Laura Vicente
La
noticia de la muerte de David Graeber (2-septiembre-2020), no lo oculto, me ha
impactado, somos muchas las personas que tenemos esa sensación emocionada.
Me
atraía de él la desmitificación que realizaba del anarquismo entendido como
algo que implicaba coherencia en la forma de ser, vivir y actuar, colocándolo
en el altar de la perfección. Hace mucho que pienso en el anarquismo a escala
humana y prefiero ser consecuente a ser
coherente en la línea de Diana Torres [1] cuando dice:
«Seré
consecuente, que no es otra cosa que responsabilizarme de las consecuencias de
mis acciones y mis palabras y de las hermosas contradicciones que las
conforman».
Él
desmontaba certezas y sembraba dudas e incertidumbres hablando desde lo que
denominaba «anarquismo con minúsculas» [2] refiriéndose a aquellas personas
que, haciendo anarquismo más que siendo anarquistas, estaban dispuestas a
colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionaran sobre principios
horizontales.
Entendía
el anarquismo como sensibilidad política amplia, como «movimiento político que aspira a generar una
sociedad auténticamente libre, y que define “sociedad libre” como aquella en la
que los humanos solo establecen relaciones entre sí que no dependan de la
constante amenaza de la violencia para ponerse en práctica». Y añadía que los anarquistas «conciben un mundo
basado en la igualdad y en la solidaridad, donde los seres humanos sean libres
para asociarse entre ellos y perseguir una variedad infinita de visiones,
proyectos y conceptos de lo que consideran valioso en la vida » [3].
Desde
la antropología, Graeber constataba que los principios básicos del anarquismo
-asociación voluntaria, auto organización y apoyo mutuo- se referían a formas
de comportamiento humano que habían formado parte de la humanidad desde sus
inicios. Una idea tremendamente atractiva y estimulante (que ya formuló
Kropotkin en El Apoyo Mutuo) puesto que constataba que había existido
gente que había defendido estos argumentos a lo largo de la historia de la
humanidad. Esta idea nos plantea que esos principios anarquistas son más una
actitud que un cuerpo teórico.
El
anarquismo, reflexionaba Graeber, ha tendido a ser un discurso ético sobre la
práctica revolucionaria, más que un discurso teórico o analítico sobre la
estrategia revolucionaria como en el caso del marxismo. Ha insistido en las
formas de la práctica y, por tanto, en que los medios han de ser acordes con
los fines; no puede generarse libertad a través de medios autoritarios, se debe
anticipar la sociedad que se desea. Esa es la razón por la que la mayoría de
los grupos anarquistas opera por un proceso de consenso (que supone aceptar una
gran diversidad de perspectivas teóricas) frente al voto a mano alzada, divisor
y sectario. Este planteamiento lo explicaba con todo lujo de detalles en Somos
el 99% enraizándolo en su experiencia como activista en el movimiento de Ocupy Wall Street iniciado en 2012.
Activismo que ya le había ocasionado, según parece, su cese en el departamento
de Antropología de la prestigiosa Universidad de Yale en 2005.
Graeber
situaba la palabra clave de la
democracia en el proceso de toma de decisiones. Todo buen proceso de
consenso se basa en que nadie debe
intentar convencer a los otros de
convertirse a sus puntos de vista, sino que se busca que el grupo llegue a un
acuerdo común sobre cuáles son las mejores medidas a adoptar. En vez de votar
las propuestas, estas se discuten o reformulan, hasta que se llega a un
planteamiento que todos puedan asumir. Al final hay dos posibles formas de
objeción: quedarse al margen o bloquear la propuesta.
En
sus Fragmentos de antropología anarquista [4] se hacía una pregunta que relacionaba con la antropología:
«(…)
¿qué tipo de teoría social puede ser realmente de interés para quienes
intentamos crear un mundo en el cual la
gente sea libre para administrar sus propios asuntos?».
Son
este tipo de preguntas sencillas pero relevantes en sus respuestas las que me
llevaron a apreciar sus libros. Ese es el legado que nos deja David Graeber
para seguir por una vía de amplitud de miras y de renovación del anarquismo.
Notas:
[1]
Diana J. Torres[1] (2017): Vomitorium. Ciudad de México, p. 26.
[2]
David Graeber (2014): Somos el 99%. Una historia, una crisis, un
movimiento. Madrid, Capitan Swing, p. 100.
[3]
David Graeber, Somos el 99%, p. 189.
[4]
David Graeber (2019): Fragmentos de antropología anarquista. Barcelona,
Virus, p. 21.
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