Cuadernos
del Capitaloceno
A
inicios del siglo XXI, en los territorios dominados por el Estado chileno, la máquina extractivista abre territorios y cerca comunidades, que así son encadenadas
a las dinámicas globales de acumulación capitalista. En este nuevo ciclo de colonización y despojo, se impone una territorialidad neoliberal que des-plaza y/o subordina las territorialidades preexistentes; proceso que supone un meticuloso trabajo de ‘ingeniería social’ que reorganiza las dinámicas cotidianas y
moldea las relaciones. En el Chile neoliberal,
el diseño de este nuevo orden emerge
de las ‘alianzas público-privado’ que,
sin renunciar a la violencia física directa,
operan complejas estrategias psicosociales para prevenir, contener y canalizar
las resistencias. En este contexto, las
políticas de Responsabilidad Social Empresarial
(RSE) cumplen un rol clave en
tanto mecanismos de ‘Pacificación so-cial’
que hacen viable y a la vez legitiman el
extractivismo.
En
los discursos oficiales, la RSE se entiende como el conjunto de prácticas con que las empresas se hacen responsables de impactos sociales, ambientales y económicos,
que pueden derivar de sus faenas, estas responsabilidades se ejercen de forma voluntaria y sobrepasan las exigencias
legales de los países en que operan. Las políticas de RSE se concretan en programas y proyectos de intervención comunitaria que se complementan con estrategias comunicacionales orientadas a posicionar a las empresas como actores centrales de la cotidianidad local; éstas articulan el sentido tradicional de la ‘filantropía
patronal’ con los principios de innovación
y sustentabilidad que generan valor agregado a las corporaciones en el mundo globalizado. La RSE surge en el cambio de siglo, bajo el paradigma del ‘Desarrollo Sustentable’ y se vincula a las
políticas de inclusión social,
multiculturalismo y superación de la pobreza, que organismos multilaterales promueven para gestionar los efectos de un modelo de desarrollo centrado en el mercado.
En
territorios subalternizados bajo la forma de enclaves extractivos
(mineros, forestales, pesqueros, etc.) las corporaciones asumen en diversos
grados y formas las funciones
tradicionalmente atribuidas al
Estado. En estos contextos de extrema desigualdad,
las empresas proveen no solo
trabajo, también educación, salud, conectividad,
atención social, proyectos culturales,
deportivos y recreativos, que vehiculizan
los valores del mundo empresarial; Así, cada empresa construye el ‘mejor mundo posible’ para rentabilizar su inversión. Pero como la hegemonía es un proceso en permanente disputa, las resistencias siempre son posibles, lo que obliga a las empresas a desarrollar formas cada vez más sofisticadas de RSE. De hecho,
a diferencia de la ‘filantropía patronal’ que caracterizó las relaciones
asisten-ciales entre
empresariado y comunidad en el
siglo XX, la RSE no se asume como una
práctica caritativa, que se sostiene en el
trabajo voluntario y es externa al negocio, sino como una dimensión de éste, altamente
profesionalizada, donde equipos de
psicologxs, antropólog@s, sociologQs, periodistas
e ingenier@s construyen relaciones eficientes y planifican el desarrollo local. La ‘vinculación con el medio’ es el resultado de un trabajo profesional que gestiona emociones, tradiciones, sueños.
Así,
encontramos empresas que, con distintos niveles de éxito, logran copar los espacios de producción y reproducción de comunidades empobrecidas, desplegando
discursos mesiánicos, que ofrecen la
salvación desarrollista. Entre las experiencias emblemáticas de este tipo de in-tervención, destacamos: (a) El accidentado
trabajo de Pascua Lama (Barrick) con comunidades
de Huasco, que incluye un polémico
proceso de etnificación, donde la
empresa promueve y financia organizaciones diaguitas que le son funcionales, mientras se desarticula el tejido social; (b) El trabajo de Rockwood Litio Lta. (actual Albemarle Corporation) con el Consejo de Pueblos Atacameños, y desde antes con la comunidad de Peine, donde la empresa traspasa una renta directa, formalizada en un ‘Convenio’ que les garantiza
la licencia social; (c) El trabajo de Minera
Los Pelambres (Grupo Lucksic) en
la provincia de Choapa, que incluye elaboradas
campañas de educación y protección ambiental, que junto a los fondos de microemprendimiento, instala un ‘Estado
dentro del Estado’; (d) La polémica intervención
del proyecto Dominga en la
comuna de La Higuera, donde el trabajo comunitario previo a la aprobación del proyecto, genera las condiciones para la movilización de sectores sociales que defienden los intereses de la empresa; y (e) El trabajo de forestal Mininco que, paradójicamente,
a la vez que tala bosques, levanta
huertos medicinales y el Centro de
medicina mapuche del Hospital de Nueva
Imperial. Se trata de intervenciones en territorios asolados por la sobre explotación, donde los bienes naturales que sostenían la vida, han sido mercantilizados.
Aquí las empresas participan en
acuerdos ‘público-privado’ con los municipios,
pero también establecen relaciones directas con grupos locales, que dividen familias y comunidades.
Cabe
destacar que la RSE se inscribe en un
innovador ‘campo discursivo’ que se apropia
de la crítica para despojarla de su potencial
transformador. A través de intensas campañas comunicacionales e intervenciones
situadas de compensación y mitigación
de daños, las políticas de RSE permiten
a las empresas desresponsabilizarse de la crisis ambiental y, paradójicamente,
posicionarse como guardianes de la
naturaleza y el patrimonio cultural de las
comunidades aledañas a sus faenas; normalizar
los efectos ambientales como externalidades
compensables, construir una
identidad positiva desde el rol del ‘buen
vecino’ y minimizar el conflicto empresa/comunidad.
Estos discursos de
legitimación dan lugar a sofisticadas prácticas
de RSE, donde empresas empáticas buscan las estrategias para lograr la sustentabilidad. Más allá de los discursos,
el auge extractivista que caracteriza estos
tiempos requiere legitimación, y la RSE
lo consigue, a la vez que abre nuevos mercados.
En tiempos de pacificación social, la profesionalización de la empatía y la solidaridad puede ser más eficiente que una intervención armada.
[Publicado
originalmente en Cuadernos del
Capitaloceno # 1, norte semi árido de Chile, primavera 2018. Número
completo accesible en http://lapeste.org/wp-content/uploads/2019/05/CapitalocenoI.pdf.]
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