Lorenzo Crescentini
Con la industria moderna, se había establecido un cierto equilibrio de poder entre el patrón y el trabajador asalariado. Pero desde hace algún tiempo, la gig economy (la de "pequeños trabajos de oportunidad" ["frelancer" tambien la llaman para dorar la píldora, "matar tigres" diríamos en Venezuela]) ha estado sacudiendo el marco social y sindical.
La revolución digital está cambiando radicalmente la forma en que la humanidad contemporánea se vincula con el mundo. El mercado laboral también se está reconfigurando debido al potencial de la red, que no es solo un soporte instrumental en tanto medio de comunicación, sino que posibilita un cambio estructural en los sistemas productivos y sus relaciones de poder. La gig economy, la economía de "tareas de ocasión" encuentra su espacio en la web, siendo a su manera un nuevo modo de distribuir las cartas sobre la mesa.
Con la industria moderna, se había establecido un cierto equilibrio de poder entre el patrón y el trabajador asalariado. Pero desde hace algún tiempo, la gig economy (la de "pequeños trabajos de oportunidad" ["frelancer" tambien la llaman para dorar la píldora, "matar tigres" diríamos en Venezuela]) ha estado sacudiendo el marco social y sindical.
La revolución digital está cambiando radicalmente la forma en que la humanidad contemporánea se vincula con el mundo. El mercado laboral también se está reconfigurando debido al potencial de la red, que no es solo un soporte instrumental en tanto medio de comunicación, sino que posibilita un cambio estructural en los sistemas productivos y sus relaciones de poder. La gig economy, la economía de "tareas de ocasión" encuentra su espacio en la web, siendo a su manera un nuevo modo de distribuir las cartas sobre la mesa.
En los últimos años, realidades como Uber, Glovo y Airbnb han crecido y se han expandido ampliamente, los espacios digitales donde el trabajo es reemplazado por la oportunidad de obtener ingresos y el empleado se convierte en un supuesto trabajador independiente, un hombre libre en busca de ingresos. Sin embargo, la realidad nos dice que detrás de estas operaciones que quieren ser envueltas por el olor de la innovación, se ocultan las viejas cadenas de hierro de la lógica del Capital. La gig economy permite visualizar una posible forma futura de entender el trabajo, en donde las relaciones de producción despersonalizadas y el imperativo de la flexibilidad crean un nuevo homo oeconomicus.
Con el nacimiento de la industria moderna, se había institucionalizado una cierta relación de fortaleza, entre el patrón y el trabajador asalariado. El dualismo entre las dos figuras, que es inmediata y materialmente conflictivo, constituyó el paradigma en el que tanto la explotación como la gestión de la fuerza laboral y las demandas de los trabajadores fueron injertadas. El de la fábrica es un espacio físico, real: los trabajadores perciben la supervisión de sus superiores sobre sus espaldas todos los días, entran en contacto entre sí, pueden unirse y dar vida a una conciencia de clase común. A pesar de que el sistema de fábrica produce alienación, su materialidad representa un punto crítico, ya que en cualquier momento el trabajador puede darse cuenta de su propio estado de subordinación.
La despersonalización del trabajo
Los derechos sociales adquiridos a través de las luchas de los trabajadores, si es cierto que no rompen la naturaleza del trabajo asalariado, son herramientas útiles para mitigar la diferencia de poder entre el empleador y el trabajador. Hoy, de hecho, la empresa, tanto como un instrumento de beneficio privado, representa una institución social; esto significa que, como una agregación de personas en vista a la producción, debe al menos garantizar un bienestar mínimo a sus miembros. La forma en que se ha constituido a lo largo del tiempo, a pesar de sus contradicciones, hace que la empresa someta a patronos y trabajadores a una carga de obligaciones recíprocas para que los intereses de ambas partes converjan: ganancias por un lado, y la necesidad de estabilidad y una vida digna por el otro.
La gig economy se coloca a sí misma en un nuevo nivel con respecto a la empresa entendida clásicamente, desmaterializándola y fragmentando su estructura orgánica; la plataforma digital sustituye al empleador, y el trabajador "independiente" es un hipotético colaborador libre. Así desaparece la relación de garantía entre el propietario y el asalariado. Las realidades como Glovo, Foodora y Uber no se presentan como agregaciones heterodirectas de trabajo, sino más bien como espacios a los que todos pueden acceder para obtener libertad.
La lógica del ese trabajo se basa en un juego de percepciones: en la imaginación colectiva, está a medio camino entre el trabajo comúnmente dicho y el pasatiempo. Las plataformas operan en esta área gris y se ofrecen como una oportunidad fácil de obtener ingresos, especialmente a estudiantes para quienes la rigidez del trabajo por contrato choca con las obligaciones con sus centros de estudio. En realidad, esos trabajos requieren tiempo y esfuerzo al igual que cualquier otra tarea asalariada al servicio del Capital, y a cambio producen migajas: un ingreso de hambre y seguridad social cero, todo en beneficio de estas plataformas que, bajo el gráfico pacífico de una aplicación, normalizan la cultura de la explotación.
El expediente del seudo trabajo autónomo, de hecho, es la gallina de los huevos de oro para estas compañías digitales, porque reduce el riesgo comercial y elimina la mayor parte de los costos laborales. Finalmente, y esto es crucial, el sistema de plataforma despersonaliza los procesos de producción, a menudo, la distribución del trabajo se confía a algoritmos impersonales, que dirigen a quienes trabajan que, separados unos de otros, no pueden interactuar entre sí. Por un lado, esto le da a la subordinación del trabajador una especie de trascendentalidad; por otro lado, la atomización a la que están sometidos los trabajadores limita la posibilidad de que puedan unirse y desarrollar una conciencia de clase, y de hecho los enfrenta en un régimen feroz de competencia general.
Todo esto parece ocurrir bajo la indiferencia de los legisladores y la impotencia de las reglas actuales. Un fallo importante del Tribunal de Apelaciones de Turín del 11 de enero de 2019, en relación con una disputa judicial entre dos riders y la empresa Foodora, reconoció la igualación de la remuneración del rider con la de un trabajador. Sin embargo, la decisión de la Corte es solo un intento débil de integrar este fenómeno a la regulación legislativa pues, de hecho, continúa desarrollándose al margen del sistema legal. La naturaleza problemática de la gig economy no puede tratarse como una simple cuestión de salarios, sino que debe examinarse en su estructura: la existencia de estas plataformas nos da indicaciones sobre el potencial de una economía cada vez más digitalizada y sobre la forma que el mundo del trabajo podría pronto tomar
Un nuevo homo oeconomicus
El modelo de la gig economy representa el sueño de la iniciativa empresarial, asigna el riesgo al trabajador y, mientras tanto, des-socializa a la empresa, que pasa de la agregación orgánica de trabajadores a ser una plataforma digital que rige a personas desconectadas entre si. De esta manera, el ilusorio trabajador independiente está privado de toda certeza y despojado de los derechos más elementales. Más aún, si es ordenado por un algoritmo que favorece a quienes son más productivos, el trabajador es conducido automáticamente al más desesperado esfuerzo para resistir la competencia de colegas cuyo rostro nunca ha visto.
La condición existencial del freelance es la perfecta realización de ese dogma de flexibilidad tan aclamado en los círculos liberales: el hombre completamente atomizado y precario, en constante oscilación, sin interrupción, entre el empleo y el desempleo. En esta dimensión, surge una nueva concepción del tiempo y el caso de los riders [repartidores de alimentos a domicilio de Glovo y Foodora] en este sentido es emblemático), toda separación entre tiempo libre y tiempo de trabajo, el otio y el negociacio, se borra, y el tiempo vital de la persona se convierte en un Capital, utilizable en cualquier momento, para ponerse al servicio de la producción. Además, la precarización lleva a la competencia a los niveles más altos: dado que mi ocupación siempre está en juego, tendré que intentar continuamente hacerme lo más productivo posible para mantenerla, así como para mantenerme vivo. En tal régimen de competencia generalizada, todos están al mismo tiempo entre las filas de los trabajadores y de lo que Marx llama "ejército industrial de reserva".
Esto es lo que he tratado de describir, la forma definitiva en que la persona trabajadora está en continua dependencia de las necesidades del patrón. Podría definirse como la construcción de un nuevo homo oeconomicus, donde ya no se inserta al ser humano perfectamente racional en una situación de intercambio, sino que la persona es sometida cada momento de su vida a una evaluación económica y utiliza su propia existencia como capital humano. Sería inapropiado asimilar a este modo de trabajo con la esclavitud: el esclavo, incluso en su condición miserable, generalmente tenía garantizada la supervivencia por parte del amo. Aquí nos enfrentamos a un tema diferente, totalmente desconectado de los vínculos sociales del trabajo.
El nuevo homo oeconomicus debe evaluar cada momento de su existencia en términos de ganancias, desarrollando una disciplina de dependencia autoinducida que le lleve a ser cada vez más eficiente y obediente; no conoce ningún futuro, porque está constantemente luchando por el sustento inmediato. Al menos el esclavo podría soñar con liberarse un día. El trabajador precario "libre", que flota en un presente eterno, sabe bien que esas cadenas, nunca se las volverá a quitar.
[Artículo publicado originalmente en italiano en la Revista A # 435, Milán, junio 2019. Número completo accesible en http://www.arivista.org/index.php?nr=435&pag=index.htm. Traducido por la Redacción de El Libertario.]
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