Michael Lowy
El
socialista libertario Gustav Landauer [1870-1919], prácticamente desconocido en
Francia, es un personaje singular en el paisaje del pensamiento revolucionario
moderno: muy pocos expresaron como él, con toda su fuerza subversiva, la
dimensión romántica de la revolución.
¿Qué
es el romanticismo? Al contrario de lo que clama la doxa imperante, el
romanticismo no puede reducirse a una escuela literaria del siglo XIX, o a una
reacción tradicionalista contra la Revolución francesa, dos ideas que se
encuentran en un amplísimo número de obras de eminentes especialistas de
historia de la literatura o de historia de las ideas políticas. Se trataría,
antes bien, de un tipo de sensibilidad que impregna todos los ámbitos de la
cultura, una visión del mundo que se extiende desde la segunda mitad del siglo
XVIII hasta nuestros días, un cometa cuyo «núcleo» incandescente es la revuelta
contra la civilización industrial capitalista moderna en nombre de ciertos
valores sociales o culturales del pasado. Nostálgicos de un paraíso perdido
—real o imaginario—, el romanticismo se opone, con la energía melancólica de la
desesperación, al espíritu cuantificador del universo burgués, a la reificación
mercantil, a la mediocridad utilitarista y, sobre todo, al desencantamiento del
mundo. Esta idealización del pasado conduce a menudo a posiciones
tradicionalistas, con-servadoras e incluso reaccionarias; pero este no es
siempre el caso, ni mucho menos. En la historia del romanticismo existe
asimismo una corriente revolucionaria, que no aspira a volver al pasado, sino
en rodear el pasado en dirección a un futuro nuevo. En el romanticismo
revolucionario, al que pertenecen desde Jean-Jacques Rousseau y William Blake a
William Morris y Gustav Landauer, la nostalgia de las épocas precapitalistas
está investida de una esperanza utópica en una sociedad libre e igualitaria [1].
Nacido
el 7 de abril de 1870 en el seno de una familia judía burguesa asimilada del
suroeste de Alemania, escritor, filósofo y crítico literario, amigo de Martin
Buber y de Piotr Kropotkin, redactor de la revista libertaria Der Sozialist (1909-1915), Gustav
Landauer fue un anarquista militante. En abril de 1919 se convertirá en
comisario de cultura del pueblo en la efímera República Consejista de Baviera,
y sería asesinado por el ejército el 2 de mayo de 1919, tras la derrota de la
revolución en Múnich. Su obra, profundamente original, ha sido definida por
algunos investigadores modernos como «un mesianismo judío de tintes anarquistas
[2]». Gustav Landauer era, ante todo, un revolucionario romántico, y sólo
partiendo de esta fuente común podremos llegar a comprender tanto su mesianismo
como su utopía libertaria [3]. En realidad, el romanticismo revolucionario se
manifiesta en su visión del mundo casi como un «tipo ideal»: es difícil
imaginar un autor en el que pasado y futuro, conservadurismo y revolución,
estén tan directamente entrelazados, tan íntimamente articulados. Si existe un
modelo completo de pensamiento utópico-restaurador en el universo cultural del
siglo XX, es en la obra de Landauer donde lo hallaremos.
Su
obra resulta fascinante tanto por su riqueza como por su unidad espiritual.
Además de La revolución, publicada en 1907 en una colección de
monografías sobre sociología editada por Martin Buber, sus escritos principales
son Llamamiento al socialismo [su primera traducción al español se
tituló Incitación al socialismo (Buenos Aires, América Lee, 1947)]
(Aufruf zum Sozialismus, 1911), obra de filosofía social libertaria; un estudio
sobre Shakespeare en dos volúmenes (Shakespeare dargestellt in Vorträgen,
1920), convertido con el paso del tiempo en un clásico de la crítica literaria
alemana; una antología de artículos contra la guerra (Rechenschaft,
1919); y dos antologías de artículos literarios y políticos publicadas por
Buber tras la muerte de su amigo: El hombre en ciernes (Der werdende
Mensch, 1921) y El comienzo (Beginnen, 1924). Habría que añadir también
una novela, El predicador de la muerte (Der Todesprediger, 1893); una
colección de relatos, El poder y los poderes (Macht und Mächte, 1903);
una obra filosófica, Escepticismo y mística (Skepsis und Mystik, 1903);
un conjunto de cartas sobre la Revolución francesa (Briefe aus der
franzözischen Revolution, 1919); traducciones de autores como el Maestro
Eckhart, Etienne de la Boétie, Proudhon, Kropotkin; y dos volúmenes de
correspondencia (publicados por Buber en 1929), Gustav Landauer, sein
Lebensgang in Briefen [4].
En
un artículo autobiográfico escrito en 1913, Landauer des-cribía la atmósfera de
su juventud como una revuelta contra el ambiente familiar, como un «antagonismo
incesante de una nostalgia romántica contra los estrechos límites del
filisteísmo (enge Philister schranken) [5]». ¿Qué entendía Landauer por ro-manticismo?
Entre
sus papeles, custodiados en el Archivo Landauer de Jerusalén, figura una nota
donde precisa sus ideas sobre esta cuestión: el romanticismo no debe entenderse
ni como «reacción política (Chateaubriand)», ni como «medievalismo alemán-patriótico»,
ni como «escuela literaria». Lo que tienen en común el Romanticismo, Goethe,
Schiller, Kant, Fichte y la Revolución francesa es que todos ellos son
contrarios al filisteísmo (Anti-Philister), término que en el lenguaje cultural
del siglo XIX designaba la estrechez, la mezquindad y la vulgaridad de la
burguesía [6]. Amén de los poetas románticos —sobre todo Hölderlin, a quien en
una conferencia en 1916 compara... ¡con los profetas de la Biblia!—, es con
Nietzsche con quien más suele identificarse en sus escritos. Sin embargo, a
diferencia del autor de Así hablaba Zaratrusta y de la mayoría
del resto de críticos románticos de la civilización moderna, la orientación de
Landauer es desde el principio socialista y libertaria. Por eso se identifica
con Rousseau, Tolstói y Strindberg, en los que encuentra la fusión armoniosa
entre «revolución y romanticismo, pureza y fermentación, virtud y locura [7]».
Landauer
expone de forma admirable su filosofía romántica de la historia en el ensayo La
revolución (1907), su única obra traducida en francés. Es un libro
fascinante, aunque su argumentación sea a veces confusa y su proyecto
revolucionario peque de vaguedad. Al contrario de los socialistas de la II
Internacional, Landauer no cree en el progreso económico, o más bien, piensa
que en el marco del capitalismo los avances tecnológicos se vuelven contra los
explotados. En su opinión, «todos los progresos económicos y tecnológicos, con
la escala que han tomado, se han integrado en un sistema de desorganización social
que hace que cada mejora en los medios de trabajo y cada reducción de la mano
de obra agrave la situación de los que trabajan». Pero su principal crítica al
«progreso», a la modernidad y a la era industrial es que han llevado al dominio
absoluto del «verdadero Anticristo», del «enemigo mortal de lo que había sido
el verdadero cristianismo o el espíritu de vida»: el Estado moderno [8].
Landauer
pertenece —como William Morris o Ernst Bloch— a una corriente del Romanticismo
que podría describirse como gótico-revolucionaria, en la medida en que está
fascinado por la cultura y la sociedad medieval (católica), de la que extrae
parte de su proyecto socialista. En total contradicción con las doctrinas del
Progreso dominantes en el movimiento obrero y socialista de su tiempo, para el
que la Edad Media fue sólo una época de superstición y oscurantismo, Landauer
consideraba el universo medieval cristiano como «una cumbre cultural», un
periodo de plenitud y esplendor, gracias a la existencia de una sociedad
fundada sobre el principio de la estratificación: un conjunto formado por
múltiples estructuras sociales independientes —gremios, corporaciones,
cofradías, ligas, cooperativas, iglesias, parroquias— que se asocian
libremente. En esta imagen —bastante idealizada, huelga decir— de la sociedad
medieval, uno de los rasgos más importantes para el filósofo libertario era la
ausencia de un Estado todopoderoso, cuyo lugar estaba ocupado por la sociedad,
por «una sociedad de sociedades». Evidentemente, no niega los aspectos oscurantistas
de esa época, pero trata de ponerlos en perspectiva: «Si se me objetara que
también hubo tal o cual forma de feudalismo, clericalismo, inquisición, esto o
lo otro, no puedo sino responder: “Soy consciente de ello, pero...”». Para él
lo esencial era el alto grado de civilización del mundo gótico, gracias a la
diversidad de sus estructuras y a su unidad: un mismo espíritu habitaba en los
individuos y les asignaba metas supremas [9].
Por
el contrario, toda la era moderna que se inició con el siglo XVI es, a su
juicio, «una época de decadencia y, por tanto, de transición», una época de
«ruptura del encanto unificador que llena la vida social»: en definitiva, una
época de desaparición del espíritu a favor de la autoridad y del Estado.
Atribuía a Martín Lutero, a quien consideraba uno de los principales
responsables de «la separación de la vida y la fe y la sustitución del espíritu
por la violencia organizada», un papel crucial en este perjudicial giro de los
acontecimientos; no le perdonaba que se hubiera puesto del lado de los señores
contra los campesinos insurgentes y que hubiera establecido «el principio del
cesarismo», la intocable autoridad de los príncipes. Dicho sea entre
paréntesis, esta fuerte antipatía por el fundador de la Reforma fue compartida
por muchos socialistas alemanes contemporáneos, desde Karl Kautsky hasta Ernst
Bloch [10].
En este largo camino que va desde la decadencia del
espíritu comunal cristiano (medieval) hasta el surgimiento del nuevo espíritu
comunal del futuro socialista, las revoluciones son el único momento de
autenticidad, el único verdadero «baño espiritual»: «Sin esta regeneración
temporal, no podríamos seguir viviendo, estaríamos condenados a naufragar». El
precursor de las revoluciones antiautoritarias era, según Landauer, el profeta
husita del siglo xiv Petr Chelčický, «un anarquista cristiano muy adelantado a
su tiempo», que había reconocido en la Iglesia y en el Estado «los enemigos
mortales de toda vida cristiana». La primera y más importante revolución
moderna fue la guerra de los campesinos de Thomas Müntzer y de los
anabaptistas, que «habían intentado por última vez, y durante mucho tiempo,
cambiar la vida, toda la vida» y «establecer lo que había existido en la época
del espíritu». El estandarte de su lucha lo tomaron después los monarcómacos
cristianos y todos los movimientos anticentralistas, que daban fe de los
«esfuerzos de la tradición por restaurar y ampliar las antiguas instituciones
de la federación de órdenes y parlamentos... [11]».
Sin
embargo, Landauer desconfiaba de lo que él denomina-ba «las revoluciones de
Estado», que incluían la revolución in-glesa —por la que no sentía más que
desprecio—, la revolución americana y la revolución francesa. Si albergaba más
simpatías por esta última era debido a que llevaba consigo el principio de
fraternidad: «Hay palabras que basta con buscarlas en la esfera en la que
nacieron, para lavarlas acto seguido y despojarlas del polvo y de las mofas de
la frivolidad y de la estrechez de mi-ras. Fue en la Revolución francesa donde nació
la “fraternidad”, y fue también ahí donde surgió la alegría de esta revolución,
ya que los hombres sintieron entonces que tenían hermanos y, no lo olvidemos,
hermanas». Si todas estas revoluciones acabaron estancadas no se debió
únicamente a la ambición y al espíritu de partido de sus líderes, ni al cerco
de la República por sus ene-migos, sino porque no es posible «resolver los
problemas socia-les mediante una revolución política [12]».
Pero,
entonces, ¿qué es la utopía? La Revolución fue uno de los primeros
libros en lengua alemana que devolvió, a principios del siglo veinte, un
sentido positivo al concepto de utopía —después del célebre Socialismo utópico
y socialismo científico de Friedrich Engels, de 1880—, convirtiéndolo en el
vehículo principal del pensamiento político revolucionario. Landauer no define
claramente lo que entiende por utopía, pero la describe como «un principio
surgido en épocas remotas, que atraviesa los siglos a pasos de gigante para
sumergirse en el futuro». Mientras que los enfoques habituales conciben las
utopías únicamente como la imagen del futuro que se anhela, el autor de La
Revolución pone de relieve, gracias a su sensibilidad romántica, la
dialéctica entre el pasado y el futuro que las conforma: toda utopía contiene
en sí misma «el recuerdo entusiasta de todas las utopías precedentes conocidas
[13]». ¿Cómo se constituyen las utopías? Por «una combinación de esfuerzos y de
tendencias de la voluntad individual, siempre heterogéneas y aisladas, pero que
vemos, en un momento de crisis que cristaliza el entusiasmo y la embriaguez,
unirse para formar un conjunto» con el fin de crear una vida social sin
injusticias, en oposición a la topía, esto es, al vasto conglomerado de vida
social que permanece en un estado de relativa estabilidad. En cuanto a la
revolución, ésta no es más que «el camino que lleva de una topía a otra», de un
relativa estabilidad a otra relativa estabilidad; una idea que se acerca
peligrosamente a una concepción cíclica de la historia, inspirada en el Eterno Retorno
nietzscheano, donde cada utopía se transforma a su vez en una «topía». ¿Qué
quedaría del socialismo, en una perspectiva tan circular? Landauer parece
sugerir que el socialismo no es una revolución política, sino una revolución
social —una especie de regeneración social y espiritual radical— que aguarda el
advenimiento del socialismo libertario [14]. A pesar de una cierta imprecisión
conceptual y teórica, este ensayo pionero ejercería una extraordinaria
influencia en la renovación de la reflexión sobre la utopía a principios del
siglo XX, sobre todo en los trabajos de Ernst Bloch y de Karl Mannheim.
Llamamiento
al socialismo, publicado en 1911,
desarrollaba y concretaba las cuestiones delineadas en La Revolución.
Landauer arremete directamente contra la filosofía del progreso compartida por
los liberales y por los marxistas de la II Internacional: «Ningún progreso,
ninguna técnica, ningún virtuosismo nos traerán salvación y bendición».
Rechazando «la creencia en la evolución progresista (Fortschrittentwicklung)»
de los marxistas alemanes, Landauer presenta su propia visión del cambio
histórico: «Para nosotros la historia humana no se compone de procesos anónimos
ni tampoco sólo de acumulación de muchos pequeños acontecimientos[...]. Allí
donde la humanidad ha experimentado algo grandioso e imponente, la
transformación y lo nuevo, ha sido lo imposible y lo increíble precisamente lo
que de manera natural ha producido el cambio». El momento privilegiado de esta
irrupción de lo nuevo es precisamente la revolución, cuando «lo increíble, el
milagro, se acercan al dominio de lo posible [15]».
Tenía
por tanto razón Karl Mannheim al ver en el anarquismo radical, y en particular
en el pensamiento de Landauer, el heredero del milenarismo anabaptista e
incluso «como la forma moderna relativamente más pura de la conciencia del
quiliasmo». Se trata de un tipo de pensamiento que rechaza todo concepto de
evolución, toda representación del progreso: en el contexto de una
«diferenciación cualitativa de los tiempos», la revolución se percibe como una
irrupción (durchbruch), un instante abrupto (abrupten Augenblick), una
experiencia del ahora (Jetzt-Erlehen) [16]. Este análisis es aún más
impresionante cuando se aplica no solamente a Landauer, sino también, con
algunos matices, a Martin Buber, Walter Benjamin (recordemos su concepto
mesiánico de Jetztzeit) y a muchos pensadores judíos alemanes.
Al
igual que los románticos «clásicos», la Gemeinschaft (comunidad) medieval ocupa
un lugar privilegiado en la problemática restauradora de Landauer. En Llamamiento
al socialismo, remitía a las virtudes espirituales de la Edad Media
cristiana —en su dimensión «católica» universal, no en la «alemana-patriótica»—,
una época de «brillante altura», donde «El espíritu da a la vida un sentido, un
carácter sacro y santo». Veía en los comunales y asociaciones medievales la expresión
de una vida social auténtica y rica en espiritualidad, que él oponía al Estado
moderno, «la suprema forma de la falta de espíritu (Ungeist)», y culpaba al marxismo
de negar la afinidad entre el socialismo del futuro y ciertas estructuras
sociales del pasado, como las repúblicas urbanas de la Edad Media, las marcas
rurales y el Mir [17] ruso [18].
Sin
embargo, Landauer no tiene nada de reaccionario; no soñaba, como Novalis
y otros románticos conservadores, con restaurar la cristiandad medieval.
Era un anarquista convencido, y apelaba
a la herencia de La Boétie, Proudhon, Kropotkin, Bakunin y Tolstói para
oponer al Estado centralizado la regeneratio de la sociedad mediante la creación de una
nueva red de estructuras autónomas, inspiradas en las comunidades
precapitalistas. No se trataba de volver al pasado medieval, sino de dar
una nueva forma a lo viejo y de
crear una cultura con los medios de la civilización [19].
Esto
vendría a significar que las formas comunitarias del pasado, que sobrevivieron durante siglos de
decadencia social, debían
convertirse en «los gérmenes y los cristales de vida (lebenskristalle) de la cultura socialista futura». Las
comunidades rurales, con sus
vestigios de antigua propiedad comunal y su autonomía
respecto al Estado, serían los puntos de apoyo para reconstruir la sociedad; los militantes
socialistas se instalarían en
las aldeas, ayudando a revivir el espíritu de los siglos XV y XVI —el
espíritu de los campesinos heréticos y de las revueltas del pasado—, y a restaurar la unidad (resquebrajada
por el capitalismo) entre la agricultura, la industria y el artesanado,
entre el trabajo manual y el trabajo espiritual, entre la enseñanza y el aprendizaje [20].
En un ensayo sobre Walt Whitman, Landauer comparaba al poeta
estadounidense con Proudhon, señalando que los dos unían «una mentalidad
conservadora y un espíritu
revolucionario, individualismo y socialismo
[21]». Cabe aplicar esta definición a su propia visión
social del mundo, cuya dialéctica utópica vinculaba tradición ancestral y
esperanza en el futuro,
conservadurismo romántico y revolución libertaria. Como observara Martin Buber en el capítulo
de su libro Caminos
de utopía titulado
«Landauer»:
“Lo
que Landauer tenía en mente era precisamente un conservadurismo revolucionario: una elección revolucionaria
de los elementos del ser social que merecían ser preservados y que
valían la pena para lo que habría de
construirse de nuevo” [22].
Decidido
opositor a la guerra ya en 1914, Landauer reaccionó con apasionada esperanza a la Revolución de
Octubre en Rusia en 1917, que él consideraba un acontecimiento de suma importancia,
también para el futuro de los judíos. En una carta a Buber fechada el 5 de febrero de 1918,
hacía explícita esta posición; a diferencia de su amigo, que continuaba
con la mirada puesta en
Palestina, Landauer escribía: «Mi corazón jamás me ha hecho sentir apego por ese país, y no
creo que sea necesariamente la condición geográfica de una comunidad
judía. El verdadero acontecimiento, que para nosotros es el más
importante y tal vez decisivo,
es la liberación de Rusia [...] en este momento, veo
más necesario —a pesar de todo— no tanto que Bronstein se convierta en profesor de la Universidad de
Jafa [en Palestina] sino que
Trotski lo sea en Rusia [23]».
En
cuanto estalló la revolución en Alemania, en noviembre de 1918, saludó con fervor «el Espíritu de
la Revolución», que él comparaba
a los profetas bíblicos [24]. En enero de 1919, Landauer escribió un nuevo prefacio para la reedición
de Llamamiento al socialismo, y ahí su mesianismo se manifestaba en
toda su intensidad dramática, a la vez apocalíptico-religiosa y
utópico-revolucionaria: «El caos está ahí; [...] Los espíritus
despiertan; [...] que de la
Revolución [ojalá nazca] la religión, religión de la acción, de la vida,
del amor, que hace felices, que redime, que supera». Tal y como él los
veía, los consejos obreros que se empezaban a desarrollar en Europa eran
«partidos orgánicos del pueblo
que se autoorganiza (selbst-bestimmend)», y es probable que los considerara como una nueva figura de
las comunidades autónomas de la
Edad Media [25]. Esto permitiría comprender por qué se comprometió con la efímera
República de los Consejos Obreros de Baviera (abril de 1919), donde se
convirtió —si bien apenas por
unos días— en el comisario del pueblo de Enseñanza Pública. En el
momento de la caída de la República Consejista, el 2 de mayo de 1919,
fue encarcelado y ejecutado por guardias
blancos. En un artículo escrito poco después, Martin Buber le rendía un último homenaje:
«Landauer ha caído como un
profeta y un mártir de la comunidad humana del futuro [26]».
Notas
[1] Remito a este propósito a
mi libro, escrito junto a Robert Sayre, Rebelión y melancolía. El
romanticismo como contracorriente de la modernidad, Nueva Visión, Buenos
Aires, 2008. Traducción de Graciela Montes.
[2] Ulrich Linse, Gustav Landauer und die Revolutionszeit(1918-1919),
Berlín, Karin Kra-mer Verlag, 1974, p. 28.
[3. Sobre el romanticismo de
Landauer, véase la obra de Eugen Lunn, Prophet of Community, The Romantic
Socialism of Gustav Landauer, Berkeley, University of California Press,
1973.
[4]
Más adelante aparecerían en Alemania otras antologías de Landauer, tras el redescubrimiento
de su pensamiento durante los años 60 y 70.
[5] Gustav Landauer, «Vor
fünfundzwanzig Jahren» (1913), Rechenschaft, Colonia, 1924, 2. Auflage, p. 135.
[6]
Gustav Landauer Archiv, ms. Var. 432, Biblioteca de la Universidad Hebrea de
Jerusalén. Se trata del dosier nº14, titulado «Die deutsche Romantik in der
Literatur». Para respaldar su argumentación, cita el siguiente pasaje del
romántico Friedrich Schlegel: «La Revolución francesa, la teoría de la ciencia
de Fichte y el Wilhelm Meister de Goethe son las tendencias espirituales de
nuestra época».
[7] Gustav Landauer, «Dem
grössten Schweizer» (1912), Werdende Mensch. Aufsätze über Leben und
Schriften, Potsdam, Gustav Kiepenhauer Verlag, 1921, pp. 136-137.
[8] Gustav Landauer,
La Révolution (1907), París, Éd. Champ Libre, 1974, pp. 85, 96, 180.
[9] La Révolution,op.
cit., pp. 54-66.
[10] Ibid., pp. 96-101. En cambio, para el marxista italiano Antonio Gramsci,
que vivía en un país católico, la Reforma protestante era un modelo digno de
inspirar el movimiento obrero y socialista moderno.
[11]
Ibid., pp. 78-81, 97, 103, 107, 167.
[12)
Ibid., pp. 173, 175.
[13]
Se puede comparar esta definición con la del sociólogo de las religiones Jean
Séguy: la utopía es un constructo ideal que apela al pasado contra el presente
en aras de un futuro distinto. Puede ser reaccionaria o progresista; en este
último caso, el futuro no reproduce el pasado sino que lo lleva a una plenitud
siempre abierta. Véase Jean Séguy, Conflit et uto-pie, ou réformer l’Eglise. Parcours wébérien en douze essais, París, Éditions du Cerf, 1999.
[14]
La Revolución, op. cit., pp. 18-26.
[15]
Gustav Landauer, Aufruf zum Sozialismus, (1911), Berlín, Paul Cassirer,
1919, pp. 11, 44, 108, y el prefacio a la reedición de 1919, p. x.
[16] Karl Mannheim, Ideologie und Utopie, Francfort, Verlag Schulte-Bulmke, 1969,
pp. 196 y 210.
[17] A finales del siglo XIX, comunidad
campesina.
[18]
Gustav Landauer, Aufruf sum
Sozialismus, op.cit., pp. 9, 20, 43. Landauer parece ignorar que
Marx y Engels veían precisamente en la Marca germánica y en el Mir ruso los puntos
de apoyo para un desarrollo hacia el socialismo. En este sentido, remito a mi
libro, junto a Robert Sayre, Rebelión y melancolía. El romanticismo como
contracorriente de la modernidad,
op. cit.
[19]
Gustav Landauer, Aufruf zum
Sozialismus, op.cit., pp. 6, 100, 102. El término kultur designaba
en el pensamiento social alemán del cambio de siglo un conjunto de valores culturales,
artísticos, religiosos y sociales tradicionales, mientras que zivilisation remitía
al mundo moderno de la
ciencia, de la tecnología y de la producción industrial.
[20] Aufruf
zum Sozialismus, op. cit.,
pp. 46-47, 87, 145-146, 149.
[21] Gustav Landauer, «Walt
Whitman» (1907), Werdende
Mensch, op.cit., p. 190.
[22]
Martin Buber, Utopie et
Socialisme, París,
Aubier-Montaigne, 1977, p. 89.
[23]
Esta carta no apareció publicada en la antología editada por Buber en 1928. Se
encuentra en la correspondencia póstuma publicada en 1972 (MartinBuber
Briefwechsel aus sieben Jahrzenten, i: 1897-1918, Heidelberg, Verlag
Lambert Schneider, 1972, p. 258).
[24]
Citado en Ulrich Linse, G.
Landauer und die Revolutionszeit,
op.cit., p. 63.
[25]
Véase Gustav Landauer, Vorwort
zur neuen Ausgabe (1919), Aufruf zumSozialismus,
op.cit., pp. vii, viii, x, xvii y «Carta a Hans
Cornelius», 20 de marzo de 1919, Briefe,ii, p. 403. Véase
asimismo Heinz Joachim Heydom, Geleitwort, M. G. Landauer, Zwang und Befreiung, Colonia, Hegner Bücherei, 1968, p. 30.
[26] Martin Buber, «Landauer und die Revolution», Masken, n° 19, 1919, pp. 290-291. Buber compara a Landauer con sus ancestros, los
profetas y mártires judíos del pasado, y con Cristo
crucificado por los romanos.
[Tomado
de https://edicioneselsalmon.files.wordpress.com/2019/04/primeras-pc3a1ginas-llamamiento-al-socialismo.pdf.]
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