Esteban Vidal
La
idea tan extendida de que el capitalismo es un producto del desarrollo interno
de la economía, y más concretamente de las fuerzas de producción, oculta su
verdadero origen. Éste no se encuentra en ningún proceso de acumulación
originaria como plantean el marxismo o el liberalismo, ni tampoco en una
repentina transformación de las relaciones sociales de producción, fruto de
determinadas fuerzas históricas vinculadas a la economía. El capitalismo es,
primero y antes que nada, un producto de la guerra, y sobre todo del
militarismo. Éste es el origen del capitalismo que formalmente no se quiere
reconocer, y que académicos, intelectuales, ideólogos, etc., ignoran o
deliberadamente ocultan con sus construcciones ideológicas y demás dislates.
En
la medida en que el capitalismo es un producto de la guerra cabe preguntarse
por qué surgió en Europa en la época moderna y no en cualquier otro lugar
donde, al igual que en Europa, también había guerras. La razón es bastante
simple. El espacio geográfico en Europa estaba organizado en torno a una
multitud de unidades políticas independientes, lo que conformaba un escenario
geopolítico fragmentado y descentralizado. Prueba de esto es que en el s. XIV había
en Europa aproximadamente 1.000 unidades políticas de diferente naturaleza que,
además, estaban en permanente conflicto entre sí. Así pues, existía un alto
nivel de competición que estimuló la guerra de una forma que no tuvo lugar en
ninguna otra parte del mundo donde, al contrario que en Europa, predominaban
formaciones políticas imperiales, como es el caso del extremo Oriente, Asia
central, norte de África, etc.
Por
otro lado no hay que olvidar que el militarismo también necesita de la
existencia de personas que lo promuevan y practiquen. Entre el final de la Edad
Media y el Renacimiento todavía había en Europa una élite social cuya principal
actividad era la guerra, a lo que hay que añadir el desarrollo de las
incipientes monarquías nacionales cuyas casas reales operaron como fuerzas
aglutinantes que reunieron bajo su mando extensos espacios geográficos y, con
ellos, importantes recursos económicos y humanos para afirmar su autoridad
exclusiva sobre los territorios que reclamaban como propios. En este contexto
histórico la guerra era una constante que estaba, a su vez, íntimamente unida a
la mentalidad militarista de las élites de aquel momento, pues entendían que la
conquista militar era una forma de alcanzar la gloria, y que ello constituía el
deber de los monarcas para cumplir las expectativas del público. De este modo
comprobamos que la organización del espacio en Estados y la mentalidad
militarista contribuyeron conjuntamente a la competición y a la guerra, y tal
como veremos a continuación también a la aparición del capitalismo.
Como
es sabido, la guerra genera importantes efectos en el conjunto de la sociedad a
todos los niveles, pero sobre todo supone un poderoso estímulo para el
desarrollo de la tecnología militar con el propósito de disponer de medios de
destrucción más eficaces y devastadores para, de esta forma, obtener una
ventaja estratégica frente a posibles rivales. Las carreras armamentísticas
fueron una constante desde entonces hasta nuestros días. Asimismo, la
transformación del carácter de la guerra, con la introducción de nuevas armas
y, también, nuevos métodos organizativos, sirvieron para incrementar el tamaño
de los ejércitos, aumentar su eficacia en el campo de batalla al volverse más
destructivos, y generar una importante estructura organizativa central del
Estado que conllevó su crecimiento. El encarecimiento de la guerra, y el
aumento de las capacidades del Estado para movilizar los recursos disponibles
en su territorio, tanto en la forma de medios económicos como humanos para
abastecer sus cada vez más grandes ejércitos permanentes, introdujo una demanda
constante a todos los niveles de la producción económica.
Hasta
el s. XVIII era habitual que con el estallido de una guerra se generasen toda
clase de industrias prácticamente de la nada para poder abastecer masivamente a
ejércitos cada vez más numerosos en muy poco tiempo. Esta tarea era encomendada
generalmente a comerciantes que operaban como contratistas, y a los que se les
confiaba la tarea de buscar a los productores capaces de satisfacer la
fortísima demanda que imponían los ejércitos para disponer de todos los medios
necesarios para ir a la guerra. Debido a que la forma de producción imperante
hasta el s. XVIII fue la artesanal, existían grandes dificultades para satisfacer
esta demanda masiva, y se creaban de manera improvisada industrias de todo tipo
que sólo duraban lo que duraban las guerras. Después de esto, al desaparecer la
demanda, estas industrias eran desmanteladas.
Sin
embargo, la dinámica belicista y el militarismo crearon las condiciones para el
florecimiento del capitalismo debido a los enormes gastos que supone la guerra,
y sobre todo las sucesivas carreras armamentísticas en los periodos de paz con
la existencia de ejércitos permanentes en expansión. A partir del s. XVI el
crecimiento de los gastos militares en Europa se disparó, lo que propició la
formación del mercado a escala nacional, es decir, al nivel de los Estados
modernos que se habían formado en aquel entonces. La demanda masiva de bienes y
servicios de todo tipo que desarrollan los ejércitos para su abastecimiento,
desde el alojamiento, pasando por la munición y el armamento, hasta llegar a la
ropa, la manutención, el transporte, etc. exigió la mercantilización de la vida
económica, esto es, la creación de un mercado en el que los ejércitos pudieran
adquirir aquellos bienes que necesitaban para hacer la guerra. Todo esto es
evidente cuando comprobamos que el tamaño de los ejércitos permanentes no dejó
de crecer tanto en tiempos de paz como de guerra, sobre todo al estar
compuestos por decenas de miles e incluso cientos de miles de efectivos.
La guerra contribuyó de un modo decisivo a la
formación de capital. Debido a la fuerte demanda que imponen los ejércitos, se
formaron los fundamentos económicos del capitalismo. Esto fue así gracias al
arrendamiento de impuestos, como ocurría en Francia donde los comerciantes
contratistas que abastecían al ejército tenían la concesión de la recaudación
de impuestos, y por medio de las ganancias derivadas de los réditos de los
empréstitos estatales, tal y como sucedía en Países Bajos e Inglaterra. Esta
acumulación de capital es la que permitió a estas gentes que se beneficiaron de
la guerra emplear su riqueza en el fomento de la industria y del comercio, lo que
dicho sea de paso era funcional para la actividad militar. Al fin y al cabo el
ejército es una enorme masa de sólo consumidores que produce una demanda
constante que estimula la producción comercial. En este sentido la demanda
masiva que impone la guerra exige una rápida satisfacción de la misma, lo que contribuyó
a cambiar la estructura económica y, así, posibilitar la creación de una
organización capitalista de la producción y del comercio. Esto fue
especialmente claro en la demanda de armas, donde se impuso rápidamente la
estandarización, poniendo fin al antiguo taller de armería debido a que no
podía suministrar rápidamente grandes cantidades de armamentos y de manera
uniforme.
Las fábricas de armamentos fueron la base de la
industria capitalista debido a las grandes cantidades de capital en forma de
inversión que requerían para su normal funcionamiento, en donde el proceso de
producción de armas implicaba una amplia especialización de las funciones de
trabajo, además de la intervención de una gran cantidad de máquinas e
instrumentos. Pero además de esto la guerra tuvo un efecto multiplicador sobre
numerosas industrias en la transformación de la economía: estos son los casos
de las fundiciones, armerías, municiones y materias primas entre otras. Esto
facilitó la aparición de la industria siderúrgica debido a la creciente demanda
de cañones de hierro, lo que estimuló los progresos en la fabricación de hierro
entre el s. XVI y el XVIII. A causa de la magnitud y el modo de demanda del
ejército, lo que está relacionado tanto con su tamaño como con el carácter del
sistema de abastecimiento, se produjo una centralización económica y
organizativa que a la postre condujo a la forma de producción capitalista. Así
es como terminó dándose el paso de la producción artesanal a la producción
fabril que anticiparía la producción típicamente capitalista a partir de la primera
revolución industrial.
La guerra, por tanto, impuso una lucha por la
producción ante la acuciante necesidad de abastecer a ejércitos cada vez más
numerosos y caros de mantener. Por esta razón la guerra indujo innovaciones en
la producción, ya que una demanda masiva exigía una producción masiva, y
consecuentemente una movilización masiva de recursos a escala nacional que fue
efectuada por la organización centralizada del abastecimiento llevada a cabo
por las estructuras del Estado, en conjunción con contratistas y diferentes
empresas que integraron las industrias del incipiente complejo militar-industrial.
Una mayor y más rápida extracción de carbón y hierro de las minas para fabricar
cañones en los altos hornos, la tala industrial de árboles para la producción
de buques de guerra, la maquinización del sector textil para la fabricación a
gran escala de uniformes militares y velas para los barcos, el desarrollo de
una vasta industria química para la coloración de los uniformes, velas,
banderas, estandartes y la producción de explosivos y municiones exigieron, y
por tanto estimularon, el desarrollo de la ciencia en su aplicación técnica
para resolver los desafíos que a nivel logístico y material imponían los
esfuerzos de guerra. Y como decimos, esto se tradujo en cambios decisivos en la
forma de producción que no tardaron en desembocar en el capitalismo. Se
abandonó definitivamente la producción artesanal para adoptar la capitalista en
la que la maquinización del proceso productivo, junto a la especialización del
trabajo y la propia estandarización desarrolló la unificación de la producción
y la aparición de la organización capitalista. Se trataba, en definitiva, de
cambios cualitativos que influyeron decisivamente en la posterior
transformación de la economía y de la sociedad. A largo plazo estos cambios
sirvieron para aumentar la productividad con la formación de economías de
escala que llevaron a cabo una asignación más eficiente de los recursos, lo que
implicó el impulso del desarrollo de la tecnología militar y un abaratamiento
de la producción de armamentos que relanzó el militarismo y el crecimiento de
los ejércitos.
Los intereses militares y geopolíticos de los Estados
fueron los que, en un contexto de intensa competición internacional y, por
tanto, de guerra y carreras armamentísticas, impulsaron la transformación de la
forma de producción dominante en la economía. No sólo apareció la empresa
capitalista, también lo hizo el mercado dada la comercialización de una
cantidad creciente de bienes y servicios de todo tipo e, igualmente, se produjo
la mercantilización del conjunto de la economía que dejó de estar centrada en
el autoabastecimiento para producir para el mercado a cambio de dinero. La
comercialización de la economía conllevó, asimismo, la monetización y la
extensión del trabajo asalariado, unido a la urbanización de la sociedad con la
formación de grandes industrias que concentraban la producción económica. A
esto le siguió, a su vez, el desarrollo del sector financiero que tenía sus
antecedentes más inmediatos en el s. XVI, momento en el que aparecieron las
primeras bolsas mundiales ligadas al comercio de los títulos de deuda estatal con
los que eran financiadas las guerras. Este fenómeno favoreció posteriormente la
incorporación de las empresas comerciales al mercado financiero con la emisión
de títulos de deuda privada. Por otro lado, y dada la creciente importancia del
sector financiero en la regulación de una economía cada vez más monetizada,
hicieron su aparición los bancos centrales que reunieron el conjunto del
crédito de la economía nacional para financiar los gastos de guerra y las campañas
militares de los Estados. El dinero era un instrumento más eficaz a la hora de
movilizar recursos de todo tipo para abastecer a los ejércitos, y la función de
la banca no fue otra que la de adelantar el dinero para que el Estado pudiese
gastar más rápido para preparar y hacer la guerra, en lugar de tener que
aguardar a la recaudación de impuestos.
Tal y como señaló Charles Tilly en su momento, la
guerra hace al Estado y el Estado hace la guerra.[8] Pero habría que añadir que
la guerra, y el militarismo que esta lleva aparejada en el contexto
internacional de un mundo organizado en Estados, produce el capitalismo, tal y
como señaló en su momento Werner Sombart. Dicho esto, nos encontramos con que
la importancia de la economía radica en el hecho de ser la base material sobre
la que se apoya el poder militar que los Estados construyen en su competición
geopolítica, de forma que las capacidades nacionales están determinadas por la
economía, lo que determina, a su vez, el poder de un Estado en la esfera
internacional. En este sentido la obra de Paul Kennedy es muy ilustrativa de
cómo la base material de un Estado, su economía y cuán productiva sea ésta,
resulta decisiva a la hora de preparar, hacer y ganar la guerra. Por tanto, el
auge y caída de las grandes potencias se explica a partir de factores
geopolíticos en los que la economía juega un papel fundamental como soporte del
poder militar. Así, en aquellos momentos en los que se produce un deterioro de
esta base material del Estado, resultado de un exceso de intereses creados en
la arena internacional, también se resiente su posición internacional al no
tener la capacidad para sustentar el poder militar que le confirió el estatus
de gran potencia. De esta forma al declive económico le sigue el declive
político-militar del Estado en los asuntos internacionales.
Históricamente el capitalismo ha sido un instrumento
para dotar a los ejércitos de los recursos y medios precisos para preparar y
hacer la guerra, en la medida en que el capitalismo mismo fue en su origen un
producto del militarismo y de la guerra. Por tanto, la necesidad de abastecer
ejércitos más numerosos y apoyar el poder militar sobre el que se basa el poder
internacional de un Estado, ha sido la razón de ser del surgimiento del
capitalismo. La movilización de recursos y una economía productiva es lo que
dota al Estado de unas capacidades nacionales con las que apuntalar su política
exterior para, así, competir con éxito frente a otras potencias. El capitalismo
ha cumplido esta función al favorecer el crecimiento, desarrollo y productividad
de la economía nacional, lo que ha provisto al Estado de una creciente base
tributaria con la que costear sus medios de dominación y, especialmente, su
poder militar con el que escalar hasta la cúspide de la jerarquía de poder
internacional. En lo que a esto respecta son notables las aportaciones hechas
desde el paradigma realista y neorrealista de las relaciones internacionales y,
especialmente, de autores como Robert Gilpin y Kenneth Waltz que han incidido
en la relación entre poder económico-industrial, poder militar y la posición
que cada país ocupa a nivel internacional. Lo que, dicho sea una vez más, nos
deja bien clara la función del capitalismo como forma de organizar la economía
y la producción para, de este modo, dotar de medios materiales al poder militar
para que el Estado proyecte su poder e influencia en el mundo.
Si el militarismo es el padre del capitalismo también
es a día de hoy su principal sostenedor. Basta con remitirse a casos concretos
como el de EEUU donde la mayor partida presupuestaria del gobierno federal,
después de las pensiones, la tiene el Pentágono con 716.000 millones de dólares
en 2019, un gasto que supone que esta institución tenga a su cargo una mano de
obra total de entre 5 y 6 millones de trabajadores en los sectores económicos
más diversos. La inversión del Pentágono en la economía estadounidense tiene,
además, un efecto multiplicador sobre multitud de industrias, lo que conlleva
la militarización de la propia economía que es supeditada a los fines del
ejército. Por tanto, los presupuestos militares en EEUU desempeñan un papel
decisivo debido a que implican la existencia de una demanda constante en la
economía que, de este modo, se ve obligada a satisfacer a una escala masiva,
pues el ejército de este país lo integran aproximadamente 1,4 millones de
efectivos, y su equipamiento es tremendamente costoso. De esta forma el conjunto de los recursos
(económicos, humanos, financieros, materiales, naturales, intelectuales, etc.)
que alberga el país son movilizados y puestos al servicio de los intereses del
ejército. Todo lo anterior es un claro reflejo del poder efectivo del ejército
en EEUU en términos políticos, más allá de las convenciones establecidas por el
ordenamiento constitucional de aquel país, al acumular una cantidad ingente de
recursos económicos y humanos con los que dirige la economía nacional y somete
la política federal.
En definitiva, lo que puede concluirse de todo lo
antes expuesto es que el capitalismo es ante todo un producto del militarismo y
de la guerra. De esto se deduce que la existencia de los Estados y su
competición internacional son el origen de los conflictos violentos que se
producen entre éstos, lo que impone una serie de necesidades en el terreno de
la producción económica que en su momento dieron origen al capitalismo. La
vorágine militarista de los Estados, sobre todo al tratarse de instituciones
que en último término son de carácter militar, ha constituido un importante
estímulo a lo largo de la historia para la transformación de la economía y la
sociedad hasta el punto de generar el capitalismo. Así, la militarización de la
sociedad y de la economía han ido de la mano hasta el extremo de supeditar las
necesidades sociales a los intereses y exigencias de los ejércitos, y
consecuentemente a los intereses del Estado en el ámbito internacional. Unos
intereses que, no lo olvidemos, se definen en términos de poder (militar,
político, ideológico, tecnológico, económico, demográfico, cultural, etc.), lo
que hace que la principal finalidad del Estado sea maximizar su poder.
En conclusión, ninguna lucha dirigida a conquistar la
libertad puede limitarse a ser una lucha contra el capitalismo, en la medida en
que este tan sólo es la consecuencia de un problema más profundo que es la
existencia de un sistema de dominación organizado en torno al ejército, que es
la columna vertebral del Estado. Por esta razón la lucha contra el capitalismo
necesita ser, también, la lucha contra el militarismo y el Estado debido a que
son el origen último y los principales sostenedores de un sistema
socioeconómico que esclaviza y destruye al ser humano.
[Versión resumida, sin notas, de texto publicado en el
boletín electrónico Ekinaren Ekinaz # 50, Euskal Herria, distribuido por correo
electrónico.]
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