Silvio Gallo
Será
que esa mi estúpida retórica
tendrá
que oírse, tendrá que sonar
por
más de mil años?
Caetano Veloso
– “Podridos Poderes”
La
pedagogía libertaria es, antes que cualquier cosa, una educación para la
libertad y la solidaridad [1]. Es importante que la concibamos de esa forma,
articulando libertad y solidaridad, para que ella no pierda su dimensión de
emprendimiento colectivo. Como intentaré demostrar, la libertad anarquista
presupone necesariamente lo otro; no es, de forma alguna, una visión
individualista de libertad y precisamente ahí entra la solidaridad.
Pero
me gustaría, antes que eso, colocar una cuestión: ¿cuál es la función de la
educación?
Los
filósofos, a lo largo de la historia, ya nos mostraron que el hombre sólo se
hace humano por la educación. Ella es, por tanto, un proceso de inserción de
los individuos en el universo de la cultura, haciendo de cada uno de ellos un
ser humano. Lo que vemos a lo largo de los tiempos es que la educación ha sido
pensada, propuesta e impuesta como un proceso de ajuste de los individuos a un
medio social dado. No se trata, por tanto, sólo insertar los individuos en el
universo de la cultura, sino que también de insertarlos en el contexto de una
máquina social establecida, de presentarles un territorio definido, cual gran
palco con escenografía lista y los papeles debidamente distribuidos, a los
cuales cada uno debe ajustarse.
La
pedagogía libertaria es creada precisamente para hacer frente a este
emprendimiento de ajuste social: descontentos con una sociedad que explota, que
excluye, que violenta, que mutila, que quiere hacer de todos los individuos
piezas de una misma máquina, los anarquistas apuestan y siguen apostando a la
posibilidad del cambio, buscando un proceso educativo que permitía que las personas
se construyan a sí mismas en el contexto de un grupo social, pero avizorando la
libertad y solidaridad. Para usar una expresión de Guattari, una verdadera revolución
molecular.
Herbert
Read afirmaba que hay apenas dos posibilidades para la educación: formar a los
individuos para ser aquello que son o para que sean aquello que no son. La
pedagogía autoritaria invierte en la segunda opción: quiere hacer de cada uno
una pieza de máquina o “un ladrillo en el muro”. Recordando el film The Wall, ¿qué
hizo Alan Parker a partir de la música de Pink Floyd? En ese clip de larga
duración, los niños víctimas de la educación autoritaria inglesa (un
estereotipo de toda educación autoritaria) son mostrados como muñecos que van
de a poco perdiendo sus rostros (señal de individualidad) y, encaminadas por
una correa móvil, son lanzados en un inmenso moledor de carne.
La
pedagogía libertaria opta por la primera alternativa: educar a los individuos
para que sean aquello que verdaderamente son. Esto es, respetando y preservando
las características particulares de cada uno, armonizándolas con el colectivo.
De esa forma, ella opta por la libertad, por la autonomía, y no por el encuadre
en la máquina social.
Ahora,
debemos preguntar: ¿pero qué es la libertad? Esa palabra da origen a las más
diversas interpretaciones; ¿quién no conoce el más célebre dictado que afirma
que mi libertad termina donde comienza la del otro? Pero si mi libertad
termina, ¿es libertad? En otras palabras, ¿hace sentido hablar de límites/grados
de libertad? Si mi libertad limita la tuya y la tuya limita la mía, ¿no seremos
ambos prisioneros en la misma celda social?
Es
esa visión totalmente diseminada y desperdigada de una comprensión
individualista de la libertad, vehiculada por la filosofía política burguesa clásica.
Rousseau, uno de sus mayores exponentes, definía la libertad como una
característica natural del hombre, lo que significa que todos nosotros somos
libres, ya desde el nacimiento. Crítico de la sociedad corrompida en que vivía,
el filósofo ginebrino afirmaba que la sociedad nos aprisiona, arrancando de
nosotros esa libertad natural. Era necesario, entonces, que construyésemos una
nueva sociedad, que no impusiese amarras para la naturaleza humana libre. Mas,
en esa sociedad, tendríamos que aprender a convivir, unos no invadiendo lo
espacios de otros, ya que esa libertad sería particular y debería estar encima
de cualquier cosa. Ese es el fundamento del liberalismo y de su nuevo hermano,
el neoliberalismo.
En
la visión de Rousseau, si la libertad es una característica, un regalo natural
de cada uno de nosotros, basta que la sociedad (que, como creación humana es
meramente artificial) no interfiera en ella, a través de un exceso de leyes y
reglamentaciones. En el campo de la educación, ella defiende un proceso
educativo individual, alejando a los niños de la convivencia social, hasta que
la libertad natural esté consolidada y su carácter plenamente formado, cuando
ya no podrá seguir siendo corrompida. Por eso, la propuesta rousseniana fue
conocida como una educación negativa.
Preocupados
también por la transformación social, los anarquistas van, en tanto, a
construir otra concepción de libertad, no como dádiva natural, sino como construcción
y práctica social. Para Proudhon, la libertad es resultante de una oposición de
fuerzas, una afirmación, una necesidad, y otra de negación, la espontaneidad. Cuanto
más simple es un ser vivo, más regido por la necesidad está; cuanto más
complejo, está más influenciado por la espontaneidad. Esa fuerza de
espontaneidad comprende su grado máximo en el ser humano, el más complejo de
todos, recibiendo justamente el nombre de libertad. Más el hombre no es pura
espontaneidad y sí el resultado de una composición de fuerzas de la naturaleza,
sólo pudiendo ser libre por causa de la síntesis de esa pluralidad de fuerzas.
Proudhon
desarrolla una “dialéctica pluralista”: la libertad es el resultante de una
síntesis de diversos componentes, antagónicos o complementarios, siendo que la
síntesis es siempre más fuerte, más compleja que sus componentes iniciales.
Pero él se aleja de las concepciones burguesas, como la de Rousseau, cuando
afirma la existencia de dos tipos de libertad. El primer tipo sería la libertad
simple, que es experimentada por los bárbaros, que no conocen una sociedad
ampliamente desarrollada, y también por aquellos que, a sí mismo, viviendo en
una sociedad, no son plenamente conscientes de su estado, hallando ellos que se
bastan a sí mismos. El segundo tipo sería la libertad compuesta, la verdadera
libertad, aquella vivida en sociedad. Ella presupone, para su existencia, la
convergencia de varias otras libertades, que se complementan, resultando en una
libertad mayor para toda la sociedad.
Según
el anarquista francés, en la perspectiva de los bárbaros el máximo de libertad
corresponde al máximo de aislamiento, cuando no hay nadie para limitar la
libertad del individuo. Por otro lado, en el punto de vista social, cuando la
libertad y solidaridad se equivalen, el máximo de libertad significaría el máximo
de relación posible con otros hombres, pues desde esta perspectiva las
libertades no se limitan, sino que se auxilian, se complementan. De esta forma,
mi libertad comienza junto con la del otro y juntas ellas son más fuertes.
Libertad es, así, comunión con otro y no oposición al otro. La libertad es
también la propia condición de existencia de la sociedad: es porque son libres
que los hombres escogen vivir juntos para auxiliarse mutuamente y superar con
mayor facilidad las vicisitudes naturales. Y, viviendo en sociedad, los hombres
se vuelven más libres.
Bakunin
parte de esa concepción de Proudhon y la profundiza. A la idea russoniana de
libertad como una característica natural del hombre, él opone la idea de la libertad
como una construcción eminentemente social, posible apenas en sociedad. Para
él, la libertad es el punto de llegada del hombre, y no el punto de partida,
como quería Rousseau, pues en la aurora de la humanidad, estando el hombre aún
inconsciente de sí, no era más que una marioneta en las manos de las fuerzas
naturales. Su vida era regida por el principio de la necesidad; él hacía
aquello que era necesario para garantizar su sobrevivencia, vivía bajo el yugo
de la fatalidad. Como el proceso cultural y el desenvolvimiento de la
civilización, el hombre va de a poco libertándose de las fatalidades naturales,
construyendo su mundo y conquistando su libertad.
La
concepción materialista de Bakunin muestra que la libertad, aunque sea una de
las facetas fundamentales del hombre, no es un hecho natural, pero sí un
producto de la cultura, de la civilización. En otras palabras, en cuanto el
hombre produzca cultura, o sea, se autoproduce, conquista también la libertad.
De ese modo, el hombre y la libertad, nacen juntos: uno es creación del otro,
uno sólo existe por el otro. Cuanto más el hombre se “humaniza”, más libre es
él, cuanto más libre, más humano. Se concluye entonces que, al asumirse
plenamente humano, conquista el máximo de libertad. Pero el máximo de libertad,
como mostró Proudhon, ocurre apenas cuando todos los individuos son libres,
pues las libertades se complementan, se auxilian. Una sociedad socialista
libertaria –anarquista– sería, entonces, la realización del hombre completo,
libre y señor de sus habilidades.
Bakunin
muestra aún que la libertad, más allá de ser un producto social es también un producto
colectivo. Dice él que “la libertad de los individuos no es un hecho
individual, es un hecho, un producto colectivo. Ningún hombre podría ser libre
fuera de sí sin el concurso de toda la sociedad humana”, pues ser libre es
también ser reconocido por el otro como libre; si no hay nadie que me reconozca
como tal, no tengo cómo adquirir conciencia de ella.
Por
otro lado, sólo puedo considerarme verdaderamente libre en medio de hombres
libres, pues una libertad que se sustente sobre la opresión –y no libertad de otro–
no puede ser verdadera. La esclavitud de otro es una barrera para mi libertad,
pues es una animalidad que disminuye mi humanidad. La libertad individual, la
capacidad que cada uno debe tener para no obedecer a nadie y determinar sus
actos a través de sus propias convicciones, sólo es válida cuando es reconocida
por otras consciencias igualmente libres. En palabras de Bakunin, “sólo soy verdaderamente
libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son
igualmente libres […] Mi libertad personal, así confirmada por la libertad de
todos se extiende hasta el infinito”.
Es
en esa concepción de libertad que la educación anarquista debe fundamentar sus
proyectos de pedagogía libertaria, y no en aquella concepción individualista burguesa
de Rosseau, que sirve de base para la llamada escuela nueva.
Es
en el concepto anarquista de libertad que el riesgo está presente. Asumir la
libertad es asumir el riesgo, asumir la libertad es proyectarse, lanzarse en un
futuro abierto, en un horizonte de eventos ilimitados. Y si todo puede
acontecer, es porque ese hecho es arriesgado, porque debe ser audaz y creativo.
Gusto de pensar como el filósofo Jean Paul Sartre, uno de los que contemporáneamente
se dedicaron más al tema de la libertad. Para él, no somos necesariamente
libres; la libertad es el fundamento del ser del hombre. Y la libertad es una
cosa mucho más simple: la capacidad de escoger. Todos tenemos que hacer elecciones,
y haciéndolas estamos ejercitando la libertad. Pero si la libertad es una
característica humana por excelencia, ella sólo se vuelve acto cuando la
ejercitamos.
Es
por eso que la libertad, para Sartre, sólo se da en situación. Ella es siempre
acto (un acto de elección), realizado en medio de otros seres humanos, en el
mundo. Aquí podemos conectar a Sartre y Bakunin. El acto de escoger implica la
más absoluta responsabilidad por el acto y por todas sus consecuencias. Es por
eso que la libertad aterroriza a muchos que huyen de ella. Ser libre es ser
también, necesariamente, responsable. Nuestra sociedad autoritaria está
sustentada, dentro de otros pilares, justamente en el hecho de que muchas
personas prefieren obedecer, para poder dejar la responsabilidad sobre los
hombros de quien ordena, del que asume la libertad y las responsabilidades que
ella implica.
La
pedagogía autoritaria, practicada en las escuelas, en las familias y en los
demás dispositivos sociales, nos forma para que seamos aquello que no somos,
para obedecer la máquina social de producción. Pero nos ofrece en cambio muchos
chivos expiatorios sobre los cuales lanzar las responsabilidades que no queremos
abrazar: los países, los patrones, los políticos, etc. etc.
La pedagogía libertaria, a su vez, pretende enseñarnos la libertad. Sí,
porque ella necesita ser aprendida. Y,
más que aprendida, necesita ser construida
y conquistada, en un proceso que debe ser, necesariamente, colectivo. Aprender la libertad y aprender a hacer
elecciones, asumir las responsabilidades por ellas y por aquello que de ellas
deriva. Aprender la libertad y aprender a convivir con el riesgo, y aprender a
gustar del riesgo, es aprender el placer de vivir en la cuerda floja, sin nunca
saber el resultado del próximo paso. La pedagogía libertaria hace, así, una pedagogía del riesgo, en
cuanto la pedagogía autoritaria se resume en una pedagogía de la seguridad.
Volviendo a las dos posibilidades de
educación, ahora utilizando una terminología “robada” de Guattari y Deleuze,
podemos decir que la pedagogía autoritaria se constituye en un proceso de subjetivación, que provee a los
individuos un panorama social y los territorializa en ese panorama, haciéndoles
ser aquello que se espera de ellos. Es, por lo tanto, un mecanismo de
construcción heterónoma de los sujetos. Y la pedagogía libertaria busca un
proceso de singularización, en el cual el individuo se construye a sí mismo en diálogo
activo con otros y con el medio que le rodea. Es, por tanto, un mecanismo
autónomo que desterritorializa el sujeto. La territorialización de la pedagogía
autoritaria provee la seguridad de un mapa ya dado, con los caminos trazados de
antemano. La pedagogía libertaria, a su vez, apuesta por un mapa a ser construido
en la medida que se vive, una desterritorialización que implica la construcción
de territorios siempre nuevos, nunca definitivos, en el riesgo y en el placer
de un viaje a ciegas, de un vuelo sin instrumentos, absolutamente abierto para
la creatividad.
Nota
[1]
Silvio Donizetti de Oliveira Gallo es un pedagogo y anarquista brasilero. Es autor
de diversas publicaciones, entre las cuales destacamos Anarquismo: uma introdução filosófica e política”
(Rio de Janeiro: Achiamé, 2000) y Educação
do Preconceito – ensaios sobre poder e resistência (Campinas:
Editora Alínea, 2004). El presente ensayo, traducido desde el portugués por
Maximiliano Astroza-León, fue escrito en 2003 para una exposición y publicado
por primera vez en Pedagogía
Libertária. Anarquistas, Anarquismos e Educacão (São Paulo :
Editora Imaginario – Editora da Universidade Federal do Amazonas, 2007. Pp. 260
– 265).
[Texto
incluido en la compilación Educación anarquista. Aprendizaje para una
sociedad libre, Santiago de Chile, Edit.Eleuterio, 2012.]
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