Arpía
Cantora
Hemos llegado a Chile, un
país fundado sobre los cadáveres de las poblaciones indígenas. Forjado en batallas
en donde los cuerpos de los negros arrancados de África fueron usados en
primera línea como carne de cañón, exterminados hasta que la negrura fuese
motivo de asombro. Llegamos a Chile, un país racista que aún niega su origen
indígena mientras tipifica como terrorismo, la resistencia mapuche.
El asentar los pies sobre
esta tierra nos convoca a comprometernos con ella y con quienes en ella también
hacen enormes esfuerzos por lidiar con estructuras de poder que especulan con
nuestra existencia, negándonos el acceso a la salud, la vivienda y la vida en
libertad.
Nuestra condición nos
obliga a trabajar hasta obtener el visado que nos garantice eso que nombran
libre tránsito y que se vuelve derecho doblemente falaz con la aprobación de
leyes racistas como la detención por sospecha. Y es que los inmigrantes somos
siempre sospechosos. Nos delatan rasgos físicos, formas de vestir y hablar. Por
ello el visado se vuelve un requisito indispensable. No obstante, nuestra lucha
por esa autorización de permanencia no puede hacernos perder de vista que a
nuestro lado hay trabajadores que tendrán en nuestro obligatorio esfuerzo, un
reto que el patrón llama “estándar de productividad”.
Cuando nos dicen que somos
buenos trabajadores no nos están halagando. Acarician a quien soporta la
humillación y garantiza la ganancia del explotador, propician la competencia
entre trabajadores. Y ante eso, lo mejor será nuestra negativa al chantaje. No
queremos ser los mejores explotados ni convertirnos en cipayos. Hagamos lo
nuestro al ritmo de los nuestros y recordemos siempre las sabias lecciones del
movimiento internacionalista de trabajadores.
En este sentido, es justo y
necesario traer a nuestra memoria aquellas palabras que en el año 1929, se asentaron
entre los acuerdos de la Asociación Continental Americana de Trabajadores, ACAT
-AIT:
«El congreso dirige a los
obreros emigrantes un llamado apremiante para que se organicen en los
sindicatos revolucionarios a fin de defender los intereses de su clase. Al
capitalismo internacionalmente organizado debe oponerle el proletariado mundial
su organización internacional, revolucionaria y libertaria. Sólo por la abolición
de la explotación económica y de la dominación política, sólo después de la
supresión de todas las fronteras artificiales y de las diferencias de clase violentamente
sostenidas pueden ser armónicas las relaciones de los obreros de todos los
países y el tráfico entre pueblo y pueblo».
Para quienes llegamos a la
región chilena, resulta de vital importancia poder encontrar organizaciones
dispuestas a recibirnos en pro de una lucha conjunta por la conquista de
nuestra emancipación. En este sentido, es necesario que organizaciones
abrazadas a los principios de apoyo mutuo,acción directa y autogestión, se
fortalezcan y multipliquen. Cada vez que en los medios se exponen cínicamente
las bondades de la inmigración en términos economicistas, nosotros deberíamos
estar preparados para responder con una sólida campaña que denuncie toda la sobreexplotación
y discriminación que pesan sobre nuestros cuerpos.
La historia en este
continente está signada por la migración. Fueron obreros inmigrantes los
ejecutados en el Chicago de 1887 y que se hicieron símbolo de lucha proletaria
cada primero de mayo. Fueron inmigrantes también aquellos rebeldes fusilados en
la Patagonia de 1920. Ante esa historia, no podríamos ser menos que
continuadores de la solidaridad internacionalista.
Esta región convoca una ola
inmigratoria y si bien es cierto que esto constituye un interesante aporte
cultural, bajo las actuales condiciones significa sobre todo el fortalecimiento
del capitalismo. Nosotros deberíamos ofrecerles a los trabajadores que burlan
el punto y la raya, una alternativa para la organización anticapitalista.
Estamos seguras que los
anarquistas de la región chilena sabrán hacer frente a esta situación, pues sus
posiciones contra los patrioterismos siempre han sido claras. Ya desde 1902, en
el periódico La Agitación, podía
perfilarse esta certeza ante la posibilidad de un conflicto bélico entre
naciones:
«Los gobernantes, eternos
explotadores de la miseria, empiezan a incitaros a la matanza de vuestros hermanos,
los trabajadores de la República Argentina… Escuchad: Más allá de los Andes hay
unos obreros que sufren nuestras mismas miserias y las mismas tiranías, y que,
como nosotros, nada tienen que defender. Ellos no pueden ser vuestros enemigos
porque son vuestros hermanos de esclavitud… Obreros chilenos: arrojad a
vuestros gobernantes esos rifles asesinos con que se os quiere armar contra
vuestros hermanos; que el propietario defienda sus propiedades; que el gobernante
defienda sus instituciones políticas».
El movimiento obrero no
tiene fronteras. Mal podríamos dedicar nuestras vidas a la defensa de
privilegios e instituciones que sólo garantizan nuestra miseria. Por ello, los trabajadores
inmigrantes debemos organizarnos en anarcosindicalismo y colocarnos al lado de
nuestros hermanos de clase en cada una de las luchas libertarias que se
avecinan, como es el caso del movimiento contra las AFP. La conquista de una
vejez libre del estraperlo, debe encontrarnos sólidamente juntos.
Sólo entre las
organizaciones anarquistas que no tienen empacho en elevar consignas
escandalosas para la mentalidad con peaje. Sólo entre ellas hallaremos la
posibilidad de construir una sociedad sin divisiones, sin puntos ni rayas, sin jerarquías
paridoras de las más crueles desigualdades.
[Publicado originalmente en
el periódico Acción Directa # 1,
Santiago de Chile, primavera 2016. Numero completo accesible en https://www.mediafire.com/file/9uh9b5woku0r8gw/Accion_D_1_segunda_prueba.pdf/file.]
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