Jacinto Ceacero
“La autocensura es el principio del totalitarismo”
Gérard
Biard. Redactor jefe de la revista Charlie
Hebdo
La
represión de las personas, los colectivos y movimientos sociales, las
organizaciones, siempre se ejerce desde el poder (es su seña de identidad por
antonomasia), desde concepciones autoritarias, dogmáticas, intransigentes, conservadoras,
con el objetivo de que la población cumpla las normas básicas del sistema
imperante; siempre contra quienes disienten, se sublevan, critican, piensan y
expresan libremente, plantan cara a las decisiones absolutistas... Y se ejerce
por aquellas otras personas, instituciones o estamentos que detentan dicho
poder, ya sea el Estado, su ejército, sus fuerzas y cuerpos de seguridad, la
Iglesia, la familia, la escuela, la cárcel, la patronal... La represión, con
diversa graduación, siempre va acompañada de criminalización, agresión,
extorsión, violencia, dolor, castigo, renuncia, manipulación, expolio,
muerte... hasta generar miedo, sumisión, domesticación, exterminio, si fuera preciso.
Hoy día, la
represión precisa ejercerse de forma más camuflada, más «civilizada»,
especialmente si se ejecuta por las democracias occidentales. Para ello, se
dispone de otros mecanismos como el marco legal, la censura, la manipulación de
la información, el recorte de la libertad de expresión, los eufemismos para usar
un lenguaje políticamente correcto, y más recientemente, con el apoyo viral en
las redes sociales, la posverdad, las noticias falsas (fake news), etc.
Sin
embargo, la autocensura, como mecanismo mucho más sutil, perverso y refinado,
representa un plano diferente en el proceso de represión. Representa el éxito
absoluto del sistema sobre la persona; es, sin lugar a dudas, la más
sofisticada de las represiones porque es una represión ejercida, como persona,
por una misma contra una misma.
Ello
implica que nuestra conducta está controlada por nuestro pensamiento y este ha
dejado de ser libre; en consecuencia, que responde, por control remoto, al pensamiento
del otro, al pensamiento del sistema. La autocensura no conlleva una represión
física o psíquica externa y explícita, no ejerce dolor físico directo, tortura,
maltrato, desahucio, deportación, desaparición, muerte, etc., pero, sin
embargo, es la represión más castradora y
humillante pudiendo incluso con llevar
autolesiones, males psicosomáticos,
enfermedades mentales para la propia persona (psoriasis, eczemas, úlceras,
molestias gastrointestinales, caída
del cabello, temblores, depresión, baja autoestima, estrés, ansiedad, suicidio
y demás males mentales). Podemos
hablar de auténtica crueldad.
La
autocensura la percibimos como
algo aparentemente inexistente pero esto no deja de ser sino un mecanismo de defensa que la personalidad desarrolla para no llegar a la
autodestrucción del propio yo.
El equilibrio, que conduce a la
salud mental, entre el principio
del a realidad y el principio
del placer, como señalara
Freud, salta por los aires con
la autocensura y su consecuente desequilibrio provoca trastornos mentales.
El
sistema logra que el pensamiento pase a ser único y, en consecuencia, las
coordenadas entre las que
transita están marcadas, prefijadas, son barreras infranqueables. Fuera de ellas está la nada. Dentro de esas barreras, las reglas de juego permiten la libertad, por ejemplo, la de expresión, aunque ciertamente será una seudo libertad. Eres libre para consumir, gastar, viajar, incluso libre para cambiar de canal o móvil... pero todo dentro de lo programado.
Libre también para pensar pero solo sobre aquello
predeterminado. Pensar con orejeras, vendas, gafas que filtran determinados
rayos, que impiden ver la realidad
en su plenitud y complejidad. Como señala acertadamente el maestro José Luis Sampedro, anular el pensamiento libre es algo que va más allá de la libertad de expresión: «Para mí la clave de la libertad es la libertad de pensamiento. Se habla mucho de la libertad de expresión. Hay que reivindicar la libertad de expresión, por ejemplo en la prensa, pero si lo que usted expresa en la prensa es un pensamiento que no es propio, que ha adquirido sin convicción y
sin pensarlo, entonces no es usted
libre por mucho que le dejen expresarse».
Mediante
la autocensura no solo hemos
sufrido el proceso de la domesticación sino que hemos asumido desempeñar el
papel de propagandistas del
propio régimen que nos
controla. El poder no precisa ya de vigilancia externa, de métodos agresivos,
violentos, invasivos contra la
población, esencialmente disidente,
al haber conseguido inocularnos el virus de la autorrepresión, de la
autocastración.
La
autocensura representa la renuncia a ser uno mismo, a ser una misma, la renuncia a la dignidad, a la propia identidad quedando sumidos y
sumidas en un funcionamiento de autómata que poco tiene que ver con la creatividad, la espontaneidad,
la libertad, la individualidad, la autenticidad del ser humano. Con la autocensura negamos nuestro propio
pensamiento, lo que sin duda
nos aleja de nuestra ideología,
de nuestra utopía. No hay mayor crueldad
que renunciar o, en el mejor
de los casos, camuflar el propio pensamiento.
Quien
ejerce la represión denota una
actitud expansiva, una posición
de poder. Se reprime lo díscolo, lo
alternativo, lo divergente, lo disidente. Sin embargo, con la autocensura, el
censor, el represor, lo llevamos
dentro, de manera que nos censuramos
todo aquello que, pensamos, pueda molestar o desagradar al poder. La autocensura es un mecanismo
de evitación de la represión exterior
y el miedo es su antesala, como
señaló Andrés Sorel.
Si
con la asfixiante y absolutamente planificada normativización de la vida que el poder ha llegado a implantar, marcando las reglas del juego de nuestra existencia, consigue que
los seres humanos pasemos a
comportarnos de manera automática, sumisa, homogénea, previsible; con la autocensura, el poder penetra hasta aquellos lugares cognitivos y emocionales íntimos que nos hacen ser persona para reprimirlos, censurarlos,
anularlos... hasta lograr controlar y cambiar nuestros deseos, valores, creencias, aspiraciones, cánones
de belleza, de salud, de justicia, de felicidad, cambiar nuestras utopías... por los cánones del poder, convirtiéndonos de meros objetos pasivos a sus sujetos activos proclives a reproducir y propagar dicho poder, dicho sistema.
Mención
especial debemos tener hacia
la autocensura entre las y los
periodistas (dada la importancia de
los medios de comunicación) porque estamos en un periodo en que esta se está abriendo paso en este ámbito. En el mundo, son muchos los asesinatos, atentados y desapariciones
de periodistas que están teniendo lugar y el dilema que se abre es dejar de ejercer la responsabilidad de contar la actualidad o ceder a la violencia.
En
la revista satírica francesa Charlie Hebdo, tras ser asesinadas doce personas (varias del equipo de redacción), en enero de 2015, por Al-Qaeda, el dilema lo resolvieron asumiendo su responsabilidad bajo la
premisa de que si la religión
traspasa el plano de la vida
privada invadiendo el espacio público y político, la religión será objeto de las críticas, la sátira, la caricatura, como sucede con la clase política.
Un
informe de Reporteros sin Fronteras (RSF) nos indica que la autocensura
se va abriendo camino entre el
periodismo, a modo de ejemplo, con motivo del procés independentista en Catalunya. El acoso en las redes, las presiones del poder, del entorno, van ganando fuerza hasta que finalmente
hacen mella en la conciencia de
la y el periodista, hasta conseguir
que su voz quede apagada. En este
sentido, el periodista Jordi Évole escribía en El Periódico de Catalunya, una columna titulada «Difamen al equidistante»: «He dudado mucho antes de publicar este artículo. Últimamente me pasa que escribo con miedo, demasiado
pendiente del qué dirán. La
autocensura está ganando la batalla, y eso me horroriza».
«Soy
profesor de Universidad y miembro
de una ONG de activismo social
en el mundo de la comunicación. Suelo autocensurarme a menudo, porque no quiero
que mi trabajo o mi asociación
salgan perjudicados de este
debate», reconoce, también el periodista
Siscu Baiges. Por su parte, Pauline
Adès-Mevel, responsable del Área
de UE y Balcanes de RSF considera
que «debemos trazar dos líneas rojas
que no deberían cruzarse nunca, ni
ser normalizadas: la primera es que
el acoso lo ejerza el poder y su entorno; y la segunda es la autocensura».
Por
otra parte, las redes sociales están
significando un antes y un después
en el proceso de autocensura, ya que, al existir impunidad absoluta ante el insulto, la difamación,
el acoso, la amenaza, el chantaje, el miedo se instala en la conciencia y con él la autocensura. El procedimiento de acoso es muy fácil, se conoce como «efecto bengala» y
funciona de la siguiente manera según señalan periodistas: un político u organización (en el conflicto
independentista ha funcionado) retuitea o cita una opinión que no le gusta y con ello señala el camino (bengala), dejando abierta la veda para que sean sus seguidores y seguidoras (followers)
quienes sí entren al insulto y
la descalificación.
Ejercemos
la autocensura cuando no damos
nuestra opinión crítica ante
decisiones autoritarias del
jefe, patrón, alcaldesa o directora; cuando no criticamos las costumbres y tradiciones que nos resultan obsoletas; cuando negamos la
propia identidad sexual o la
ideología que procesamos; cuando
establecemos relaciones de dependencia;
cuando jugamos al pragmatismo,
a no decir la verdad en las
relaciones personales, sociales, políticas; cuando detectamos síntomas de autoritarismo, ejecutivismo,
centralismo, protagonismo y no
lo denunciamos; cuando atendemos más al qué dirán, al aceptar la sumisión ante la autoridad, cuando nos importa más la imagen pública, nuestra integración social...
Para
hacer que la autocensura se convierta
en el arma nociva capaz de moldear
a la persona, el sistema se vale
de numerosos mecanismos y herramientas
de control a lo largo de toda
la vida (familia, escuela, trabajo,
consumo, policía, cárcel, psiquiátrico, redes sociales, publicidad...) con objeto de que no olvides quién tiene el poder.
Podríamos
afirmar que los procesos de transformación social, los procesos revolucionarios se producen
cuando explosionan los controles mentales y se dinamita la autocensura. El pensamiento libre es el acto más revolucionario de todos, es el que tiene el poder de transformar el orden social, tal como lo conocemos hoy. No cabe ceder a las presiones psicológicas, seamos leales con nuestras convicciones y
ética.
[Artículo
publicado originalmente en el periódico Rojo
y Negro # 334, Madrid, mayo 2019. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20334%20mayo.pdf.]
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