Inti Rodríguez (Provea)
En los primeros 9 meses del año
2019 se registró un aumento de 508% respecto al número de víctimas
contabilizado en 2018. El CICPC y la DGCIM encabezan la penosa lista que
refleja el ascenso del terrorismo de Estado en Venezuela. La mayoría de las
personas torturadas fueron presos comunes, pero de acuerdo al perfil
socio-económico de las víctimas, los militares fueron -por segundo año
consecutivo-, los principales afectados por la tortura en Venezuela.
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Luis Alcides Alviárez de 33 años
fue detenido el 19 de septiembre de 1989 cuando efectivos de la Dirección de
Inteligencia Militar (DIM), se presentaron en su casa preguntando por su padre.
Esa misma tarde sus familiares se enteraron de su muerte en las dependencias de
la DIM en Boleíta Norte, Caracas. La versión oficial indicó que Luis Alcides se
había ahorcado, pero cuando sus familiares recibieron el cadáver notaron que
presentaba rastros de haber recibido una brutal golpiza. Su cuerpo tenía
fracturas y quemaduras. Los familiares afirmaron que Alviarez no tenía
antecedentes penales o policiales y tampoco sufría de trastornos emocionales
que lo indujeran a suicidarse.
El director de la DIM, Herminio
Fuenmayor, explicó que Luis Alcides fue citado para un interrogatorio por una
comisión del Tribunal Militar de San Cristóbal a causa de la pérdida de un
cheque por Bs. 55.000 de la Proveeduría Militar de San Cristóbal en el estado
Táchira. La esposa de la víctima trabajaba en esa dependencia y había hecho
denuncias de irregularidades con desfalcos de hasta Bs. 2 millones ante la
Contraloría Interna de las Fuerzas Armadas, lo que causó la destitución de
varios funcionarios.
La familia presumió que se trató
de una venganza provocada por las denuncias de corrupción que hizo la esposa de
Luis Alcides Alviarez. Alviarez fue la cuarta víctima asesinada por tortura que
Provea registró en su primer Informe Anual sobre la situación de los derechos
humanos en Venezuela. Ese año, la organización expresó su preocupación por la
práctica de la tortura a manos de funcionarios militares y policiales del país,
y advirtió que, a pesar de su recurrente uso como mecanismo de castigo contra
detenidos, no constituía aún un patrón de abuso sistematizado y de empleo
generalizado.
Era septiembre de 1989 y el país apenas
se recuperaba de las terribles heridas causadas por el suceso conocido como “El
Caracazo”, en el que cientos de personas fueron víctimas de abusos por parte de
los agentes de la fuerza pública, en medio del desesperado intento del gobierno
de Carlos Andrés Pérez por aplastar el descontento social. Al publicar su
reporte correspondiente al período octubre 1988 – diciembre 1989, Provea
contabilizaba un total de 10 casos de torturas, con 4 personas fallecidas a
consecuencia de los castigos infligidos por policías y militares. 31 años
después las cosas han cambiado y no para bien.
El 28 de junio de 2019, otro
detenido en los calabozos del organismo de inteligencia de la Fuerza Armada,
corrió con la misma suerte que Luis Alcides Alviarez. Un Capitán de Corbeta de
la Armada Venezolana, Rafael Acosta Arévalo, fue detenido el 21 de junio de
este año acusado de formar parte de una conspiración para desalojar del poder a
Nicolás Maduro. El 22 de junio de 2019, la esposa del militar denunció su
desaparición y declaró que había hablado con él por última vez a las 2:00 de la
tarde del día anterior, mientras se encontraba en una reunión en la ciudad de
Guatire, en el estado Miranda. Ese día, funcionarios de la Dirección General de
Contrainteligencia Militar (DGCIM) y del Servicio Bolivariano de Inteligencia
(SEBIN) detuvieron a siete personas, entre militares y policías activos y
retirados. Entre los detenidos se encontraban dos coroneles retirados, un
general de brigada de la aviación, un teniente coronel del Ejército, dos
comisarios retirados del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y
Criminalísticas (CICPC) y el capitán, Acosta Arévalo. El 26 de junio, después
de seis días sin conocer su paradero, la detención de Acosta Arévalo fue
anunciada por el ministro de comunicación e información de facto Jorge
Rodríguez, quien acusó a tres de ellos, incluyendo al capitán, de incurrir en
los delitos de “terrorismo, conspiración y traición a la patria”.
El 28 de junio, Acosta Arévalo
fue trasladado por una comisión del DGCIM a la sede del Tribunal Militar que
debía realizar su audiencia de presentación. El capitán llegó en una silla de
ruedas con evidentes signos de torturas. Los funcionarios de la DGCIM
impidieron que la entrevista con sus abogados fuera privada. Acosta Arévalo
presentaba excoriaciones en los brazos, poca sensibilidad en las manos,
inflamación extrema en los pies, rastros de sangre en las uñas y lesiones en el
torso. Acosta Arévalo tampoco era capaz de mover las manos o los pies, de poder
levantarse o de hablar, con la excepción de aceptar el nombramiento de su
defensor y de pedirle auxilio a su abogado. Su estado era tan crítico que el
Juez ordenó que el capitán fuera trasladado al Hospital Militar del Ejército
Dr. Vicente Salias Sanoja, ubicado en el Fuerte Tiuna. Horas después informaría
que el detenido había fallecido en la noche en el hospital. Rafael Acosta
Arévalo fue torturado en los calabozos de la DGCIM.
Castigar y silenciar
En medio de un acelerado
deterioro de la calidad de vida y de la extinción del Estado de Derecho, la
tortura en Venezuela se ha convertido en una práctica generalizada y
sistemática que se comete a diario en la mayoría de las cárceles y centros de
detención del país, contra presos comunes y personas privadas de libertad por
razones políticas. La tortura, como castigo “ejemplarizante”, se ha
institucionalizado en Venezuela y forma parte del repertorio represivo empleado
por la dictadura de Maduro.
En las comunidades pobres y en
las cárceles del país, la violencia institucional que ejercen las corporaciones
de seguridad del Estado es empleada como mecanismo de control social contra
excluidos y disidentes políticos. En un contexto generalizado de negación de la
ciudadanía, la respuesta Estatal no se produce desde una dimensión
institucional, democrática y restauradora de derechos, sino por el contrario,
se afianza en la lógica negadora y excluyente para aplastar los reclamos y
ejercer el terror sobre la población.
Un monitoreo de prensa y
recopilación de denuncias recibidas por Provea entre los meses de enero y
septiembre de 2019, reveló que en los primeros 9 meses del año se denunció a
nivel nacional un total de 34 casos de torturas que incluyeron a 554 víctimas
individualizadas de este delito contra los derechos humanos. Esta alarmante
cifra constituye un aumento de 508,25% en el número de víctimas contabilizadas,
respecto a los 12 meses del año 2018 cuando fue registrado un total de 109
personas afectadas por torturas. Además, es el registro más alto documentado
por Provea en 31 años de monitoreo del derecho a la integridad personal en el
país, superando a las 185 víctimas registradas en 2014. Debido a factores como
la opacidad oficial, las dificultades para el monitoreo derivadas de la
disminución de prensa independiente y el temor de los familiares de las
víctimas para denunciar los abusos, la data pudiera estar sujeta a un
sub-registro, lo que indica que pudo haber ocurrido un número aún mayor de
casos de torturas.
La mayoría de las personas
torturadas fueron hombres, jóvenes y pobres, manteniéndose así el perfil
histórico de las víctimas de este delito. El 98,55% (546) de las víctimas
individualizadas fueron de género masculino, mientras que el 0,90% (5)
pertenecen al género femenino. En el restante 0,54% (3) de las víctimas no pudo
identificarse el género. Las edades de las víctimas oscilaron entre los 18 y
los 50 años, y la mayoría de las lesiones infligidas a estas personas
consistieron en golpes; culatazos; descargas eléctricas; crucifixión; patadas e
insultos.
Del total de víctimas
contabilizadas por Provea entre los meses de enero y septiembre, 408 (73,64%)
fueron personas privadas de libertad vinculadas a la comisión de delitos
comunes; 124 (22,38%) militares detenidos al ser acusados de formar parte de
actos conspirativos contra la dictadura de Nicolás Maduro, y otras 22 personas
(3,97%) fueron civiles detenidos por razones políticas o en el ejercicio del
derecho a la manifestación pacífica.
En siete casos registrados por
Provea entre enero y septiembre de 2019 las víctimas superan la decena. En tres
casos que involucran a la DGCIM se agrupan 116 víctimas de torturas, todas,
militares detenidos y acusados de conspiración, terrorismo y traición a la
patria, y torturados en la sede del organismo en el sector Boleíta Norte, al
noreste de Caracas. Otras 250 víctimas se agrupan en dos casos en los que el
CICPC es señalado como responsable, 130 en un caso que involucra a Custodios
del Ministerio del Poder Popular para Asuntos Penitenciario (MPPAP) y otras 30
víctimas en un caso que involucra a la Guardia Nacional Bolivariana.
Terror en “El Pasillo Verde”
Los privados de libertad del área
“media” del Centro Penitenciario “Fenix”, en Lara, recibieron una golpiza a
manos de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), como castigo
por exigir respeto a sus derechos. Una requisa sorpresa realizada la madrugada
del 15 de septiembre de 2019 por efectivos de la GNB y el hallazgo de un
supuesto facsímil de arma de fuego, propició que más de 30 reclusos fueran
severamente golpeados por los militares. De acuerdo a las denuncias se ordenó a
los presos en una fila y segundos después fueron rodeados por militares quienes
hicieron “el pasillo verde” con funcionarios armados a cada extremo del lugar y
en el medio los reclusos. Las víctimas relataron haber recibido culatazos,
patadas, golpes e insultos por más de media hora. “A los minutos un privado de
libertad, de unos 55 años, cayó desmayado, quizás por el miedo y los golpes.
Ellos sólo meten excusas para pegarnos. Esta vez fue porque consiguieron una
pistola de madera”, denunció un recluso en declaraciones ofrecidas en medios
regionales.
21 personas murieron entre los
meses de enero y septiembre de 2019 a consecuencia de las torturas recibidas
por agentes de la fuerza pública. Comparado con la cifra registrada en 2018, en
los primeros 9 meses de este año se produjo un aumento de 161,53%. 19 de las
muertes registradas se produjeron en Centros de Detención Preventivos (CDP)
bajo el control de la Policía Nacional Bolivariana, Cuerpo de Investigaciones
Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) y policías regionales. Una
muerte es atribuible a custodios de la Comunidad Penitenciaria Fénix en
Barquisimeto, estado Lara, y otra, en el caso del Capitán de Corbeta Rafael
Acosta Arévalo, a funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia
Militar (DGCIM).
Ex fiscal de la SUNDEE asesinado en calabozos del CICPC
Diego Molina, ex fiscal de la
Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos
(Sundde) fue detenido el 10 de mayo por funcionarios del Cuerpo de
Investigaciones Científicas Penales (CICPC) y trasladado a la sede de ese
organismo en Palito Blanco, en Maracaibo, donde permaneció hasta morir con
claros signos de tortura: sin uñas, golpeado brutalmente y una tetilla
desprendida. La autopsia practicada al cadáver de Molina reveló un Shock
Hipovolémico Intestinal, con hemorragia en la parte superior del intestino. Sus
familiares acudieron a los medios de comunicación exigiendo justicia.
Los responsables de la tortura en Venezuela
Después de tres años, el Cuerpo
de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC), vuelve a
encabezar la penosa lista de torturadores en Venezuela. En 2013 y 2014, la
Guardia Nacional Bolivariana lideró la estadística coincidiendo con dos
períodos de alta conflictividad en los que ese componente de la FANB tuvo un
rol protagónico. Para 2015 el CICPC retomó su liderazgo histórico en el marco
de la ejecución del Operativo de Liberación del Pueblo (OLP) y del descenso de
la conflictividad social en el país.
Para 2016 el Ejército estuvo al
frente como el organismo más torturador, al ser incorporado en la segunda fase
del OLP. Para 2017 y 2018, la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y la Dirección
General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), respectivamente, acumularon la
mayor cantidad de casos, coincidiendo, el primero, con su actuación para
aplastar la rebelión popular, y el segundo, con su papel en la persecución y
hostigamiento contra militares señalados de formar parte de conspiraciones e
intentos de golpe de Estado. El CICPC cierra septiembre de 2019 con un total de
8 denuncias que lo involucran en la comisión de torturas contra 258 personas.
Esta cifra sitúa al organismo como responsable del 46,57% del total de casos
registrados en los primeros 9 meses del año.
Crucificados y electrocutados en la DGCIM
Familiares de 24 sargentos de la
Guardia Nacional Bolivariana (GNB) que se alzaron en Cotiza el pasado 21 de
enero, denunciaron que los militares fueron crucificados y electrocutados en la
sede de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), en Boleíta
Norte. La esposa del sargento Luis Bandres Figueroa, informó que su pareja
estuvo desaparecido durante ocho días. Sólo sabía que se había entregado a la
DGCIM y que estaba incomunicado. Durante los días de su desaparición forzada, Bandres
permaneció esposado y colgado de las manos. “Mi esposo está lleno de morados.
Lo electrocutaron tanto que se defecó varias veces encima. Cada vez que entraba
al cuarto de tortura lo sacaban inconsciente. No recuerda un día que haya
salido consciente de allí”, declaró Sandra Hernández, esposa del militar.
La DGCIM se ubica en segundo
lugar acumulando un total de 10 casos que involucran a 124 víctimas de torturas
(22,38%), un notable incremento en cuanto al número de víctimas ya que este
cuerpo de seguridad registró 49 víctimas más que en 2018, un aumento de 165%.
La sede este organismo, situada en el sector Boleíta Norte, en el municipio
Sucre del estado Miranda, se ha convertido en el nuevo centro de torturas en el
país. Al menos 199 casos de torturas se han registrado en ese recinto entre
enero de 2018 y septiembre de 2019. Luego del asesinato del Capitán Rafael
Acosta Arévalo, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de
las Naciones Unidas, solicitó una visita a dichos espacios para constatar las
condiciones de reclusión y el trato brindado a los detenidos, la solicitud fue
negada.
Los custodios penitenciarios
adscritos al Ministerio del Poder Popular para Asuntos Penitenciarios, se
ubican en tercer lugar con dos casos que involucran a 101 víctimas de torturas
(18,23%) ocurridas en la Comunidad Penitenciaria “Fénix” en el estado Lara y en
la Cárcel Modelo de Barcelona, en Anzoátegui. Por su parte, la Guardia Nacional
Bolivariana (GNB) fue señalada de haber torturado a 46 personas (8,3%), en su
mayoría personas detenidas en el contexto de manifestaciones y privados de
libertad de la Comunidad Penitenciaria “Fénix”.
En el estado Carabobo se
concentra la mayor cantidad de víctimas con 201 personas torturadas (36,28%),
la mayoría en la sede de la Subdelegación del CICPC de Valencia. Le sigue el
estado Miranda con 181 víctimas (32,67%), 124 de ellas torturadas en la sede
del DGCIM en Boleíta Norte. Anzoátegui ocupa el tercer lugar con 101 víctimas
(18,23%) torturadas en el Centro Penitenciario Agroproductivo de Barcelona y la
Subdelegación del CICPC en El Tigre.
Favoreciendo la impunidad
Tres situaciones ocurridas en
2019 ilustran la forma en la que la impunidad es favorecida en la Venezuela
actual:
– La sede de la División
Antiextorsión y Secuestro del CICPC, ubicada en El Hatillo, estado Miranda, fue
noticia al menos en tres ocasiones en el primer semestre de 2019. El 21 de mayo
los familiares de las personas recluidas en ese recinto acudieron a la sede del
Ministerio Público en Parque Carabobo, Caracas, para denunciar las torturas
infligidas contra más de 50 presos. Al día siguiente, el 22 de mayo, el
Director General del organismo, Douglas Rico, anunció la intervención de la
División luego de divulgarse un vídeo en el que una detenida estaba siendo
torturada en los patios de la comisaria. La mujer fue crucificada y colgada a
una maquina multifuerza y fueron los otros privados de libertad quienes
grabaron y difundieron el vídeo.
La máxima autoridad del CICPC
calificó lo ocurrido como una “supuesta mala praxis policial”, y anunció que
sería implacable con “todos aquellos que insulten y transgredan el buen hacer
del CICPC”. Al relativizar lo ocurrido y no calificarlo como tortura, el alto
funcionario favoreció la impunidad. Hasta el presente no se conoce la
existencia de una investigación por parte del Ministerio Público o la
Defensoría del Pueblo para sancionar a los responsables de los hechos
denunciados.
La primera intervención de la
División Antiextorsión y Secuestro se produjo el 22 de abril, luego de
conocerse que funcionarios adscritos a esa dependencia habían detenido y
torturado a tres funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de
la Policía Nacional Bolivariana, involucrados en la presunta extorsión de un
comerciante. Los integrantes de las FAES, dos hombres y una mujer, fueron
detenidos durante un procedimiento realizado por los agentes del CICPC, y
durante su permanencia en los calabozos de El Hatillo fueron golpeados, electrocutados
y objeto de abusos sexuales por parte de sus custodios. En esta ocasión, la
investigación sí fue conducida por el Ministerio Público y el hecho fue
calificado como un acto de tortura.
– Nicolás Maduro, en su gestión
constitucional antes, y en su gobierno de facto ahora, ha enviado incansables
mensajes de apoyo a quienes sostienen su dictadura mediante la represión y los
abusos contra los derechos humanos. En mayo de este año Gustavo González López,
un militar de línea dura -formado en la Escuela de Las Américas-, fue
reasignado como jefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN).
González López había sido removido del cargo luego del presunto asesinato por
torturas del concejal opositor Fernando Albán, quien se encontraba bajo custodia
de dicho cuerpo policial. Durante la primera gestión del militar al frente del
organismo, se produjeron numerosos casos de torturas y al igual que Albán, los
señores Rodolfo González y Carlos Andrés García murieron en las sedes del
cuerpo policial de Plaza Venezuela, en Caracas, y San Fernando de Apure.
– El 24 de septiembre el Tribunal
36 de Control del Área Metropolitana de Caracas, condenó a los funcionarios
pertenecientes a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM),
Ascanio Antonio Tarascio y Estiben Zárate, a seis años y ocho meses de prisión,
por su implicación en el asesinato del Capitán de Corbeta de la Armada, Rafael
Acosta Arévalo. Los funcionarios habían sido imputados por el delito de
homicidio preterintencional concausal y cumplirán su breve condena en la sede
de la DGCIM.
La sentencia dictada es
insuficiente y no establece responsabilidades directas relacionadas con la
tortura y tratos crueles que sufrió Acosta Arévalo en el mes de junio. Con la
decisión, el gobierno de facto intentó eludir su responsabilidad en otro caso
de asesinato por torturas, delito sancionado con una pena que oscila entre los
15 y 25 años de cárcel de acuerdo a la Ley Especial para Prevenir y Sancionar
la Tortura y Otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes, vigente desde julio
de 2013. La decisión del Tribunal 36 de Control, estimula la práctica de la
tortura por parte de organismos policiales y militares y reafirma que en
Venezuela se consolida una estructura institucional para favorecer el abuso de
poder, las violaciones a los derechos humanos y la impunidad.
Mora injustificada
Cuatro años han pasado desde que
el Estado venezolano debió informar al Comité contra la Tortura (CAT) de la ONU
los avances en la adopción e implementación de las recomendaciones y
observaciones formuladas por el organismo internacional de protección de
derechos humanos durante su período de sesiones N° 53 realizado en 2014, en el
cual evaluó el grado de cumplimiento por parte del Estado venezolano de la
Convención Internacional Contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos y Degradantes. Venezuela sigue en mora con la ratificación del
Protocolo Facultativo sobre las visitas in loco del Subcomité para la
Prevención de la Tortura, y con la armonización del concepto de tortura
establecido en el artículo 17 de la Ley para la Prevención de la Tortura y
otros Tratos Crueles, Inhumanos o Degradantes y el artículo 1 de la Convención
contra la Tortura, una de las principales observaciones realizadas por el CAT.
Un escenario de emergencia
humanitaria compleja; ausencia de institucionalidad democrática y sistemáticos
abusos contra los derechos humanos, han condenando a los venezolanos a
condiciones de vida extremadamente precarizadas. Desde mayo de 2016 Venezuela
ha estado sometida a un continuado e inconstitucionalmente prorrogado “Estado
de Excepción y Emergencia Económica”, que brindó una “legalidad” paralela a la
Constitución a la dictadura de Maduro, estableciendo la suspensión indefinida
de las garantías constitucionales para los derechos a libre asociación,
reunión, expresión, información y manifestación pacíficas, y la supeditación de
los derechos ciudadanos a los intereses del Estado y la seguridad nacional. La
Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas,
identificó un patrón generalizado y sistemático por parte de la gestión de
Maduro, dirigido a aplastar la disidencia y el descontento social. Las
violaciones masivas y sistemáticas de derechos humanos revelan la existencia de
una política o plan de Estado dirigida a promover, tolerar y encubrir la
comisión de abusos contra las garantías ciudadanas mediante prácticas dirigidas
a causar terror en la población.
En la Venezuela de Maduro, el
poder del Estado es empleado para cometer violaciones de los derechos que este
debe respetar y garantizar. La impunidad es favorecida con la ausencia de
investigación, sanción a los culpables y mecanismos de rendición de cuentas. La
construcción de un marco jurídico que favorece la ejecución de crímenes contra
los derechos humanos y el encubrimiento y absolución de los responsables,
sumado al aliento simbólico y real que desde el alto poder se brinda a los
perpetradores de dichos crímenes, mantienen encendida una interminable espiral
de abusos que seguirá cobrando víctimas si no es detenida a tiempo.
[Tomado de https://www.derechos.org.ve/actualidad/venezuela-victimas-de-torturas-aumentaron-500-en-los-primeros-9-meses-de-2019.]
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