Carlos Solero
Es persistente la existencia y el aumento de niñas y niños jornaleros en diversas provincias de la región argentina. En algunos casos como el de Jujuy se ha legalizado el trabajo infantil para la cosecha de tabaco.
El flagelo de la explotación y la pobreza y del trabajo infantil no son elementos disfuncionales del capitalismo, ni "daños colaterales", están en la esencia del sistema desde la Revolución Industrial Siglos XVII y XIX.
Es persistente la existencia y el aumento de niñas y niños jornaleros en diversas provincias de la región argentina. En algunos casos como el de Jujuy se ha legalizado el trabajo infantil para la cosecha de tabaco.
El flagelo de la explotación y la pobreza y del trabajo infantil no son elementos disfuncionales del capitalismo, ni "daños colaterales", están en la esencia del sistema desde la Revolución Industrial Siglos XVII y XIX.
La extracción de plusvalía y el mantenimiento o aumento de la tasa de ganancia son factores fundamentales para la acumulación de capital.
Esto ocurre desde los orígenes de este perverso sistema que por un lado revoluciona permanentemente los medios de producción y a la par busca precarizar las condiciones de trabajo.
En efecto, la fuerza de trabajo no solo tiende a ser minimizada por los cambios tecnológicos que se orientan a reducirla cada vez más en su calidad y en su precio: el salario.
Todo lo antedicho aumenta la sobreexplotación y la exclusión social.
Un relevamiento da cuenta que en la ciudad de Rosario mas del 60% de las personas en situación de calle tienen menos de 40 años.
En tanto en la misma urbe se exalta el boom de los emprendimientos edilicios e inmobiliarios de alta gama. El sistema predador de vidas se lubrica en su dinámica por la desigualdad y la miseria crecientes. ¿Una paradoja?
No. Su propia lógica de acumulación y descarte de vidas humanas cada vez más precarias y frágiles.
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