Wolfi Landstreicher
Habiendo tomado la decisión de negarnos a vivir simplemente como esta sociedad exige, a someterse a la existencia que nos impone, nos hemos tenido que posicionar en permanente conflicto con el orden social. Este conflicto se manifestará en muchas situaciones diferentes, evocando las intensas pasiones de la fuerza de voluntad. Al igual que exigimos de nuestros amores y nuestras amistades una plenitud e intensidad que esta sociedad busca suprimir, queremos ofrecer todo de nosotras mismas en nuestros conflictos y, particularmente en nuestro conflicto con esta sociedad destinada a su destrucción, por lo que luchamos con toda la fuerza necesaria para lograr nuestro objetivo. Es en este sentido que, como anarquistas, deberíamos entender mejor el motivo de nuestro odio.
El actual orden social busca racionalizar todo. Ve a la pasión como una cosa destructiva y peligrosa puesto que la intensidad de sentirla es, después de todo, opuesta a la fría lógica del poder y el beneficio. No hay lugar en esta sociedad para una razón apasionada o un razonable enfoque de la pasión. Cuando el valor social más alto es el eficiente funcionamiento de la máquina, la pasión y la razón humana juntas son perjudiciales para la sociedad. De esta manera, la fría racionalidad basada en una visión mecánica de la realidad es necesaria para defender tales valores.
Habiendo tomado la decisión de negarnos a vivir simplemente como esta sociedad exige, a someterse a la existencia que nos impone, nos hemos tenido que posicionar en permanente conflicto con el orden social. Este conflicto se manifestará en muchas situaciones diferentes, evocando las intensas pasiones de la fuerza de voluntad. Al igual que exigimos de nuestros amores y nuestras amistades una plenitud e intensidad que esta sociedad busca suprimir, queremos ofrecer todo de nosotras mismas en nuestros conflictos y, particularmente en nuestro conflicto con esta sociedad destinada a su destrucción, por lo que luchamos con toda la fuerza necesaria para lograr nuestro objetivo. Es en este sentido que, como anarquistas, deberíamos entender mejor el motivo de nuestro odio.
El actual orden social busca racionalizar todo. Ve a la pasión como una cosa destructiva y peligrosa puesto que la intensidad de sentirla es, después de todo, opuesta a la fría lógica del poder y el beneficio. No hay lugar en esta sociedad para una razón apasionada o un razonable enfoque de la pasión. Cuando el valor social más alto es el eficiente funcionamiento de la máquina, la pasión y la razón humana juntas son perjudiciales para la sociedad. De esta manera, la fría racionalidad basada en una visión mecánica de la realidad es necesaria para defender tales valores.
En este sentido, las campañas contra el odio, promovidas no sólo por progresistas y reformistas, sino también por las instituciones de poder las cuales son la base de las desigualdades sociales (cuando me refiero a la igualdad y desigualdad en este artículo, no me estoy refiriendo a la “igualdad de derechos” la cual es una abstracción legal, sino a las diferencias concretas en el acceso a lo que es necesario para determinar las condiciones de la vida de uno), llevan implícitas la intolerancia en la estructura misma de la sociedad, y esto ocurre en varios niveles.
Al concentrarse los esfuerzos para luchar contra la intolerancia en las pasiones de los individuos, las estructuras de dominación ciegan a personas bienintencionadas, haciéndoles creer que la intolerancia que se construye desde las instituciones de esta sociedad es un aspecto necesario, y así perpetúan su método de explotación. Por lo tanto, el método para la lucha contra la intolerancia toma un camino doble: tratar de cambiar los corazones de las personas racistas, sexistas y homófobas o la promoción de una legislación contra pasiones que son indeseables. De esta manera, no solo se olvida la necesidad de una revolución que destruya el orden social fundado en las instituciones de intolerancia y la estructura de desigualdades; el estado y las distintas instituciones a través de las cuales ejerce el poder, se fortalecen de manera que pueden suprimir el “odio”. Por otra parte, aunque la intolerancia en una forma racionalizada es útil para el funcionamiento eficiente de la máquina social, una pasión individual de demasiada intensidad, incluso siendo canalizada a través de la intolerancia, representaría una amenaza para el buen funcionamiento del orden social. Esta pasión individual es impredecible, un punto potencial para la descomposición del control. Por lo tanto, necesariamente debe ser suprimida y sólo permitida de expresarse de una manera: canalizada en los mecanismos que ya han sido construidos cuidadosamente por los que gobiernan esta sociedad. Pero uno de los aspectos del “odio” –una pasión individual– que con más énfasis es útil al estado, más que las desigualdades institucionales, es que les permite a aquellos en el poder –y sus perros falderos de los medios de comunicación– equiparar el odio irracional y fanático de los supremacistas blancos y homófobos al odio razonable de los explotados que se han levantado en rebelión contra los amos de esta sociedad y sus lacayos. Por lo tanto, la supresión del odio sirve al interés del control social y defiende las instituciones de poder y, por lo tanto, la desigualdad institucional necesaria para su funcionamiento.
Aquellas de nosotras que deseamos la destrucción del poder, el fin de la explotación y de la dominación, no podemos sucumbir a las racionalizaciones de los progresistas, que solo sirven a los intereses de los gobernantes del presente. Habiendo optado por rechazar nuestra explotación y dominación y por tomar nuestra vida como propia en lucha contra la miserable realidad que se nos ha impuesto, inevitablemente nos enfrentamos a una serie de personas, instituciones y estructuras que se interponen en nuestro camino –el estado, capital, los gobernantes de este orden y sus siervos, y los diferentes sistemas e instituciones de control y explotación–.
Estos son nuestros enemigos y sólo es razonable odiarlos. Es el odio del esclavo hacia el amo –o más exactamente, el odio del esclavo fugitivo hacia las leyes, los policías, los “buenos ciudadanos”, los tribunales y las instituciones que tratan de cazarle y devolverle al amo–. Y al igual que con las pasiones de nuestros amores y amistades, este odio apasionado debe ser también cultivado y madurado por nosotras mismas, su energía ha de ser enfocada y dirigida hacia el desarrollo de nuestros proyectos de rebelión y destrucción.
Con el deseo de ser las creadoras de nuestras propias vidas y relaciones, para vivir en un mundo en el que desaparezca todo lo que encarcela nuestros deseos y suprime nuestros sueños, tenemos una inmensa tarea ante nosotras: la destrucción del actual orden social. El odio hacia nuestro enemigo –el orden dominante y todas las que voluntariamente lo defienden– es una tormentosa pasión que puede proporcionar una energía que haríamos bien en recibirla con los brazos abiertos. Las anarquistas insurreccionales tienen una manera de ver la vida y el proyecto revolucionario que enfoca esta energía, apuntando con inteligencia y fuerza. La lógica de la sumisión exige la supresión de todas las pasiones y su canalización hacia el consumismo sentimental o ideologías de intolerancia racionalizada. La inteligencia de la rebeldía abraza todas las pasiones, encontrando en ella no sólo poderosas armas para la batalla contra este orden, sino también la maravilla y el placer de una vida vivida con plenitud.
[Tomado de https://lapeste.org/2019/03/wolfi-landstreicher-odio.]
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