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martes, 28 de mayo de 2019

Cuestiones a tener en cuenta a la hora de impulsar una comunidad autogestionada



KTT

Hace unos meses escribimos un largo texto sobre la realidad actual y perspectivas de futuro de las experiencias de autogestión vecinal colectiva en el Casco Viejo gasteiztarra . En él dedicábamos un último capítulo a analizar algunos de los retos de futuro que consideramos que esa experiencia tiene:

El horizonte a corto y medio plazo está cuajado de diversos retos, cuya forma de resolución determinará si se ha llegado al final de un proceso desarrollado durante una década, o si, por el contrario, la solidez y enraizamiento de ese proceso es capaz de resolver los retos y corregir errores, consiguiendo así que la autogestión vecinal salga fortalecida.

Al hilo de ello l@s compañer@s nos sugieren profundizar en algunas de esas cuestiones, y aceptamos gustosamente la invitación (añadiendo nosotras la elección de hacerlo en algunos aspectos habitualmente menos ‘politizados’), dejando claro, no obstante, desde el inicio de estas líneas que nuestra aportación está basada en esa experiencia concreta (aunque en las siguientes líneas intentemos ampliar el marco panorámico de nuestras reflexiones y dudas) llevada a cabo en un pequeño barrio de una ciudad pequeña [1], por lo que, aun si fuera acertada, con toda probabilidad no sería extrapolable tal cual a cualquier otra experiencia. Hechas estas necesarias aclaraciones previas, vamos a ello.

La autogestión de una comunidad vecinal que está por crear

Como recogíamos en el texto citado, nuestro análisis parte de constatar que en América Latina y otras zonas del planeta existe un creciente número de poblaciones que se han autoorganizado comunitariamente. Buena parte de esas experiencias han surgido desde los márgenes del neoliberalismo capitalista rampante, desde una realidad de exclusión socio-política y cultural tan asfixiante (pobreza económica extrema incluida), que las poblaciones a ello condenadas no han tenido más remedio que autoorganizarse como única vía para lograr la supervivencia. Es en ese contexto extremo donde las poblaciones se ven obligadas a recurrir a principios tan básicos y lógicos como comunitarios: solidaridad, apoyo mutuo, reciprocidad, autoorganización…

Pero el neoliberalismo más salvaje y sus consecuencias extremas para las poblaciones no conocen fronteras. Al contrario, necesita de su continua expansión para reproducirse. Y más temprano que tarde va a llegar también a nuestros barrios. Es más, para algunas ya está aquí. Pero se va a seguir extendiendo. Y cuando nosotr@s también vivamos en nuestras carnes el abandono y olvido de esas instituciones, poderes, partidos, ONGs…. que dicen representarnos, ocuparse y preocuparse de nosotras, la única opción que nos va a quedar es la de la autoorganización comunitaria.

Pero la comunidad vecinal que pueda llevar adelante esa autoorganización, en una sociedad tan individualizada como la nuestra, no va a surgir de la nada de forma espontánea, sino que tendremos que crearla. Porque, a diferencia de lo que ocurre en América Latina, aquí no contamos con un ‘tejido comunitario’ previo (nos referimos principalmente a las comunidades indígenas) que, con mayor o menor fortaleza, haya conservado y mantenido una experiencia comunitaria de organización cotidiana y reivindicación colectiva.

Es verdad, no obstante, que en el ‘imaginario colectivo’ de Euskal Herria mantenemos referencias que se basan en una antigua organización comunitaria vecinal (batzarre [2], auzolan [3], concejos abiertos…), en general desaparecida hace mucho, o bastante desnaturalizada. Aunque sin duda una buena ayuda inicial. Es verdad también que algunas de las muchas experiencias autogestionadas que se han puesto en marcha en las últimas décadas en nuestros pueblos y ciudades han sabido ir poco a poco abriéndose a gentes algo más diversas que los ‘perfiles radicalizados, juveniles y autocentrados’ que en muchos casos las pusieron en marcha. Pero sólo con estos pocos y débiles mimbres no se construye una comunidad vecinal asamblearia. Si realmente aspiramos a ella hay que revisar más dinámicas e inercias y añadir más ‘materiales de construcción’.

Abrir puertas y ventanas y salir a la calle a convivir con los problemas reales del vecindario

Dejemos claro de entrada que, cuando apostamos por una comunidad vecinal asamblearia, sería ingenuo pensar en una compuesta por todas las personas vecinas de un barrio o pueblo. Va a haber siempre no pocas personas vecinas que se opongan absolutamente a esta idea. No sólo eso, algunas tratarán de combatirla, prestándose incluso a jugar el papel de arietes contra las iniciativas autogestionadas y cualquier propuesta de comunidad vecinal ‘no reglada’. Pero, entre los extremos de nuestros guetos autorreferenciados y la ingenua idea de la comunidad vecinal total, hay un grandísimo espacio en el que intervenir.

A menudo nuestros proyectos autogestionados han partido de los deseos e ilusiones de un puñado de nosotr@s que nos hemos juntado para intentar hacerlos realidad. Otras veces los hemos impulsado como forma de respuesta y/o denuncia de un sistema y modelo socio político que desde nuestra opción autogestionada repudiamos. En ambos casos (y en los mixtos que también han proliferado) nuestra relación con el entorno vecinal más cercano se ha limitado a pedir su apoyo o conformidad o, como mucho, en algunos pocos casos, su complicidad con ‘nuestro proyecto’. Porque son proyectos surgidos de nuestros análisis y debates, de nuestra forma de entender ‘lo que es el mundo’ y lo que creemos que debería ser; de nuestras formas de practicar el compromiso sociopolítico. Y son intentos de conseguirlo haciendo realidad nuestros sueños e ilusiones. ¿Por qué se iba a implicar el resto en ellos?

Nos sobran bastantes dedos de una mano para contabilizar los casos que conocemos en los que nuestro planteamiento haya sido el opuesto. Esto es, que hayamos salido de nuestros ‘núcleos de confort’ para ‘pisar y compartir calle’, observando, oyendo y dialogando con el entorno vecinal (organizado o no) para saber cuáles son sus problemas y necesidades; cuáles sus sueños… y hacerlos nuestros como parte de esa comunidad vecinal que pretendemos crear. Y, a partir de ahí, plantearnos y plantearles las posibilidades de la autogestión como herramienta para solventar unos, hacer frente a otras e intentar cumplir los terceros. Porque ese entorno, sin cuya participación no hay comunidad vecinal posible (más allá de guetos), no va a implicarse en iniciativas autogestionadas, ni va a considerar la autogestión como una herramientas útil por convicción ideológica, sino porque la práctica le demuestre lo acertado de su elección.

Cuando hace ahora 10 años colectivos y vecindario de la Alde Zaharra gasteiztarra tan variopintos como la Asociación vecinal, la AMPA de la Escuela, el colectivo gitano Gao Lacho Drom, el Gaztetxe y Egin Ayllu [4] decidieron recuperar el frontón del barrio (ahora Auzolana pilotalekua) mediante la okupación, recuperación en auzolan y autogestionarlo por una asamblea abierta (Txapa Ahotsa) no lo hicieron desde el consenso en un análisis político o ideológico del «modelo asambleario y autogestionado», lo hicieron porque cuando las «opciones tradicionales» (reuniones, escritos, demandas, reclamaciones…) no dieron ningún fruto, hubo quienes propusieron esas herramientas, y la población del barrio, ante la falta de otras alternativas decidió ese camino antes que la no solución de quedarse sin frontón. Y consiguieron recuperarlo colectivamente.

¿Eso convirtió a todas esas personas en “convencidas activistas” del asamblearismo y la autogestión? Evidentemente no. Pero sí inició el conocimiento sobre la utilidad práctica de esas herramientas, abrió la puerta para nuevas iniciativas conjuntas asamblearias y autogestionadas (como la organización popular de las fiestas del barrio, Zaharraz Harro!, o la convocatoria de nuevos auzolanes) y, lo que es más importante, empezó a sembrar comunidad vecinal autogestionada, lo que posteriormente ha ido dando algún fruto más (en la reivindicación de una Escuela digna para el barrio; en la defensa del vecindario de origen magrebí acosado por el Alcalde; en la lucha por el realojo de las familias de Santo Domingo expulsadas de sus hogares…)

Pero ese salir a la calle probablemente nos deparará más sorpresas. Entre las gratas es posible que nos encontremos con que en nuestro propio entorno existen ‘subcomunidades’ que, cada cual a su interior, ejercita o mantiene sólidas prácticas de apoyo mutuo, solidaridad intragrupal, trabajo colectivo y autoorganización. No son colectivos de ‘gente politizada al uso’, son, a menudo, personas pertenecientes a colectivos que padecen algún tipo de exclusión social, racial, étnica o económica (y a menudo varias a la vez). Por ejemplo, según hemos constatado en Alde Zaharra de Gasteiz con las familias desalojadas por riesgo de ruina en la calle Santo Domingo, el vecindario migrante de origen magrebí (el principalmente afectado en este caso) mantiene muy vivas inercias comunitarias a poner en práctica ante problemas colectivos. Su opción por ellas no parte de un análisis teórico o ideologizado, parte simplemente de poner en práctica esos mecanismos que en su tradición y sus lugares de origen les han permitido sobrevivir. Y hay más que indicios de que algo similar se da entre algunas de las muchas subcomunidades subsaharianas.

Nuestro desconocimiento de su realidad nos impedía ver algo que está mucho más presente de lo que pensamos (sus redes de acogida y apoyo a la personas magrebíes que llegan de nuevas, por ejemplo). En Santo Domingo hemos comprobado lo fácil de entenderse en relación a esas cuestiones tan básicas como importantes (apoyo mutuo, reciprocidad, solidaridad…) y desarrollar un trabajo colectivo con ‘espíritu comunitario’. Las nuevas generaciones, ya nacidas y crecidas en Euskal Herria, están desarrollando una más que interesante labor de ‘puente’ entre subcomunidades. De forma especial (al menos en Alde Zaharra) algunas mujeres jóvenes vascas de origen magrebí que, además, en buena parte son las que toman y desarrollan más iniciativas, y saben (porque conocen ambas) adecuarlas a modos y costumbres compatibles entre subcomunidades.

Revisando modelos de ‘militancia’: Los espacios de encuentro más importantes que las reuniones

Quienes podáis estar leyendo esto probablemente seáis parte de esa cada vez más ‘extraña fauna’ que, para trasformar una realidad que detesta, opta por ‘activarse’ y ‘militar’ en algún colectivo político o social, dedicando buena parte de su tiempo a actividades militantes o reuniones. Pero seguro que también hay quienes lo hicisteis durante mayor o menor tiempo y, luego, desengañadas, agotadas o vencidas por el pesimismo, abandonasteis la ‘militancia’, pero mantenéis un ‘interés desencantado’ (o cínico). Desde cualquiera de esas circunstancias tenemos mucho que cuestionarnos. Porque en demasiadas ocasiones son nuestras propias formas de plantearnos la actividad militante transformadora las que acaban con nosotras mismas. Y lo que es peor, las que impiden la creación de comunidades autogestionadas sanas y saludables.

Por un lado, es más que llamativo que el ‘núcleo duro de la militancia popular’, esto es, las personas más politizadas, aun habiéndose mostrado capaces de introducir en las últimas décadas variaciones importantes en las formas de intervención pública, de protesta y propuesta, de desobediencia y contestación política… sin embargo hemos variado muy poco las formas de organizar nuestra actividad militante. No nos referiremos aquí a cuestiones tan importantes como las relacionadas con la figura de ‘las supermilitantes’ [5] o con la incongruencia entre lo que decimos y lo que practicamos [6], pero que se centran en el ombligo de ese ‘núcleo duro de la militancia’.

Queremos referirnos al modo y manera de encontrarnos para desarrollar nuestra autogestión comunitaria vecinal. Seguimos pensando en romper con el ‘afuera’ y ‘adentro’, y en que para construir comunidad vecinal autogestionada no vale ‘salir a la calle con ojos y oídos abiertos’… para luego retornar a nuestros txiringuitos-laboratorios a decidir a nuestro ‘modo y manera’ (resumámoslo en ‘modelo reunionitis’) lo que conviene. O no sólo así. Ni tan siquiera principalmente. A algunas nos va a costar (nos está costando) abandonar en esto también nuestro ‘espacio de confort’, pero hay que insistir en ello. Entre otras muchas razones, por una principal: ese esquema de funcionamiento no es válido para la gran mayoría de personas que podrían/querrían tomar parte en la construcción y mantenimiento de esa comunidad vecinal autogestionada.

No hay ‘manuales’ para ello, pero contamos con algunas pistas. Hay espacios de encuentro cotidiano donde participamos y surgen de forma espontánea problemas, necesidades y deseos… y a menudo no los aprovechamos para plantear respuestas vecinales autogestionadas, aunque no usemos esa palabra. Por ejemplo, patios de escuela donde se encuentran personas de las distintas subcomunidades y se ponen en común informalmente problemas que afectan al vecindario o parte de él; parques y plazas donde se conocen y entablan relación perfiles distintos de vecindario, pero a menudo con ‘problemáticas’ similares (crianza, dependencias, cuidados, ocio…), o reuniones anuales de portal donde ir introduciendo cuestiones distintas a las habituales y más centradas en cómo hacer frente a necesidades vecinales cotidianas (problema de movilidad o aislamiento; cuidado de menores o mayores…). Son espacios donde se da el encuentro, que no aprovechamos.

Pero probablemente se trate también de impulsar lugares y espacios para un encuentro más distendido o menos formal. Conocemos experiencias positivas de té-encuentros entre personas de distintos orígenes; de intercambio de conocimientos, habilidades o vivencias entre generaciones distintas… No habría que olvidar tampoco que generalmente contribuye más a la construcción comunitaria el compartir momentos festivos de encuentro y diálogo que las actitudes de militancia abnegada sin tiempo para compartir alegrías, tristezas o ilusiones. Poner en marcha entre todas una Auzoetxea [7], y convocar, al menos trimestralmente, una asamblea vecinal de encuentro, pueden ser dos ideas más de espacios y momentos de encuentro.

Para todas esas que lleváis ya un tiempo pensando qué mierda es esto que estáis leyendo, volvemos a insistir: nuestra apuesta, ante la ofensiva que el neoliberalismo capitalista en su última fase está llevando a cabo es por la comunidad vecinal autogestionada. Y partimos de que hay que empezar por construir esa comunidad. Y ésta no se construye por ‘decreto autogestionado’, sino que requiere sus modos y sus tiempos.

La cuestión de los ritmos, los plazos y las miradas
Y es que, a veces, cuando llega la hora de pasar a la práctica, parece que nos dejamos arrastrar por los tempos capitalistas y nos pueden las prisas… y lo que es peor, el ansia por alcanzar rápidamente objetivos y resultados. Esto, que parece más la descripción del funcionamiento de cualquier empresa neoliberal al uso, no se diferencia tanto de lo que puede verse y escucharse, con otras palabras, en los planteamientos de no pocas gentes autogestionadas. En estos marcos hoy en día es difícil hacer planteamientos que tengan como referencia temporal algún objetivo que vaya más allá del horizonte temporal de un año. Esa inercia, bastante enquistada, nos impide analizar la realidad con las perspectiva de ‘los tiempos largos’, y causa cierta desazón o desánimo cuando no obtenemos ‘resultados concretos’ en el corto plazo.

Pero es que la parte más militante o activista de la comunidad vecinal en ciernes, si está realmente decidida a hacer una apuesta de fondo por el desarrollo de esa comunidad y no por el mero activismo colectivo, debería adaptarse al ritmo y a las prioridades que el conjunto de ésta precise. La construcción comunitaria debe ilusionar, pero esa ilusión no debería basarse tanto en la consecución de grandes retos que disfrutar a corto plazo, como en la consciencia de estar sembrando una semilla que puede necesitar de tiempos largos para dar sus frutos. Y cuando el vecindario no militante comience a tomar parte activa, el militante debería hacerse a un lado, para permitir ese proceso, dedicándose a acompañarlo, sin tutelas.

En esa línea, saber entender las diferentes fases y momentos que precisa todo proceso de construcción comunitaria será probablemente otro de los grandes retos a los que habrá que enfrentarse. Porque en esta dinámica de caminar al ritmo de quien más lento camine (siempre que esté en movimiento), vamos a pasar por distintas fases y momentos, tanto en lo personal como en lo colectivo.

Quien hoy más energías aporte a lo colectivo, mañana puede encontrarse en una coyuntura personal que requiera centrar su atención en cuestiones más personales (maternidades y paternidades, cuidados de nuestras personas mayores, búsqueda de viabilidad económica a situaciones personales de carencia de ingresos…) y, por lo tanto, una disminución de su presencia en las actividades colectivas. Por otra parte, es normal (y hasta sano) que haya momentos en los que se practique el barbecho (o descanso, tanto personal como colectivo), bien porque se acumule cansancio, se generen dudas o se repitan dinámicas que conduzcan a una pérdida de ilusiones. Todo ello son procesos lógicos en un organismo vivo, que es lo que se pretende que sea la comunidad vecinal. Son las distintas fases personales y colectivas que se dan en todo proceso de largo recorrido. Y sería importante saber distinguir si una ausencia de frutos en el corto plazo es consecuencia de un terreno convertido en erial por sobreexplotación, o de una fase de barbecho necesaria para recuperar esa riqueza perdida. El problema de estas distintas fases no es que sucedan, sino contar con las herramientas adecuadas para que no provoquen una ruptura del proceso. Algunas de esas herramientas esenciales son la rotación en tareas y asunción de responsabilidades y el relevo organizado de quienes precisan un tiempo de repliegue personal, para que una coincidencia temporal en estas situaciones no provoque sensación de desbandada ni trastoque en lo fundamental la marcha de un proceso que no puede depender de imprescindibles.
Saber defender lo ya conseguido

En la misma medida que la autogestión vecinal vaya ganando espacios, implicaciones y convencimientos entre la población del barrio, al mismo tiempo generará inquietud entre las instituciones. No sólo porque las iniciativas vecinales autogestionadas cuestionan o chocan con los planes municipales para nuestros pueblos y barrios, sino porque, además, son un cuestionamiento directo de la dependencia a la que esas instituciones quieren someter a las poblaciones. Si el vecindario aprendemos a organizarnos, y comprobamos que mediante ello conseguimos hacer frente a nuestras carencias y necesidades, y realidad algunos de nuestros sueños, probablemente comencemos a cuestionarnos colectivamente para qué queremos unas instituciones que habitualmente no sólo no nos tienen en cuenta, sino que, además, actúan contra nuestros intereses.

Por eso, cuando la autogestión florece, algunos estamentos oficiales se ponen muy nerviosos y tratan de controlarla, ya sea eliminándola, demonizándola o, más sutilmente, ‘acercándola al redil normativizado’ mediante engaños, hasta convertirla en otra cosa (cogestión, cesión… distintas formas de sucumbir en mayor o menor medida al control institucional)… O acabando con ella por agotamiento después de someterla al marasmo burocrático que trunque los sueños e ilusiones de la más pintada.

Desgraciadamente suelen ser las formaciones políticas autocalificadas de progresistas las que más impulsan estas ‘vías de entendimiento’ entre lo institucional y lo popular, pues son las que más cuestionadas se sienten ante la autonomía de actuación de las clases más populares, a quienes dicen representar. Es por ello que, cuando se produzcan esos ataques, más importante que el mantenimiento numérico de los espacios autogestionados (que realmente lo es) es la defensa de su carácter comunitario popular y autogestionado. En la no renuncia a las características que la definen está una de las cuestiones básicas que decidirá la posibilidad o no de futuro de esa comunidad vecinal autogestionada. Desde este marco tiene sentido afirmar que, a veces, la mejor forma de avanzar es no retroceder.

No es sólo ni principalmente una cuestión ideológica. Para el vecindario en general va a ser una cuestión de supervivencia.
La ‘condena’ a la comunidad vecinal autogestionada

Como decíamos al inicio, en un futuro no muy lejano las poblaciones, también en esta parte del planeta, sólo vamos a contar con nuestra capacidad de autoorganización para hacer frente a nuestras necesidades (aun las más básicas) y para cuando llegue ese momento va a ser fundamental haber desarrollado en lo posible la capacidad de autogestión comunitaria.

Allá donde hoy en día el neoliberalismo está actuando más salvajemente y los gobiernos populistas le allanan el camino y le sirven de coartada, las poblaciones organizadas están sabiendo construir sus propios caminos. Así nos lo cuenta, por ejemplo, Lucía Linsalata [8]:
«Lejos de ser un rasgo exclusivo de las formas originarias de gobierno local de algunos pueblos indígenas de Bolivia, la auto-organización comunitaria para los fines más diversos -pero sobre todo, para la reproducción y el cuidado de la vida- ha sido y sigue siendo un elemento distintivo de la cultura política y del hacer cotidiano de las mujeres y de los hombres bolivianos de abajo (tanto de las comunidades indígenas y campesinas, como de buena parte de las clases trabajadoras cholas y mestizas del país).
Por debajo, y frecuentemente en contra, de las formas de socialidad y de las prácticas de despojo, cercamiento, explotación, dominación y disciplinamiento cultural impuestas por los procesos de colonización y la lógica capitalista de organización de la vida social; en las historias largas de las resistencias y en los tiempos heterogéneos y diversos que marcan el tejerse cotidiano de la vida y su constante reproducción, las mujeres y los hombres bolivianos de a pie han tenido la habilidad de conservar, cultivar y, en muchos casos, recrear por completo entramados asociativos, lógicas de cooperación social y formas de gobierno local, centradas en la capacidad de producir en común la solución a múltiples problemas o aspectos de sus vidas materiales, y auto-regular así el sentido y los ritmos de las mismas»

No son meras ideas o deseos, son realidades. No extrapolables tal cual, pero sí para tener muy en cuenta a la hora de afrontar el reto de construir una comunidad vecinal popular autogestionada.

Notas:

1. Casco Viejo de Vitoria-Gasteiz: ¿De la práctica de la autogestión colectiva a la Comunidad Vecinal autogestionada? https://kutxikotxokotxikitxutik.files.wordpress.com/2017/09/casco-viejo-de-vitoria-gasteiz-de-la-prc3a1ctica-de-la-autogestic3b3n-colectiva-a-la-comunidad-vecinal-autogestionada-2.pdf

2. Gasteiz es una ciudad de 250.00 habitantes. El Casco Viejo (el origen medieval de la ciudad) acoge a 8.500 personas, duplicando al menos las tasas de la ciudad en unidades familiares dependientes de ayudas sociales, de personas vecinas de origen extranjero y de unidades familiares unipersonales, de viviendas en alquiler… La antigüedad media de sus casas es superior a los 100 años y la tasas de viviendas en alquiler el triple de la media de la ciudad. Por su orografía y trazado original carece prácticamente de espacios verdes o plazas y zonas abiertas.

3. El batzarre es la forma de denominación de la asamblea popular que secularmente han venido practicando las poblaciones vascas, especialmente allá donde tenían lugar formas de gobierno popular como el Concejo Abierto; esta misma denominación se utiliza en la actualidad allá donde se practica alguna forma de asamblea vecinal.

4. El auzolan es la forma de trabajo popular colectivo, no retribuido y obligatorio (compromiso colectivo de participación asumido por todas las partes) que tradicionalmente se ha utilizado en Euskal Herria. En la actualidad ese concepto abarca también a cualquier tipo de trabajo popular colectivo no retribuido, aunque no sea obligatorio.

5. Egin Ayllu, que en un mezcla de euskera y quechua significa “hacer comunidad”, fue un colectivo vecinal del Casco que durante su existencia (2007-2014) tuvo un especial papel dinamizador en las dinámicas vecinales que se desarrollaron, buscando a través del asamblearismo y la autogestión el impulso de una comunidad vecinal que decidiera y creara su presente y futuro. Para conocer más a fondo: https://lagenterula.wordpress.com/

6. Sobre esta cuestión nos parece muy interesante y valiente el artículo de Ruyman Rodríguez “Cruzar el Rubicón”, disponible, entre otros sitios, en http://kaosenlared.net/cast-cruzar-el-rubicon/

7. Hace ya años que Terra Cremada publicó un muy recomendable texto al respecto, titulado Autogestión de la miseria o miserias de la autogestión, https://terracremada.pimienta.org/autogesti%C3%B3_cas.html

8. Una Casa-Centro de Encuentro del barrio.

9. Lo Comunitario-Popular como cuestionamiento práctico a la Modernidad Capitalista. Enseñanzas de las mujeres y de los hombres bolivianos de abajo, Pacarina del Sur [En línea], año 4, núm. 16, julio-septiembre, 2013; disponible en http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/757-lo-comunitario-popular-como-cuestionamiento-practico-a-la-modernidad-capitalista-ensenanzas-de-las-mujeres-y-de-los-hombres-bolivianos-de-abajo?ml=1

[Tomado de https://www.nodo50.org/ekintza/2018/cuestiones-a-tener-en-cuenta-a-la-hora-de-impulsar-una-comunidad-autogestionada.]


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