen a “adaptar todas las medidas adecuadas, incluso de carácter legislativo, para modificar o derogar leyes, reglamentos, usos y prácticas que constituyan discriminación contra la mujer”. El artículo 5 (a) establece, de manera similar, que se tomarán las medidas necesarias para “modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres” (las itálicas son mías). La prostitución encaja particularmente bien en estos criterios. Se basa en la idea de que las mujeres tienen el rol estereotipado de ofrecer su cuerpo para eLplacer masculino, sin considerar sus sentimientos o personalidades. En el caso de los prostituidores, esta posición acompaña el rol estereotipado del patriarca que tiene el derecho de usar, para satisfacción propia, el cuerpo de mujeres que desean estar en otro lugar o que incluso lloran de dolor. La tradición la justifica con el dicho pronunciado con tanta frecuencia de que es “la profesión más antigua del mundo”. La esclavitud también es antigua, pero muy rara vez es validada por su antigüedad. La historiadora feminista Gerda Lemer aborda muy provechosamente los modos en que la prostitución en burdeles en el antiguo Medio Oriente surgía como resultado de las guerras, es decir, como un modo de utilizar el excedente de esclavas mujeres (Lemer, 1987).
La definición de prácticas tradicionales nocivas se extendió en 1995 en el documento de la ONU titulado “Prácticas tradicionales nocivas que afectan la salud de las mujeres y los niños”. El criterio que se presenta en la introducción cubre varios aspectos a los que la prostitución se ajusta muy bien. Las prácticas dañan la salud de las mujeres y las niñas, y hay abundantes pruebas acumuladas sobre el daño que la prostitución produce en la salud (Farley, 2004). Se dice que las prácticas culturales tradicionales “reflejan valores y creencias que en general se extienden por generaciones”. Se dice que persisten porque ellos no cuestionan y adquieren un aura de moralidad ante los ojos de aquellos que las practican (Naciones Unidas, 1995: 3-4). Aunque muchos valores y creencias de la dominación masculina han estado o están en proceso de cambio en muchas sociedades, la idea de que la prostitución es necesaria -como una forma de proteger a las mujeres no prostituidas o porque los hombres no pueden controlarse- viene ganando fuerza, más que perdiéndola. Estas prácticas se efectúan para el “beneficio de los hombres” y sería muy difícil sostener que no es así, considerando quién resulta dañado. Son “consecuencia de valores depositados sobre las mujeres y las niñas por la sociedad” y “persisten en un entorno en el que las mujeres y las niñas tienen un acceso desigual a la educación, la ganancia, la salud y el empleo”.
Muchas de las prácticas culturales perjudiciales reconocidas por la comunidad internacional de derechos humanos se originan en el intercambio de mujeres. El intercambio de mujeres entre los hombres para el acceso sexual y reproductivo y para obtener trabajo gratuito es el fundamento de la subordinación femenina y está aún profundamente enraizada en las culturas patriarcales (Rubin, 1975). La prostitución puede adoptar formas variadas, aunque se encuentra en las ciudades occidentales comúnmente bajo una única forma. Otras formas de intercambio en las que el poder de las relaciones de dominación masculina es evidente -como el matrimonio infantil y por conveniencia económica, el matrimonio surgido de la fuerza o la presión cultural y no de la libre elección, el matrimonio temporario y el concubinato- son entendidas como prácticas culturales nocivas basadas en la subordinación femenina. Sin embargo, tal como veremos en este libro, la prostitución está integralmente ligada con todas esas otras prácticas con las que comparte un origen común. Las mujeres y las niñas son forzadas a la prostitución en el burdel, pero también al matrimonio y al concubinato. Puede ser difícil separar estas prácticas entre sí. Por lo general se ve la prostitución como algo opuesto al matrimonio, pero, tal como veremos en el capítulo 2, hay muchos casos en los que una muy leve diferencia separa estas dos formas dominantes de intercambio patriarcal de mujeres. Es justamente porque la prostitución es una práctica cultural nociva que no puede ser presentada como una industria respetable. No es labor doméstica -en la que las mujeres tambiér son llevadas y traídas y mantenidas en condiciones serviles aunque en números mucho menores- justamente porque la labor doméstica puede ser hecha por hombres y no está necesariamente basad? en la biología femenina y la opresión. La labor doméstica no es er sí una" práctica cultural nociva, aunque las condiciones en las que sé da pueden ser en extremo perniciosas para las mujeres.
Este libro explica el modo en que esta práctica cultural nocivj se ha convertido en forma masiva en una industria global rentable presentada por quienes proponen la idea del sexo como trabaje como uno de los modos en que las mujeres ejercen su “agencia” ycomo una forma “empresarial”.
La importancia de la aceptación social
La rentabilidad creciente y la expansión de la industria global del sexo dependen de su aceptación social. Requieren que los gobiernos acepten o legalicen la industria. Así, un informe interno de 2007 sobre la industria legal de los prostíbulos y los clubes de strippers en Australia deja en claro que la creciente aceptación social es crucial para que la rentabilidad de la industria del sexo se mantenga y aumente. Un “factor clave” incluido en el informe es “la habilidad de cambiar efectivamente la conducta de la comunidad”, algo necesario debido al “nivel significativo de estima moral ligado a la prostitución” (IBISWorld, 2007: 22). El informe advierte que ha habido un incremento en la “aceptación del consumo”, pero que la industria es vulnerable a una “imagen negativa fundamentalmente originada por las cuestiones de moral, salud y seguridad con la que está asociada”. Tal como lo dice el informe, “estas entidades son altamente sensibles a la mala prensa que reduce la confianza de los clientes (existentes y potenciales), las autoridades y el público en general” (IBISWorld, 2007: 8). Un comentario de esta índole sugiere que la oposición de la comunidad y del feminismo podría lograr la restricción de la industria. Lamentablemente* la mayoría de los textos feministas sobre la prostitución, tanto académicos como militantes, la normalizan a través del lenguaje y los conceptos que utilizan. Este desarrollo de la teoría feminista se examina y se critica en el capítulo 1.
[Texto tomado de la versión integral del libro de igual título, accesible en https://periodicolaboina.files.wordpress.com/2020/05/jeffreys-sheila-la-industria-de-la-vagina.pdf. Ver la sección de referencias del libro donde se incluyen las que son citadas en esta Introducción.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.