Harold B. Barclay (1924-2017)
En
el vocabulario anarquista, poder, autoridad y dominación son términos críticos.
A menudo he sospechado que muchos anarquistas creen que una sociedad se puede
crear allí donde haya una total ausencia de poder y autoridad, y verdaderamente
todo anarquista cree que de algún modo podemos prescindir de toda dominación.
Un problema mayor ante tales debates es que las palabras clave ‘poder’ y
‘autoridad’ son con frecuencia confundidas. Este ensayo trata de aclarar todo
esto de algún modo. Mi conclusión final es que el poder y autoridad de algún
modo son protagonistas inevitables de toda organización social, incluyendo
cualquiera de las anarquistas. Empezaré revisando algunos análisis clásicos
sobre el poder.
Max
Weber definió el poder como “la probabilidad de que un actor en su relación
social esté en posición de llevar a cabo su propio deseo a pesar de la resistencia,
sin tener en cuenta la base en la que esta probabilidad descansa”. “La dominación
es la probabilidad de que una orden con un contenido específico sea obedecida
por un grupo de personas” (1978: 53).
Sus
definiciones pueden ser útilmente contrastadas con aquellas que presenta Foucault,
quien ve el poder no como una cualidad sino como un proceso. Lo que es importante
para Foucault es que el ejercicio del poder y las relaciones de poder toman la forma
de la dominación. Así es cómo los individuos se convierten en sujetos. Todos
los ejemplos de Foucault sobre el ejercicio de poder, ya sea en los usos del
conocimiento, del castigo, del encarcelamiento o del confinamiento de enfermos
en un psiquiátrico o en un hospital, o temas de sexualidad, son relaciones de
dominación. “El poder es la guerra, la continuación de la guerra por otros
medios” (2003: 15).
Yo
aceptaría que casi todas las expresiones de poder son formas de dominación en
la manera en que ambos, Weber y Foucault, hacen hincapié, y que el poder puede implicar
una forma de guerra. También mantendría que, como otros primates, los humanos
tienen una propensión a la dominación y a la agresión. Si no fuera el caso, ¿por
qué ha sido esto un problema constante en las sociedades humanas? De hecho, de acuerdo
con algunos teóricos, el orden social en la sociedad existe para reprimir aquellas
tendencias dominantes y agresivas.
En
otro sitio he definido ampliamente el poder, incluyendo también la noción de influencia,
como la habilidad de hacer que los otros hagan lo que tú quieres que hagan (Barclay,
1990: 20). El poder es claramente un saco, que como término incluye muchas facetas
y, así pues, cualquier definición sufriría de imprecisión. Pero quizás el poder
es mejor entendido como una constante en el que en un polo está la dominación y
en el otro un ejercicio de influencia sin intento de dominación. Los dos polos
se tuercen el uno hacia el otro sin una clara y concisa diferenciación. Al
contrario que Foucault o Weber, afirmaré que, aparte del poder por dominación o
el uso manifiesto de la fuerza y el poder por manipulación, existe también, en
el polo opuesto, el poder en igualdad o mutualidad. Esto es, uno debería
imponer su poder trabajando con otros; uno reafirma totalmente su poder
imponiendo su propia libertad. Incluso en una relación entre iguales, donde uno
trata de convencer a otros con argumentos racionales, hay una expresión de
poder, pero necesita no implicar dominación. Toda sociedad libre fomenta los
aspectos no dominantes del poder mientras que hace lo contrario con los
aspectos dominantes.
El
poder como fuerza manifiesta y manipulación
El
poder derivado de la fuerza bruta, como un ejército, las fuerzas policiales o
de un simple individuo con un gran palo es una aplicación de fuerza física,
mientras que el poder derivado de la riqueza, ideología o de cualidades
personales o de un rol social supondría tanto fuerza física como manipulación,
o ambas. Stanislav Piddocke observó en un ensayo no publicado: “puedes darles
una paliza, puedes comprarlos o dejarlos perplejos”. El poder como fuerza
manifiesta implica explotación y control.
La
fuerza física es una fuente fundamental de dominación. Entre los Inuit y algunos
pueblos de Nueva Guinea, la fuerza física pura de un individuo puede convertirle
en el dictador virtual de un grupo. En otros sistemas sociales uno podría confiar
en un cuerpo de secuaces armados que serían sus familiares, servidores o pistoleros
a sueldo. O bien, uno podría tener un acuerdo más sofisticado con un ejército formal
bien equipado y un cuerpo policial y es aquí donde nos encontramos con el Estado,
el cual clama por el monopolio último del uso de la fuerza física para hacer cumplir
sus leyes. Todos los estados fundamentalmente confían en la amenaza de la fuerza
física. Incluso en el paraíso marxista, se sustituye la dominación del
capitalismo por la dominación de los burócratas.
La
fuerza física es a menudo aplicada en la disciplina de los niños y en el tratamiento
de los animales. El comportamiento de los mamíferos y las aves de corral, que
son los únicos animales domésticos de importancia, está en la naturaleza básicamente
determinado por el dominio. Un ejemplo apropiado es el caballo. Donde hay un
semental, la manada estará dominada por él. Una vieja yegua le sucederá en la línea
de orden, y ante la ausencia del semental será ella quien invariablemente ocupe
el puesto de jefe. Algunos, equivocadamente, dan por supuesto que una manada de
caballos en movimiento está siendo guiada por la yegua porque ella se sitúa por
delante del semental, pero él está en su posición porque él es quien guía la
manada, no siguiéndola. Una persona es capaz de domesticar y controlar el
caballo porque está asumiendo la posición de dominador, aunque esto no
significa que uno deba “romper” el animal.
Aparte
de la fuerza física, la dominación coercitiva manifiesta se expresa a través
del empleo de la riqueza. Con fuentes adecuadas de financiación, uno puede de buena
gana comprar la conformidad de otros. En su más cruda forma, esto implica soborno,
y tras ello está una sutil amenaza de fuerza. La riqueza es un prerrequisito
para otras fuentes de poder. Una empresa capitalista usa su riqueza y poder
para explotar y controlar a otros y forzar a otros a obligarlos o a adquirir
una posición mejor. Una apropiada situación militar requiere un gasto inmenso.
La
comunidad científica moderna gusta de hacer hincapié en su objetividad y neutralidad,
pero los trabajos científicos dependen de las subvenciones económicas de los
gobiernos y empresas con la intención de emprender la investigación.
Estos
últimos, entonces, son capaces de ordenar un cumplimiento subvencionando a
aquellos que apuntan a sus intereses. Los diversos y específicos caminos
tomados por una investigación científica están tan bien recorridos porque son capaces
de atraer la financiación de los gobiernos y empresas interesadas. Otros caminos
potenciales e igualmente importantes, si no más importantes, están bastante
menos recorridos o casi ni existen porque los proveedores de dinero no están interesados
o son totalmente opuestos a ellos.
En
la antropología canadiense, los fondos y partidas para estudiar el Ártico son, claramente,
bastante más disponibles que para aquellos trabajos, por ejemplo, en África o
en las Maldivas. Podríamos cuestionar cuán imparciales serían los resultados de
muchas investigaciones científicas ya que en realidad se puede saber, o se
puede tener una buena idea, de los resultados deseados por el proveedor del
dinero. Así que la ciencia no es tan imparcial después de todo.
El
poder como dominación estaría expresado mediante la manipulación. El poder
-influencia- de uno se realza con el uso de la radio, la televisión,
publicaciones, todo lo que requiere riqueza ya sea directamente a través de sus
propias fuentes o bien por la influencia de una persona sobre aquellos que
tienen riqueza y que controlan los medios de comunicación. El objetivo de tales
controles es todo aquello que demasiado a menudo busca manipular la opinión
pública. Esto es distinto de tratar de convencer a otros con argumentos
racionales, donde haya un acceso igualitario a los medios de comunicación.
Un
individuo emplearía intrincados medios para manejar el sistema en su beneficio
tal y como demuestran los conservadores y bien conocidos comentaristas de las
relaciones sociales, Maquiavelo o Pareto. Maquiavelo en El Príncipe proporciona
aquello que podría denominarse como guía práctica de cómo gobernar de manera exitosa
un Estado a través de la aplicación de la astucia, la manipulación, el fraude y
la violencia. Pareto sostenía que los estados están inevitablemente dominados
por una élite y hay una circulación de élites en las que, siguiendo la
terminología de Maquiavelo, los zorros suceden a los leones y los leones siguen
a los zorros, significando en parte que los manipuladores listos se alternan
con los usuarios de la fuerza física manifiesta (1966: 57-8, 257).
Uno emplearía la ideología como instrumento de manipulación. A
este tipo de cosas se le llama “lavado de cerebro”. Esto es, un pueblo sufriría
tanto la propaganda que sería dirigido a creer con máxima firmeza en alguna
ideología. Ésta entonces les compilaría
a actuar y obedecer en una determinada dirección. Inculcar la noción del fuego
del infierno y la negativa a la salvación fue durante mucho tiempo un fácil mecanismo
de perpetuar un sistema autoritario. Hoy, la ideología patriota y nacionalista de
América primera y siempre, América por encima de todo, es una potente fuerza de
captación, posiblemente sobre una mayoría de americanos, siendo un producto de
la educación americana. Si uno incrusta en mentes ingenuas las mismas ideas sin
oportunidad de exposición de ideas alternativas, como sucede con el sistema
educativo y en las iglesias, uno consigue la dominación. Incluso tiene que ser
recordado que para promulgar una ideología es invariablemente necesario tener
las fuentes materiales de riqueza e individuos con cualidades personales
significativas, especialmente carisma y muy a menudo, apoyo militar.
Rudolf Rocker especulaba que la religión era el origen del poder.
“No sin razón, todos los defensores del principio de autoridad trazan su origen
en Dios” (1937: 46). “Todo poder tiene su raíz en Dios, todo gobierno se haya
en su más profunda esencia divina” (Rocker, 1937: 48). “Incluso la derivación
de incontables títulos nobiliarios de nombres en que la función sacerdotal de
sus antiguos siervos se hace claramente patente, apunta con certeza hacia el
común origen de las religiones y del poder temporal” (Rocker, 1937: 55).
Rocker, por tanto, pone el énfasis en la conexión entre el poder y la ideología
en la forma de la religión. El antropólogo Hocart también reconocía el aspecto
ideológico del poder. Sacó a relucir que las primigenias funciones de gobierno
eran asumidas por especialistas de rituales, algunos de los cuales, en el curso
de
la historia, han pasado a ser auténticos gobernantes de Estados como parte del proceso
general del aumento de la especialización en la división del trabajo” (1970:
35).
Las
cualidades personales o atributos, incluyendo el rol social de cada uno, suponen
otros instrumentos de poder, pero que son invocados tanto en la forma de fuerza
manifiesta o de manipulación. Como se asumía arriba, el carisma es lo más importante.
Con carisma, un individuo posee unas características psicológicas con las que
apela a las masas. Lo que son estas características específicas depende hasta
cierto punto del contexto cultural. De este modo, que una persona sea
carismática para un grupo puede que no lo sea para otro. Franklin Roosevelt y
John F. Kennedy eran carismáticos para muchos americanos; Winston Churchill lo
era para los británicos y Hitler para muchos alemanes. Todos ellos poseían una
atracción sobre las masas que motivaba la obediencia. Pero, de nuevo, como con
la ideología, tras el carisma esta normalmente el apoyo de la riqueza y de la
fuerza física, al igual que la ideología, aunque pudiera ser posible que
alguien se asegure la obediencia puramente con las cualidades carismáticas, en
cuyo caso no estaríamos hablando de dominación, sino más bien de poder como
influencia, el intento de convencer a otros a través de argumentos supuestamente
racionales.
Sin
embargo, el poder no está invariablemente asociado a los recursos materiales.
Como apuntó Knut Hamrun en su novela Children of the Age, una persona podría
no tener riqueza o poder oficial, pero gran importancia debido a que viene de
una antigua familia de alto estatus mientras que un rico y poderoso capitalista
advenedizo no es reconocido lo más mínimo. Tenemos aquí la operación, no sólo
de cualidades personales, sino también de la ideología, ya que el
reconocimiento de la importancia de la persona está basado en principios
derivados de la tradición y, a la luz de esto, aparece el deseo de
subordinación. Es posible, sin embargo, que una persona haya podido heredar
esta importancia, pero no tratar de utilizarla en su propio beneficio.
Las
cualidades personales combinadas con el impacto de la ideología producen otras
manifestaciones de la manipulación del poder. El público ve a los físicos como autoridades
mundiales en cualquiera de las materias porque son físicos. Muchos “científicos”
asumen de manera parecida esta posición. Uno debería darse cuenta de que el
físico Steven Pinker y el biólogo Richard Dawkins asumen el trono de las
mayores autoridades del mundo. De un modo algo distinto, los jugadores
profesionales de pelota, de hockey y similares, influyen en el comportamiento
de otros sobre una multitud de materias dada su posición en una sociedad en
cuyos deportes son importantes. Y en la sociedad occidental, cualquier blanco,
de mediana edad, con familia, será atendido con mayor frecuencia que otros no
tan agraciados. E incluso, una vez más, es más que posible que tales personas
no traten de usar su rol como un instrumento de dominación impuesta.
Hay
expertos que ejercitan el poder en su campo por el simple hecho de ser expertos.
Estos son “autoridades” y argumentaré posteriormente que en este área hay una
legitimidad e inevitabilidad ausente en los ejemplos arriba mencionados. El conocimiento
confiere un gran poder. Diríamos que hay un conocimiento natural por el que
cada persona es astuta al tratar con la gente y al manipularla y agasajarla.
Otro conocimiento estaría definido de diversas maneras en diferentes sociedades
y tendría
implicaciones
ideológicas. Así, el musulmán medieval y las sociedades cristianas harían hincapié
en el conocimiento de la escritura y de los rituales sagrados. En una pequeña sociedad
de cazadores, un valioso conocimiento no sólo estaría en la magia, el mito y el
ritual, sino en percatarse del comportamiento del fuego, la localización de las
fuentes de agua, plantas comestibles, y en la manufactura de herramientas. Hay
muchas sociedades en las que el chamán, por su control sobre lo que se
considera como conocimiento valioso, es la persona más poderosa en el grupo.
Hasta los tiempos modernos, el conocimiento religioso era universalmente la
forma más importante e influyente de conocimiento y su control era el mayor
mecanismo de la creación y mantenimiento del Estado. Hoy, la ciencia tiende a
desplazar la religión. El tubo de ensayo sustituye al cáliz, la bata de laboratorio,
al hábito. Sobre todo, el poder crea conocimiento y el conocimiento crea poder;
como Foucault señaló, “el poder y el conocimiento se implican directamente el
uno con el otro; no hay relación de poder sin la correspondiente constitución
de un campo de conocimiento, ni un conocimiento que no presupone y constituye
al mismo tiempo relaciones de poder” (Foucault, 1979: 27).Debo subrayar como
consecuencia de este razonamiento que no quiero sugerir en absoluto que todos
aquellos que crean o hacen uso del conocimiento lo hacen con propósito de
manipulación o coerción para adquirir o mantener poder. Ciertamente este no es
el caso. Mi opinión es que el conocimiento es fácilmente empleado, y a menudo
demasiado empleado, pero, por el contrario, debería conllevar un uso del poder
en igualdad o en compañerismo.
Mucho
de lo que Foucault entiende por poder puede ser criticado. Afirma que no es una
institución ni una estructura y que no puede centrarse en una institución específica
tal como un Estado. Yo diría que Foucault no aprecia totalmente que, tras fuerzas
multitudinarias de dominación y disciplina, el cuidado de un paciente psiquiátrico,
o del enfermo, o en sexualidad o conocimiento o cualquier otro ejercicio de
poder,
ahí está el poder del Estado. El poder está encubierto en las instituciones.
Poder
en igualdad
Las
relaciones de poder no son exclusivamente aquellas de dominación y
manipulación. Cuando uno entra en debate o en general está tratando de
convencer a otra persona de su punto de vista está, de hecho, utilizando poder
–intentando influenciar a otro-, pero no está necesariamente buscando dominarle
o explotarlo. Cuando uno trabaja con otros de mutuo acuerdo o impone su
libertad individual no tiene por qué haber un intento de dominar. Ahora,
aseguro que esto es sólo una pequeña cara de todo el problema del poder y que
la característica esencial del poder es cómo llega a convertirse en una cuestión
de dominación.
El
poder en igualdad o mutuo puede llegar a transformarse en un medio de dominación
en sí mismo. Por ejemplo, en mi razonamiento para convencer a otra persona
debería apoyarme en la dominación imponiendo mi conocimiento asumido como
importante, mi posición social o habilidad para expresarme. Soy consciente o inconsciente
al tratar de dominar. Respecto a esto, no puede haber una manera obvia de
detectar
la motivación de cada persona. Uno podría asumir erróneamente un intento de dominar
o incluso, por el contrario, no ver este intento. La dominación puede ser muy sutil,
incluso el propio individuo puede no percibir su propio intento de dominar.
El
deseo de tener influencia y de ser reconocido, el deseo de mejorar, podrían ser
legítimamente considerados como universales humanos. Es una clase de deseo de
poder que no necesita conllevar un deseo de manipular o dominar a otros. Está
bien relacionado con lo que debería llamarse un deseo de libertad. Este deseo
busca la libertad desde las restricciones opresivas. Uno emplea su propio poder
para ser liberado de tal restricción y para controlarse a sí mismo. Con esto,
uno afirma su igualdad con los otros.
Ruth
Benedict consideraba a los indios Pueblo como un pueblo que desaprobaba cualquier
aspiración para ascender sobre sus colegas o para dirigir la atención hacia uno
mismo (1950). Similar es el caso de los miembros de Hutterian Brethren y de la
Vieja Orden Amish, que habían sido descritos del mismo modo. Otros han
cuestionado el punto de vista de Benedict (Bennet, 1946) afirmando que los
hutteritas y los amish no son tampoco tan opuestos al deseo de tener influencia
personal. Al menos en sus sociedades respectivas, algunos hombres alcanzan más
prestigio e influencia que otros. Obviamente, hay una gran diferencia entre
sociedades humanas y dentro de una sociedad humana concreta como éstas. En
nuestra sociedad están aquellos que buscan concienzudamente el anonimato y no
desean más que pasar desapercibidos. Pero mi idea es que la gran mayoría en
cualquier lugar busca de alguna manera ser influyente –y esta es una expresión
de poder y libertad que no necesita conducir al poder a través de la dominación,
pero fácilmente puede llegar a este extremo, en parte porque los humanos tendemos
a dominar.
Así,
hay formas de poder por dominación y formas de poder, en igualdad o compañerismo.
El poder por dominación emplearía fuerza manifiesta, riqueza, características
personales, ideología y/o conocimiento. Pero las características personales y
el conocimiento están también empleadas en la expresión de poder en igualdad. Si
se convierten en intentos de dominar, dependen de la intención. Necesitan no ser
intentos de dominar, sino más bien de influenciar a través del discurso
racional.
Una
nota al El Deseo de Poder
Max
Stirner, quien rechazó el estado y toda su autoridad institucional, aseveró su derecho
como individuo a usar su poder para dominar donde pudiera. Escribe: “aquello a
lo que tienes el poder de ser, tienes el derecho a serlo… tengo la capacidad
para todo aquello que tengo en mi poder para hacer” (Stirner, n.d.: 197). Esto,
creo, es una expresión extrema y distorsionada del uso del poder para ser
libre, un uso que justifica la dominación sobre otros. Esta visión es similar a
la filosofía de Nietzsche, la cual abogaba por un deseo de poder, provocando un
gran número de comentarios acerca de lo que él quería expresar mediante este
término. Ha sido interpretado como la forma más estúpida (maleducada, grosera)
de darwinismo social; el pisoteo sobre los demás para colocarse uno mismo en la
cima para conseguir todo lo que desea. Walter Kaufman intentó dar cuenta de
esta interpretación extrema cuando definió el deseo de poder como “un esfuerzo
por trascender y perfeccionarse a sí mismo, un camino para superar lo cotidiano
y sobrepasar el ‘yo existente’. Esto es el poder de ser igual a cualquier adversidad
y tratar con lo peor de la vida” (Kaufman, 1986: 90). Esto es, de un modo, el poder
de ser libre. Para Kaufman, el deseo de poder de Nietzsche es comparable a lo que
he estado tratando de describir como poder en igualdad. No debería estar identificado
con el poder político o militar. Otros como Detwiler han argumentado que la
interpretación de Kaufman pasa por alto los claros aspectos políticos del deseo
de poder de Nietzsche y, en su creencia de que la lucha por la auto-perfección
no es puramente un camino individual sino que se aplica a toda la humanidad. El
camino para dominar es un aspecto de su deseo de poder. “Todo camino es una
clase de deseo (lujuria) por gobernar” (Nietzsche, 267).
Los
escritos de Nietzsche nos dan a menudo importantes ideas de la manera en la que
el poder funciona. Una razón mayor para ello es que a parte de la defensa del poder
como dominación, él es un defensor del poder como influencia, como poder en mutualidad
y en igualdad y especialmente en la lucha por la libertad individual, como sugería
Kaufman. Quizás por esto, aumenta el número de anarquistas que están muy impresionados
con Nietzsche. El propio Nietzsche consideraba que el ‘radicalismo
aristocrático’ era un término más apropiado para su punto de vista (Detwiler,
1990: 189).
Nietzsche
no era el único que se daría cuenta del deseo de poder de los humanos. Mihail
Bakunin observó que existe una ‘lujuria’ por el poder en toda persona, aunque
al contrario que Nietzsche, despreció este camino cuando entendió el poder exclusivamente
como dominación. Creía que “en una sociedad inteligente, bien despierta,
guardando celosamente su libertad y dispuesta a defender sus derechos, incluso
los individuos más egoístas y malévolos, se vuelven buenos miembros de la sociedad.
Tal es el poder de la sociedad, mil veces más grande que el más fuerte de los individuos”
(1968: 249). Esto, por supuesto, expresa la creencia de Bakunin de que la gente
es básicamente buena y sólo requiere la guía para una buena sociedad. Otro anarquista,
Rudolf Rocker, también expresó su creencia en el deseo de poder. “El deseo de
poder que siempre emana de individuos o de pequeñas minorías en una sociedad
es, de hecho, uno de los más importantes motores de la historia” (Rocker, 1937:
28). En su posterior desarrollo de esta noción resulta que Rocker, como
Bakunin, veía el poder puramente como dominación y me temo que esto es también
una visión popular muy extendida, que según lo que he estado sugiriendo, es
sólo una parte de un todo.
Autoridad.
Max
Weber acentuó la diferencia entre poder y autoridad. En cualquier sociedad los miembros
muestran reconocimiento a algunos otros por tener autoridad en campos específicos.
Así, en una sociedad moderna, los miembros aceptan como legítimo el derecho de
ciertas personas a llevar, y donde sea necesario a usar, armas de fuego, para capturar
a sospechosos de quebrantar la ley. Miembros de esta sociedad no reconocen como
legítimo el uso de la fuerza por otros como, por ejemplo, los gángsteres. En ambos
casos se usa la fuerza física. En el primer poder se trata de autoridad, ya que
se ve como legítimo y correcto. El pueblo lo consiente. Pero el segundo poder
no es autoridad, es un uso ilegítimo del uso del poder. Algo de este tipo de
distinción puede ser identificado en todas las sociedades, incluso con una modificación
significativa de la terminología de Weber. La mayoría de los canadienses
suscribirían deseosamente la noción de que el poder del gobierno de Ottawa es
legítimo, pero sólo algunos accederían a este poder. Las varias generaciones de
gobierno colonial en, por ejemplo la Indonesia de los holandeses, comenzaron
como un caso puro de imposición de la fuerza bruta. Pero con el paso del tiempo
adquirió cierta legitimación, por lo que el poder se volvió autoridad, según la
terminología de Weber. Pero se vuelve poder legítimo porque los indonesios
aprendieron a acceder a él: crecieron acostumbrados a la situación y tácitamente
la aceptaron. El antropólogo británico Raymond Firth, se ha percatado de que el
poder adquiere una clase de apoyo desde el gobernado ya sea por la “apatía rutinaria,
inhabilidad para concebir una alternativa o por la aceptación de ciertos
valores considerados como incondicionales” (Firth, 1964: 123). El poder en
bruto de los gángsteres evoluciona hacia la autoridad legítima de aquiescencia
tácita. Ésta es verdaderamente la historia del Estado de las naciones. En su
gran aclamada obra The Evolution of Political Society, Morton Fried
observa que la legitimidad es un medio por el cual la ideología se une al
poder. La función de legitimidad es “explicar y justificar la existencia de
poder social concentrado, detentado por una porción de la comunidad y ofrecer
apoyo similar a órdenes sociales específicos, es decir, específicos modos de
aportar y dirigir el flujo del poder social” (Fried, 1967: 26).
No
aceptamos el uso bruto del poder y nadie rechaza totalmente alguna, ni todas, de
las formas de autoridad. Una concepción anarquista de legitimar la autoridad es
equivalente al poder en igualdad como se describió arriba. Fue mencionado hace bastante
tiempo por Proudhon: “(…) si un hombre nace como un ser sociable, la autoridad
de su padres sobre él cesa el día en que termina la formación de su mentalidad y
de su educación, se convierte en el asociado de su padre…” (1923: 264). Posteriormente,
Bakunin escribió “¿Será esto una consecuencia de que rechace toda autoridad?
No, nada más lejos para mi de tener tal pensamiento. En cuanto a las botas, difiero
de la autoridad de los zapateros… por cada tipo especial de conocimiento me refiero
al científico en su campo respectivo. Les escucho libremente, y con todo el respeto
que se merecen por su inteligencia, carácter, y su conocimiento, aunque siempre
reservando mi derecho indiscutible a la crítica y al control. No me contento
con consultar a un solo especialista que es una autoridad en un campo dado.
Consulto a varios de ellos. Comparo sus opiniones y elijo aquel que mejor me
parezca… Me inclino ante la autoridad de los especialistas porque está impuesto
sobre mi por mi propio razonamiento”. Una autoridad es aceptable porque es
racional y está en armonía con la libertad. Erich Fromm probablemente nunca
leyera a Proudhon o Bakunin, pero llegó a conclusiones similares. Fromm
distingue entre autoridad racional e irracional. La autoridad racional tiene su
fuente en la competencia; requiere escrutinio y crítica constantes, y siempre
es temporal. Está basado en la igualdad entre la autoridad y el sujeto “que
difiere sólo con respecto al grado de conocimiento o habilidad en un campo particular”.
“La fuente de la autoridad irracional, por otro lado, es siempre el poder sobre
la gente, ya sea poder físico o mental” (Fromm, 1947: 9). Paul Goodman en Drawing
the line, escribe sobre la coerción natural en la que un niño es
dependiente de su madre o un estudiante de su profesor, casos en los que
enseñar está involucrado con el intento de aumentar la independencia de uno
mismo para adquirir el nivel del otro. La autoridad racional, entonces, es la
aplicación del poder en igualdad.
La
sociedad moderna tiene mucha autoridad de quienes han ganado
racionalmente
el derecho a tener autoridad. Incluso en una sociedad anarquista, un fontanero
profesional o un genetista serán autoridades legítimas. Pero hoy hay muchos cuya
demanda de autoridad es irracional y estos son nuestros políticos, jueces y
policías. Y uno debería rápidamente ver el peligro potencial inherente en
aquellos que son autoridades racionales, un detalle que en mi opinión fue hecho
por Benjamin Tucker en su Instead of a book, que es todo muy fácil para
que las autoridades profesionales se conviertan en arrogantes y traten de
extender su autoridad por todos sitios.
Mayorías
y minorías
Parte
de la crítica a la democracia trata de que es un sistema político que
rápidamente crea tiranos de la mayoría. La minoría, los perdedores en unas
elecciones, deben someterse al deseo de la mayoría. Así pues, estos últimos
determinan qué es lo verdadero y la justicia. Para situar este problema, la
mayoría de los anarquistas, entre otros, han abogado por un sistema de
consenso. Esto es una práctica muy antigua común a la mayoría de los pueblos
rurales y comunidades de cazadores. También es la técnica empleada por la
Sociedad de Amigos (cuáqueros) en sus reuniones de negocios, denominada “el
sentido de la reunión”. Recientemente el territorio canadiense de Nunavut
inauguró una aproximación al consenso sin partidos. La gran mayoría de los residentes
de este territorio son Inuit (esquimales) o Dene, pueblos que siempre, tradicionalmente,
han tomado decisiones comunales a partir del consenso.
Bajo
tales presupuestos, la acción sólo se toma en un tema determinado si hay un acuerdo
unánime. Un punto está claro: el consenso es más exitoso donde el grupo es pequeño
y principalmente homogéneo y así ha sido en los pueblos rurales tradicionales y
en las comunidades de cazadores, así como en la Sociedad de Amigos. Con la homogeneidad
hay un amplio acuerdo sobre principios fundamentales, y así hay una posibilidad
reducida de que un grupo sea marginado en temas contenciosos. Esto, por supuesto,
sugiere otro problema mayor con la idea de consenso. Las decisiones finales sobre
algún tema consumirían un gran tiempo. Esto también ha sido una crítica elevada
al método democrático, pero sólo es obviamente un problema de intentar
conseguir el consenso, pero en la práctica no es el caso. Incluso en las
reuniones de amigos las propuestas de las minorías serían atendidas por “los
‘peces gordos’ amigos” quienes expresarían su “me preocupo por ti” y así
presionar a que la oposición se someta. En las comunidades de campesinos los
ancianos, de forma parecida, acercan a aquellos que se oponen una medida que
les favorezca. Los anarquistas han sugerido que dicho problema debería ser
reducido de manera considerable si la base del consenso estuviera limitada a temas
de política fundamental mientras que los temas de aplicación práctica dependerían
del voto de la mayoría, sujeta aparentemente por ese instrumento que nadie podría
obligar a que traicione sus propios principios. Además, otros han defendido el derecho
de la mayoría a salirse del grupo. Sin embargo, para la mayoría de situaciones esto
parecería en realidad que no es nada práctico, o incluso imposible. La mayoría
delas pequeñas minorías carecerían de la habilidad para crear una comunidad independiente,
separada. Entre algunos grupos el problema de la toma de decisiones ha sido
resuelto recurriendo al todo, pero uno se puede plantear que si las decisiones
se toman correctamente tirando un dado, también se pueden tomar hablando.
El
Poder en el movimiento anarquista
En
el movimiento anarquista el poder funciona con normalidad, pero existe la
esperanza de que sea el poder asociado en igualdad, aunque se pueda sospechar
que la dominación se inmiscuye muy a menudo. Primero está el poder de los
‘clásicos básicos’ desde Godwin hasta Kropotkin. Esto se ve más bien como
influencia sin intención de dominar. Asimismo, hay más contemporáneos que son
admirados por varias facciones del movimiento anarquista, tales como Chomsky o
Bookchin. Finalmente, hay pocas élites que superan lo ordinario por su oratoria
o por la publicación ocasional de un ensayo. Los hombres parecen recibir más
atención que las mujeres. Hay, inevitablemente líderes “naturales” que se
superan por una serie de factores personales. Ellos pueden ser más perspicaces
que sus colegas, más célebres, más elocuentes, sí, y más cercanos a la cabeza
del grupo. Así, entre todos estos individuos hay algunos que buscan el poder como
dominación y otros que no. Entre los grupos anarquistas de hoy, uno puede darse
cuenta rápidamente del empleo de la dominación por varios miembros, ya sea a
través del debate o por las expresiones de furia o desaprobación. Además, hay
revistas anarquistas (como Social Anarchism), que buscan dominar al
rechazar la publicación de material que no encaje con su estrecha visión
sectaria.
Están
también aquellos que buscan imponer su concepción de una sociedad libre para el
resto del mundo por medio de la fuerza manifiesta. Nestor Makhno era considerado
un anarquista, pero está claro que su técnica era básicamente de dominación.
Esto saca a colación una cuestión mayor para todos los anarquistas: ¿cómo se
podría proponer la institución de una sociedad anarquista sin contradecir el
principio básico del anarquismo de oposición a la dominación? Esta cuestión es
particularmente significativa para aquellos que sostienen que el comunismo es
un elemento inseparable del anarquismo, ya que a menos que uno espere hasta que
todo el mundo se convierta al comunismo, los comunistas-anarquistas sólo pueden
basarse en la fuerza física o métodos no violentos para atraer a aquellos que
se oponen al comunismo para que cambien sus puntos de vista. Creo que los
métodos no violentos serían los más compatibles con los principios anarquistas
de anti-dominación. Puede que nunca exista algo como un ejército anarquista o
acción militar. Al mismo tiempo, no se debe olvidar que hay muchas formas no
violentas de dominación. Así, sospecho que al final, la única vía legítima para
que se consiga el anarquismo es, como pensaba Gustav Landauer, evitando el
Estado tanto como se pueda y organizando enclaves de libertad y mutualismo.
Si
hubiera existido una sociedad anarquista hubiera sido necesario ocasionalmente
contener y confinar a pacientes psiquiátricos, especialmente sociópatas y
psicópatas. Habría sanciones contra el comportamiento individual. Ningún grupo
de humanos sociales ha prescindido alguna vez enteramente de ellas. La gente
que no nos gusta es evitada. Algunos son exiliados, otras veces, insultados. En
situaciones más graves, al menos en pasadas políticas anarquistas, alguien
podría ser invitado a abandonar la comunidad.
Pero
una diferencia importante entre la sociedad sin gobierno y aquella con gobierno
es que en la segunda hay una limitación en la imposición de sanciones exclusiva
de una élite muy pequeña, por lo que existe una clara jerarquía de aquellos con
poder y otros sin él. En una sociedad sin gobierno no debería existir tal cosa.
Es más, uno debería discutir que el intento de cualquier sanción impuesta por
anarquistas sería educar y corregir más que castigar o imponer una multa. Las
sanciones deben ser motivadas por una razón y claramente no por el deseo
irracional de dominar. Esto, garantizaría yo, está lejos de conseguirse con
facilidad. Las sanciones se aplican con mucha frecuencia erróneamente,
demandando, por consiguiente, que se debería constituir un sistema apropiado de
mediación e investigación.
La
resistencia al poder
Foucault
afirmó que “donde hay poder hay resistencia” (Foucault, 1980: 95). Pero mayor
es la cuestión de por qué hay tan poca resistencia al poder. Como apuntó Firth arriba,
deberíamos acostumbrarnos pronto o resignarnos. Etienne de la Boetie dedicó completamente
su libro “The Politics of Obedience: The Discourse of Voluntary Servitude a
la cuestión de la sumisión a los gobernantes y, a pesar de su antigüedad, creo
que continúa desarrollando nuestro entendimiento. A parte del miedo y del
fraude, el creía que las personas nacían siendo siervos y son tratadas como
tal. Mientras que uno podría ciertamente rechazar la primera de estas
observaciones, claramente como mencioné antes en este ensayo, una socialización
de individuos es una forma de adoctrinamiento obligado y, por tanto, de
dominación. De la Boetie también creía que la gente es engañada hacia la
servidumbre por la provisión de fiestas y circos por sus amos y, porque son
mitificados por prácticas rituales y dogmas religiosos que tratan de esconder
la vileza de los jefes e imbuir la relevancia y adoración tanto como el servilismo.
Son llevados a creer, como tantos buenos canadienses, en que debe haber gente
en el poder o si no todo sería un caos desesperanzado y desolación.
Para
De la Boetie el punto fuerte de la dominación no es la fuerza física tanto como
un efecto en cadena: el jefe tiene cinco o seis confidentes bajo su control;
ellos, por consiguiente, controlan a 600, y estos así, controlan a 6.000. “La
consecuencia de todo esto, de hecho, es fatal. Y a quienquiera que la plazca
desenrollar la madeja observará que no son los 6.000 sino 100.000 o incluso
millones, que cuelgan del tirano por su cuerda a la que están atadas. Según
Homero, Júpiter se enorgullece de ser capaz de tirar de todos los dioses cuando
tira de una cadena” (de la Boetie, 1975: 78).
Lysander
Spooner creía que “los ostensibles partidarios de una constitución” eran o
necios, embaucados, o aquellos que ven el mal del gobierno pero no saben como deshacerse
de él, o no desean jugarse sus intereses personales intentándolo. Spooner añadió
que las revueltas no son tan comunes porque la gente no sabe cómo llevarlas a cabo
y están más atentos a sus consecuencias personales.
Michael
Mann señala que la razón por la que las masas no llevan a cabo revueltas
es porque carecen de organizaciones colectivas que hagan lo contrario, porque están
inmersos en organizaciones de poder colectivo y distributivo controladas por otros.
Están, organizacionalmente, rodeados (Mann, 1986: 7).
Al
mismo tiempo hay ejemplos innumerables de resistencia pasiva, la cual ha triunfado
por conseguir sus fines. La dominación se encuentra con la resistencia. Si un número
suficiente se convencen de que están siendo embaucados y oprimido y, entonces,
rechaza obedecer, aquellos con autoridad se sitúan en una posición extremadamente
difícil, una en la que deberían estar socavados. El gran truco para los oprimidos
es estar rodeados organizacionalmente, para superar el miedo de actuar, y para
superar la mitificación y el engaño de aquellos que están en el poder.
Conclusión
El
objetivo del anarquismo es crear una sociedad basada en la cooperación
voluntaria, para minimizar el poder o, en otras palabras, para difuminar el
poder al máximo para equilibrarlo. Se trata de terminar con la dominación y con
todo tipo de jerarquía institucionalizada. Una sociedad anarquista debería ser
capaz de prescindir del Estado, con el poder como uso de la fuerza física y la
amenaza de la violencia por una élite minoritaria. Debería ser capaz de
prescindir del poder que se expresa a través del soborno o de los compromisos.
Debería estar libre de la influencia de aquella persona cuyo prestigio está
basado en su posición y del experto cuyo conocimiento le obliga a reclamar una
autoridad inmerecida. Pero entiendo que como seres sociales no podemos prescindir
del uso del poder como el que se emplea en una discusión o en la sanciones por
un comportamiento desviado. Incluso, nos gusta ser reconocidos y sentirnos que somos
de alguna importancia. Disfrutamos siendo influyentes y esto es uso del poder. Tu
influencia hará que otros hagan lo que quieres que hagan. Esperemos que tales expresiones
de poder se puedan limitar a aquellos que deriven de la igualdad y el compañerismo,
de la obligación individual de afirmar y perfeccionarse uno mismo, de expresar
desaprobación del comportamiento de otros, de elaborar un argumento y tratar de
convencer e influir sobre otros. Además, el poder persistirá obligatoriamente
como autoridad racional. Tal y como he expresado en el principio de este
ensayo, el poder es un término ambiguo el cual debería ser visto como una
constante con la dominación y manipulación en un extremo, y el poder sin
intento de dominación, en el otro. En ciertos momentos, el poder y la autoridad
deberían ser una fuerza positiva.
Referencias
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[Texto
incluido en la compilación Antropología y Anarquismo, que en versión
completa original es accesible en https://anarkobiblioteka3.files.wordpress.com/2016/08/anarquismo_y_antropologc3ada_-_varios.pdf.]
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