José Durán (diario El Salto, Madrid)
Ubicada a poco más de 50 kilómetros de Madrid, la localidad toledana de Yuncler de la Sagra no ofrece aparentemente en su escaparate un cebo que evite pasar de largo al visitante ocasional que transite por la comarca. Pero las apariencias suelen engañar, sabido es. Sacudido el territorio por el boom del ladrillo que arrasó la región a principios del siglo XXI —cuando se vendían los 40 minutos en coche a Madrid como otro de los alicientes para comprar piso allí, el ‘nuevo’ PAU de la capital—, el nombre de Yuncler se recuerda entre quienes frecuentaban lo que hoy son las ruinas —otra operación inmobiliaria incierta— del Vicente Calderón: la peña Super López, fundada allí, colgaba su pancarta fielmente en las gradas del fondo norte del estadio del Atlético de Madrid.
Ubicada a poco más de 50 kilómetros de Madrid, la localidad toledana de Yuncler de la Sagra no ofrece aparentemente en su escaparate un cebo que evite pasar de largo al visitante ocasional que transite por la comarca. Pero las apariencias suelen engañar, sabido es. Sacudido el territorio por el boom del ladrillo que arrasó la región a principios del siglo XXI —cuando se vendían los 40 minutos en coche a Madrid como otro de los alicientes para comprar piso allí, el ‘nuevo’ PAU de la capital—, el nombre de Yuncler se recuerda entre quienes frecuentaban lo que hoy son las ruinas —otra operación inmobiliaria incierta— del Vicente Calderón: la peña Super López, fundada allí, colgaba su pancarta fielmente en las gradas del fondo norte del estadio del Atlético de Madrid.
Añadamos algún dato de más calado sobre el municipio: con un censo de 3.759 habitantes en 2018, en las elecciones generales del 10 de noviembre el PSOE fue el partido ganador en Yuncler con 627 votos, seguido por Vox con 615. Unidas Podemos sumó 188, el Pacma 25 y solo recibió un voto el Partido Comunista de los Trabajadores de España.
En la página web del Ayuntamiento se puede leer un texto sobre la historia de la localidad, que habla de Yuncler como “un ejemplo constante de rebeldía” entre sus gentes, “desde los que se marchan porque no quieren pagar las pechas impuestas en el siglo XV, pasando por los continuos pleitos con la iglesia, hasta la compra del pueblo por los vecinos a D. Francisco Melchor de Luzón y Guzmán —antes este caballero lo había comprado al rey Felipe IV— que con su tiranía obliga a sus habitantes a ir abandonando el lugar, hecho que insta a sus vecinos a comprar el pueblo al hidalgo”. En este pueblo “rebelde” se encuentra el mayor archivo documental existente en España sobre el movimiento libertario.
“Estoy moviendo 1.250 kilos con tres dedos”, dice a El Salto Sonia Lojo, archivera bibliotecaria de la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo (FAL) desde hace diez años. Lo hace, de hecho, y se abre un mueble compacto que permite divisar varios pasillos repletos de estanterías en las que se distinguen numerosas cajas, carpetas y variados materiales ordenados y clasificados. Al igual que sucede con Yuncler, la sala oculta cosas que no se aprecian a primera vista. Nos encontramos en “el archivo histórico de la CNT, que se dedica a reunir, conservar y difundir la historia del movimiento libertario y del movimiento obrero, en general”, explica a las puertas de una nave industrial a la que nos invita a entrar.
Dentro, en la sala con el mueble compacto, se encuentra “la documentación generada por la CNT desde principios del siglo XX —de hecho, el origen de la fundación, creada en 1987, es conservar la documentación de la propia institución, que tiene más de 100 años de historia—, de lo que más tenemos es del periodo a partir de la Guerra Civil, también del exilio, la clandestinidad, y desde la Transición hasta la actualidad”.
El trabajo que desarrolla Lojo se centra actualmente en el inventario general de la documentación que genera la central anarcosindicalista, con unas 3.000 cajas. “Hay una parte inventariada y en proceso de catalogación —detalla—. Es documentación interna: plenos, asambleas, congresos, lo que es cómo funciona la organización, sus acuerdos, formas de actuación...”. Los últimos materiales que han llegado son transferencias desde Barcelona y Valencia. Cuando ya no utilizan frecuentemente la documentación, esta pasa al archivo histórico de CNT. “Aquí se organiza y se pone a disposición de la consulta”, explica Lojo.
La FAL recibe unas 400 consultas anuales realizadas por investigadores. En Yuncler está el depósito, donde se conserva la documentación y se hacen los trabajos técnicos. En la sede de Madrid los investigadores pueden consultar en digital tras cita previa. “Un 30% son personas que buscan a sus familiares o que están investigando sobre historias locales, lo que ocurría en sus pueblos. La mayoría es del periodo de la Guerra Civil, pero es verdad que está empezando a haber más interés sobre la Transición y la democracia”, explica la archivera, quien también añade que existe un interés creciente respecto al conocimiento de la historia de las mujeres. “Se ha notado en los últimos años, claramente por el auge de los feminismos que vivimos”.
El registro de las consultas permite a Lojo priorizar el ingente trabajo que tiene por delante —“si ahora hay un 30% de consultas sobre nombres y apellidos, tenemos que trabajar con los onomásticos, extraer los nombres de los documentos”—, aunque el principio siempre es catalogar el material más antiguo, puesto que es el más delicado.
Contar sin hablar
Un archivo sin catalogar es un archivo que no existe, ya que no permite que la información esté ordenada, accesible y se pueda recuperar y consultar, que es el fin de la tarea documental. Como ejemplo, Lojo señala que en el depósito de la FAL hay “libros sin catalogar que están metidos en cajas y llevan 30 años aquí” sin que se tenga constancia de ellos. Lo primero, explica, es estudiar el tipo y contenido de los documentos. Luego se pasa a la fase de clasificación, que va a decir el origen de la institución generadora del documento. Y, finalmente, surgen los instrumentos de descripción, como inventarios, guías, catálogos, “que es lo que se ofrece al público para poder localizar la documentación que buscan”.
Junto a la documentación de CNT, el depósito de la FAL cuenta con otros archivos: el de la Asociación Internacional de Trabajadores, el del fondo de Mujeres Libres, de otras organizaciones afines y fondos personales (Felix Álvarez Ferreras, Cayetano Zaplana, Abraham Guillén) donados para su custodia. “Los materiales llegan por donaciones, legados de los propios compañeros militantes de CNT, por organizaciones del exilio o por compra, que suelen ser los menos porque andamos faltos de recursos económicos”, lamenta la bibliotecaria. En su opinión, la joya de la corona es el archivo fotográfico. “Es lo más maravilloso. Sin hablar, te cuenta todo: las formas de vida, la psicología”. La FAL dispone de un fondo fotográfico sobre la Guerra Civil con 1.735 positivos originales, conservados y digitalizados. Lojo destaca asimismo un fondo de fotografías personales de Buenaventura Durruti y otro de Mauro Bajatierra con imágenes de los iniciadores de CNT, con unas 130 fotografías de principios del siglo XX.
La hemeroteca es una tercera parte del fondo global. “Siempre se ha dicho que se juntan dos anarquistas y lo primero que hacen es un periódico, así que imagínate”, dice Lojo entre risas. “Tenemos 2.500 cabeceras controladas, pero hay mucho aún sin catalogar”. Entre las publicaciones más llamativas conservadas por la FAL, desde el siglo XIX hasta la actualidad y de todo el mundo, se encuentra Campo Libre, semanal que destinaba una doble página a las colectividades agrarias de Castilla, contando cómo se organizaban y trabajaban. En el número del 28 de agosto de 1937 dedicaron ese espacio a la colectividad de Coslada, localidad madrileña en la que creció quien firma este texto.
Otra de las áreas de la FAL es la biblioteca, donde se localizan unos 40.000 ejemplares, aunque solo 6.000 catalogados, entre los que figuran curiosidades como poder leer a Durruti en japonés. “El libro más antiguo que tenemos es de 1848, un texto de Étienne Cabet sobre el socialismo utópico, que es un poco el origen de las ideologías del movimiento obrero: el anarquismo, el socialismo, el comunismo. De El hombre y la tierra, de Eliseo Reclús, tenemos todas las ediciones que ha habido en la historia de esta publicación”, apunta Lojo, quien subraya que estamos ante una biblioteca especializada, “que no es lo mismo que una biblioteca pública. Nos centramos en una documentación muy específica, por lo tanto el objetivo es la conservación porque tenemos documentación que no tiene ni la Biblioteca Nacional y la pérdida de un documento podría ser irreversible”.
Diferentes materiales custodiados por la FAL son miles de carteles originales del exilio, documentos de la lucha antifranquista fuera de España y otros que difundían las ideas libertarias allí donde los militantes se tuvieron que asentar. Y también un archivo audiovisual con variados soportes: latas en 35 milímetros con películas históricas realizadas por el Sindicato de Industria y Espectáculos, microfilmado con documentación digitalizada de la guerra o grabaciones de plenos del sindicato.
Tras la Guerra Civil, la dictadura ilegalizó todos los sindicatos, incluida la CNT, y se apropió de los recursos de los que el sindicato se servía colectivamente: bienes muebles (vehículos, imprentas, maquinaria) e inmuebles (edificios, tierras, minas), cuentas bancarias, empresas colectivizadas, películas, fotografías y documentación. En 1936 CNT había llegado a contar con cerca de un millón de afiliados y su peso político fue muy importante en los primeros meses de la guerra, especialmente en Catalunya y Aragón. Pero esa historia quedó borrada por la represión y el exilio. “Es complicado reconstruir toda la historia de CNT por la falta de documentación. En la guerra se perdió mucha, otra se consiguió salvar, que es la que actualmente consultan los investigadores. Las cosas de la clandestinidad vienen por la gente del exilio, que ha guardado esa documentación y luego se ha transferido aquí gracias a los compañeros que se jugaron la vida para poderla conservar y que eso sirva para la memoria”, recuerda Lojo.
Una vez legalizada a finales de los años 70, la CNT inició una campaña para reivindicar la devolución de su patrimonio histórico, aún hoy en manos de la Administración, depositaria de la documentación que prueba la propiedad de esos bienes. “Es una relación hostil —valora la archivera—, principalmente por el tema de derechos. Ahora el Ministerio de Cultura tiene el Centro Documental de la Memoria Histórica, lo llaman así pero realmente era un archivo policial que nos quitó la documentación. Estamos en litigios para que nos la devuelvan o, al menos, que se reconozca la propiedad y poder hacer uso y difundir nuestra propia historia. Si lo tuviéramos aquí, la actividad de divulgación sería mucho mayor”.
La FAL sí mantiene una relación más fructífera y estrecha con el Instituto de Historia Social de Ámsterdam, donde acabó buena parte de la documentación salvada por CNT: “Tenemos un comodato con ellos, por el que conservan la documentación pero la propiedad es nuestra. Les visitamos una vez al año. En el futuro, la idea es que esa documentación vuelva”.
El propio espacio —adquirido por la FAL— requiere cumplir una serie de requisitos para la conservación del material, entre ellos una cierta altura y un perímetro de seguridad en torno al edificio que permitan salvar dos de los riesgos que amenazan a un centro documental: un incendio o una inundación. También debe ser un espacio en el que se pueda controlar la temperatura y la humedad los 365 días del año, que ha de ser constante en torno a 21 grados. Otro de los peligros es la aparición de bibliófagos, insectos que atacan el papel.
Pero la principal dificultad que enfrenta esta fundación por la memoria libertaria es la falta de recursos humanos y económicos. Lojo enumera una lista de urgencias: “Necesitamos más gente especialista trabajando en el archivo para poder avanzar más rápido. Y también necesitamos dinero para poder conservar. Nos hacen falta planeros. Tenemos más de 200 carteles en cada gaveta, lo que hace imposible su manipulación. Pero cada planero cuesta 3.000 euros. La prensa es muy delicada, y tenemos periódicos del siglo XIX. Necesitamos mobiliario específico que es muy costoso”.
[Tomado de https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/fal-fundacion-anselmo-lorenzo-mayor-archivo-anarquista-yuncler-pueblo-toledo.]
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