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miércoles, 2 de octubre de 2019

El capitalismo: hijo bastardo del militarismo




Esteban Vidal

La idea tan extendida de que el capitalismo es un producto del desarrollo interno de la economía, y más concretamente de las fuerzas de producción, oculta su verdadero origen. Éste no se encuentra en ningún proceso de acumulación originaria como plantean el marxismo o el liberalismo, ni tampoco en una repentina transformación de las relaciones sociales de producción, fruto de determinadas fuerzas históricas vinculadas a la economía. El capitalismo es, primero y antes que nada, un producto de la guerra, y sobre todo del militarismo. Éste es el origen del capitalismo que formalmente no se quiere reconocer, y que académicos, intelectuales, ideólogos, etc., ignoran o deliberadamente ocultan con sus construcciones ideológicas y demás dislates.
 
En la medida en que el capitalismo es un producto de la guerra cabe preguntarse por qué surgió en Europa en la época moderna y no en cualquier otro lugar donde, al igual que en Europa, también había guerras. La razón es bastante simple. El espacio geográfico en Europa estaba organizado en torno a una multitud de unidades políticas independientes, lo que conformaba un escenario geopolítico fragmentado y descentralizado. Prueba de esto es que en el s. XIV había en Europa aproximadamente 1.000 unidades políticas de diferente naturaleza que, además, estaban en permanente conflicto entre sí. Así pues, existía un alto nivel de competición que estimuló la guerra de una forma que no tuvo lugar en ninguna otra parte del mundo donde, al contrario que en Europa, predominaban formaciones políticas imperiales, como es el caso del extremo Oriente, Asia central, norte de África, etc.

Por otro lado no hay que olvidar que el militarismo también necesita de la existencia de personas que lo promuevan y practiquen. Entre el final de la Edad Media y el Renacimiento todavía había en Europa una élite social cuya principal actividad era la guerra, a lo que hay que añadir el desarrollo de las incipientes monarquías nacionales cuyas casas reales operaron como fuerzas aglutinantes que reunieron bajo su mando extensos espacios geográficos y, con ellos, importantes recursos económicos y humanos para afirmar su autoridad exclusiva sobre los territorios que reclamaban como propios. En este contexto histórico la guerra era una constante que estaba, a su vez, íntimamente unida a la mentalidad militarista de las élites de aquel momento, pues entendían que la conquista militar era una forma de alcanzar la gloria, y que ello constituía el deber de los monarcas para cumplir las expectativas del público. De este modo comprobamos que la organización del espacio en Estados y la mentalidad militarista contribuyeron conjuntamente a la competición y a la guerra, y tal como veremos a continuación también a la aparición del capitalismo.

Como es sabido, la guerra genera importantes efectos en el conjunto de la sociedad a todos los niveles, pero sobre todo supone un poderoso estímulo para el desarrollo de la tecnología militar con el propósito de disponer de medios de destrucción más eficaces y devastadores para, de esta forma, obtener una ventaja estratégica frente a posibles rivales. Las carreras armamentísticas fueron una constante desde entonces hasta nuestros días. Asimismo, la transformación del carácter de la guerra, con la introducción de nuevas armas y, también, nuevos métodos organizativos, sirvieron para incrementar el tamaño de los ejércitos, aumentar su eficacia en el campo de batalla al volverse más destructivos, y generar una importante estructura organizativa central del Estado que conllevó su crecimiento. El encarecimiento de la guerra, y el aumento de las capacidades del Estado para movilizar los recursos disponibles en su territorio, tanto en la forma de medios económicos como humanos para abastecer sus cada vez más grandes ejércitos permanentes, introdujo una demanda constante a todos los niveles de la producción económica.

Hasta el s. XVIII era habitual que con el estallido de una guerra se generasen toda clase de industrias prácticamente de la nada para poder abastecer masivamente a ejércitos cada vez más numerosos en muy poco tiempo. Esta tarea era encomendada generalmente a comerciantes que operaban como contratistas, y a los que se les confiaba la tarea de buscar a los productores capaces de satisfacer la fortísima demanda que imponían los ejércitos para disponer de todos los medios necesarios para ir a la guerra. Debido a que la forma de producción imperante hasta el s. XVIII fue la artesanal, existían grandes dificultades para satisfacer esta demanda masiva, y se creaban de manera improvisada industrias de todo tipo que sólo duraban lo que duraban las guerras. Después de esto, al desaparecer la demanda, estas industrias eran desmanteladas.

Sin embargo, la dinámica belicista y el militarismo crearon las condiciones para el florecimiento del capitalismo debido a los enormes gastos que supone la guerra, y sobre todo las sucesivas carreras armamentísticas en los periodos de paz con la existencia de ejércitos permanentes en expansión. A partir del s. XVI el crecimiento de los gastos militares en Europa se disparó, lo que propició la formación del mercado a escala nacional, es decir, al nivel de los Estados modernos que se habían formado en aquel entonces. La demanda masiva de bienes y servicios de todo tipo que desarrollan los ejércitos para su abastecimiento, desde el alojamiento, pasando por la munición y el armamento, hasta llegar a la ropa, la manutención, el transporte, etc. exigió la mercantilización de la vida económica, esto es, la creación de un mercado en el que los ejércitos pudieran adquirir aquellos bienes que necesitaban para hacer la guerra. Todo esto es evidente cuando comprobamos que el tamaño de los ejércitos permanentes no dejó de crecer tanto en tiempos de paz como de guerra, sobre todo al estar compuestos por decenas de miles e incluso cientos de miles de efectivos.

La guerra contribuyó de un modo decisivo a la formación de capital. Debido a la fuerte demanda que imponen los ejércitos, se formaron los fundamentos económicos del capitalismo. Esto fue así gracias al arrendamiento de impuestos, como ocurría en Francia donde los comerciantes contratistas que abastecían al ejército tenían la concesión de la recaudación de impuestos, y por medio de las ganancias derivadas de los réditos de los empréstitos estatales, tal y como sucedía en Países Bajos e Inglaterra. Esta acumulación de capital es la que permitió a estas gentes que se beneficiaron de la guerra emplear su riqueza en el fomento de la industria y del comercio, lo que dicho sea de paso era funcional para la actividad militar. Al fin y al cabo el ejército es una enorme masa de sólo consumidores que produce una demanda constante que estimula la producción comercial. En este sentido la demanda masiva que impone la guerra exige una rápida satisfacción de la misma, lo que contribuyó a cambiar la estructura económica y, así, posibilitar la creación de una organización capitalista de la producción y del comercio. Esto fue especialmente claro en la demanda de armas, donde se impuso rápidamente la estandarización, poniendo fin al antiguo taller de armería debido a que no podía suministrar rápidamente grandes cantidades de armamentos y de manera uniforme.

Las fábricas de armamentos fueron la base de la industria capitalista debido a las grandes cantidades de capital en forma de inversión que requerían para su normal funcionamiento, en donde el proceso de producción de armas implicaba una amplia especialización de las funciones de trabajo, además de la intervención de una gran cantidad de máquinas e instrumentos. Pero además de esto la guerra tuvo un efecto multiplicador sobre numerosas industrias en la transformación de la economía: estos son los casos de las fundiciones, armerías, municiones y materias primas entre otras. Esto facilitó la aparición de la industria siderúrgica debido a la creciente demanda de cañones de hierro, lo que estimuló los progresos en la fabricación de hierro entre el s. XVI y el XVIII. A causa de la magnitud y el modo de demanda del ejército, lo que está relacionado tanto con su tamaño como con el carácter del sistema de abastecimiento, se produjo una centralización económica y organizativa que a la postre condujo a la forma de producción capitalista. Así es como terminó dándose el paso de la producción artesanal a la producción fabril que anticiparía la producción típicamente capitalista a partir de la primera revolución industrial.

La guerra, por tanto, impuso una lucha por la producción ante la acuciante necesidad de abastecer a ejércitos cada vez más numerosos y caros de mantener. Por esta razón la guerra indujo innovaciones en la producción, ya que una demanda masiva exigía una producción masiva, y consecuentemente una movilización masiva de recursos a escala nacional que fue efectuada por la organización centralizada del abastecimiento llevada a cabo por las estructuras del Estado, en conjunción con contratistas y diferentes empresas que integraron las industrias del incipiente complejo militar-industrial. Una mayor y más rápida extracción de carbón y hierro de las minas para fabricar cañones en los altos hornos, la tala industrial de árboles para la producción de buques de guerra, la maquinización del sector textil para la fabricación a gran escala de uniformes militares y velas para los barcos, el desarrollo de una vasta industria química para la coloración de los uniformes, velas, banderas, estandartes y la producción de explosivos y municiones exigieron, y por tanto estimularon, el desarrollo de la ciencia en su aplicación técnica para resolver los desafíos que a nivel logístico y material imponían los esfuerzos de guerra. Y como decimos, esto se tradujo en cambios decisivos en la forma de producción que no tardaron en desembocar en el capitalismo. Se abandonó definitivamente la producción artesanal para adoptar la capitalista en la que la maquinización del proceso productivo, junto a la especialización del trabajo y la propia estandarización desarrolló la unificación de la producción y la aparición de la organización capitalista. Se trataba, en definitiva, de cambios cualitativos que influyeron decisivamente en la posterior transformación de la economía y de la sociedad. A largo plazo estos cambios sirvieron para aumentar la productividad con la formación de economías de escala que llevaron a cabo una asignación más eficiente de los recursos, lo que implicó el impulso del desarrollo de la tecnología militar y un abaratamiento de la producción de armamentos que relanzó el militarismo y el crecimiento de los ejércitos.

Los intereses militares y geopolíticos de los Estados fueron los que, en un contexto de intensa competición internacional y, por tanto, de guerra y carreras armamentísticas, impulsaron la transformación de la forma de producción dominante en la economía. No sólo apareció la empresa capitalista, también lo hizo el mercado dada la comercialización de una cantidad creciente de bienes y servicios de todo tipo e, igualmente, se produjo la mercantilización del conjunto de la economía que dejó de estar centrada en el autoabastecimiento para producir para el mercado a cambio de dinero. La comercialización de la economía conllevó, asimismo, la monetización y la extensión del trabajo asalariado, unido a la urbanización de la sociedad con la formación de grandes industrias que concentraban la producción económica. A esto le siguió, a su vez, el desarrollo del sector financiero que tenía sus antecedentes más inmediatos en el s. XVI, momento en el que aparecieron las primeras bolsas mundiales ligadas al comercio de los títulos de deuda estatal con los que eran financiadas las guerras. Este fenómeno favoreció posteriormente la incorporación de las empresas comerciales al mercado financiero con la emisión de títulos de deuda privada. Por otro lado, y dada la creciente importancia del sector financiero en la regulación de una economía cada vez más monetizada, hicieron su aparición los bancos centrales que reunieron el conjunto del crédito de la economía nacional para financiar los gastos de guerra y las campañas militares de los Estados. El dinero era un instrumento más eficaz a la hora de movilizar recursos de todo tipo para abastecer a los ejércitos, y la función de la banca no fue otra que la de adelantar el dinero para que el Estado pudiese gastar más rápido para preparar y hacer la guerra, en lugar de tener que aguardar a la recaudación de impuestos.

Tal y como señaló Charles Tilly en su momento, la guerra hace al Estado y el Estado hace la guerra.[8] Pero habría que añadir que la guerra, y el militarismo que esta lleva aparejada en el contexto internacional de un mundo organizado en Estados, produce el capitalismo, tal y como señaló en su momento Werner Sombart. Dicho esto, nos encontramos con que la importancia de la economía radica en el hecho de ser la base material sobre la que se apoya el poder militar que los Estados construyen en su competición geopolítica, de forma que las capacidades nacionales están determinadas por la economía, lo que determina, a su vez, el poder de un Estado en la esfera internacional. En este sentido la obra de Paul Kennedy es muy ilustrativa de cómo la base material de un Estado, su economía y cuán productiva sea ésta, resulta decisiva a la hora de preparar, hacer y ganar la guerra. Por tanto, el auge y caída de las grandes potencias se explica a partir de factores geopolíticos en los que la economía juega un papel fundamental como soporte del poder militar. Así, en aquellos momentos en los que se produce un deterioro de esta base material del Estado, resultado de un exceso de intereses creados en la arena internacional, también se resiente su posición internacional al no tener la capacidad para sustentar el poder militar que le confirió el estatus de gran potencia. De esta forma al declive económico le sigue el declive político-militar del Estado en los asuntos internacionales.

Históricamente el capitalismo ha sido un instrumento para dotar a los ejércitos de los recursos y medios precisos para preparar y hacer la guerra, en la medida en que el capitalismo mismo fue en su origen un producto del militarismo y de la guerra. Por tanto, la necesidad de abastecer ejércitos más numerosos y apoyar el poder militar sobre el que se basa el poder internacional de un Estado, ha sido la razón de ser del surgimiento del capitalismo. La movilización de recursos y una economía productiva es lo que dota al Estado de unas capacidades nacionales con las que apuntalar su política exterior para, así, competir con éxito frente a otras potencias. El capitalismo ha cumplido esta función al favorecer el crecimiento, desarrollo y productividad de la economía nacional, lo que ha provisto al Estado de una creciente base tributaria con la que costear sus medios de dominación y, especialmente, su poder militar con el que escalar hasta la cúspide de la jerarquía de poder internacional. En lo que a esto respecta son notables las aportaciones hechas desde el paradigma realista y neorrealista de las relaciones internacionales y, especialmente, de autores como Robert Gilpin y Kenneth Waltz que han incidido en la relación entre poder económico-industrial, poder militar y la posición que cada país ocupa a nivel internacional. Lo que, dicho sea una vez más, nos deja bien clara la función del capitalismo como forma de organizar la economía y la producción para, de este modo, dotar de medios materiales al poder militar para que el Estado proyecte su poder e influencia en el mundo.  

Si el militarismo es el padre del capitalismo también es a día de hoy su principal sostenedor. Basta con remitirse a casos concretos como el de EEUU donde la mayor partida presupuestaria del gobierno federal, después de las pensiones, la tiene el Pentágono con 716.000 millones de dólares en 2019, un gasto que supone que esta institución tenga a su cargo una mano de obra total de entre 5 y 6 millones de trabajadores en los sectores económicos más diversos. La inversión del Pentágono en la economía estadounidense tiene, además, un efecto multiplicador sobre multitud de industrias, lo que conlleva la militarización de la propia economía que es supeditada a los fines del ejército. Por tanto, los presupuestos militares en EEUU desempeñan un papel decisivo debido a que implican la existencia de una demanda constante en la economía que, de este modo, se ve obligada a satisfacer a una escala masiva, pues el ejército de este país lo integran aproximadamente 1,4 millones de efectivos, y su equipamiento es tremendamente costoso. De esta forma el conjunto de los recursos (económicos, humanos, financieros, materiales, naturales, intelectuales, etc.) que alberga el país son movilizados y puestos al servicio de los intereses del ejército. Todo lo anterior es un claro reflejo del poder efectivo del ejército en EEUU en términos políticos, más allá de las convenciones establecidas por el ordenamiento constitucional de aquel país, al acumular una cantidad ingente de recursos económicos y humanos con los que dirige la economía nacional y somete la política federal.

En definitiva, lo que puede concluirse de todo lo antes expuesto es que el capitalismo es ante todo un producto del militarismo y de la guerra. De esto se deduce que la existencia de los Estados y su competición internacional son el origen de los conflictos violentos que se producen entre éstos, lo que impone una serie de necesidades en el terreno de la producción económica que en su momento dieron origen al capitalismo. La vorágine militarista de los Estados, sobre todo al tratarse de instituciones que en último término son de carácter militar, ha constituido un importante estímulo a lo largo de la historia para la transformación de la economía y la sociedad hasta el punto de generar el capitalismo. Así, la militarización de la sociedad y de la economía han ido de la mano hasta el extremo de supeditar las necesidades sociales a los intereses y exigencias de los ejércitos, y consecuentemente a los intereses del Estado en el ámbito internacional. Unos intereses que, no lo olvidemos, se definen en términos de poder (militar, político, ideológico, tecnológico, económico, demográfico, cultural, etc.), lo que hace que la principal finalidad del Estado sea maximizar su poder.

En conclusión, ninguna lucha dirigida a conquistar la libertad puede limitarse a ser una lucha contra el capitalismo, en la medida en que este tan sólo es la consecuencia de un problema más profundo que es la existencia de un sistema de dominación organizado en torno al ejército, que es la columna vertebral del Estado. Por esta razón la lucha contra el capitalismo necesita ser, también, la lucha contra el militarismo y el Estado debido a que son el origen último y los principales sostenedores de un sistema socioeconómico que esclaviza y destruye al ser humano.

[Versión resumida, sin notas, de texto publicado en el boletín electrónico Ekinaren Ekinaz # 50, Euskal Herria, distribuido por correo electrónico.]


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