José
M. Rivas
El anarquismo o libertarismo [26]
se define como la teoría política,
de inspiración obrera, que defiende la desaparición del Estado
[27], del gobierno y de la
autoridad como condición para la
libertad del individuo. A diferencia del marxismo, en la teoría anarquista los términos gobierno y
revolución son incompatibles.
Proudhon, Bakunin y Kropotkin fueron los primeros
filósofos anarquistas. Según Proudhon, ser gobernado
equivale a [...] estar
vigilado, ser inspeccionado, espiado, estar dirigido, legislado, regulado, ser encerrado, adoctrinado,
sermoneado, controlado, valorado,
mandado por seres que carecen de título, de conocimiento y de virtud [...] Ser gobernado es ser, en cada
operación, en cada transacción, en
cada movimiento, anotado, registrado, inventariado, tarifado, sellado, mirado de arriba abajo, acotado,
cotizado, patentado, licenciado, autorizado, sellado, apostillado, amonestado,
impedido, reformado, enderezado
y corregido (Proudhon, 1923: pp. 293-294)
Bakunin y Kropotkin propugnan el rechazo
a la autoridad de Dios, del
Estado y del Gobierno. Para el primero, “gobierno
y explotación son dos términos inseparables, son la
misma cosa” (Bakunin, 1908: p.61), así como el segundo (Kropotkin, 1885a: p. 7) defiende que la
autoridad tiende a destruir la
libre voluntad del pueblo y nada bueno puede ser ajeno
a su voluntad.
Fabbri (1980: p. 17), por su parte,
define el anarquismo como “el
ideal que se propone abolir la autoridad violenta y coactiva del hombre sobre el hombre, así
como otra prepotencia sea económica, política o religiosa”. No obstante,
Taibo (2013: p. 20) recuerda
que los anarquistas rechazan la autoridad
coactiva, pero “acatan la autoridad de médicos, arquitectos
o ingenieros”. Con esta distinción, el anarquismo
busca diferenciar la autoridad institucional del prestigio que se reconoce a algunas personas por su
conocimiento y capacidad en
alguna materia. El mismo Bakunin (1908) lo precisa [28].
Además, rechaza la autoridad legal del Estado, de carácter violento y despótico, pero no la
acción de la sociedad, “más dulce, más insinuante, más imperceptible,
pero mucho más poderosa que la
del Estado” (Bakunin, 1908: p. 22). A
diferencia de la autoridad legal, esta influencia social no conduce necesariamente a la opresión del
individuo (ibídem). Más
recientemente, Morman (2005: p.30-38), siguiendo
a Fromm (1997), distingue la autoridad formal o inhibicioria de la
autoridad racional. La primera, rechazada por el anarquismo,
se basa en la relación explotadorexplotado, mientras
que la autoridad racional se funda en el conocimiento, es fruto de la
concesión voluntaria de cada uno y tiende
a disolverse.
El rechazo a la autoridad formal no
implica el rechazo a la
organización. De hecho, el modelo de sociedad anarquista de Kropotkin (1902) se basa precisamente en
la autoorganización de los individuos en sociedad. El anarquista ruso destaca la sociabilidad de la especie
humana y propone una organización
social basada en los principios de solidaridad y cooperación.
Fueron elementos ajenos a los anarquistas los que,
según Fabbri (1980: p. 18), les retrataron como enemigos de la organización, y algunos “picaron el
anzuelo” negándola, así como
a la solidaridad colectiva, y defendiendo el individualismo burgués.
Retomando el argumento, Graeber (2014:
p. 44) señala que el anarquismo
no se opone a la organización, sino que trata
de crear nuevas formas de organizarse. Esta idea también ha sido defendida por los primeros
teóricos anarquistas. Bakunin
(2004: p. 9-10) propone la organización voluntaria
de los individuos de abajo arriba, “desde los cimientos”. Malatesta (2009: p. 13) aboga por una
organización social resultado
de la agrupación libre y espontánea de los hombres.
Fabbri (1980: p. 18) observa que no es posible la lucha y la revolución sin la organización previa de
los revolucionarios, ya que es
en el seno de esta donde se desarrollan los principios de asociación y solidaridad; además,
sostuvo que la organización de
todos los miembros de la colectividad no es posible
fuera de la injerencia del Gobierno, sino que esta es la única forma eficaz de organización
revolucionaria (Fabbri, 1922: p.
25). Volin, por su parte, defiende la autoadministración de las masas trabajadoras, sin partidos
que se sitúen encima o al
margen de estas (Guérin, 2012: p. 54).
Pero Rocker ha sido el mayor defensor
del concepto de organización
anarquista. Para este autor, no es cierto que con la organización se pierda la individualidad,
sino que por el “contacto entre
iguales se despliegan las mejores condiciones
de la personalidad” (Rocker, 1921: p. 52). En su opinión, el anarquismo necesita de la organización no
jerárquica, sino mutualista y cooperativa. Al igual que Kropotkin,
Rocker (1921: p. 53) considera
que las organizaciones basadas en el apoyo
mutuo, o cooperativas, son el mecanismo clave que ex plica el desarrollo de los seres humanos y
su futuro como especie.
La organización tiene el riesgo de
generar líderes y dirigentes.
Pese a ello, el anarquismo defiende una organización sin vanguardias, “sin coacciones ni liderazgos”
(Taibo, 2013: p. 50). Esta idea
ha sido criticada por el marxismo. Para los teóricos
marxistas, el liderazgo es un hecho inevitable dentro de las organizaciones (Bujarin, 1922;
Molyneux y Costick, 1999: p.13). Esta
crítica es una asunción de la “ley de hierro
de la oligarquía” de Michels (2006: p. 77), según la cual los líderes de las organizaciones, que al
principio no son más que
“órganos ejecutivos de la voluntad colectiva”, se emancipan de las bases y quedan fuera de su
control. Para Taibo (2013: p. 38),
la inevitabilidad del liderazgo es un argumento falaz
porque, de ser válido, “no quedaría más remedio que aceptar otros elementos característicos de
la realidad de nuestras
sociedades, como por ejemplo la explotación, la alienación,
la insolidaridad”.
Aunque la teoría anarquista rechaza
frontalmente la posibilidad de
liderazgo, se trata de un problema presente a lo
largo de la historia del movimiento anarquista. Menciono solamente algunos ejemplos: a principios del
siglo XX, Bakunin intentó
crear organizaciones secretas jerarquizadas para
expandir la revolución (Taibo, 2013: p. 38; Aller, 2014). En 1919, Majnó dirigió el Ejército Negro de la
Ucrania anarquista. Durante la
guerra civil y la revolución española, Durruti
estuvo al frente de una columna militar; y Federica Montseny, García Oliver y otros militantes
anarquistas fueron nombrados ministros del Gobierno de la República.
Un trabajo que aborda, desde una
perspectiva histórica, la
cuestión del liderazgo en el anarquismo español es el de Maurice (2012). Según este autor, los
militantes que ocuparon cargos de responsabilidad en organizaciones anarquistas influyeron en “la definición de la
estrategia y en la organización
de la acción colectiva”. A diferencia de lo que ocurría
en las organizaciones socialistas, donde una figura, Pablo Iglesias, sobresalía por encima del
resto y personificaba el
movimiento, en las organizaciones anarquistas se impusieron aquellos líderes que “mejor sabían
manejar la pistola o la pluma
como un arma”. Se mencionan como ejemplos a Fermín
Salvochea, Federica Montseny y al propio Durruti. A diferencia de los marxistas, que defienden el
liderazgo de vanguardia y
tienden a personificar las ideas con el nombre de sus teóricos y dirigentes (marxismo, leninismo,
trotskismo, estalinismo,
etc.), los anarquistas rechazan la dirigencia vertical, pero ensalzan a los apóstoles, “militantes
que, a imitación de los
discípulos de Jesucristo, se han entregado en cuerpo y alma a propagar el ideal universalista de la
Asociación Internacional de
Trabajadores” (Maurice, 2012).
Discutiendo
el concepto de liderazgo carismático
El concepto de liderazgo es complejo y
varía según el enfoque desde
el que se estudie [29]. El rechazo inicial del anarquismo hacia los líderes responde a la naturaleza
difusa y compleja del concepto
de liderazgo político, que a veces se confunde con
el de autoridad. Una diferencia entre los conceptos de autoridad y liderazgo es que el primero está
vinculado a la existencia de
cierto tipo de institucionalidad, mientras que el
segundo no tiene por qué estarlo (Wrong, 1980: pp. 28-31).
Aquí utilizó el concepto de liderazgo
carismático, que se ubica
dentro del enfoque relacional propuesto por Burns (2010). El liderazgo
carismático fue conceptualizado por
Weber como uno de los tres tipos de legitimidad que sostiene la dominación. Según este autor,
el líder carismático es
obedecido por las masas no porque lo mande la costumbre (presión social) o una norma legal,
sino porque “creen en él”
(Weber, 2004: p. 11). Weber, de esta manera, define
el carisma como “un proceso de acción mutua” entre líder y seguidores (Rustow, 1976: 29).
El liderazgo carismático no es un
atributo individual que se
pueda manifestar de manera aislada, sino una relación; en términos de la psicología social “una
fusión del yo”, entre el líder
y el seguidor (Lindholm, 2001: p. 22). Cuando muere el lí der, la
relación se frustra y los seguidores tienden a mitificarlo. La mitificación se define como “un
proceso que transforma un pasado concreto en una historia fundacional”;
el concepto de mito no hace
referencia a hechos inventados, sino
a la magnificencia de hechos reales “que no deben olvidarse porque implican un compromiso con el
futuro” (Assmann, 2007: pp. 77-78).
Para Scott (2013: p. 1718), tener
líderes hace más vulnerables
a los movimientos de lucha, porque permite al poder identificar a los movimientos a través de
ellos y utilizarlos para
pactar acuerdos o corromperlos. Cuanto más institucionalizados son los movimientos menor es el
grado de peligrosidad para el
sistema (Scott, 2013: p. 46). No obstante, a diferencia de la mayor
parte de los teóricos anarquistas, este autor
tiene en cuenta el carisma al analizar el funcionamiento de las luchas sociales. Determinadas
condiciones estructurales,
afirma, impulsan a “las elites y los líderes a prestar una especial atención a lo que tienen que
decir aquellos a quienes nadie
escucha”. Se genera así una relación carismática.
A diferencia del “gran poder”, que no tiene por qué escuchar al público, la condición del
carisma es ser reconocido
como jefe u orientador de los seguidores para que actúe como uno más del grupo, escuchando las
distintas opiniones y reaccionando de acuerdo a estas [30]
(Scott, 2013: pp. 52-56). En el
fondo, Scott rechaza el liderazgo porque lo identifica con el liderazgo institucional, pero acepta el
papel del carisma, sin llegar
a conceptualizarlo como liderazgo.
Del mismo modo que Bakunin diferencia la
autoridad legal, generadora de
explotación, de la influencia y el prestigio
social, a veces positivas para el desarrollo del individuo, yo propongo la distinción entre liderazgo
institucional, producto de la
posición de poder del líder en una estructura organizacional,
y liderazgo carismático, manifestación social de
la relación del líder con sus seguidores. Un individuo puede ser, al mismo tiempo, líder
institucional y líder carismático,
pero tener la condición de líder carismático no implica
ocupar una posición de liderazgo institucional ni viceversa.
El liderazgo carismático no implica
necesariamente subordinación
institucional de los seguidores con respecto al
líder; se trata de una relación de confianza mutua que, si bien implica dominación, se basa en la
voluntad de los seguidores y
puede romperse en cualquier momento. La autoridad
del líder no es institucional ni permanente, sino racional. Aunque prefiero no llamarla
autoridad, sino prestigio y
reconocimiento que el líder obtiene de los seguidores a cambio de escucharlos y asumir sus
mandatos.
Este liderazgo carismático se dio en la
Confederación Nacional del
Trabajo (en adelante CNT) en España. Durruti fue
un ejemplo. Como afirma Paz, refiriéndose al IV Congreso de la CNT celebrado el 1 de mayo de 1936:
Existía en la CNT cierto liderismo [31],
pero un liderismo muy “específico”.
En una sindical donde no hay un aparato que maneje el funcionamiento de la organización, el liderismo
tiene otras raíces que provienen de la abnegación y el tesón militante,
no teniendo otra gratificación
que el respeto que inspira entre los trabajadores el tipo de hombre con estas virtudes. Esos líderes
conseguían un prestigio derivado
de su propio comportamiento y entrega en la lucha [...]. Eran líderes cuya persona obtenía el
respeto que inspiraba su vida ejemplar.
En Durruti y Ascaso, esa “fama”, aprecio o “confianza” pesaba como una losa (Paz, 2004a: 449).
Notas:
[26] No confundir con el mal llamado
“libertarismo” o anarcocapitalismo, una ideología
burguesa, de origen anglosajón, que promueve el individualismo y el antiestatismo dentro del marco de
explotación del capitalismo. Su principal exponente
es Robert Nozick.
[27] Malatesta (2009: 3) proponía
sustituir la expresión “abolir el Estado” por la de “abolir el Gobierno”, ya que la palabra
Estado tiene otros significados que podrían
generar confusión.
[29] El trabajo de Rivas y Alcántara
(2014) organiza y clasifica el marasmo teórico que
rodea al concepto de liderazgo político.
[30] El autor pone como ejemplo de
carisma a Martin Luther King.
[31] Aunque liderismo no está reconocido
por la Real Academia Española, se trata de
un sinónimo de liderazgo.
[Párrafos tomados del artículo “Una
mirada libertaria al liderazgo”, que en versión original extensa es accesible
en http://www.academia.edu/download/44698389/Capitulo_Rivas_Otero_150-184.pdf.]
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