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lunes, 8 de abril de 2019

Senderos a través de la anti-ciudad


Murray Bookchin (1921-2006)

* Texto introductorio a la edición en castellano del Proyecto para un entorno comunal, presentado originalmente por el periódico norteamericano The Berkeley Tribe en 1970, proyecto al cual M.B. hace amplia referencia acá.

Que el trabajo de Buckminster Fuller [1] despierte el interés popular puede explicarse por omisión -esto es, como el resultado del vacío dejado por la ausencia de una búsqueda de una teoría radical sobre la ciudad y la comunidad. En gran medida bajo el impulso de la teoría de clases de Marx, la ciudad dejó de ser un asunto de gran importancia para el analista radical y la noción de comunidad un objetivo de la reconstrucción social. El radical encontró su lugar de referencia casi exclusivamente en la fábrica y el proletariado. La ciudad y el lugar de trabajo se podrían haber integrados en una crítica conjunta, pero esta reconstrucción solo se produjo en unos pocos teóricos radicales del siglo XIX, especialmente Kropotkin y William Morris.
 
Sin embargo, el trabajador no existe simplemente en su entorno industrial y su experiencia social no se agota en su lugar de producción. El/la proletario/a no es solo un ser de clase sino también un ser urbano. El capitalismo genera una amplia crisis social que, a menudo, hace que los/as trabajadores/as sean más permeables a las visiones revolucionarias como habitantes urbanos -como víctimas de la contaminación, de la congestión, el aislamiento, la extorsión inmobiliaria, la decadencia del vecindario, los malos transportes, la manipulación ciudadana y los efectos deshumanizadores de la vida en las megalópolis- que como productores de plusvalía explotados/as.

Marx y Engels eran mucho menos inconscientes respecto a este hecho que los epígonos que dicen hablar en su nombre. En The Housing Questions (1873) [2], Engels vincula sus puntos de vista con los conceptos más importantes de Owen y Fourier: para resolver el problema de la vivienda, Engels sostiene que las grandes ciudades deben ser descentralizadas y la oposición entre ciudad y campo, superada. El mismo tema se aborda en Anti-Dühring [3]. Con la propagación del marxismo y su transformación en una potente ideología política, esta tradición retrocedió a un segundo plano y, a principios de siglo, incluso la noción de descentralización fue descartada airadamente como una “utopía” absurda.

Hasta finales de los años sesenta no empezamos a ver surgir el diseño como función de un modo de vida totalmente nuevo. Los años sesenta son únicos en el sentido en que el concepto de comunidad empezó a desarrollarse a una amplia escala popular -en gran medida generacional, de hecho- cuando un gran número de jóvenes se reorientaron hacia proyectos utópicos de reconstrucción propios. Se formularon nuevos valores que a menudo implicaban una ruptura total con el sistema mercantil y trazaban el camino hacia nuevas formas de socialización -valores y formas que, desde entonces, se han agrupado bajo el nombre de contra-cultura.

Los/as jóvenes que comenzaron a formularlos constituían, sin duda, un estrato social privilegiado. ¿Por qué el privilegio condujo a un rechazo de los valores sociales y materiales que habían generado antes estos mismos privilegios? ¿Por qué estos/as jóvenes, como tantos de las generaciones anteriores, no tomaron los valores básicos de sus padres y ampliaron la zona de privilegio que habían heredado?

Estas preguntas revelan un cambio histórico en las pre-misas materiales de los movimientos sociales radicales en los países capitalistas avanzados. En los años 60, la tecnología en el “primer mundo” había avanzado hasta un punto tal que los valores generados por la escasez material ya no parecían moral o culturalmente relevantes. La ética del trabajo, la autoridad moral atribuida a la negación material, la parsimonia y la renuncia sensual, el elevado valor social dado a la competición y a la libre empresa, el énfasis en la privatización y la individualización basada en el egoísmo parecían obsoletos a la luz de los logros tecnológicos que ofrecían alternativas completamente opuestas: libertad de toda una vida de trabajo y una seguridad material orientada hacia la comunidad y a la plena expresión de las potencialidades humanas individuales.

No hay paradoja en el hecho de que los más débiles de la vieja sociedad resultaran ser el mismo estrato que gozó del verdadero privilegio de rechazar los falsos privilegios. Lo cual no quiere decir que el contexto tecnológico de la contracultura fuera comprendido conscientemente y explicado dentro de una perspectiva coherente de la sociedad en su conjunto. De hecho, la perspectiva de la mayoría de los/as jóvenes marginados/as de la clase media fue en gran medida intuitiva y a menudo cayó presa fácil de las modas alimentadas por la sociedad establecida.

Muchos de estos/as jóvenes, exultantes en su recién descubierto sentimiento de liberación, carecían de la conciencia ante el duro hecho de que la libertad absoluta es imposible en un sistema donde prevalece la falta de libertad. En la medida en que esperaban reemplazar rápidamente la cultura dominante únicamente mediante la fuerza del ejemplo y de la persuasión moral, fracasaron. Pero en la medida en que comenzaron a verse como el sector más avanzado de un movimiento más amplio de la sociedad revolucionaria, su cultura tiene una relevancia decisiva como parte de un proceso histórico clarificador que, de forma incierta, puede cambiar todos los aspectos de la vida social.

El rasgo más llamativo de esta cultura es el énfasis que pone en las relaciones sociales como lugar privilegiado de los ideales sociales abstractos; su intento por trasladar la libertad y el amor a las realidades existenciales de la vida cotidiana. Este enfoque personalista, socialmente comprometido, ha producido no solo una crítica cada vez más explícita de la teoría socialista doctrinaria sino también de la planificación urbana aplicada al diseño. Mucho se ha escrito sobre el “retiro” hacia las comunas rurales; mucho menos sobre el alcance de la crítica devastadora a la que fue sometida la planificación urbana por la mentalidad ecológica de los/as jóvenes, a menudo, proponiendo propuestas alternativas a proyectos de “revitalización” y “rehabilitación” urbana deshumanizantes.

En general, para los planificadores de la contracultura, el punto de partida para cualquier diseño no era el nivel de tráfico de la ciudad, las comunicaciones y las actividades económicas. Más bien se preocupaban principalmente de la relación entre el diseño y la intimidad personal, de las múltiples relaciones sociales, los modos de organización no jerárquicos, los acuerdos para una vida comunitaria y la independencia material respecto a la economía de mercado. El diseño toma aquí su punto de partida no de conceptos abstractos como el espacio y la eficiencia sino de una crítica explícita al status quo y de una concepción, arraigada en el desarrollo de los estilos de vida, de las relaciones humanas libres que iban a reemplazarlo. Por utilizar una expresión que estaba en el ambiente: se intentó reemplazar el espacio jerárquico por el espacio liberado.

La planificación de la contracultura

Entre los muchos planes desarrollados a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, quizás el más impresionante fue formulado en Berkeley por un grupo creado ad hoc entre People’s Architecture, el sindicato local de inquilinos y miembros de la cooperativa local. Se inspira en el caso del “Parque del pueblo”, en mayo de 1969, cuando jóvenes sin estudios, estudiantes y, posteriormente, ciudadanos/as corrientes lucharon contra la policía durante más de una semana para conservar un hermoso parque y una zona infantil que habían creado espontáneamente en un solar abandonado y lleno de basura propiedad de la Universidad de California. El parque, finalmente recuperado por su propietario a costa de la vida de un joven, de muchas lesiones graves y de un arresto masivo, es, en el momento de escribir esto, un aparcamiento y un campo de fútbol.

Para los/as jóvenes planificadores de Berkeley, “el Parque del Pueblo fue el comienzo del movimiento ecologista revolucionario” -un movimiento que, desafortunadamente, todavía no ha logrado cumplir con sus expectativas. La idea clave de su plan, titulado Proyecto para un entorno comunal, es radicalmente contracultural. “La cultura revolucionaria -declaran sus autores/as- nos proporciona nuevas formas comunitarias y ecológicamente viables de organizar nuestras vidas, a la vez que la política popular nos da los medios para resistir al sistema”. El Proyecto es un plan no solo para la reconstrucción sino también para la lucha, en un terreno social amplio, contra el orden establecido. El texto reconoce y explora un nuevo modo de vida al nivel más elemental de las relaciones humanas. Sus objetivos son “las formas comunales de organizar nuestras vidas (que) ayudan a reducir el consumismo, a facilitar las necesidades básicas humanas de forma más eficiente, a resistir al sistema, a ayudarnos a nosotros/as mismos/as y a superar la miseria de una vida atomizada”. Lo social y lo privado se compenetran de manera absoluta en esta frase. Estas líneas dan sentido a una nueva forma de vida que se opone a la organización represiva de la sociedad.

Los/as autores/as del plan observan que “con la liberación de la mujer y una moral comunitaria, la familia nuclear está quedando obsoleta”. En consecuencia, se proponen planos en planta que permiten amplias salas polivalentes que promueven una mayor interacción tales “como comedores comunitarios, espacios de reunión o zonas de trabajo”. Se proponen sistemas para crear aberturas en los techos y convertir las paredes exteriores de los pisos superiores en conexiones entre casas del barrio, así como entre habitaciones y pisos superiores.

“Toda la tierra en Berkeley es tratada simplemente como una mercancía comercializable. El espacio está dividido en ordenados paquetes de consumo. Entre las hileras de parcelas hay corredores que mantienen el flujo de gente desde el lugar de trabajo al mercado.”. El Proyecto propone la retirada de las vallas de los patios trasero y lateral para abrir la tierra a parques y jardines interiores. Se sugieren las plataformas-puente como forma de romper la estricta división entre el espacio interior y el espacio al aire libre. La intención de esta sugerencia no es restaurar simplemente la naturaleza en el mundo de los habitantes urbanos, sino abrir caminos para las comunicaciones personales. El plan se centra no solo en las plazas públicas y en los parques, sino en los barrios inmediatos donde la gente vive su vida cotidiana -arroja toda una serie de consideraciones sobre la propiedad privada, sugiriendo que los solares vacíos sean apropiados por los barrios, y convertidos en espacios comunitarios.

La mitad de las calles de Berkeley, señalan, podrían ser cerradas fácilmente para estimulantes experimentos de transporte colectivo y reducir la congestión de tráfico en las zonas residenciales. Esto “liberaría diez veces más superficie para uso público de la que tenemos ahora para parques [...] y se podrían usar para hacer colinas artificiales”. El plan recomienda montar en bicicleta o andar, siempre que sea factible.

Los servicios comunitarios darán un “salto cualitativo”, dicen los/as planificadores/as, cuando “pequeños grupos de vecinos/as” se reúnan y comiencen “a ocuparse de asuntos (desde el cuidado de los/as niños/as y primeros auxilios hasta la educación) a nivel local y de un modo integrador”. En ese sentido, el Proyecto recomienda que los hombres y las mujeres deben rotar el uso de sus casas como guardería. La experiencia en primeros auxilios y los conocimientos de las técnicas médicas más avanzadas deben extenderse a nivel de barrio. Por último, los residuos deben reciclarse de manera colectiva para evitar la contaminación y la destrucción de los recursos reciclables.

El Proyecto avanza un programa fresco e imaginativo para ruralizar la ciudad y proporcionar la independencia material de sus habitantes -jardines comunitarios en los patios traseros para el cultivo de comida ecológica; un “Mercado popular donde se recibirán los productos ecológicos de las comunas rurales y pequeños granjeros y se distribuirán a los/as vecinos/as [...] [y donde] los/as artesanos/as pueden vender allí sus productos.” La estructura del mercado “será móvil y se construirá de tal manera que sirva a los/as niños/as del vecindario como equipamiento de juego en los días en los que no haya mercado”.

Los/as planificadores/as ven la realización de estas ideas como los primeros pasos hacia la reorientación del individuo, desde la aceptación pasiva del aislamiento y la dependencia de las instituciones burocráticas hacia las iniciativas populares que volverán a crear contactos comunales y redes de apoyo mutuo cara a cara. Por último, la sociedad deberá ser reorganizada por la gran mayoría de quienes, en la actualidad, se encuentran sometidos por unos/as pocos/as a la sumisión jerárquica. Sin embargo, hasta que se alcancen estos cambios revolucionarios, se debe crear un nuevo estado de ánimo alimentado por vínculos laborales comunitarios para que las personas puedan fusionar sus necesidades personales más profundas con ideales sociales más amplios. De hecho, a menos que se logre esta fusión, estos mismos ideales continuarán siendo abstracciones y no se realizarán nunca.

Muchas de las sugerencias estructurales del Proyecto no son nuevas: la idea de usar las aberturas del techo para unir casas se toma prestada de los poblados indios; los jardines urbanos, de las comunas medievales y de los pueblos precapitalistas en general; las calles peatonales y las plazas, de las ciudades renacentistas y de formas urbanas anteriores. Lo que hace que el plan sea único es que deriva sus conceptos de diseño de estilos de vida radicalmente nuevos, contrarios a una sociedad cada vez más burocrática. Sin duda, cada uno de los elementos de diseño podría ser incorporado por partes en los modos de vida convencionales, pero el Proyecto articula claramente las condiciones sociales necesarias para una comunidad libre que otros planes, aparentemente radicales, dejan sin examinar. La ciudad verdaderamente humana, para ellos/as, es una forma de vida (no un mero “diseño”) que promueve la integración del individuo con la sociedad, de la ciudad con el campo, de las necesidades personales con las sociales sin negar la personalidad de cada uno/a.

Los años sesenta han pasado, y con ellos muchas de sus grandes esperanzas. Donde la contracultura ha logrado mantenerse fiel a sí misma frente a fuerzas abiertamente hostiles, ha tenido que luchar contra la política adormecedora en forma de marxismo sectario y de “mirar hacia el tercer mundo”. Sin embargo, esta fase decadente de lo que seguramente es un desarrollo cultural y social mucho mayor, podría ser valioso como un período de reflexión para madurar. Los intentos, en gran parte intuitivos, que se desbordaron con tan ingenuo entusiasmo en los años sesenta solo para convertirse en amargos, duros y deshumanizantes en el pseudo-radicalismo que cerró la década, nunca fueron adecuados al proyecto histórico de desarrollar una conciencia pública más amplia de la necesidad de un cambio social. A finales de la década de los sesenta, la contracultura dejó de hablar a Estados Unidos con comprensión y en términos relevantes. Su politización tomó la peor forma posible: arrogancia y una retórica insensatamente violenta.

No importa hasta qué punto el movimiento puede retroceder con respecto a su anterior importancia: muchas de sus demandas son imperecederas y se deben recuperar y superar inevitablemente si va a haber algún tipo de futuro social. Al pedir la fusión de los ideales más abstractos de liberación social y liberación personal, al intentar configurar lo elemental de las relaciones comunistas libertarias tan necesarias para la formación de una sociedad verdaderamente emancipada, al tratar de subvertir la influencia de la mercancía sobre el individuo y sus relaciones consigo mismo/a, el enfatizar la necesidad de expresar de manera espontánea la sensualidad y sensibilidad humanas, al desafiar la jerarquía y la dominación en todas sus formas y manifestaciones, al intentar sintetizar nuevas comunidades descentralizadas basadas en el equilibrio ecológico, al plantear todas estas demandas como colectivo, la contracultura dio expresión moderna a una larga tradición histórica de sueños y aspiraciones humanas. Y, por intuitiva que sea, lo hizo sobre la base del desafío histórico frente a unos avances tecnológicos sin precedentes en toda la historia. Estas demandas nunca pueden ser completamente enterradas por la represión política; se han convertido en la voz de una razón cada vez más consciente de sí misma que se asienta en la propia perspectiva de futuro de la humanidad. Lo que hasta hace poco eran puntos de vista muy debatidos en una pequeña minoría de jóvenes son aceptados, casi inconscientemente, por millones de personas de todas las edades.

Lo que favorece el crecimiento de estas demandas es el hecho de que a la sociedad le quedan muy pocas opciones hoy en día. La ciudad ha completado su evolución histórica. Su dialéctica -desde el pueblo, la zona del templo, la fortaleza o el centro administrativo (cada una de ellos dominada por el interés agrario) hasta la megalópolis que domina por completo el campo- marca la negación absoluta de la ciudad tal y como la hemos conocido en la Historia.

Con la ciudad moderna ya no podemos hablar de una entidad urbana claramente definida con un interés urbano propio. La megalópolis representa los límites de la ciudad como tal. El principio político en forma de Estado disuelve todos los elementos del principio social, reemplazando los lazos comunitarios por los burocráticos. El espacio personalizado se disuelve en el espacio institucional -y con la creciente guetificación de la ciudad moderna, en lo que Oscar Newman describe como “espacio defendible” [4]. La escala humana está envuelta por el gigantismo urbano. Esta “anti-ciudad”, ni urbana ni rural, no ofrece ningún espacio para el desarrollo de la comunidad. A lo sumo, las megalópolis están unidas por enclaves mutuamente holísticos, cada uno de los cuales está íntimamente “unido” por su hostilidad hacia el/la extraño/a dentro de su perímetro. Incluso, en el peor de los casos, ni siquiera funciona dentro de sus propios términos como un ámbito eficiente para la producción y comercialización de mercancías.

Personas como cifras

La planificación de la ciudad reconoce la crisis urbana como un problema de logística y de diseño. La preocupación del planificador convencional por un movimiento eficiente implica la reducción de los seres humanos a poco más que a mercancías que circulan a través de la economía capitalista como valores de cambio. El triunfo de las técnicas de simulación por ordenador en la planificación urbana refleja la degradación del habitante urbano desde la condición de “hermano/a” en la comuna medieval hasta la de “ciudadano/a” en la ciudad burguesa tradicional y, finalmente, a la de un simple número en la megalópolis.

La planificación urbana convencional, al aceptar la ciudad tal como es, nos impide comprender el territorio humano que podría ser -es decir, una nueva polis que sería una comuna de comunas, grupos nucleares unidos por propia decisión y afinidad selectiva, no simplemente por parentesco o lazos de sangre. En consecuencia, así como la gente se convierte en mera “población”, el territorio se transforma en simple “espacio” a través del cual fluyen las personas, vehículos y mercancías. La urbanización se convierte en organización mecánica del espacio mediante el diseño, no la colonización ecológica del territorio por parte de las personas. El civitas asimila completamente al communitas; el principio político al principio social.

Para devolver lo urbano a una escala humana, las megalópolis deben ser destruidas sin piedad y reemplazadas por nuevas ecocomunidades descentralizadas, cada una adaptada cuidadosamente a la sostenibilidad del ecosistema natural en el que se encuentra. El equilibrio entre la ciudad y el campo será restaurado -no como un suburbio extenso que confunde césped o un bosque con “naturaleza” sino como una ecocomunidad interactiva y funcional que une la industria con la agricultura, el trabajo mental con el físico. Ya no será un simple objeto que el espectador vea desde la ventana o durante un paseo, la naturaleza se convertirá en una parte integral de todos los aspectos de la experiencia humana, desde el trabajo hasta el juego. Solo de esta manera pueden integrarse las necesidades del mundo natural con las de lo social para producir una auténtica conciencia ecológica que trascienda la mentalidad “ambientalista” instrumental del ingeniero sanitario [5].

Nuestro lugar en la historia de la ciudad es único. Las ciudades precapitalistas se estancaron dentro de sus límites o explosionaron hacia fuera de manera destructiva para volver a recuperar sus dimensiones originales o desaparecer por completo. La tecnología moderna ha alcanzado un nivel de desarrollo tan avanzado que le permite a la humanidad reconstruir la vida urbana sobre unas líneas que podrían fomentar una comunidad de intereses armónica y equilibrada entre los seres humanos y entre el ser humano y la naturaleza. La ecocomunidad sería lo que siempre hemos querido decir con “ciudad”; sería una obra de arte social, una comunidad formada por la creatividad humana, la razón y la perspectiva ecológica.

De otra manera, nos enfrentamos a un desarrollo urbano que casi, con total seguridad, se desintegrará en su actividad burocrática, en una guerra social crónica y en condición de violencia permanente. Si el jeroglífico más antiguo de la ciudad era un muro donde se cruzaban dos caminos, el símbolo de la megalópolis podría convertirse en una insignia de policía sobre la que se superpone una pistola.

En este tipo de “ciudad”, la revancha de la irracionalidad social reclamará su peaje en forma de una división absoluta entre las personas. Esto es la negación misma de lo urbano. De forma más significativa, los límites de la megalópolis se pueden formular como los límites mismos de la sociedad como instrumento de jerarquía y dominación. Dejada a su propio desarrollo, la megalópolis es el destino, no ya de la ciudad como tal, sino de la sociedad humana. Porque en un mundo urbano, la tecnología, sometida a fuerzas irracionales y demoníacas, no se convierte en instrumento de armonía y seguridad sino en el medio para saquear sistemáticamente el espíritu humano y la naturaleza.

Notas

[1] Richard Buckminster Fuller (1895-1983), diseñador, arquitecto e inventor estadounidense conocido por su proyecto de cúpula geodésica, también aportó ideas en el campo de la vivienda y los transportes.

[2] En castellano, Contribución al problema de la vivienda.

[3] Crítica de F. Engels a la revolución de la ciencia en Eugen Dühring.

[4] El Espacio defendible, definido por el urbanista y arquitecto Oscar Newman, son un conjunto de estrategias aplicadas al diseño urbano encaminadas a la prevención del crimen mediante la reducción de las oportunidades para cometer delitos. En la práctica, muchas de sus soluciones arquitectónicas aumentaron las barreras entre vecinos/as al ahondar en la diferenciación entre espacio público y espacio privado.

[5] Ingeniero/a encargado del diseño y mejora de las redes de saneamiento y abastecimiento de agua potable de las ciudades.

[Tomado de https://bibliotecalarevoltosa.files.wordpress.com/2017/12/proyecto-para-un-entorno-comunal.pdf. En el mismo folleto está el Proyecto para un entorno comunal.]


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