Normand Baillargeon
Si
queremos caracterizar brevemente la posición anarquista en el plano económico, podemos decir que desde el siglo
XIX fue autogestionario y rechazaba
con todas sus fuerzas lo que llamaba la esclavitud salarial, que ellos proponen abolir por ser, desde cualquier
punto de vista, intolerable. En
otros términos, el anarquismo reclamaba que los productores fueran los dueños de su actividad. Es en ese
sentido que Proudhon, por ejemplo, recuerda
que la voluntad de los productores y de los obreros de organizar la producción por y para ellos mismos
constituía "el hecho revolucionario por
excelencia”. Esta sigue siendo hoy en día la gran exigencia de los anarquistas, que reclaman, de acuerdo con el
conjunto de los principios y valores
que le son propios, que los individuos dispongan, en el terreno de la economía, de la misma libertad y la misma
igualdad que reivindican en todas
las demás esferas de la actividad humana.
Mutualidad,
federalismo, comunismo, son, como ya hemos visto, diversas fórmulas que los anarquistas
clásicos desarrollaron para alcanzar este
ideal de una economía justa. Generalmente, y más allá de la variedad de modalidades de la producción y la
distribución de los bienes que apuntaban,
nos encontramos una y otra vez el ideal que el anarquismo anhela, consistente en puestos de trabajo
verdaderamente democráticos y sin jerarquías.
La gente trabajaría en un sistema de producción en donde cada cual tiene algo que decir, tanto sobre lo que es
producido y consumido como sobre
las condiciones de esa producción y de ese consumo. Y no hace falta decir que la propiedad privada de los
medios de producción y el asalariado
-la esclavitud salarial— son percibidos como calamidades que hay que abolir del todo.
Podemos
adivinar hasta qué punto tales exigencias, que desde los orígenes del movimiento están profundamente
arraigadas al corazón del anarquismo,
agudizan las contradicciones que le enfrentan hoy en día al capitalismo y a la economía de mercado,
como les enfrentaron antes a las economías
de planificación central. En este último caso, los anarquistas rechazaron en seguida el autoritarismo de
estas economías y deploraron su ineficacia,
su falta de democracia y de libertad; tales economías permiten que aparezcan una clase de “coordinadores”
enormemente opresiva, como profetizó
Bakunin. Y esta predicción se confirmó ampliamente en el curso de la historia.
Tras
la bancarrota de estas economías de planificación central, se presenta la economía de mercado como la única
vía posible de futuro. La mayoría
de los economistas se adhieren pues hoy en día a esta idea de que sólo el mercado puede, de forma eficaz y
humanamente satisfactoria, coordinar
las actividades económicas. Los más progresistas apenas reclaman más que un poco de intervención del Estado
para paliar las carencias y las terribles
injusticias que genera el mercado. Según Michael Albert, la mayoría de los anarquistas rechazan este
fatalismo e insisten en reclamar la abolición del mercado y la
instauración de una economía más justa, más humana
y más conforme a sus valores e ideales. Michael Albert explica: “La propaganda ha conseguido convencernos a
todos y cada uno de nosotros
de lo bueno que es el mercado. Pero yo pienso que el mercado es una de las peores creaciones de la humanidad.
El mercado es una cosa cuya estructura
y dinámica garantiza que se produzcan una larga serie de males, que van desde la alienación hasta
actitudes y comportamientos antisociales,
pasando por un reparto injusto de las riquezas. Así que yo soy un abolicionista de los mercados, aun
sabiendo que no desaparecerán mañana,
pero lo soy del mismo modo en que soy un abolicionista del racismo.
¿Qué
proponen los anarquistas? Las posiciones divergen considerablemente.
Algunos
recuerdan que es inútil y casi dañino construir, en un presente alienado y oprimido, modelos destinados
a precisar cómo funcionarían nuestras
instituciones en un futuro liberado. Este es sobre todo el punto de vista que defiende Noam Chomsky, y desde
luego se pueden citar argumentos
a su favor.
Otros
escogen la intervención en un plano más polémico y literario recordando las exigencias de libertad del
anarquismo y la necesidad de encarnarlas
hic
et mine
en el terreno de la economía. El conocido texto de Bob Black sobre la abolición del trabajo (¿Trabajar
yo? ¡Nunca! La abolición del
trabajo)
va por ahí, y empieza así: “Nadie debería trabajar nunca. El trabajo es la causa de la mayoría de los
males de este mundo. Esto no significa
que se dejen de hacer cosas: simplemente, que se invente una nueva manera de vivir, fundada en el
juego”. Este texto —que no deja de recordar
a Le
Droit a la Pensée (1883) de Paul Lafarguc (“El trabajo, esta
extraña locura que posee a las
clases obreras”)— acaba con: “Nadie debería trabajar,
jamás. Trabajadores del mundo... descansad”.
Otros
se contentan con elaborar el balance de las experiencias históricas acercándose al ideal propuesto y
animando a que se retoma y se prosiga.
Aquí están sobre todo los kibbutz, diversas experiencias que se hicieron en la guerra de España o, ya en nuestros
días y un poco por todo el mundo, los
sistemas de cambio locales (SEL) con los que la gente crea su propia moneda. La famosa e importante Cooperativa
de Mondragón, que sigue activa
en el País Vasco, constituye otro ejemplo que a los anarquistas les gusta citar como un lugar de producción
eficaz que se acerca a su ideal, aunque
se haya elaborado en condiciones poco favorables y en el contexto a priori hostil de
una economía de mercado.
Pero
el ideal anarquista se ha visto reafirmado con mucha fuerza en el reciente y estimulante trabajo realizado
por Robín Hahnel y Michael Albert,
que han propuesto un modelo elaborado de economía autogestio- naria. El objetivo de este trabajo era
demostrar que este ideal no sólo era deseable,
sino intclectualmente creíble y prácticamente viable. Inspirándose en la idea de los consejos obreros desarrollada
sobre todo por Pannekoek y De Santillan, Hahnel y Albert proponen un modelo de
economía sin beneficio, sin
organización jerárquica del trabajo y, por supuesto, sin mercado. Una presentación detallada de este
modelo traspasa ampliamente el marco
de este libro, pero al menos daremos una idea sobre el mismo.
Los
autores parten de valores fundamentales -eficiencia, solidaridad, equidad (de la remuneración, pero también
de las circunstancias), gestión participativa,
diversidad (de resultados, de medios, de circunstancias)- para incorporarlos en las instituciones
económicas asegurando la producción,
los subsidios y el consumo. Concretamente, este modelo pasa entre otras cosas por la constitución de
asambleas de trabajadores y de consumidores
en diferentes niveles, por la remuneración según el esfuerzo y el sacrificio, por la constitución de
conjuntos equilibrados de tareas (esta idea es
capital: cada uno cumple uno de esos conjuntos y cada uno de estos es comparable a todos los demás) y por la
planificación participativa. Albert explica: Proponemos una
planificación descentralizada. La gente decide lo que quiere producir y consumir y toma sus
decisiones sabiendo lo que conlleva
cada producto en materias primas y en trabajo. La estructura del trabajo también se modifica en profundidad:
nadie tiene un solo empleo, sino
cada cual un conjunto equilibrado de tarcas, todas deseables. En otras palabras, nadie desea un consumo que
suponga tareas desagradables, porque
ello hace que su trabajo sea menos interesante. Y finalmente, en un modelo como este los precios indican el
coste social de la producción, y no presupone
ni que la competencia sea perfecta ni que las personas sean unos santos”.
Este
modelo, que prueba su viabilidad en el plano teórico, ha sido, efectivamente, implantado, sobre todo por
una editorial (South End Press) y
una cooperativa canadiense (Arbeiter Ring). Estas experiencias merecen, sin duda, que las observemos de cerca.
Recordemos
sin embargo que Chomsky —a pesar de ser partidario de estas ideas— se ha negado siempre a
pronunciarse respecto a la economía participativa
de Hahnel y Albert: “¿Sabemos lo suficiente como para responder con fuerza a las cuestiones
concernientes al funcionamiento eventual
de una sociedad? Me parece que las respuestas a cuestiones de este orden deben descubrirse mediante la
experiencia. Tomad por ejemplo la economía
de mercado.' [...J Comprendo muy bien lo que se le puede reprochar; pero eso no es suficiente para
demostrar que sea preferible un sistema
que elimine el mercado, y este es un punto de lógica elemental. Nosotros no tenemos, simplemente, respuestas a
cuestiones de este tipo”.
[Texto
extraído del libro El orden sin el poder. Ayer y hoy del anarquismo, que
en versión digital completa es accesible en https://ia800602.us.archive.org/35/items/00015ElOrdenSinPoder/00015%20El%20Orden%20Sin%20Poder.pdf.]
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