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jueves, 9 de enero de 2020

Anarcofeminismo ibérico, desde sus orígenes internacionalistas (S. XIX) hasta Mujeres Libres (1936-1939)


Laura Vicente



El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Unos meses antes en Sheffield reventaba el muro del embalse de Dale Dyke mientras se llenaba por primera vez y en la violenta inundación murieron 244 personas. Por esas fechas Prusia avanzaba hacia su unificación a través de grandes victorias en breves guerras: en febrero se rindió Dinamarca y en octubre Austria. En Estados Unidos de América se estaba en la recta final de la Guerra Civil, que acabó al año siguiente, y el republicano Abraham Lincoln logró ser reelegido presidente. Más al sur se vivía un hecho insólito cuando el archiduque Maximiliano de Austria recibió el título de Emperador de México ofrecido por Napoleón III de Francia, un breve reinado que acabó con el fusilamiento del Emperador tres años después. También en el año fundacional de la Internacional, la Convención de Ginebra aprobó la Mejora de la Condición de los Heridos y Enfermos en Campaña defendido por el suizo Jean-Henri Dunant promotor de la Cruz Roja. El Papa Pio IX, en una línea de conservadurismo extremo, condenó en el Syllabus Errorum el racionalismo, el liberalismo, la democracia, el sindicalismo, el escepticismo científico y otros movimientos e ideas modernizadoras.



En España, el reinado de Isabel II parecía inmune a los aires modernizadores que soplaban en los países vecinos y los sucesivos gobiernos defendían los intereses de la rica oligarquía que, a través del voto censitario y merced a una Constitución conservadora, cerraba el paso a cualquier opción política que no fuera la del Partido Moderado. Faltaban dos años para que los partidos Progresista y Demócrata firmaran el llamado Pacto de Ostende (agosto de 1866) al que se unió, a principios de 1868, la camaleónica Unión Liberal. Este pacto fue el origen de la Revolución “Gloriosa” que se produjo cuatro años después de la fundación de la AIT y que acabó con el reinado de Isabel II. Estos acontecimientos abrieron paso a un sistema liberal progresista, partidario de amplias libertades individuales y que legalizó el derecho de asociación, permitiendo la rápida formación del primer núcleo internacionalista en España de la mano de Giusseppe Fanelli, enviado de la AIT, que visitó España en octubre de 1868.



Fanelli, que formaba parte de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, no vino a España solo a difundir las ideas de la Internacional sino también la línea anarquista que compartía con Bakunin. En este complejo contexto, que empezó a provocar enfrentamientos en el seno de la AIT entre los seguidores de Karl Marx y los de Mijaíl Bakunin, se desarrollaron entre los anarquistas españoles dos líneas de pensamiento acerca de la naturaleza de las relaciones hombre-mujer. Una inspirada en los escritos de Pierre-Joseph Proudhon, que murió pocos meses después de la fundación de la AIT, en enero de 1865, que consideraba a las mujeres esencialmente como reproductoras que contribuían a la sociedad a través de su papel en el hogar, siendo el trabajo fuera de este ámbito indeseable y, en todo caso, siempre secundario al del varón. La otra línea de pensamiento se inspiraba en los escritos de Mijaíl Bakunin y las consideraba en un plano de igualdad con el hombre. Esta segunda opción fue la elección mayoritaria en el movimiento anarquista español.



Bakunin, partiendo de la relevancia que daba a la libertad, tanto en el orden social como personal, concluía que el ser humano tenía que actuar según los dictados de la propia voluntad, asentando la soberanía individual y, por tanto, el poder que cada persona debía preservar sobre su presente y su destino. El ser humano nunca era un medio, sino un fin en sí mismo, que tenía el derecho inalienable de buscar la verdad a través de la libertad. Para poder consolidar la libertad individual era necesaria la muerte de lo absoluto, de cualquier principio trascendente superior. Era imposible dejar fuera de esa soberanía individual a las mujeres, y Bakunin no lo hizo, apostando desde muy pronto por una posición emancipadora y desarrollando un pensamiento crítico con el matrimonio monógamo y la familia burguesa.



En la carta que escribió a su hermano Pablo (Bakunin, 1845) tejió sus principales ideas respecto a cómo concebía el papel de la mujer y el amor de pareja que, poco tiempo después, amplió, también con brevedad, en el texto "La mujer, el matrimonio y la familia" (Bakunin). En estos textos hizo una defensa apasionada del amor activo para el que era necesario que la pareja fuera libre y con sentimiento de su propia dignidad, instinto de rebeldía e independencia. La igualdad requería la abolición de la legislación que, en toda la Europa decimonónica, consideraba a la mujer un ser inferior y dependiente. Este cuestionamiento de las leyes familiares y matrimoniales conducía a Bakunin a una clara defensa de las uniones libres basadas en el amor.



Ideas que tuvieron gran influencia sobre las primeras mujeres que en España, desde las propuestas bakuninistas, empezaron a reclamar la emancipación femenina. Guillermina Rojas y Orgis, maestra gaditana, clamó, en una fecha tan temprana como 1871, contra la familia en un mitin de la Federación Madrileña de la AIT. La intervención de Rojas fue considerada escandalosa por la prensa que, según palabras de Anselmo Lorenzo, arremetió especialmente contra ella por tomar la palabra en público, algo fuera de lugar para una mujer, y censurar (Lorenzo, 1974, p. 185) (…) la propiedad individual por injusta; la idea de patria, por antihumanitaria, y la actual constitución de la familia, por deficiente respecto de la mujer, afirmando que no es concebible racionalmente la unión del hombre y la mujer más que por el amor, y por tanto se declaró opuesta al matrimonio”.



La defensa de la emancipación, la libertad y la igualdad de los sexos, el amor libre y el fin de una legislación discriminatoria, constituyeron la base de una genealogía femenina que va, desde la mencionada Guillermina Rojas, a las internacionalistas Manuela Díaz y Vicenta Durán, las librepensadoras Amalia Carvia y Belén Sárraga, las auténticas creadoras del feminismo anarquista, Teresa Claramunt y Teresa Mañé, y alcanza a la generación que en los años treinta, hizo posible Mujeres Libres: Mercedes Comaposada, Soledad Estorach, Lola Iturbe, Amparo Poch y Lucía Sánchez Saornil entre otras muchas.



Estas ideas de Bakunin estuvieron muy presentes entre los internacionalistas españoles de primera hora como Anselmo Lorenzo y marcaron la línea de pensamiento mayoritaria en el anarquismo español. La Federación Regional Española (FRE) asumió la crítica bakuninista a la familia burguesa y a la inferioridad y dependencia legal de la mujer. Tras el debate que se produjo en las Cortes sobre la I Internacional que acabó con su ilegalización, el Consejo Federal de la Región Española emitió dos comunicados, en octubre de 1871 y en enero de 1872, que entre otros muchos aspectos defendían el amor como base de la familia, no el interés, y se cuestionaba la desigualdad por razón de sexo en la educación defendiendo la “enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos” (Lorenzo, 1974, pp. 190 y 193). La nueva familia tenía que apoyarse en la igualdad de ambos miembros de la pareja y en la libertad; de esta forma se podía lograr el libre acuerdo entre hombre y mujer basado en el amor.



La presencia de mujeres en la Internacional nunca fue numerosa pero sabemos que, desde el primer Congreso celebrado en Barcelona (1870), hubo un pequeño núcleo de obreras interesadas, destacando el protagonismo de Guillermina Rojas que debió ser la impulsora de iniciativas que fructificaron en el Congreso de Zaragoza (1872) al aprobarse un dictamen titulado “De la mujer” (Lorenzo, 1974, p. 423) [1], que tomaba como fundamento la libertad de la persona para oponerse con claridad a recluir a la mujer en el hogar y a su dedicación exclusiva a las faenas domésticas y el cuidado de la familia. El trabajo asalariado era “poner a la mujer en condiciones de libertad” para evitar la dependencia respecto al hombre: “La mujer es un ser libre e inteligente, y, como tal, responsable de sus actos, lo mismo que el hombre (…) lo necesario es ponerla en condiciones de libertad para que se desenvuelva según sus facultades”.



Los acuerdos del Congreso fueron claros al respecto señalando que la clave de la emancipación estaba en transformar “la propiedad individual en colectiva, y se verá cómo cambia todo por completo”, incluida la familia. Los objetivos del internacionalismo quedaron claros: integrar a la mujer en el movimiento obrero para contribuir a la obra común, la emancipación del proletariado, no eran necesarias las organizaciones femeninas específicas.



Fueron Claramunt y Mañé, las “dos Teresas”, quienes impulsaron el feminismo en los medios anarquistas como resultado de la confluencia de diversas influencias que procedían de la tradición del obrerismo francés de las utópicas y visionarias (Nash, 2004, p. 85) [2] vinculadas al saintsimonianismo y al fourerismo, del propio internacionalismo bakuninista, del movimiento librepensador y del neomaltusianismo [3]. Claramunt conjugó sin reparos los feminismos librepensador y obrerista, el primero interclasista, con predominio de la clase media, y organizaciones específicamente femeninas que centraban sus reclamaciones en el acceso a la educación y al trabajo. El feminismo obrerista, de clase, con organizaciones basadas en la sociedad obrera, era partidario de unir emancipación femenina y de clase. Su definición anarquista no era exhaustiva pero fundamentaba su idiosincrasia. Ambos feminismos compartían espacios de sociabilidad en los círculos librepensadores formados por republicanos, espiritistas, masones y anarquistas.



Teresa Claramunt se integró en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) en Sabadell y, tras una larga huelga textil, encabezó la iniciativa para crear la Sección Varia de Trabajadoras Anarco-Colectivistas de Sabadell (octubre 1884-julio 1885). Esta iniciativa, que se dirigía a las asalariadas, era, en sí misma, insólita e inhabitual dentro del movimiento obrero. La Sección Varia se constituyó como asociación en defensa de las obreras [4] con el objetivo de lograr la emancipación de los dos sexos, ya que la lucha era común, aunque planteaban la necesidad de remarcar la lucha contra la explotación femenina [5]. A la identidad de clase, punto central de los postulados sindicales, se superponía de manera inédita la identidad de sexo.



La Sección Varia fue para Claramunt la llegada al activismo en favor de la emancipación de la mujer, que se puede rastrear a través de múltiples artículos en la prensa [6], y de su folleto La mujer. Consideraciones Generales sobre su estado ante las prerrogativas del hombre, editado en 1905. Su opción de vehiculizar la lucha para la emancipación a través de organismos específicamente femeninos, ya fueran anarquistas o librepensadores [7], fue muy clara desde el inicio de su activismo.



Aunque las “dos Teresas” no se definieron como feministas, conocían este movimiento y cuestionaban el feminismo sufragista existente por considerarlo un movimiento burgués y por la defensa que hacía de la vía electoral, no porque aceptaran ninguna limitación del sexo femenino.



Igual que el resto del feminismo español del XIX, defendían un feminismo social que se basaba en la diferencia de género y en la proyección del rol social de esposa y madre hacia la esfera pública. Este planteamiento aceptaba distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales, y de esta concepción se derivaba una naturaleza femenina diferente a la masculina que justificaba la división sexual del trabajo y unas funciones propias dentro de la familia y la sociedad. Era feminista porque reclamaba los derechos de las mujeres como tales, definidas por su capacidad para engendrar y criar a los hijos/as. Insistía en la distinta cualidad, en virtud de esas funciones, de la contribución de las mujeres a la sociedad y por consiguiente reclamaba los derechos que le confería dicha aportación.



Por vías diferentes las dos constataron que la mujer estaba en una situación de inferioridad y que la responsabilidad de esta inferioridad era de los hombres. Admitían la existencia de un sistema patriarcal cuando afirmaban que sobre el principio de desigualdad de los sexos se había constituido la sociedad y había generado los antagonismos de sexo que habían envenenado el espíritu de los hombres, haciéndoles despóticos y tiranos con sus semejantes.



El movimiento obrero y el movimiento librepensador condicionaron la experiencia femenina y sus contestaciones colectivas. En este sentido los asuntos centrales debatidos respecto a la mujer en los medios anarquistas fueron tres y en ellos se centraron los escritos de las “dos Teresas”: educación, trabajo y relación de los sexos en el ámbito doméstico.



Claramunt, Mañé y el pequeño núcleo femenino que se articulaba a su alrededor exigían trabajo y educación para recuperar la independencia del varón y, con ello, su dignidad y libertad. Fueron tan lejos como para darse cuenta que la discriminación no era solo legal y que estaba anclada en el ámbito doméstico, en las relaciones con la pareja y en el trato que recibían. No sorprende el énfasis de Claramunt para poner en marcha una auténtica “revolución doméstica” [8].



Ella, a diferencia de Mañé, fue partidaria de constituir organizaciones autónomas de mujeres para conservar el protagonismo total de su emancipación. Mañé, y después su hija Federica Montseny, confiaron en los organismos mixtos y en la labor concienciadora del publicismo y por ese motivo rechazaron la constitución de Mujeres Libres.



Las integrantes de Mujeres Libres pertenecen a una generación posterior a la de las “dos Teresas” pero las conocían, bien porque habían asistido a las tertulias que se organizaban en casa de la hermana de Claramunt, donde esta vivió hasta su muerte en 1931, bien porque las conocían por su activismo y sus escritos. Muchas otras, además de las “dos Teresas”, constituyeron un eslabón entre estas dos generaciones.



Mujeres Libres no fue un organismo sindical, su base organizativa eran las Agrupaciones fundamentadas en las preferencias, gustos e “inclinaciones de pensamientos” (Nash, 1975, p. 77) de sus componentes. Era una organización autónoma de mujeres que luchaban por su emancipación con conciencia de clase y con una definición anarquista explícita.



Los primeros pasos para la formación de esta organización se dieron en ciudades industriales de Cataluña antes de acabar la Dictadura de Primo de Rivera por parte de aquellas que pretendían formarse para poder intervenir con mayor seguridad en las discusiones de los sindicatos de CNT a los que estaban afiliadas. Partiendo de estas inquietudes, en 1934 se creó en Barcelona el Grupo Cultural Femenino, con Soledad Estorach, Lola Iturbe, Pepita Carpena y Concha Liaño, entre otras, que procedían de la CNT y cuyo objetivo era fomentar la solidaridad entre ellas, adoptando un papel más activo en los sindicatos y el Movimiento Libertario. Lucía Sánchez Saornil y Mercedes Comaposada emprendieron una tarea similar, pero no idéntica, ya que tenían objetivos más centrados en la formación y disfrute de la cultura que en la actividad sindical y así nace Mujeres Libres en Madrid.



No fue hasta principios de 1936 cuando cada grupo supo de la existencia del otro y con la alegría compartida del encuentro empezaron a reunirse conjuntamente, adoptando el grupo catalán el nombre de Agrupación Mujeres Libres. Enseguida se planteó la posibilidad de fundar una revista del mismo nombre y Lucía Sánchez, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón serán las grandes animadoras de la idea. El primer número de Mujeres Libres fue publicado el 20 de mayo de 1936 y el objetivo de la revista era “despertar la conciencia femenina hacia las ideas libertarias” [9].



Respecto a las ideas, Mujeres Libres estaba ligada al resto del Movimiento Libertario, aceptaba el sindicalismo revolucionario y las ideas anarquistas, mientras el librepensamiento había perdido importancia desde la segunda década del siglo XIX. Las ideas feministas enlazaban también con las pautas marcadas por las pioneras: rechazaron considerarse feministas al igual que las “dos Teresas”, manteniéndose dentro del feminismo social iniciado por estas. La dependencia económica respecto a los hombres y las carencias educativas eran señaladas como las causas de la infravaloración de las mujeres y su falta de autoestima; de ahí que el acceso al trabajo (manual o intelectual) y la educación para capacitar a las mujeres continuaran siendo elementos claves para Mujeres Libres. Por último, insistieron mucho en la necesidad de que la igualdad entre hombres y mujeres se diera en el ámbito de las relaciones personales e íntimas.



Durante la Guerra Civil, llegaron a promover una fórmula de doble lucha: una lucha antifascista, revolucionaria y anarquista, y una paralela lucha de emancipación femenina. Esta propuesta de autonomía dentro del Movimiento Libertario no fue bien recibida y las relaciones con la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias se desarrollaron en un ambiente de considerable tensión. Mujeres Libres intentó, con dificultades derivadas de la mencionada tensión, que los organismos libertarios percibieran la necesidad de integrar a la mujer en todos los aspectos de la vida política y económica.



La defensa de su autonomía organizativa dentro del movimiento anarquista, al no acatar las directrices de supeditación de la causa femenina al programa revolucionario de transformación anarquista, les permitió definir sus propios objetivos en los programas de organización y capacitación, concentrándose en ellos a pesar de las exigencias de la situación bélica. No quiere decir que las realidades de la guerra no afectasen a su programa, pero la autonomía les protegió del control que las organizaciones del Movimiento Libertario intentaron imponer.



Mujeres Libres pagó un alto precio por su autonomía, nunca tuvo los fondos o el apoyo organizativo que sus líderes habían deseado. Les fue negado el acceso a las discusiones y a los debates sobre tácticas políticas en curso, limitación que intentó superar solicitando la incorporación autónoma al movimiento en octubre de 1938; pero el Movimiento Libertario negó dicha incorporación y no llegó a incorporar plenamente a las mujeres ni los temas de su interés en sus programas.



Bibliografía citada:



-Ackelsberg, M. (1999) Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres. Barcelona: Virus.

-Bakunin, M. (1845) “Carta a Pablo” París. Disponible en: http://www.taringa.net/posts/info/2051886/Carta-a-Pablo-Bakunin.html

-Bakunin, M. “La mujer, el matrimonio y la familia”. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/bakunin/derechosmujer.htm

-Diez, X. (2007) El anarquismo individualista en España (1923-1938). Barcelona: Virus.

-Lorenzo, A. (1974) El proletariado militante (Memorias de un internacional). Madrid: ZEROZYX.

-Masjuan, E. (2009) Un héroe trágico del anarquismo español. Mateo Morral, 1879-1906. Barcelona: Icaria.

-Nash, M. (1975) Mujeres Libres: España 1936-1939. Barcelona: Tusquets.

-Nash, M. (2004) Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos. Madrid: Alianza.

-Vicente, L. (2005) “Teresa Claramunt. Des de l’altre banda de la “Perfecta casada”. La dona sotmesa al tirano de blusa y alpargata”. Revista Cercles, Universitat de Barcelona, 8/01/2005, pp. 231-256,

-“ (2006) Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo.

-“ (2014) “Mijaíl Bakunin (1914-1876). Mujer, Libertad y Amor”. Diagonal, n.º 223, 22/05/2014-04/06/2014.



Notas:



[1] La reseña de este Congreso fue publicada en La Revista Social y este apartado de los derechos de la mujer aparece mencionado en El proletariado militante.



[2] Denominación de Nash, M. Estas mujeres buscaban proyectos alternativos de vida que cuestionaban las restricciones sociales impuestas sobre las mujeres. Combinaron la argumentación de la igualdad de los sexos con el reconocimiento de la diferencia femenina y la aportación específica de las mujeres como madres en su discurso y práctica feminista.



[3] Para el tema del neomalthusianismo se puede consultar: Diez, 2007 y Masjuan, 2009.



[4] El grupo, que debía rondar la veintena, escribió un escrito de protesta en Los Desheredados, 179, 11/1885. En él destacan, además de la propia Teresa Claramunt, Federación López Montenegro, Gertrudis Fau de Fau

y Asunción Ballvé. En Vicente, 2006, Madrid, p. 84.



[5] La información sobre la constitución de la Sección Varia apareció en Los Desheredados, 127, 1/11/1884.



[6] En Vicente, 2005, se reproducen diversos artículos y escritos que Teresa Claramunt escribió, entre 1887 y 1913, sobre la mujer.



[7] Teresa Claramunt participó en asociaciones obreras de oficio femeninas en la línea del internacionalismo revolucionario como la mencionada Sección Varia de Sabadell (1884) y, posteriormente, la Agrupación de

Trabajadoras de Barcelona (1891) y el Sindicato de Mujeres del Arte Fabril (1901). Participó también en asociaciones de mujeres de condición social  diversa y librepensadoras: la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona (1889) y la Asociación Librepensadora de Mujeres (1896).



[8] Esta afirmación la hizo en un mitin en Zaragoza en solidaridad con una huelga, en el que habló de poner en marcha una “revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares”. La información sobre este mitin apareció en El Heraldo de Aragón, 31/10/1910.



[9] Las editoras de Mujeres Libres escribieron una carta a Emma Goldman el 17 de abril de 1936 donde le explicaban estos objetivos y Goldman dio un apoyo explícito a Mujeres Libres (Ackelsberg, 1999, pp. 71, 230-231).







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