El Pitazo
Un recorrido por tierra desde Maracaibo hasta Caracas muestra una cara del país que se desconcha como la pintura de sus casas, que se desgasta como el asfalto de sus carreteras, que se vuelve desolación como el escenario que muestran sus calles. Como las largas colas en las que sus ciudadanos pasan los días
Entre Maracaibo y Caracas se recorren, al menos, 1.500 kilómetros, 114 policías acostados y 40 alcabalas de la Policía, de la Guardia Nacional y del Ejército. Unas están instaladas y las otras son improvisadas a mitad de camino. Desde el asiento de un carro pequeño es fácil sentir el impacto que producen las carreteras con huecos, el asfalto raspado con desniveles, los baches, los peligros de andar por una vía que hace que la gente vaya con “el Jesús en la boca”.
Un recorrido por tierra desde Maracaibo hasta Caracas muestra una cara del país que se desconcha como la pintura de sus casas, que se desgasta como el asfalto de sus carreteras, que se vuelve desolación como el escenario que muestran sus calles. Como las largas colas en las que sus ciudadanos pasan los días
Entre Maracaibo y Caracas se recorren, al menos, 1.500 kilómetros, 114 policías acostados y 40 alcabalas de la Policía, de la Guardia Nacional y del Ejército. Unas están instaladas y las otras son improvisadas a mitad de camino. Desde el asiento de un carro pequeño es fácil sentir el impacto que producen las carreteras con huecos, el asfalto raspado con desniveles, los baches, los peligros de andar por una vía que hace que la gente vaya con “el Jesús en la boca”.
Cada vez menos personas toman el riesgo de hacer un viaje por tierra; cada vez menos personas tienen un vehículo apto para trasladarse. La mayoría teme que se dañe una pieza del carro; teme accidentarse y que lo atraquen. El pasado 7 de diciembre de 2018, justo la carretera cobró dos vidas. La de los peloteros José Castillo y Luis Valbuena, ambos del equipo de los Cardenales de Lara. El carro en el que se trasladaban volcó en la autopista regional entre los estados Lara y Yaracuy.
Viajar por tierra se ha convertido en una carrera de saltar obstáculos y de andar apurados. Nadie se detiene a nada. No hay sitios para comer porque no hay sitios abiertos, no hay baños públicos en las estaciones de servicio. Ya nada es como “antes”, es lo primero que dicen quienes por casualidad se topan en la vía. Antes: la palabra que los venezolanos pronuncian con nostalgia.
Así comienza el recorrido
Las colas de carros para poder surtir gasolina mantienen a Maracaibo paralizada. Pueden pasar noches en el sitio sin mover el vehículo. Ir al trabajo no es la prioridad porque sin gasolina no se pueden trasladar. Algunos van en familia, total, en sus casas tampoco tienen luz y así se acompañan.
Una mujer de 36 años está en la Circunvalación 1 con su hija de seis años. La niña duerme en el asiento de al lado del chofer, toda su familia se fue a Chile: sus dos hermanos y su mamá. María Fernanda Marín no puede migrar porque su ex pareja no le quiere firmar el permiso de viaje de su hija. “Me quedé sola con ella, yo sola para todo. Esto es desesperante”.
Una calamidad encima de la otra
“Aquí los que están detrás y delante de mí nos cuidan. Algunos me ceden el puesto cuando ya abren la gasolinera. Desde que estoy en la E de ‘échale’, la niña no ha podido ir a la guardería. ¿Cómo la llevo si no tengo cómo moverme? Yo tampoco he ido a trabajar, en la empresa me entienden y dije que el sábado pagaré las horas que debo”.
En Zulia hay 212 estaciones de servicio. De este grupo, 118 tienen planta eléctrica. En una visita que hicieron el viceministro para la Refinación y Petroquímica, Guillermo Blanco; la vicepresidenta Ejecutiva, Delcy Rodríguez y el ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, quien también tiene cargo de vicepresidente sectorial de Obras Públicas y Servicios tomaron la decisión de poner horarios a las bombas.
Las estaciones abren, desde el 15 de mayo de 2019 a las 6.00 de la mañana y cierran entre 8.00 y 10.00 de la noche. Por eso la mayoría debe quedarse en la cola, por eso no hay otra opción que dormir en los carros.
Una ciudad que se paraliza en medio de una crisis que no se justifica. No hay razón para que en un país petrolero haya colas para surtir gasolina. Las quejas las lanzan a quien llega a preguntar. Todo parece en calma en la cola. Pero hay tantas historias como tragedias, pero están allí, esperando. Cada quien espera resolver su cuota.
El peligro de normalizar lo que no debe ser cotidiano
El recorrido sigue y el camino lleva al Puente sobre el Lago de Maracaibo. Lo que antes era el peaje es hoy un armatoste de hierros desnudos. Ya no hay techo, ya no hay taquillas, ya no hay orden. Los funcionarios de la Guardia Nacional están después de lo que era el peaje y hacen un chequeo al “ojo por ciento”. A partir de allí está la entrada al llamado Coloso. Ocho kilómetros que atraviesan no solo al lago más grande de América Latina y, aunque nadie lo diga públicamente, quizás es también el más contaminado. Ya sufrió una caída dos años después de inaugurado y sobrevivió a una explosión de un cable sublacustre de electricidad que le quemó el asfalto.
Llegar al otro extremo del Puente sobre el Lago, que es puerta de entrada a la Costa Oriental del Lago es como permanecer en el caos. Hay una tranca. Podría parecer un accidente de tránsito, pero en realidad es el resultado del caos o del hartazgo. Tres filas de carros para surtir gasolina.
“Aquí estamos los mortales que hacemos la cola, la otra es la de los que son pescadores y tienen su cola preferencial y están los que son vivos, los que llenan la cola VIP. Los que pagan en dólares, en pesos, los que les mojan la mano a los bomberos y a los del Ejército para llenar el tanque sin estar dos días como nosotros”, dijo José. No quiere decir su apellido, teme por su seguridad. “Son capaces de preguntar dónde vivo, buscarme y darme mis carajazos”.
Antes podían surtir sus vehículos cada vez que querían o cada vez que lo necesitaban. No había urgencias, se optaba por escoger la estación de preferencia, la del bombero amigo, la que fuera. Y esta es la constante en las estaciones de servicio que están en la carretera.
Zulia y sus problemas. Zulia, de potencia petrolera a ser un estado sin luz, sin agua, sin combustible. En 2018, se requirió para el estado en materia de inversión eléctrica, montos en bolívares soberanos, en euros y en dólares. La cantidad se discriminó de la siguiente manera: 5.269 mil millones de bolívares soberanos, 40,8 millones de dólares y 1,8 millones de euros. Estas cifras las dio el 8 de noviembre, el entonces ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez. Con esta inversión, que el experto en materia eléctrica José Aguilar consideró como “exagerada”, solo duró tres meses. Y hay otro escenario: el de los municipios desolados y empobrecidos. Se nota en la pintura de las casas que se descascara, en las casas que están a medio pintar.
Coro: La otra cara
Entrar a la Falcón -Zulia no cambia mucho de escenario. Hay, eso sí, más baches, más huecos, más fotografías y vallas con fotos de Nicolás Maduro que las que se ven en Zulia. Pero hay ausencia de señales de tránsito y de letreros que orienten a los viajeros, que les indiquen a cuántos kilómetros están de sus destinos. De eso solo quedan latas que una vez fueron verdes, que tenían letras blancas. Eso era… antes.
En la vía y durante las cuatro horas de recorrido que hay entre Maracaibo y Coro, solo se vieron dos gandolas y un camión. No son muchos, pero los conductores ven el peligro a través de sus ruedas, porque hacen zigzag. Otra vez el peligro, otra vez la alerta. El escenario de lado y lado de la carretera está desolado. Ya no es el mismo país de hace 30 años, tampoco el de hace 20, mucho menos el de hace cinco.5. La escritora venezolana Jacqueline Goldberg escribió en su cuenta de Twitter algo que podría ilustrar un poco lo que se ve: “Vivimos entre escombros de lo que pudo ser un país”.
Todo es similar en la vía. Pero, en esta ciudad los que vienen de Maracaibo y la COL notan inmediatamente la diferencia: En Coro no hay colas para surtir gasolina, no hay fallas de luz, pero sí hay problemas con la señal de internet y de telefonía. Esto pasa a apenas 264.1 kilómetros de Maracaibo. En un restaurante que tuvo un pasado glorioso y que era punto obligado de quienes querían comer comida típica en la capital del estado Falcón deben pagar antes de comer, acompañar a los dueños en un carro hasta una estación de servicio que está a cinco minutos, caminar hasta el final, ubicarse detrás de un árbol y entregar la tarjeta para pagar. La persona que cobra sube el punto de venta como si quisiera encaramarlo en una de las ramas de un árbol. Lo levanta lo más que puede mientras pide los datos. “Pasó”, dice y respira como quien se quita un peso de encima. “No todos aceptan acompañarnos a pagar y se van. El negocio pierde clientes por esto de no tener señal y lo peor es que nadie da respuesta”, cuenta Nanci Marín, encargada del sitio de comida. Coro la de antes, Coro la de ahora.
En la vía ya no hay ventas de dulce de leche, ni ventas de cambures; hay nadie vende casi nada. Solo pocos resisten. Tres ancianos están sentados en una de las orillas de la carretera que baja desde Falcón. Tienen dos mesas con bolsitas de dulce que parecen haber estado días en el lugar. Se ven sucias, algo derretidas y oscuras. Detrás unas pantuflas que aseguran hicieron a mano. “Como no hay efectivo en la calle nadie compra nada. Yo aquí hasta he pedido para poder comer. Antes, las conservas se me acababan rapidito, ahora se pierden”, contó José Gregorio Monsalve, un merideño de 56 años que se enamoró de una coriana y se mudó a la tierra de los cujíes.
Todo es desolación, todos los comercios cerrados. La mayoría con los letreros en el suelo, y lo que antes eran sus puertas y ventanas, están ahora tapadas con bloques En todas las estaciones de gasolina hay funcionarios del Ejército o de la Guardia Nacional. En Coro miran de lejos a los que surten. Como no hay cola, no hay mayor problema con el control. “Aquí no tienen para cobrar en dólares o en soberanos en efectivos como hacen en Maracaibo”, dice un marabino que está surtiendo en la gasolinera de la entrada de la capital del estado Falcón. En la zona ni siquiera conocen lo que en Zulia llaman “las colas VIP”.
En la vía, todo lo que tiene letrero del Gobierno está abandonado, hasta los PDVAL y PDValitos. Lo que antes en la vía se conocía como plan de Auxilio Vial es la nada. En un trayecto de más de mil kilómetros, solo hubo una ambulancia en la carretera. No para atender alguna emergencia, sino para surtir gasolina. “No estamos de servicio”, dijo el chofer. ¿Cómo se cuenta un país en ruinas?
Los paisajes que no se ven
En el camino de Coro a Tucacas hay una doble vista que puede reconciliar al país con la gente, o mejor, a la gente con el país. De un lado se ve el mar; del otro, lo verde del paisaje. Llegar a Tucacas y pasar por Morrocoy es como llenar los pulmones de aire. Pero la crisis vuelve a dar una bofetada cuando se entra a la ciudad. Ya nada está cuidado, los hoteles que antes estaban a reventar ya no atienden a turistas, es difícil conseguir habitaciones o posadas. Cuarenta y cinco dólares es el precio de una habitación de un hotel que no tiene huéspedes y 25 dólares en uno en el que no hay jabón, ni papel sanitario.
Los centros comerciales no funcionan. “Antes había locales que vendían trajes de baño, pelotas, toallas, cholas. Todo lo que uno necesitaba para ir a la playa. Ahora, todos bajaron la santamaría. Nadie viene a la playa, nadie puede vender nada”, dijo orge, el encargado de un hotel. Han tenido que bloquear entradas de posadas y hoteles. “La gente los estaba invadiendo”. En la calle principal, en la que antes los carros llevaban música a todo volumen, no se ve ni un alma. Todo está oscuro. “El que no compró pan antes de las siete de la noche se quedó sin cena. Hasta la panadería cierra temprano”. La última gasolinera al salir de Tucacas, vía a Caracas, está en Boca de Aroa, tierra de pescadores. Hay cuatro islas para surtir y no hay carros. No hay realidad similar a la de Cabimas, en donde los pescadores del lugar también tienen que hacer largas colas de hasta 26 horas para llevar gasolina para sus botes de pesca.
De la música a otra parte
Llegar al estado Lara y entrar a su capital Barquisimeto ya no da sensación de música, de golpe tocuyano. Hay ahora una ciudad de comercios cerrados, de calles solitarias, de sitios que dejaron atrás sus tradiciones. Ya no suena el cuatro, tampoco las maracas en alguna esquina. Hay oscuridad porque los apagones dejan sin servicio a sectores. Los hoteles que en otrora fueron espacios imponentes ya no ofrecen ni agua caliente.
Las colas de la gasolina suben y dan vueltas por manzanas, porque Barquisimeto es una ciudad de calles angostas. A diferencia de Zulia, en la capital del estado Lara hay orden. Los conductores se organizan en una sola cola por larga que sea; en este territorio tampoco saben de qué habla el que pregunta por la cola VIP. Parece una “cultura de Zulia”.
Los locales de comida sobreviven con plantas eléctricas; los centros comerciales cierran temprano sus puertas. Hasta la fábrica de cuatros más importante del país, la de Pablo Canela, mandó a sus trabajadores para sus casas y que hagan cuatros solo cuando hay encargos. Todo se acaba. Todo se pierde.
Refinería sin refinar
En la entrada al estado Carabobo se ve la estructura gigante y metálica y se escucha el zumbido de lo que es una de las tres refinerías petrolera de Venezuela: El Palito. Hay humo, se desprende calor, pero no hay gandolas saliendo o entrando como antes. En las estaciones de servicio hay colas largas, larguísimas. Tan iguales a las de Zulia. Como un contrasentido: Zulia y Carabobo, dos estados con refinería y llenadero y tienen problemas para surtir a sus vehículos de gasolina. En El Palito borraron todo rastro de la palabra “Muerte”. Se lee Patria, Socialismo y luego un manchón blanco.
La carretera sigue mostrando fracturas. A 90 kilómetros de la capital del país el zigzag y el vaivén de los carros traducen que por la vía en la que se mueven está en decadencia. El lago de Valencia cuenta la misma historia del país: abandono, desolación, contaminación.
Los grandes peajes son una suma de carros viejos, de camiones destartalados. Son pocos los autobuses expresos que antes llenaban un canal donde se pagaba el ticket. Ya no hay nada, ya no hay ni eso, dice un vendedor de chupetas colombianas en una de las esquinas. A lo largo de toda la carretera del país, desde Maracaibo y hasta Caracas hay letreros cada cierto tramo recorrido. “No hay Punto” está escrito con pintura, con bolígrafo, con marcador, con tiza y hasta con piedras de cal.
Caracas, donde no pasa nada
Hay luz, hay gasolina, hay transporte público. No hay agua. Hay gente que camina por las calles, aunque llueva, hay plazas donde la gente se sienta a conversar. Hay otro ambiente. Hay, eso sí, otras quejas, otras formas de quejarse, otras miradas de la crisis. En Caracas, la gente puede decidir cuándo surtir de gasolina su vehículo.
Para los capitalinos, cinco carros en una isla de la gasolinera es un problema, pero sí les genera un caos no tener agua, aunque no hay gente con tobos en las calles tratando de parar un camión cisterna, ni con sus baldes intentando llenarlos en una tubería madre. Caracas es otra cosa. Pero también son otros los problemas, aunque los que están cerca los vean grandes, aunque los que están lejos los vean pequeños.
Y este es el país que parece que vive sobre una bomba de tiempo. Un país en el que todos hablan de la necesidad de “ser libres”. Porque un país en el que sus ciudadanos pasen las horas en una cola, es un país que ya no es.
[Tomado de https://www.costadelsolfm.org/2019/08/24/1-500-kilometros-del-pais-en-decadencia.]
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