miércoles, 23 de octubre de 2019
Reflexión sobre los incendios en la Amazonía
Anarquistas de Brasil
Una Distopía Viviente
La escena es sombría. El 19 de Agosto de 2019, el humo cubre varias ciudades del estado de São Paulo, convirtiendo el día en noche a las 3 pm. El día anterior, en Islandia, tenía lugar el primer funeral popular por un glaciar recién declarado difunto, con su lápida y minuto de silencio. El humo que engullía São Paulo es causado por los fuegos del Bosque Amazónico a lo lejos en el Norte de Brasil; el glaciar ha desaparecido por las temperaturas crecientes en relación al dióxido de carbono que se acumula en la atmósfera.
Escenas trágicas, casi pintorescas, casi absurdas, que sonarían cómicas si no fuese porque son reales. De tan extremas, nos recuerdan imágenes y eventos ficticios como los de la novela “No Verás Ningún País”, una distopía ambiental de Ignácio de Loyola Brandão. Escrita en los 1970s durante la dictadura militar en Brasil, el libro describe un régimen dictatorial ficticio conocido como “Civiltar”, que celebra -con días festivos y un tono ufano- eventos como la tala del último árbol de la Amazonía, y declara con orgullo patriotero tener ahora “un desierto más grande que el del Sáhara”. Acorde con el ambiente trágico, todos los ríos de Brasil están muertos, y un frasco con el agua de cada uno de los ríos extintos se expone en un museo hidrográfico. Los alredededores de São Paulo están repletos de dunas de latas de aluminio, y autopistas bloqueadas permanentemente por los chasis de los carros abandonados. La ciudad, al mismo tiempo, sufre súbitas olas de calor, capaces de matar a cualquiera que ande desprevenido, y enfermedades misteriosas consumen a los ciudadanos, principalmente a aquellos sin hogar.
El autor alega que se inspiró en eventos reales que parecían raros y absurdos en la época. Hoy, se están haciendo más y más usuales.
De vuelta al mundo real, las noticias del aumento de los incendios en la Amazonía estremecieron a la opinión pública alrededor del mundo, y los focos de incendio todavía siguen siendo reportados al momento de escribir este texto. Los incendios aumentaron en un 82% en 2019 en relación al mismo período el año pasado en Brasil, según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales. Las imágenes catastróficas de destrucción y muerte alimentaron la indignación de personas y organizaciones de diversos países, preocupadas con el futuro de la vida en la tierra, viendo cuán importante es la Amazonía para la regulación del clima y la biodiversidad global. Las imágenes de los incendios movilizaron a líderes políticos como el presidente francés Emmanuel Macron, que introdujo el tema en la cumbre del G7, e intercambió algunos dardos en los medios con el presidente Jair Bolsonaro, después de ofrecer varios millones de dólares en fondos para combatir los incendios.
Desde finales de 2018, se encontraron quinientos millones de abejas muertas en cuatro estados brasileños. La muerte de estos insectos, que son esenciales para fertilizar el 75% de los vegetales que comemos, está ligado al uso de pesticidas prohibidos en Europa pero permitidos en Brasil. En Agosto de 2019, los tribunales desestimaron los cargos contra un granjero que usó pesticidas arrojados desde un avión como arma química contra la comunidad indígena Guyra Kambiy en Mato Grosso del Sur en 2015. El mismo mes, grupos de agricultures, acaparadores de tierras (gente que falsifica documentos para obtener propiedad de la tierra), sindicalistas y comerciantes usaron un grupo de Whatsapp para coordinar indencios a lo larg o de las carreteras del municipio de Altamira, en Pará, el epicentro de los incendios que consumen el bosque Amazónico. El grupo anónimo declaró el “día del fuego” en apoyo a las palabras del presidente, y para demostrar que “quieren trabajar”.
La reciente oleada de incendios, enlazando las políticas del Presidente Jair Bolsonaro con los ataques contra los bosques, los campesinos y los pueblos indígenas, es una intensificación de un proceso tan antiguo como la colonización de las Américas. Mientras el Partido de los Trabajadores (PT) estaba todavía en el poder, muchos proyectos fueron introducidos para expandir y acelerar el crecimiento, incluyendo la construción de la planta de Belo Monte, que desplazó y impactó a comunidades indígenas y miles de otras personas que viven en el medio rural. La aprobación del Código de los Bosques en 2012 permitió que los granjeros avanzasen sobre los territorios indígenas y las reservas naturales con impunidad, a la vez que suspendía la demarcación de nuevas tierras protegidas.
Los gobiernos, ya sean de izquierdas o de derechas, ven la naturaleza y la vida humana como recursos para producir commodities. La amenaza provocada por un gobierno de extrema derecha, como el de Bolsonaro, un enemigo declarado del pueblo, de las mujeres y de los grupos indígenas, no sólo nos amenaza con la violencia física de la represión policial. Al declarar que no va a reconocer ningún territorio indígena, Bolsonaro está intensificando una guerra sobre los ecosistemas que sustentan la vida - una guerra que le antecede por mucho.
Un desastre de 500 años
Hemos sobrevivido durante siglos en el mayor desastre de nuestro tiempo, un desastre que amenaza la sustenabilidad de todos los biomas y todas las comunidades de este planeta. El desastre se llama capitalismo: el sistema económico más desigual, el más cruel y destructivo de la historia. Esta amenaza no es el resultado de las fuerzas inevitables de la naturaleza. Ha sido creada por humanos, y humanos son las que la pueden eliminar.
En Brasil hemos experimentado de primera mano cómo este sistema explota a la gente, promueve el genocidio, y degrada y contamina la tierra, el agua y el aire. Incluso aunque consiguiéramos abolirlo, tendremos que sobrevivir las consecuencias de haber dejado que la burguesía y los líderes del estado llegaran tan lejos. La destrucción de los ecosistemas, el envenenamiento de los ríos y de nuestros cuerpos, las especies que se extinguieron, los glaciares que desaparecen y los ríos que fueron pavimentados, todo eso permanecerá así por muchos años. Viviremos de recolectar lo que necesitemos de las ruinas y de las pilas de desechos que dejamos atrás. Todo el material que fue extraído del suelo para ser esparcido por la superficie de la tierra y vertido en los océanos no va a volver de la noche a la mañana a las profundidades de las que salió.
Reconocer este escenario inevitable tiene un impacto en nuestras perspectivas revolucionarias de futuro. Es absurdo imaginar que abolir el capitalismo vaya a ampliar a la humanidad entera las actividades consumistas de las que hoy disfruta la pequeña burguesía; tenemos que dejar de fantasear con un mundo post-capitalista regulado con infinitos recursos para generar la clase de artículos que la propaganda capitalista nos lleva a desear. Lo que nos espera son formas de compartir la autogestión de nuestras vidas en medio de la recuperación de los biomas, de nuestras relaciones y nuestros cuerpos después de siglos de agresión y explotación - organizar la vida en regiones que han devenido hostiles a ella.
Las formas en las que organizamos nuestra resistencia hoy tendrán que ajustarse según las nociones del mundo en que se van a materializar nuestras perspectivas revolucionarias. Con seguridad no va a ser un mundo de paz, estabilidad ni equilirio. Habrá diversas comunidades humanas sobreviviendo en medio de un planeta afectado por siglos de degradación y polución. En el escenario más amable, la imagen de una revolución victoriosa se parecerá a la situación de Kobane en 2015: una ciudad destruída por los bombardeos y llena de suelos minados.
Pero no es necesario imaginarse un apocalipsis cuando la peor de las distopías ya es parte de la realidad. En las ciudades de Mariana y Brumadinho, en el estado de Minas Gerais, las presas gestionadas por las empresas mineras Samarco y Vale colapsaron debido a la falta de mantenimiento y la negligencia hacia la vida humana, la fauna salvaje y el medio ambiente. En Mariana, 19 personas murieron a consecuencia de un accidente en 2015; en Brumadinho, al menos 248 personas murieron y docenas están aún desaparecidas tras un desastre en Enero de 2019. En nombre del lucro, estas compañías y sus gestores inflingieron un de los peores desastres ambientales del país, afectando a miles de personas, desde los parientes de los que murieron o las comunidades indígenas, ribereñas y rurales que dependen de los ríos que fueron devastados por el fango tóxico que quedó atrapado en las represas.
Ejemplos como estos nos muestran que la peor tragedia no es el fin del Capitalismo, sino su propia existencia. Como dijo una vez Buenaventura Durruti en una entrevista en 1936, en plena Guerra Civil Española:
<<Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas. Porque la burguesía trata de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero te repito que no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Y ese mundo está creciendo en este instante.>>
Entonces, ¿qué es lo que quema la Amazonía?
Existe consenso entre la comunidad científica, las instituciones gubernamentales, movimientos sociales, y la gente del campo y la ciudad acerca del impacto y los riesgos del calentamiento global y la creciente industrialización y urbanización. Algunas de estas consecuencias están a punto de volverse irreversibles, como la propia deforestación de la Amazonía, que podría volverse irreparable si es que sobrepasa el 40% del área total.
Exigir a los gobiernos nunca fue ni será una salida definitiva para nuestros problemas. Especialmente hablando de los desastres ambientales causados por sus propias políticas. La acaparación de tierras y la deforestación de la Amazonía no puede separarse del crimen organizado detrás de las persecuciones, el contrabando y las muertes en el área rural. Un 90% de la madera extraída es contrabando que se apoya en un vasto aparato de Capitalismo ilegal que permea las milicias armadas y el propio estado.
Líderes populistas de extrema derecha como Bolsonaro nos colocan en una situación aún más delicada. Por un lado, niegan que exista cualquier necesidad de acción para frenar el calentamiento global (junto con Trump, Bolsonaro fue el único otro líder que *amenazó con salirse de los Acuerdos de París), argumentando que el calentamiento global es una “farsa para ambientalistas”. Esto ayuda a mobilizar sus bases de la extrema derecha, que admiran y celebran la más completa deshonestidad como una demostración de poder político.
Por otra parte, a medida que las consecuencias del caos climático y de los desequilibrios ambientales se convierten en hechos concretos e irrefutables, estos líderes se van a aprovechar de las crisis ambientales, la escasez de productos, migraciones de refugiados y desastres climáticos, como huracanes e inundaciones, como pretextos para acelerar la implementación de medidas aún más autoritarias en el ámbito de la salud, el transporte y la seguridad. El uso de tales salidas autoritarias y militarizadas para determinar quién va a tener acceso a los recursos necesarios para la vida en un contexto de escasez generalizada es lo que muchos teóricos vienen llamando ecofascismo.
La intervención de estados extranjeros en los bosques Amazónicos de acuerdo a sus propios intereses económicos es simplemente la continuación del colonialismo que comenzó en 1492. Ningún gobierno va a solucionar el problema de los incendios y la deforestación. Lo más que van a conseguir es retrasar o disminuir mínimamente los impactos de la explotación. El capitalismo neoliberal no acepta nada que no sea crecimiento y más crecimiento, es decir, la transformación de los bosques y los recursos de los suelos en bienes de consumo competitivos en el mercado global.
Entonces, ¿qué es lo que quema la Amazonía, y todo el planeta? La respuesta es clara: el latifundismo, la disputa por las tierras, el lucro (legalizado o no) y la propiedad privada. Nada de esto será cambiado por ningún gobierno, electo o impuesto. Una perspectiva ambiental debe ser una perspectiva revolucionaria, por el fin del Capitalismo y de todos los Estados.
Ejercitar nuestra capacidad de imaginar
Las imágenes distópicas del libro No Verás Ningún País, así como de la novela de George Orwell 1984, son avisos en forma de proyecciones fantásticas y exageradas de lo que puede ocurrir en el peor caso si no somos capaces de cambiar el curso de la historia. A veces, en este tiempo en que hay una cámara en cada esquina y cada celular y cada aparato de televisión nos vigila, tenemos la impresión de que nuestras distopías favoritas fueron usadas, irónicamente, como un manual para que gobiernos e instituciones pudieran hacer realidad nuestras peores pesadillas.
Las distopías son avisos: pero las utopías, por definición, representan lugares que no existen. Necesitamos otros lugares, lugares que sean posibles. Necesitamos ser capaces de imaginar un mundo diferente, donde nosotras mismas, nuestros deseos y nuestras relaciones puedan ser diferentes también.
Si podemos usar la misma creatividad que nos permite imaginarnos apocalipsis zombies y otras calamidades cinematográficas para imaginar y construir una realidad más allá del Capitalismo desde hoy mismo, estaremos andando por un mucho mejor camino. Hoy día, conforme la realidad sobrepasa a la ficción, nuestras actividades se distinguen por la apatía y la incredulidad. Pero no puedes ser neutral en medio de un tren que se mueve hacia el abismo. Cruzar los brazos es hacerte cómplice. La acción individual es insuficiente, pues mantiene la lógica que nos trajo hasta aquí.
Necesitamos redescubrir puntos de referencia revolucionarios para una vida colectiva auto-organizada e igualitaria. Tenemos que compartir ejemplos de sociedades reales que resistieron al estado y el capitalismo, como los experimentos anarquistas durante las revoluciones rusas y ucranianas en 1917 y la revolución española de 1936. Deberíamos recordar, también, que estos dos últimos ejemplos terminaron con la traición y la represión directa o con la connivencia del Partido Bolchevique y la dictadura estalinista que las sucedión, lo que emprendió un proceso de industrialización sin precedentes y el desplazamiento masivo de los pueblos campesinos. Esto ilustra por qué es tan importante desarrollar una manera de imaginar que no replique sin más las visiones del capitalismo industrialista.
Podemos mirar también los ejemplos actuales como el Levantamiento Zapatista en México desde 1994, y la revolución en curso en Rojava, en el norte de Siria, donde los pueblos indígenas se levantaron en armas y millones de personas organizan su economía, su trabajo, su educación y la gestión de ciudades, villas y campos sin un Estado o ninguna economía basada en la propiedad privada de los medios de producción.
Más allá de los ejemplos anarquistas o inflenciados por los principios anarquistas, tenemos todas las naciones indígenas a nuestro alrededor: Guaranis, Mundurukus, Tapajos, Krenaks, y tantas otras que desde hace cinco siglos, resisten la expansión colonial europea y capitalista. Todos ellos son referencias vivas de las que los anarquistas podemos aprender sobre la vida, la organización y la resistencia sin estado o contra el estado. Si hay alguna forma de solidaridad fundamental en este momento de ataque contra la vida en la Amazonía, es el potencial de todas las conexiones que podemos construir entre los movimientos sociales, los pobres y excluídos del mundo, y los pueblos indígenas y campesinos de toda América Latina. Para poder detener la deforestación en curso en la Amazonía, e incontables otras formas similares de destrucción que están teniendo lugar en todo el planeta, debemos nutrir los movimientos de base que rechazan la gestión neoliberal de nuestros suelos, nuestros bosques, nuestras aguas y nuestras gentes todas.
¡Por una solidaridad entre todos los pueblos y clases explotadas, y no entre el paternalismo y el colonialismo de los gobiernos! ¡La única manera de hacer frente a la crisis ambiental y el cambio climático global es la abolición del capitalismo!
¡Otro fin del mundo es posible!
[Tomado de https://es.crimethinc.com/2019/09/24/lo-que-quema-la-amazonia-una-llamada-de-los-anarquistas-brasilenos.]
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