Murray Bookchin (1921-2006)
* Texto
introductorio a la edición en castellano del Proyecto para un entorno
comunal, presentado originalmente por el periódico norteamericano The Berkeley Tribe en 1970, proyecto al
cual M.B. hace amplia referencia acá.
Que
el trabajo de Buckminster Fuller [1]
despierte el interés popular
puede explicarse por omisión -esto es, como
el resultado del vacío dejado
por la ausencia de una búsqueda
de una teoría radical sobre la
ciudad y la comunidad. En gran
medida bajo el impulso de la
teoría de clases de Marx, la
ciudad dejó de ser un asunto de
gran importancia para el analista radical y la noción de comunidad un objetivo de la reconstrucción social. El radical encontró su lugar de referencia casi exclusivamente en
la fábrica y el proletariado. La ciudad y el lugar de trabajo se podrían haber integrados en
una crítica conjunta, pero esta
reconstrucción solo se produjo en unos pocos teóricos radicales del siglo XIX, especialmente
Kropotkin y William Morris.
Sin
embargo, el trabajador no existe simplemente en su entorno industrial y su experiencia social no se
agota en su lugar de producción. El/la proletario/a no es solo un ser de clase
sino también un ser urbano.
El capitalismo genera una amplia crisis social que, a menudo, hace que los/as trabajadores/as
sean más permeables a las
visiones revolucionarias como habitantes urbanos -como víctimas de la contaminación, de la
congestión, el aislamiento, la
extorsión inmobiliaria, la decadencia del vecindario, los malos transportes, la manipulación ciudadana y los
efectos deshumanizadores de la vida en las megalópolis-
que como productores de plusvalía
explotados/as.
Marx
y Engels eran mucho menos inconscientes respecto a este hecho que los epígonos que dicen hablar
en su nombre. En The Housing Questions (1873) [2],
Engels vincula sus puntos de vista
con los conceptos más importantes de Owen y Fourier: para resolver el problema de la vivienda,
Engels sostiene que las grandes
ciudades deben ser descentralizadas y la oposición entre ciudad y campo, superada. El mismo
tema se aborda en Anti-Dühring
[3]. Con la propagación del marxismo y
su transformación en una potente ideología política, esta tradición retrocedió
a un segundo plano y, a principios de siglo, incluso la noción de descentralización fue descartada
airadamente como una “utopía”
absurda.
Hasta
finales de los años sesenta no empezamos a ver surgir el diseño como función de un modo de vida
totalmente nuevo. Los años
sesenta son únicos en el sentido en que el concepto de comunidad empezó a desarrollarse a una amplia escala
popular -en gran medida
generacional, de hecho- cuando un gran número de
jóvenes se reorientaron hacia proyectos utópicos de reconstrucción
propios. Se formularon nuevos valores que a menudo implicaban una ruptura total
con el sistema mercantil y trazaban el
camino hacia nuevas formas de socialización -valores y formas que, desde entonces, se han agrupado bajo el
nombre de contra-cultura.
Los/as
jóvenes que comenzaron a formularlos constituían, sin duda, un estrato social privilegiado. ¿Por
qué el privilegio condujo a un rechazo de los valores sociales y
materiales que habían generado
antes estos mismos privilegios? ¿Por qué estos/as jóvenes, como tantos de las generaciones
anteriores, no tomaron los
valores básicos de sus padres y ampliaron la zona de privilegio que
habían heredado?
Estas
preguntas revelan un cambio histórico en las pre-misas
materiales de los movimientos sociales radicales en los países capitalistas avanzados. En los años
60, la tecnología en el “primer
mundo” había avanzado hasta un punto tal que los valores
generados por la escasez material ya no parecían moral o culturalmente relevantes. La ética del
trabajo, la autoridad moral atribuida
a la negación material, la parsimonia y la renuncia sensual, el elevado
valor social dado a la competición y a la libre empresa,
el énfasis en la privatización y la individualización basada en el egoísmo parecían obsoletos a la
luz de los logros tecnológicos
que ofrecían alternativas completamente opuestas: libertad de toda una vida de trabajo y una
seguridad material orientada
hacia la comunidad y a la plena expresión de las potencialidades
humanas individuales.
No
hay paradoja en el hecho de que los más débiles de la vieja sociedad resultaran ser el mismo
estrato que gozó del verdadero privilegio de rechazar los falsos
privilegios. Lo cual no quiere
decir que el contexto tecnológico de la contracultura fuera comprendido conscientemente y explicado
dentro de una perspectiva coherente de la sociedad en su conjunto. De
hecho, la perspectiva de la
mayoría de los/as jóvenes marginados/as de la clase media fue en gran medida intuitiva y a menudo
cayó presa fácil de las modas
alimentadas por la sociedad establecida.
Muchos
de estos/as jóvenes, exultantes en su recién descubierto sentimiento de
liberación, carecían de la conciencia ante el
duro hecho de que la libertad absoluta es imposible en un sistema donde
prevalece la falta de libertad. En la medida en que esperaban reemplazar rápidamente la cultura
dominante únicamente mediante la fuerza del ejemplo y de la persuasión
moral, fracasaron. Pero en la
medida en que comenzaron a verse como el
sector más avanzado de un movimiento más amplio de la sociedad revolucionaria, su cultura tiene
una relevancia decisiva como
parte de un proceso histórico clarificador que, de forma incierta, puede cambiar todos los aspectos de
la vida social.
El
rasgo más llamativo de esta cultura es el énfasis que pone en las relaciones sociales como lugar
privilegiado de los ideales sociales
abstractos; su intento por trasladar la libertad y el amor a las realidades existenciales de la vida
cotidiana. Este enfoque personalista,
socialmente comprometido, ha producido no solo una
crítica cada vez más explícita de la teoría socialista doctrinaria sino
también de la planificación urbana aplicada al diseño. Mucho se ha escrito sobre el “retiro” hacia
las comunas rurales; mucho
menos sobre el alcance de la crítica devastadora a la que fue sometida la planificación urbana por la
mentalidad ecológica de los/as
jóvenes, a menudo, proponiendo propuestas alternativas a proyectos de
“revitalización” y “rehabilitación” urbana deshumanizantes.
En
general, para los planificadores de la contracultura, el punto de partida para cualquier diseño no
era el nivel de tráfico de la
ciudad, las comunicaciones y las actividades económicas. Más bien se preocupaban principalmente de la
relación entre el diseño y la
intimidad personal, de las múltiples relaciones sociales,
los modos de organización no jerárquicos, los acuerdos para una vida
comunitaria y la independencia material respecto a
la economía de mercado. El diseño toma aquí su punto de partida no de conceptos abstractos como el espacio
y la eficiencia sino de una crítica explícita al status quo
y de una concepción, arraigada
en el desarrollo de los estilos de vida, de las relaciones humanas libres que iban a reemplazarlo. Por
utilizar una expresión que estaba en el ambiente: se intentó reemplazar
el espacio jerárquico por el
espacio liberado.
La planificación de la contracultura
Entre
los muchos planes desarrollados a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, quizás
el más impresionante fue
formulado en Berkeley por un grupo creado ad
hoc entre People’s Architecture, el sindicato local de
inquilinos y miembros de la cooperativa local. Se inspira en el caso del
“Parque del pueblo”, en mayo de
1969, cuando jóvenes sin estudios, estudiantes
y, posteriormente, ciudadanos/as corrientes lucharon contra la policía durante más de una semana para conservar un hermoso
parque y una zona infantil que
habían creado espontáneamente en un solar abandonado y lleno de basura propiedad de la Universidad de California. El parque, finalmente recuperado por su propietario a costa de la vida de
un joven, de muchas lesiones graves y de un arresto masivo, es, en el momento
de escribir esto, un aparcamiento y un campo de fútbol.
Para
los/as jóvenes planificadores de Berkeley, “el Parque del Pueblo fue el
comienzo del movimiento ecologista revolucionario” -un movimiento que,
desafortunadamente, todavía no ha logrado cumplir con sus expectativas. La idea
clave de su plan, titulado Proyecto para un entorno comunal, es radicalmente
contracultural. “La cultura revolucionaria -declaran sus autores/as- nos
proporciona nuevas formas comunitarias y ecológicamente viables de organizar
nuestras vidas, a la vez que la política popular nos da los medios para
resistir al sistema”. El Proyecto es un plan no solo para la reconstrucción
sino también para la lucha, en un terreno social amplio, contra el orden
establecido. El texto reconoce y explora un nuevo modo de vida al nivel más
elemental de las relaciones humanas. Sus objetivos son “las formas comunales de
organizar nuestras vidas (que) ayudan a reducir el consumismo, a facilitar las
necesidades básicas humanas de forma más eficiente, a resistir al sistema, a
ayudarnos a nosotros/as mismos/as y a superar la miseria de una vida
atomizada”. Lo social y lo privado se compenetran de manera absoluta en esta
frase. Estas líneas dan sentido a una nueva forma de vida que se opone a la
organización represiva de la sociedad.
Los/as
autores/as del plan observan que “con la liberación de la mujer y una moral
comunitaria, la familia nuclear está quedando obsoleta”. En consecuencia, se
proponen planos en planta que permiten amplias salas polivalentes que promueven
una mayor interacción tales “como comedores comunitarios, espacios de reunión o
zonas de trabajo”. Se proponen sistemas para crear aberturas en los techos y
convertir las paredes exteriores de los pisos superiores en conexiones entre
casas del barrio, así como entre habitaciones y pisos superiores.
“Toda
la tierra en Berkeley es tratada simplemente como una mercancía comercializable. El espacio está
dividido en ordenados paquetes de consumo. Entre las hileras de parcelas
hay corredores que mantienen el
flujo de gente desde el lugar de trabajo al mercado.”. El Proyecto
propone la retirada de las vallas de los
patios trasero y lateral para abrir la tierra a parques y jardines interiores. Se sugieren las
plataformas-puente como forma de romper
la estricta división entre el espacio interior y el espacio al aire libre. La intención de esta
sugerencia no es restaurar simplemente la naturaleza en el mundo de los
habitantes urbanos, sino abrir
caminos para las comunicaciones personales. El plan se centra no solo en las plazas públicas y
en los parques, sino en los
barrios inmediatos donde la gente vive su vida cotidiana -arroja toda una serie de consideraciones
sobre la propiedad privada, sugiriendo que los solares vacíos sean
apropiados por los barrios, y
convertidos en espacios comunitarios.
La
mitad de las calles de Berkeley, señalan, podrían ser cerradas fácilmente para estimulantes
experimentos de transporte colectivo y reducir la congestión de tráfico
en las zonas residenciales. Esto
“liberaría diez veces más superficie para uso público
de la que tenemos ahora para parques [...] y se podrían usar para hacer colinas artificiales”. El
plan recomienda montar en
bicicleta o andar, siempre que sea factible.
Los
servicios comunitarios darán un “salto cualitativo”, dicen los/as planificadores/as, cuando “pequeños grupos de vecinos/as” se reúnan y comiencen “a ocuparse de
asuntos (desde el cuidado de los/as niños/as y primeros auxilios hasta
la educación) a nivel local y
de un modo integrador”. En ese sentido, el Proyecto recomienda que los hombres y las mujeres
deben rotar el uso de sus casas
como guardería. La experiencia en primeros auxilios y los conocimientos de las
técnicas médicas más avanzadas deben extenderse
a nivel de barrio. Por último, los residuos deben reciclarse de manera
colectiva para evitar la contaminación y la destrucción de los recursos
reciclables.
El
Proyecto avanza un programa fresco e imaginativo
para ruralizar la ciudad y proporcionar la independencia
material de sus habitantes
-jardines comunitarios en los patios traseros para
el cultivo de comida ecológica; un “Mercado
popular donde se recibirán los productos ecológicos de las
comunas rurales y pequeños
granjeros y se distribuirán a los/as vecinos/as [...] [y donde] los/as artesanos/as pueden vender
allí sus productos.” La estructura
del mercado “será móvil y se construirá de tal manera que sirva a los/as niños/as del vecindario
como equipamiento de juego en
los días en los que no haya mercado”.
Los/as
planificadores/as ven la realización de estas ideas como los primeros pasos hacia la
reorientación del individuo, desde
la aceptación pasiva del aislamiento y la dependencia de las instituciones burocráticas hacia las
iniciativas populares que volverán
a crear contactos comunales y redes de apoyo mutuo cara a cara. Por último, la sociedad deberá
ser reorganizada por la gran
mayoría de quienes, en la actualidad, se encuentran sometidos por unos/as pocos/as a la sumisión
jerárquica. Sin embargo, hasta
que se alcancen estos cambios revolucionarios, se
debe crear un nuevo estado de ánimo alimentado por vínculos laborales comunitarios para que las personas
puedan fusionar sus necesidades
personales más profundas con ideales sociales más
amplios. De hecho, a menos que se logre esta fusión, estos mismos ideales continuarán siendo
abstracciones y no se realizarán nunca.
Muchas
de las sugerencias estructurales del Proyecto
no son nuevas: la idea de usar las aberturas del
techo para unir casas se toma
prestada de los poblados indios; los jardines urbanos, de las comunas
medievales y de los pueblos precapitalistas en general;
las calles peatonales y las plazas, de las ciudades renacentistas y de
formas urbanas anteriores. Lo que hace que el plan sea único es que deriva sus conceptos de
diseño de estilos de vida
radicalmente nuevos, contrarios a una sociedad cada vez más burocrática. Sin duda, cada uno de los
elementos de diseño podría ser
incorporado por partes en los modos de vida convencionales, pero el Proyecto articula
claramente las condiciones sociales
necesarias para una comunidad libre que otros planes, aparentemente radicales, dejan sin examinar.
La ciudad verdaderamente humana, para ellos/as, es una forma de vida (no
un mero “diseño”) que promueve
la integración del individuo con la
sociedad, de la ciudad con el campo, de las necesidades personales con
las sociales sin negar la personalidad de cada uno/a.
Los
años sesenta han pasado, y con ellos muchas de sus grandes esperanzas. Donde la contracultura
ha logrado mantenerse fiel a sí misma frente a fuerzas abiertamente
hostiles, ha tenido que luchar
contra la política adormecedora en forma de
marxismo sectario y de “mirar hacia el tercer mundo”. Sin embargo, esta fase decadente de lo que
seguramente es un desarrollo cultural y social mucho mayor, podría ser
valioso como un período de
reflexión para madurar. Los intentos, en gran parte intuitivos, que se desbordaron con tan
ingenuo entusiasmo en los años
sesenta solo para convertirse en amargos, duros y deshumanizantes en el
pseudo-radicalismo que cerró la década, nunca
fueron adecuados al proyecto histórico de desarrollar una conciencia pública más amplia de la
necesidad de un cambio social.
A finales de la década de los sesenta, la contracultura dejó de hablar a Estados Unidos con comprensión y
en términos relevantes. Su politización tomó la peor forma posible:
arrogancia y una retórica
insensatamente violenta.
No
importa hasta qué punto el movimiento puede retroceder con respecto a su
anterior importancia: muchas de sus demandas son imperecederas y se deben
recuperar y superar inevitablemente si va a haber algún tipo de futuro social.
Al pedir la fusión de los ideales más abstractos de liberación social y
liberación personal, al intentar configurar lo elemental de las relaciones
comunistas libertarias tan necesarias para la formación de una sociedad
verdaderamente emancipada, al tratar de subvertir la influencia de la mercancía
sobre el individuo y sus relaciones consigo mismo/a, el enfatizar la necesidad
de expresar de manera espontánea la sensualidad y sensibilidad humanas, al
desafiar la jerarquía y la dominación en todas sus formas y manifestaciones, al
intentar sintetizar nuevas comunidades descentralizadas basadas en el
equilibrio ecológico, al plantear todas estas demandas como colectivo, la
contracultura dio expresión moderna a una larga tradición histórica de sueños y
aspiraciones humanas. Y, por intuitiva que sea, lo hizo sobre la base del
desafío histórico frente a unos avances tecnológicos sin precedentes en toda la
historia. Estas demandas nunca pueden ser completamente enterradas por la
represión política; se han convertido en la voz de una razón cada vez más
consciente de sí misma que se asienta en la propia perspectiva de futuro de la
humanidad. Lo que hasta hace poco eran puntos de vista muy debatidos en una
pequeña minoría de jóvenes son aceptados, casi inconscientemente, por millones
de personas de todas las edades.
Lo que
favorece el crecimiento de estas demandas es el hecho de que a la sociedad le
quedan muy pocas opciones hoy en día. La ciudad ha completado su evolución
histórica. Su dialéctica -desde el pueblo, la zona del templo, la fortaleza o
el centro administrativo (cada una de ellos dominada por el interés agrario)
hasta la megalópolis que domina por completo el campo- marca la negación
absoluta de la ciudad tal y como la hemos conocido en la Historia.
Con la
ciudad moderna ya no podemos hablar de una entidad urbana claramente definida
con un interés urbano propio. La megalópolis representa los límites de la
ciudad como tal. El principio político en forma de Estado disuelve todos los
elementos del principio social, reemplazando los lazos comunitarios por los
burocráticos. El espacio personalizado se disuelve en el espacio institucional
-y con la creciente guetificación de la ciudad moderna, en lo que Oscar Newman
describe como “espacio defendible” [4]. La escala humana está envuelta por el
gigantismo urbano. Esta “anti-ciudad”, ni urbana ni rural, no ofrece ningún
espacio para el desarrollo de la comunidad. A lo sumo, las megalópolis están
unidas por enclaves mutuamente holísticos, cada uno de los cuales está
íntimamente “unido” por su hostilidad hacia el/la extraño/a dentro de su
perímetro. Incluso, en el peor de los casos, ni siquiera funciona dentro de sus
propios términos como un ámbito eficiente para la producción y comercialización
de mercancías.
Personas como cifras
La
planificación de la ciudad reconoce la crisis urbana como un problema de logística y de diseño. La
preocupación del planificador convencional por un movimiento eficiente
implica la reducción de los
seres humanos a poco más que a mercancías que
circulan a través de la economía capitalista como valores de cambio. El triunfo de las técnicas de
simulación por ordenador en la planificación urbana refleja la
degradación del habitante urbano desde la condición de “hermano/a” en la
comuna medieval hasta la de
“ciudadano/a” en la ciudad burguesa tradicional y, finalmente, a la de
un simple número en la megalópolis.
La
planificación urbana convencional, al aceptar la ciudad tal como es, nos impide comprender el territorio
humano que podría ser -es
decir, una nueva polis que sería una comuna de comunas, grupos nucleares unidos por propia decisión
y afinidad selectiva, no simplemente por parentesco o lazos de sangre.
En consecuencia, así como la gente se convierte en mera “población”, el territorio se transforma en simple
“espacio” a través del cual fluyen
las personas, vehículos y mercancías. La urbanización se convierte en organización mecánica del
espacio mediante el diseño, no
la colonización ecológica del territorio por parte de las personas. El civitas
asimila completamente al communitas; el principio
político al principio social.
Para
devolver lo urbano a una escala humana, las megalópolis deben ser destruidas sin piedad y
reemplazadas por nuevas ecocomunidades descentralizadas, cada una
adaptada cuidadosamente a la sostenibilidad del ecosistema natural en el
que se encuentra. El equilibrio
entre la ciudad y el campo será restaurado -no como un suburbio extenso
que confunde césped o un bosque
con “naturaleza” sino como una ecocomunidad interactiva y funcional que
une la industria con la agricultura, el trabajo mental
con el físico. Ya no será un simple objeto que el espectador vea desde
la ventana o durante un paseo, la naturaleza se
convertirá en una parte integral de todos los aspectos de la experiencia humana, desde el trabajo hasta
el juego. Solo de esta manera
pueden integrarse las necesidades del mundo natural con las de lo social para producir una
auténtica conciencia ecológica que trascienda la mentalidad “ambientalista”
instrumental del ingeniero
sanitario [5].
Nuestro
lugar en la historia de la ciudad es único. Las ciudades precapitalistas se estancaron dentro de sus
límites o explosionaron hacia fuera de manera destructiva para volver a
recuperar sus dimensiones
originales o desaparecer por completo. La tecnología moderna ha
alcanzado un nivel de desarrollo tan avanzado que le permite a la
humanidad reconstruir la vida urbana sobre
unas líneas que podrían fomentar una comunidad de intereses armónica y
equilibrada entre los seres humanos y entre el
ser humano y la naturaleza. La ecocomunidad sería lo que siempre hemos querido decir con “ciudad”;
sería una obra de arte social,
una comunidad formada por la creatividad humana, la
razón y la perspectiva ecológica.
De
otra manera, nos enfrentamos a un desarrollo urbano que casi, con total seguridad, se desintegrará
en su actividad burocrática, en una guerra social crónica y en condición
de violencia permanente. Si el
jeroglífico más antiguo de la ciudad era un muro
donde se cruzaban dos caminos, el símbolo de la megalópolis podría
convertirse en una insignia de policía sobre la que se superpone una pistola.
En
este tipo de “ciudad”, la revancha de la irracionalidad social reclamará su peaje en forma de una
división absoluta entre las
personas. Esto es la negación misma de lo urbano. De forma más significativa, los límites de la
megalópolis se pueden formular
como los límites mismos de la sociedad como instrumento de jerarquía y
dominación. Dejada a su propio desarrollo, la
megalópolis es el destino, no ya de la ciudad como tal, sino de la sociedad humana. Porque en un mundo
urbano, la tecnología, sometida
a fuerzas irracionales y demoníacas, no se convierte en instrumento de armonía y seguridad sino en
el medio para saquear
sistemáticamente el espíritu humano y la naturaleza.
Notas
[1]
Richard Buckminster Fuller (1895-1983), diseñador, arquitecto e inventor estadounidense
conocido por su proyecto de cúpula geodésica, también aportó ideas en el campo de la vivienda y los
transportes.
[2]
En castellano, Contribución
al problema de la vivienda.
[3]
Crítica de F. Engels a la revolución de la ciencia en Eugen Dühring.
[4]
El Espacio defendible, definido por el urbanista y arquitecto
Oscar Newman, son un conjunto
de estrategias aplicadas al diseño urbano encaminadas a la prevención del crimen mediante la
reducción de las oportunidades para cometer
delitos. En la práctica, muchas de sus soluciones arquitectónicas aumentaron
las barreras entre vecinos/as al ahondar en la diferenciación entre espacio público y espacio privado.
[5]
Ingeniero/a encargado del diseño y mejora de las redes de saneamiento y abastecimiento de agua potable de las
ciudades.
[Tomado
de https://bibliotecalarevoltosa.files.wordpress.com/2017/12/proyecto-para-un-entorno-comunal.pdf.
En el mismo folleto está el Proyecto para un entorno comunal.]
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