Romain Constant
Los modos de toma de decisión son un elemento particularmente importante del funcionamiento de un grupo político. Son, en efecto, reveladores de las relaciones que los individuos mantienen entre ellos y el lugar que ocupa cada individuo en relación con el colectivo. Dar un voto a la mayoría o adoptar una posición consensual son procedimientos ligados a estilos políticos y motivaciones muy diferentes.
Mayoría y consenso
La toma de decisión por voto de la mayoría es un rasgo muy conocido en las democracias representativas. Alía eficacia y rapidez organizando la dominación de la mayoría sobre la minoría. Permite, por tanto, marcar las opciones predefinidas y también la puesta en marcha de gobiernos estables. Así pues, el voto a la mayoría se adapta especialmente bien a un sistema desigualitario (dividido entre los dirigentes y la base), pero pluralista, es decir en el que varias personas (y no un dictador) deben elegir entre las diferentes soluciones posibles.
La deliberación colectiva y la toma de decisiones por consenso están especialmente presentes en el movimiento libertario, pero las superan ampliamente. Pueden en primer lugar estar ligadas a una cultura individualista (y no egoísta), lo que quiere decir que se antepone la irreductible singularidad de cada ser: son por tanto el fruto de una voluntad de expresión y de autonomía personal. Asegurar que cada uno participa de la decisión y puede hacer entender su posición permite a todos salvaguardar la integridad de su persona y no abdicar de su propia voluntad en beneficio de la de los otros o la de un líder. Algunos grupos pueden, por tanto, favorecer la horizontalidad y la inclusión (sin jefes, con la participación de todos) con el objetivo esencial de respetar la individualidad de cada uno. Pero este principio individualista de base puede también estar impregnado de consideraciones más directa y conscientemente políticas: la horizontalidad y la búsqueda del consenso nacen igualmente de un rechazo del autoritarismo, de una voluntad de actuar de un modo que nadie pueda imponer a otro su decisión, y por tanto de favorecer la igualdad y la autogestión. Individualismo e igualitarismo están íntimamente ligados, pero no hay duda de que cuando las posiciones individualistas logran que nazca una conciencia igualitarista -o anarquista- es cuando la noción de consenso adquiere toda su dimensión y eficacia.
De la nueva izquierda al altermundismo
La toma de decisión por consenso no es un hecho histórico reciente, una nueva forma de superar la democracia mayoritaria; es una corriente antigua que ha existido paralelamente a otros modos de concertación. La podemos encontrar en algunas sociedades llamadas "primitivas", y fue adoptada por la secta protestante de los cuáqueros desde el siglo XVII. Aparte de los grupos políticos recientes que han optado por la toma de decisión mediante consenso, podemos evocar antes los movimientos de la nueva izquierda estudiantil en Estados Unidos durante la década de los sesenta del siglo pasado, así como el movimiento de los derechos civiles. Esos movimientos federaban a pequeños grupos locales que actuaban por consenso, pero sin que se fijaran reglas específicas y definitivas en la materia. Aunque el consenso fuera entonces concebido como un instrumento de emancipación individual, constituía más una práctica espontánea que un procedimiento institucionalizado. Eso es lo que quizás lo hacía imperfecto y ha conducido a numerosas mujeres a crear sus propios grupos de reacción al sexismo que existía en esos colectivos pretendidamente igualitarios de la nueva izquierda. Es, por tanto, en el movimiento feminista de finales de los años sesenta, donde los modos de organización y de toma de decisiones han comenzado a ser un tema fundamental. Eso no significa, por otra parte, que el sistema sea perfecto. Han nacido numerosas desilusiones y frustraciones de sus defectos y dificultades ligados a la toma de decisión por consenso, que exige a la vez responsabilidad y conciencia política por parte de los participantes. Pero los movimientos sucesivos construyeron su organización sobre la base de esas experiencias feministas. Muchos de los movimientos ecologistas que se desarrollaron en los setenta en Europa y Estados Unidos las retomaron y trataron de mejorar ese funcionamiento igualitario y consensual, inspirándose claramente en las experiencias anarquistas españolas y sudamericanas de los grupos de afinidad. Esa experiencia acumulada volvemos a encontrarla en los movimientos radicales de los años ochenta y noventa, y se difundió a gran escala con el surgimiento de una nebulosa altermundista con los primeros levantamientos zapatistas (1994). A partir de finales de los noventa y comienzo del 2000, las redes militantes altermundistas como Acción Mundial de los Pueblos o Direct Action Network son las que quizás mejor representan el funcionamiento del consenso. Alimentado en las movilizaciones transnacionales, se ha difundido ampliamente, hasta el punto de que podemos encontrarlo ahora en grupos locales que no han participado nunca en una anti-cumbre internacional. A menudo, la proximidad con la nebulosa altermundista nos ha permitido darnos cuenta de las prácticas organizativas adoptadas. Así, aunque funcionan formalmente con los mismos principios y valores, se constatan importantes diferencias entre ciertas organizaciones anarquistas clásicas, relativamente poco representadas en las redes altermundialistas, y los grupos de activistas directamente implicados en la protesta transnacional. Porque hay muchas formas de practicar la toma de decisión igualitaria y consensuada.
De los ideales a los procesos
Un movimiento como el Direct Action Network, incluso aunque no se haya originado por una adhesión a las teorías anarquistas y sus miembros no sean necesariamente grandes lectores de Proudhon, Bakunin y compañía, se define claramente como anarquista por su vinculación a los principios igualitarios y autogestionarios. Pero el funcionamiento de una red como esta es bastante diferente al de una organización como la Federación Anarquista, por ejemplo. Evidentemente, se puede evocar la estructura reticular más que federal del primero, pero también y quizás sobre todo, la forma en que se toman y elaboran colectivamente las decisiones, diferencian a los dos colectivos. Aunque uno y otro manifiestan el mismo rechazo a la toma de decisiones por mayoría (simple) como algo esencialmente opresivo, como negador de la igualdad de los individuos y su autonomía, sin embargo no plantean exactamente el mismo modelo.
Sin duda hay que evocar, en primer lugar, una diferencia en el vocabulario: mientras que los altermundistas hablan de consenso, los anarquistas organizados evocan más a menudo la noción de unanimidad. En la práctica, ambos términos pueden ser perfectamente sinónimos, en la medida en que comparten la idea de que una decisión debe ser aprobada por todos los miembros del colectivo. Pero en la práctica, se constata a menudo que la noción de unanimidad se focaliza más en la toma de decisión en sí misma mientras que la del consenso integra primeramente la idea de un proceso deliberativo.
El consenso, tal y como ha sido concebido por numerosos grupos radicales de inspiración libertaria, salidos de la nebulosa altermundista, es un proceso, una forma de comportarse los unos frente a los otros, que pone el acento sobre el respeto mutuo y la creatividad. Es una forma de actuar que busca asegurar que nadie pueda imponer su voluntad a otro, y que se escuchen todas las opiniones. Este proceso pretende ser, por tanto, igualitario y antiautoritario. Pretende a la vez prefigurar una sociedad futura desprovista de dominación y actuar hoy en coherencia con sus ideales. Pero lo que lo hace especial es que las posiciones personales deben, supuestamente, evolucionar con la deliberación. No se consideran inmóviles. El objetivo del proceso deliberativo es encontrar un terreno común en la diversidad de posiciones. Hay que buscar lo que hay de bueno y de interesante en los argumentos de los demás más que tratar de rechazarlos mostrando su lado malo. El consenso no es, por tanto, un compromiso o la búsqueda del más pequeño denominador común, sino una búsqueda de creatividad, de soluciones que puedan satisfacer a todo el mundo. Eso puede implicar abandonar pura y simplemente las proposiciones iniciales en beneficio de una nueva posición que tenga en cuenta las aspiraciones y objeciones de todos. Al final, lo importante es que cada participante tenga el sentimiento de que su punto de vista haya sido comprendido y tomado en cuenta.
El concepto de unanimidad en sí no supone necesariamente el proceso deliberativo anterior; descansa en la adhesión general a las propuestas debatidas, que se adoptarán si no hay oposición. Sin duda, si se manifiestan objeciones, las proposiciones pueden reformularse para poder ser tenidas en cuenta. En ese caso, se llega formalmente a un proceso deliberativo y, por tanto, al consenso. El riesgo, si se pretende una toma de decisión por unanimidad sin trabajar verdaderamente en la construcción previa de posiciones consensuadas, es que emergerán con frecuencia oposiciones y, por tanto, eventuales bloqueos de la organización.
Procedimientos formales y estilos organizativos
Para paliar ese riesgo, los partidarios del consenso han elaborado toda una serie de procedimientos formales destinados a mejorar la calidad de la deliberación. Se trata de proceder por etapas y dotarse de técnicas destinadas a facilitar el surgimiento de posiciones consensuadas. Esto consiste sobre todo en presentar y explicitar ampliamente las opciones inicialmente propuestas, antes de recoger las objeciones y adoptar remedios o formular nuevas propuestas. Para permitir un debate sereno y eficaz, están disponibles diferentes instrumentos. Se puede citar en primer lugar la designación de uno o dos animoderadores encargados de destacar las diferentes propuestas y objeciones, sintetizarlas y reformular las proposiciones. El animoderador se asegura igualmente de que exista libre participación de todos en el debate y lleva los turnos de palabra.
En efecto, este modo de deliberación supone que cada uno pide formalmente la palabra con el fin de evitar en lo posible que alguno la monopolice. Eso supone a la vez esperar al turno de palabra para hablar y no interrumpir al que habla. En algunos grupos, con el fin de favorecer la expresión de los más discretos o tímidos (o por decirlo más brutalmente, de los más dominados), se da prioridad a los que no se expresaban desde hace tiempo. También se puede recurrir a signos manuales que hagan el debate más fluido: eso permite a los que no suelen hablar expresar su adhesión o su circunspección respecto a lo que se dice sin interrumpir al orador, o incluso intervenir directamente en el debate para aportar una precisión técnica indispensable sin tener que esperar mucho tiempo su turno de palabra.
Por último, es posible proceder a una o varias "ruedas" que permitan recoger todas las opiniones dando a todos la ocasión de expresarse sobre la cuestión, de modo tranquilo, sin tener que pedir previamente la palabra. Se pueden emplear otras muchas técnicas en función de las costumbres y la composición de los grupos.
A través de estos ejemplos, vemos hasta qué punto una elaboración igualitaria e incluyente de una decisión colectiva supone esfuerzos y procedimientos específicos para ser óptima. El objetivo es sin duda impedir en la medida de lo posible que algunos individuos dominen en los debates para imponer su voluntad. Sin embargo, algunos militantes (y especialmente los que reivindican el anarquismo) rechazan los turnos de palabra con el argumento de que constituirían un atentado a la libertad de expresión personal y al principio de autogestión. Eso es síntoma muchas veces de un desconocimiento o una negación del funcionamiento de la dominación social, que no reside en el hecho de fijar reglas de toma de la palabra, sino en el de dejar a los más que mejor hablan y a los más insistentes que monopolicen los debates.
No es necesario multiplicar los procedimientos formales para asegurar la igualdad de todos. No obstante, los diferentes instrumentos facilitan los debates y constituyen un seguro contra las tentaciones autoritarias o las soluciones que prefieren la rapidez en los procedimientos sobre la calidad de los intercambios. Los funcionamientos dependen de cada grupo, de su historia, de su composición y su cultura. Las organizaciones de inspiración libertaria más recientes tienden a conformarse más según el modelo de consenso, y aún más si han participado en las movilizaciones altermundistas. Así, los grupos federados pueden basarse en el consenso, recurriendo eventualmente a procedimientos formales, mientras que a nivel federal, y sobre todo en congresos, se da una versión más sencilla de decisión por unanimidad (en el caso de la Federación Anarquista) o de la mayoría reforzada (en el caso de la Alternative Libertaire, por ejemplo) que se impone.
De la dificultad de tomar decisiones colectivamente
Los límites y problemas de la toma de decisiones por mayoría simple no necesitan demostración. Esta práctica implica la dominación de la mayoría sobre una minoría que puede ser numéricamente importante. Los procedimientos de la mayoría reforzada (dos tercios o más, por ejemplo) entrañan, en menor medida, el mismo tipo de problemas, pero gozan también de la misma ventaja: permiten una toma de decisiones relativamente rápida y evitan los bloqueos ligados a las oposiciones. Se da preferencia a la eficacia, en detrimento del principio de igualdad y de respeto a la autonomía individual.
No hay consenso sin la posibilidad de bloquear una decisión por parte de un individuo. Pero esta posibilidad debe garantizar la toma en cuenta de todas las opiniones y no ofrecer a uno solo la posibilidad de impedir actuar al colectivo. Una oposición no debe formularse a la ligera: no se supone teóricamente que impedirá una acción que sería nefasta para el grupo o contraria a sus principios, y no debe representar un medio para que una sola persona pueda ejercer poder sobre el grupo. Eso implica que los participantes en la toma de decisión comparten una concepción común del grupo y de sus valores, a falta de lo cual sería difícil llegar a un acuerdo. En ese caso, los desacuerdos llevarían a un bloqueo o a una escisión.
Una deliberación de calidad, acompañada de procedimientos formales, debe normalmente facilitar el consenso, pero eso implica a la vez largas discusiones y un acuerdo al menos tácito de los participantes sobre los fines a alcanzar y los medios legítimos para lograrlos. Por tanto, el consenso es relativamente difícil de obtener, cualquiera que sea el tamaño de la organización. Supone frecuentemente una homogeneidad cultural y social (blancos de clase media, socializados en el mismo tipo de organización y de acciones) que no siempre reconocen los militantes. Se plantea entonces la cuestión de la viabilidad del proyecto y las prácticas anarquistas a gran escala y en una población diversificada social y culturalmente. Para ser posible, la búsqueda de consenso requiere probablemente un cierto grado de educación en los principios igualitarios y por tanto, la homogeneidad de esa población.
Rechazar el poder y la dominación y elegir organizarse de manera igualitaria son los retos. Implican tiempo y esfuerzos específicos, para superar la actitud adquirida en las democracias de zanjar los debates con la mayoría. Sin duda implican más vigilancia que la que se suele dar en las organizaciones anarquistas. Porque tomar las decisiones por unanimidad no significa necesariamente que se haya escuchado la voz de todos. Es necesario, en efecto, estar en guardia ante el hecho de que la ausencia de oposición no oculta la dominación de los más carismáticos sobre los que se creen menos legitimados para expresar su punto de vista. Para hacerlo así, existen procedimientos formales que surgen de la espontaneidad de los debates pero caracterizan la inclusión. Falta tener conciencia de que la igualdad formal no impida nunca la emergencia de líderes informales, que deben ser objeto de vigilancia en todo momento.
[Tomado de http://monde-nouveau.net/spip.php?article422.]
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