Clifton Ross
Imaginen mi sorpresa al escuchar que a los padres de mi amigo venezolano les gusta Trump. Yo supongo que “la distancia hace crecer el cariño” pues por muchos años Chávez tuvo el mismo efecto en mí. Y ya que estamos en aforismos trillados pero verdaderos, hablemos de “la familiaridad genera desprecio”. Esta es otra manera de decir lo mismo: las utopías, los héroes y las montañas siempre parecen más bellas de lejos.
Me tomó años, casi una década, de hecho, reconocer en Chávez todos los rasgos desagradables que siempre he visto en Trump: la flojera intelectual, la arrogancia, la “superioridad moral”, el narcisismo; el payaso que necesita atención; la admiración por dictadores y autócratas, que siempre indica hambre de poder; y la tolerancia hacia la corrupción, que muestra laxitud moral y corrupción personal. En efecto, es casi como si Chávez hubiese sido el prototipo para Trump, como si aquel fuese el molde para la persona de Donald Trump, su imagen invertida, la versión izquierdosa del hombre que hoy ocupa la Casa Blanca.
Note como Chávez/Maduro/Trump gobiernan con sus familias, tomando el poder al estilo de la mafia, introduciendo a sus familiares y cómplices en sus círculos más cercanos; como demandan lealtad y sumisión total, sobornando a sus fieles con la indulgencia de sus prácticas corruptas de enriquecimiento, y castigando a los que se atreven a desafiar sus pretensiones de poder absoluto; como la justicia es pervertida y reducida a un instrumento para reprender a los enemigos personales; como la política es reducida a transacciones escondidas para extender el control del líder; como el líder está fuera del alcance de cualquier reproche, sin importar cuan escandalosas sean sus acciones.
Por su puesto, hay un nombre para esta manera de hacer política: Populismo. Y éste se ha estado convirtiendo en el único juego político, al tiempo que el liberalismo padece una lenta agonía hacia la muerte. El populismo, desafortunadamente, se ha normalizado tanto en el mundo que muy pocos pueden ahora recordar el tiempo en que los gobiernos se regían por el interés de toda la sociedad y no solo por el de los seguidores del líder; cuando quien sea que estaba en poder veía su periodo como pasajero y sujeto a la voluntad de la gente; cuando los partidos políticos tenían plataformas, principios e ideas, y no eran solo simples organizaciones para apoyar sin crítica la voluntad de un solo individuo; cuando mandaba la ley y no un líder; cuando la pluralidad de opiniones era valorada y estar en desacuerdo no era una traición sino una contribución positiva a la discusión.
No es que el liberalismo funcione tan bien cómo fue concebido en la idea, pero al menos hay una meta qué perseguir. El problema es que sus ideales y principios han sido reemplazados por personalidades, y ahora el liberalismo se deshace en todos lados como como un unicornio de papel frente a la brutal, ignorante y vacía pero poderosa fuerza del populismo. En ese sentido, Venezuela ha sido la guerra avisada que mató al soldado.
La tentación, por supuesto, es dejarse llevar por el proyecto populista, pero hay dos maneras de hacerlo. Las dos son igualmente peligrosas. La primera es doblegarse al líder y plegarse a su proyecto para agarrar lo que se pueda cuando se abra la piñata del tesoro nacional para financiar su proyecto personal. Esto es lo que muchos izquierdosos, activistas comunitarios, políticos y otros oportunistas hicieron cuando Chávez comenzó a regalar el dinero proveniente del petróleo para asegurar y extender su poder. De manera similar, los blancos de la clase trabajadora en las zonas no industrializadas y en el corazón rural de Estados Unidos, olvidados por la globalización liberal, fueron los que apoyaron a Trump en contra del poder establecido.
Pero hay otra manera de fortalecer el populismo, y es confrontándolo con más populismo. Es lo que Chantal Mouffe, Ernesto Laclau y otros proclaman. El problema, ellos afirman, no es con el populismo “per se” sino con la inclinación de éste, es decir, si es de izquierda o de derecha. De acuerdo con ellos, lo que necesitamos es populismo de izquierda para construir un proyecto hegemónico. Este es el pensamiento de muchos de los seguidores de Bernie Sanders, quienes creen que el populismo de Trump puede ser derrotado solo con el populismo de izquierda.
Sin embargo, en una sociedad polarizada creada por el populismo (y esa polarización es clave en una sociedad populista) combatir populismo con populismo es una característica tanto del populismo de izquierda como del de derecha. Esta es la razón del por qué la clase baja y trabajadora acompaña a Trump, el caudillo billonario, para enfrentarse a las “elites liberales” e “izquierdosas”. Y eso, evidentemente, es lo que hace que los padres de mi amigo venezolano vean a Trump con cierta esperanza. Ellos y otros venezolanos ven en Trump a un aliado en la lucha para deshacerse de uno de los dictadores más corruptos y represores de la historia del país.
Pero mientras Trump puede ser visto como aliado, los venezolanos deberán mantener en mente con quién están lidiando. La tendencia a desechar amigos o aliados -o convertirlos en enemigos- por simples desacuerdos, tal y como hizo Chávez con Baduel o Trump con Michael Cohen, revela no solo una mente patética sino probablemente también una personalidad narcisista. Y un narcisismo normal puede ser distinguido de otros tipos más peligrosos cuando a romper fácilmente con amistades se le añade la necesidad de destruirlas.
Y sin embargo es verdad que en tiempos de guerra no podemos escoger nuestros aliados y nos vemos en la necesidad de construir alianzas con fuerzas que, en otro momento, pudiesen desear nuestra destrucción -se puede pensar en la alianza que Churchill y Roosevelt hicieron con Stalin para combatir a Hitler. En algunos casos estas alianzas no habían terminado cuando ya las partes se habían embarcado en planes de destruirse mutuamente, y ciertamente ninguno de esos políticos confundió alianzas estratégicas con amistades. Y tampoco deberían hacerlo los venezolanos.
Así que si está sintiendo inclinaciones amistosas hacía Donald Trump y cree que él quiere ayudar a Venezuela, vale la pena hacerse algunas preguntas. Por ejemplo ¿por qué sus avances para hacer lo más mínimo en ayuda a aquellos venezolanos que se han visto obligados a exiliarse gracias a las políticas de Maduro han sido tan lentos? De hecho, ¿por qué, si no es por su reconocido racismo, Trump no ha invitado a esos exiliados a vivir en EEUU? ¿Pudiese ser que la lealtad de Trump hacia sus amigos no es más grande que la que le ha tenido a sus esposas? Y mientras se hace esas preguntas, piense en cómo él ha tratado a otros amigos, tradicionales aliados de los Estados Unidos, insultándolos e irrespetándolos grandemente. Y entonces, finalmente, encontrará la “solidaridad” que él le demostró a los Kurdos en Siria. Estos saben algo sobre el “apoyo moral” de Trump. Claro que usar “moral” y Trump en la misma oración es un oxímoron. En los dos meses en que Trump dejó a los sirios en manos de los turcos, los rusos y Assad, nueve millones de personas fueron desplazadas y medio millón más son ahora refugiados. Considere entonces los efectos de la “amistad” de Trump, quién con sus políticas transformó lo que era un “desastre humanitario” en una “historia de horror”, de acuerdo con la ONU.
Uno solo puede preguntarse qué clase de horror tiene preparado Trump para Venezuela.
Clifton Ross.
Traducción de Guillermo Useche.
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