Félix García M.
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Texto de cierre donde se recogen las conclusiones del libro de igual título.
Llegados
al final de nuestro trabajo, nos queda la sensación de que se podían y debían decir muchas más
cosas, por más que pensamos que
están dichas las fundamentales. Una vez más,
conviene recordar que resulta imprescindible huir de definiciones confusas y
ambiguas del anarquismo, muy usuales en algunos autores que suelen
identificarlo con movimientos milenaristas,
o con individualismos radicales. Al margen de la
posible responsabilidad que tengan los propios anarquistas en eso, pues siempre se mostraron muy
receptivos a cualquiera que
quería colaborar con ellos en las tareas de criticar la sociedad existente,
sigue siendo inadmisible que se incluya a autores como Stirner en muchos trabajos
sobre los anarquistas, o que se
hable, indiscriminadamente, del terrorismo anarquista de fines del siglo XIX. Nosotros hemos
seguido el pensamiento de los gran-des
fundadores del anarquismo y hemos podido ver que no había nada ni de individualismo ni de
terrorismo. El anarquismo es más bien un movimiento que pretende incidir en
todas las dimensiones de la
vida social, política, económica y cultural, teniendo, por tanto, una
concepción de la política como actividad
que no se reduce al Parlamento y los partidos y que no se limita a ser una técnica de
conservación del poder, sino la
plasmación de unos principios éticos en la vida comunitaria de los seres humanos. Por otra parte, el
anarquismo, sin renunciar jamás a la defensa y exaltación del individuo y de su innegociable libertad y autonomía, buscó
constantemente formas de organización social basadas en la solidaridad y el apoyo
mutuo; individuo y colectividad son, sin duda, polos opuestos, pero
interdependientes, lo que impide renunciar a ninguno de los dos.
Por
otra parte, el anarquismo no es un conjunto de ideas que pueda rastrearse desde los comienzos
del mundo griego hasta el siglo
XIX. Es, por el contrario, un movimiento que
surge en un momento histórico concreto, intenta responder a los problemas específicos de ese momento, y
ofrece soluciones originales. Aparece como tal en el siglo XIX,
siendo Proudhon el primer anarquista, aunque sin desarrollar algunos
temas; su historia transcurre
unida al movimiento obrero y al socialismo, cuyas luchas contra el sistema
pretende potenciar e inspirar. En diversos momentos de crisis generalizada se
distancia algo del movimiento
obrero, pero sólo temporalmente, para
incorporarse inmediatamente. Algo similar, pero al contrario, ocurre cuando el anarquismo es aceptado
por sectores de la burguesía,
especialmente escritores y artistas en general, a finales de siglo XIX: estos
sectores sólo recogen una dimensión del
pensamiento y la práctica libertarias, dimensión que es parcial y desfigura el auténtico anarquismo,
motivo por el cual son rápidamente
apartados de éste. Por el mismo motivo, el anarquismo termina cuando termina el
movimiento obrero, de tal forma
que las manifestaciones de anarquismo posteriores a1937 ya no responden a ese movimiento, que
ha dejado de existir. Esto no
quita para que podamos mantener que en los
momentos actuales las propuestas anarquistas siguen teniendo sentido, denuncian aspectos muy específicos
que caracterizan el sistema
social vigente y resultan imprescindibles para elaborar una propuesta
alternativa. Los diversos movimientos sociales actualmente vigentes dan fe de
la fecundidad de las grandes líneas del pensamiento anarquista.
Se
ha dicho con frecuencia que el anarquismo ha sido maltratado por la historia
debido a sus constantes fracasos. Desde
luego es criticable la afición de algunos historiadores a contar sólo la historia de los vencedores, lo que
les exige además realizar grandes deformaciones y silenciar los acontecimientos
y los actores sociales. Pero
más curioso resulta que se lo acuse de
no haber tenido éxito como el marxismo, lo cual probaría su inutilidad y falta de realismo. Los
anarquistas, ya desde 1920, denunciaron
que la revolución había fracasado en Rusia, denuncia que les costó ser
absolutamente aniquilados, con un
grado de eficacia que no había existido en el zarismo. Sesenta años después serán mayoría los que, como
Kropotkin, consideren que, efectivamente, en Rusia no hay socialismo, lo cual no los lleva a ponerse de parte de las
críticas y el acoso practicado por las “democracias” occidentales, cosa que
tampoco hizo Kropotkin, que
siguió considerando peor el sistema capitalista. Al mismo tiempo, tomando por
ejemplo el caso de España, no tiene sentido decir que el movimiento anarquista
no contribuyó poderosamente a
conseguir mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras;
intervinieron constantemente e intervinieron con eficacia y organización,
alcanzando éxitos en unos
momentos y siendo derrotados en otros, hasta
la definitiva derrota del movimiento obrero en las calles de Barcelona en 1937. En los meses en que
pudieron aplicar su modelo de
sociedad comunista libertaria y autogestionaria hicieron ver que el modelo
podía funcionar; aunque, evidentemente, era un modelo más ambicioso que otros.
Y
éste es el problema central con el que queremos terminar. El anarquismo tiene quizás el fallo de
pedir lo imposible, siendo absolutamente radical. No es que niegue la validez
de pequeñas conquistas o avances, pero se niega a ver en ellas más de lo que son, no quiere que se llame
socialismo a lo que no pasa de
ser pura dictadura del partido, o partido socialista al que no pasa de ser un buen gestor del
sistema capitalista. Al pedir lo
imposible, la reconciliación definitiva del individuo y la comunidad en un mundo libre y solidario,
se convierte en plenamente
realista: es capaz de ver y enfrentarse con los mecanismos y estructuras
específicas que reproducen constantemente la opresión y la explotación de unos
seres humanos por otros. Sin
embargo, el estar siempre en la oposición puede resultar fácil e incluso
injusto respecto de aquellos que asumen la
responsabilidad de intentar llevar a la práctica mejoras concretas; esta
actitud sería uno de los mayores riesgos del anarquismo y su talón de Aquiles.
Pero también sería su fuerza, pues le
permite adquirir una dimensión utópica sumamente fecunda.
En
efecto, el anarquismo sería un pensamiento utópico, es decir, un pensamiento
que, sin renunciar a buscar en cada caso
las formas organizativas más adecuadas o a analizar las condiciones específicas
socioeconómicas y políticas que perpetúan
la opresión y la explotación, se resiste a dar por buena la miseria cotidiana,
pide siempre más, e intenta, en su militancia y su testimonio, hacer ver constantemente que no
se puede hablar de proyecto
revolucionario si no se es capaz de irrumpir aquí y ahora mostrando que es posible vivir de
otra manera.
[Sección
final del libro Del socialismo utópico al anarquismo, La Plata / Buenos
Aires, Ed. Terramar, 2008. Texto completo del libro accesible en https://e-nautia.com/pepin.perez/disk/Biblioteca%20Revolucionaria/_4061.pdf.]
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